viernes, 11 de enero de 2013

¿Una Unión Europea sin el Reino Unido?




¿Imagina a Reino Unido abandonando la Unión Europea?, le preguntaron el otro día en la Cámara de los Comunes al primer ministro británico, David Cameron. “No es una posición que yo apoye, por lo tanto, no pierdo el tiempo pensando en ello”, respondió. Pero añadió: “Está claro que todas las opciones sobre el futuro de Gran Bretaña son imaginables. Somos dueños de nuestro destino y podemos elegir lo que queramos. Creo que nuestra elección ha de ser estar en la Unión Europea, ser miembros del mercado único, maximizar nuestro impacto en Europa, pero no hemos de tener miedo a alzarnos y decir que no estamos contentos con ciertos aspectos de la relación”.
Por muchos matices que se le quieran ver a esa respuesta, Cameron parece haber cruzado el Rubicón en la cuestión europea al manifestar públicamente, por primera vez, que la salida de Reino Unido de la Unión Europea, lo que en la jerga política británica llaman Brexit o Brixit (un juego de palabras entre Britain y salida, exit) es algo “imaginable”.
Ese debate hace ya tiempo que da vueltas. Pero lo que antes parecía una quimera que solo defendían el partido ultranacionalista UKIP y un puñado de diputados conservadores, en los últimos meses se ha convertido en uno de los puntos centrales del debate político y una idea con la que los tories coquetean de forma cada vez más abierta. Y no solo los tories. También en el Continente empieza a calar la creencia de que los británicos se pueden marchar. La diferencia con el pasado es que antes ese pensamiento provocaba escalofríos y ahora empieza a parecer algo no solo posible sino, hasta cierto punto, deseable. Aunque bastante incomprensible, dado el carácter cada vez más anglosajón de la construcción europea.
El debate ya no está en si hay que hacer o no un referéndum sobre Europa, sino en cuándo hay que hacerlo y de qué manera. La gente lo quiere. Las encuestas señalan que casi el 70% de los británicos apoya la consulta y más de la mitad votaría ahora mismo a favor de que Reino Unido abandone la UE. No es un dato demasiado sorprendente dada la legendaria mala prensa que el proyecto europeo tiene en este país.
“Llevamos ya más de 20 años de información unidimensional sobre lo que la UE hace o no hace. Muchos periódicos, y especialmente los tabloides, son muy hostiles hacia la UE y en las dos o tres últimas décadas están suministrando al público desinformación o medias verdades”, afirma Petros Fassoulas, presidente del muy europeísta Movimiento Europeo. “Eso ha creado una imagen muy negativa en la mente de la gente, que se ha acentuado con la crisis del euro. El problema es que no ha habido una visión alternativa. No ha habido ninguna comunicación por parte de los políticos sobre los beneficios de estar en la UE”, añade.
En la Casa Blanca, en cambio, sí se perciben los beneficios de la existencia de la Unión Europea. El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, le advirtió el lunes pasado a David Cameron en una teleconferencia que no quiere que Reino Unido se vaya y que eso dañaría la famosa “relación especial”. Una bronca que ha causado furor en la prensa euroescéptica. “Barack Obama da lecciones a Gran Bretaña sobre la pertenencia a la UE: el presidente de Estados Unidos parece arrogante además de estar en las nubes”, escribía, indignado, el analista Nile Gardiner en el Daily Telegraph.
El primer ministro lleva meses preparando un esperado discurso sobre la cuestión europea en el que se espera que trace la hoja de ruta sobre ese dilema. Su idea es negociar primero con el resto de socios una larga lista de políticas que hay que repatriar desde Bruselas. Una vez cerrada esa negociación, el acuerdo sería sometido a referéndum. En la práctica, un plebiscito sobre la permanencia o no en la UE.
Es un plan que cuenta incluso con el apoyo de destacados europeístas, como Timothy Garton Ash, profesor de Estudios Europeos de la Universidad de Oxford. Aunque Garton Ash difícilmente estaría de acuerdo con Cameron sobre renacionalizar políticas, sí cree que se ha de clarificar en referéndum la posición de Gran Bretaña “en Europa y en el mundo”, según sostiene en su columna semanal en el diario The Guardian.
Garton Ash cree que eso ha de ocurrir cuando se haya resuelto la crisis del euro y se conozcan “las consecuencias políticas de la salvación del euro”. Ese debate debería arrancar, a su juicio, con el “equilibrio de competencias” que Cameron quiere negociar con el resto de socios. Lo que llevaría la consulta a “algún momento de la próxima legislatura”, entre 2015 y 2020. “Yo digo: convocad el referéndum y que gane el que tenga más argumentos”, escribe. “Al contrario que muchos de mis amigos proeuropeos, yo creo que ganaremos. No creo que [los tabloides] Sun y Daily Mail hayan logrado atontar el cerebro de los británicos hasta el punto de que cuando se vean enfrentados a la realidad de lo que significa ser Noruega (sin el petróleo) o Suiza decidan que la salida es la mejor opción para este país. ¿Y si lo hacen? Bueno, sería un error histórico, pero al menos la gente se habría pronunciado”, sostiene.
Petros Fassoulas es mucho más cauto. “No soy un gran partidario de referendos, especialmente por la falta de debate de la que hablaba. Si tuviéramos la oportunidad de tener un verdadero debate durante un cierto tiempo, empezando ahora y continuando en las elecciones europeas de 2014 y las generales de 2015, un debate en el que se pudieran presentar de forma justa los beneficios de estar en la UE, entonces, después de eso, podríamos tomar en consideración el celebrar un referéndum si, por ejemplo, la UE decide tener una estructura más federal o Reino Unido decide entrar en la zona euro”.
La idea de Cameron de renacionalizar antes ciertas políticas ahora comunitarias está llamada a provocar muchas fricciones con el resto de socios. Y corre el riesgo de acabar mal y crear una gran frustración entre los británicos, sin duda el mejor combustible para avivar la hoguera antieuropea.
El primer ministro ha abierto el partido con lo que muchos creen que es un autogol: retirar a Reino Unido de las políticas de Interior y Justicia. Tiene legalmente esa opción, pero ha de renunciar a todas ellas en bloque. Y Londres quiere negociar con Bruselas el mantenimiento de ciertos aspectos, como la cooperación policial. Ahí se empezará a ver si los socios europeos están con estómago para negociar o no.
Ese será solo el aperitivo de un gran paquete presentado de forma detallada en un libro verde, Fresh Start Project (Proyecto Nuevo Comienzo) que ha recibido la cálida bienvenida del ministro de Exteriores, William Hague. Conocido por su euroescepticismo, Hague es el gran promotor de la devolución de poderes a Westminster. El libro verde aborda las opciones que tiene Reino Unido para renacionalizar total o parcialmente las políticas comunitarias en 11 áreas: Comercio, Desarrollo Regional, Agricultura, Pesca, Presupuesto e Instituciones, Política Social y Empleo, Servicios Financieros, Medio Ambiente, Interior y Justicia, Inmigración y Defensa.
El creciente distanciamiento de Europa que muestran los británicos ha dado alas al Partido de la Independencia de Reino Unido (UKIP), una formación que nació en 1993 con el objetivo de conseguir que Gran Bretaña abandone la UE y que se ha convertido con los años en el partido antiinmigración por excelencia. En 2004 tocaron el cielo al conseguir una docena de escaños en el Parlamento Europeo. Hace tres semanas se convirtieron en el segundo partido más votado en tres elecciones parciales para cubrir tres escaños en Westminster.
El éxito del UKIP denota, sobre todo, una intensa preocupación de los británicos por lo que consideran creciente pérdida de identidad nacional. Culpan de ello a la inmigración y a la UE, a la que precisamente atribuyen la explosión migratoria a pesar de que solo uno de cada tres nuevos inmigrantes son nacionales comunitarios. “La gente vota al UKIP sobre todo porque se ha convertido en un partido populista antiinmigración”, sostiene Robert Ford, profesor de la Universidad de Manchester especializado en el estudio del extremismo político y la xenofobia. “Es algo que tiene mucho en común con otros partidos que vemos por toda la UE. El Partido de la Libertad en Holanda, el Partido Popular sueco, el PP danés, en muchos países europeos con la notable excepción de España. Esos partidos obtienen muy a menudo entre el 10% y el 20% del voto, sobre todo entre gente que está preocupada por la inmigración, que está preocupada por el cambio cultural, que está preocupada por la identidad nacional y cosas así. En ese sentido el UKIP se enmarca en una familia política muy concreta”, añade Ford.
“El segundo aspecto es que ahora acaparan el voto protesta, en gran parte porque los liberales-demócratas están en el Gobierno”, añade. “Y la tercera cuestión y la que claramente tiene menos peso es la UE. Sólo un político puede decir que la gente vota al UKIP por la cuestión europea, porque nadie más se lo cree. La UE se ve peor de lo que se veía, debido a la crisis del euro, pero no es algo que preocupe a los votantes en el día a día”, asegura.
Robert Ford ha analizado junto con otros dos profesores, Matthew Goodwin y David Cutts, el carácter del UKIP y sus votantes a partir de una muestra de 4.000 votantes que eligieron esa opción en las europeas de 2009. Y llegaron a dos conclusiones: que los votantes del UKIP son más extremistas que los cuadros del partido y que, a pesar de sus posiciones antieuropeas, antimusulmanas y antiinmigración, están lejos de ser una opción tan abiertamente racista como el BNP, el Partido Nacional Británico.
“En el BNP, los políticos y los activistas son más racistas que sus votantes. Es gente con símbolos nazis, que ensalzan literatura fascista y son a menudo violentos. En el UKIP ocurre lo contrario. Mi experiencia con ellos me dice que sus militantes y hasta cierto punto sus políticos tienden a ser menos intolerantes que muchos de sus votantes. Cuando dicen que no son racistas intentan ser sinceros. Sobre todo sus activistas más jóvenes. Sus políticos son bastante intolerantes, pero no masivamente intolerantes como los del BNP. Pero su estrategia es conseguir el apoyo de un electorado que está contra la inmigración y que es culturalmente conservador”, concluye. Y eso contribuye a empujar a los conservadores hacia ese mismo terreno. Incluida la fobia a Europa.

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