sábado, 5 de enero de 2013

Causa y efecto



Por Efrén D. Falcón

Voy a romper nuevamente mi idea de escribir una serie de artículos dedicados a los partidos políticos del país para volver sobre el Partido Nacional, cuyos últimos movimientos internos pueden ser de vital importancia para el próximo futuro político del país.

La fuerza joven
El flamante rector del fútbol hondureño, expresidente del país y millonario empedernido Rafael Callejas Romero ha aparecido los últimos días de la semana pasada en los medios de comunicación como quijote de una cruzada para unir al escindido PN de Honduras, literalmente, “su” partido, ya que él es socio activo del grupo de poder invisible que se adueñó del PN hace tres décadas.

Para los que no conocen algunas interioridades de esta entidad política, la peregrinación de Callejas Romero para convencer u ordenar a los candidatos a puestos de elección popular y a otros líderes locales sobre la necesidad de unir al partido, dejando atrás la rencillas, sospechas y luchas de poder puede parecer algo normal y digno de un buen dirigente político. Es lógico, un PN dividido estaría condenado a sufrir una humillante derrota en las próximas elecciones, por más que el aparato estatal esté preparado para el servicio del oficialismo. Y se emularía la lamentable actuación del Partido Liberal en 2009. Pero la división interna es muy fuerte en el PN, y la lucha de poder entre la facción lobista y la callejista no va a tener tregua real durante muchos años porque la pelea por el control del partido está planteada, y es imposible saber quiénes serán al final los vencedores, si es que los hay. Por ahora, Lobo y Hernández parecen tener el control, pero la facción que heredó las estructuras azules, de manos de un vapuleado Ricardo Zúñiga Agustinus, no va a renunciar a sus prerrogativas y a su estatus de propietarios del PN tan fácilmente. Aquella popular “fuerza joven” de mediados de los 80s, ya no será joven pero es hoy uno de los ejes de una red de poder que se consolidó desde que Callejas barrió a Carlos Flores en las elecciones generales de noviembre de 1989.

Hábil manipulador como pocos, mentiroso profesional, Callejas Romero y su pacotilla dentro del PN, fueron víctimas de la coyuntura que puso a Lobo Sosa en la presidencia del país, cuando, su destino estaba sellado para perder aparatosamente contra el candidato liberal, Santos Ordoñez, y finalizar su ciclo de “liderazgo”, antes del golpe de Estado de junio de ese año [como sucedió con otros políticos ahora condenados al papel de segundones dentro del partido, Nora Vda. de Melgar y Oswaldo Ramos]. Esta situación imprevista dividió de tajo al partido y mantiene un enfrentamiento continuo que se intentará esconder de la opinión pública pero que permanecerá vivo mientras una facción no pueda aplastar definitivamente a la otra. He ahí el detalle, porque aunque la mancuerna Lobo-Hernández tenga el control del partido a partir de la declaratoria oficial del TSE por las recientes elecciones internas, el poderoso grupo callejista —que supuestamente perdería los sellos del partido en vista del resultado electoral—, sin duda tiene los recursos, la influencia y la sagacidad para esperar el momento oportuno que le permita volver al manejo total del partido, y está lejos, pero muy lejos de ser aplastado por sus correligionarios. El asunto puede durar años. En todo caso, el año 2013 será vital para la consolidación del nuevo grupo de intereses representado por Lobo y Hernández y el resultado final de las elecciones generales jugará un papel central en esta saga cachureca.

Efecto insoslayable
Los callejistas la tienen clara: ha sido inevitable la negociación con Lobo-Hernández para unificar al partido. Es posible que en otras circunstancias el grupo de Callejas hubiera preferido dejar que la escisión partidaria terminara por hundir las aspiraciones de sus adversarios internos, para asaltar ellos nuevamente el partido después de una mortal derrota en las elecciones generales, tal y como debía haber sucedido con Pepe Lobo. Al fin y al cabo no son ellos los que están al frente del gobierno actualmente, y no tienen ninguna posibilidad de ser parte importante del mismo, si no es por medio de negociaciones internas.

Pero Callejas Romero y sus apóstoles, al igual que el grupo de Lobo Sosa, están conscientes que si el PN no llega graníticamente unido —como les gusta decir a los políticos— a las elecciones generales, existe una enorme posibilidad de que el hombre que le causa una especie de terror o pánico fóbico al status quo vuelva a sentarse al lado de su esposa en la silla presidencial de la nación. No sé si temen al rechinar de dientes bíblico o a un apocalipsis económico particular, después de usufructuar al país como hacienda particular y potrero privado por décadas; pero ante tal posibilidad la —ultra— derecha parece dispuesta a todo para evitarlo, incluso agachar la cabeza y pedirle a su punta de lanza, actual alcalde de Tegucigalpa, meterse el rabo entre las piernas y tragarse todo lo que dijo antes que la negociación se llevara a cabo. Porque la presencia pública de Callejas Romero es garantía de que la unidad del Partido Nacional está sellada. Aunque Ricardo Álvarez, quizá por vergüenza, no haya dado aún su brazo a torcer, al menos públicamente, y ha declarado que dejará su decisión para el año próximo. Da risa, pero es para llorar.

En fin, el golpecito de la “sucesión judicial” puso a Lobo-Hernández en buena posición para negociar conla facción callejista, pero lo que obliga definitivamente a los cachurecos a llevar a cabo su alianza, no es otra cosa que el “efecto Mel”, y la temblequera que este produce. Feliz año nuevo, y amén.

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