viernes, 11 de enero de 2013

País agrícola



Honduras no es exactamente un país de vocación agrícola, aunque pudiera decirse que lo es agrícola-forestal, tomando en cuenta sus condiciones geográficas, climáticas, en incluso por su idiosincrasia rural.
Un reciente estudio de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) parece confirmar lo que siempre hemos sabido, que nuestro país posee tierra agrícola y bosques, en su mayoría inexplotados o pésimamente explotados, así como una considerable riqueza marina en su dos mares.
Sin embargo, los hondureños no hemos sabido sacar provecho de esos recursos, siendo Honduras el tercer país de América Central, después de Nicaragua y Guatemala, con mejores aptitudes para el desarrollo agropecuario, y el primero en potencial forestal e hidrológico.

Históricamente la economía hondureña ha dependido de la agricultura, gracias al cultivo del café (netamente nacional), al banano (netamente extranjero) y a la explotación irracional de los bosques.
De curso reciente, el cultivo de la palma africana, para la producción de aceite comestible, y la industria camaronera han fortalecido nuestro crecimiento económico, pero es obvia la necesidad de impulsar la actividad agropecuaria para garantizar la seguridad alimenticia de nuestra población y para exportar los excedentes.
Como lo registra el estudio de la FAO de referencia, Honduras dispone de tecnologías apropiadas para nuestro desarrollo agropecuario y, con su posición geográfica estratégica de país “interland”, en el centro del Istmo centroamericano, de acceso marítimo al Norte y Sur continentales y hasta Asia, las facilidades tecnológicas y logísticas se tienen a la mano.
A esto agregamos que no es ninguna casualidad que en Honduras se haya establecido la mejor universidad de agricultura tropical en el continente americano, la Escuela Agrícola Panamericana (EAP-El Zamorano), con su sistema de “aprender haciendo” y con tecnologías para la explotación de la tierra promedio –semiárida—que, entre otros países, predomina en el suelo hondureño.
Hasta ahí la síntesis de lo lindo. Lo trágico es que, con todas esas ventajas logísticas y el abundante recurso natural, nunca se ha establecido una política de Estado enfocada hacia el desarrollo agropecuario, hasta el punto de haber desperdiciado hasta el recurso humano, el talento, preparado para este fin.
El crecimiento –hay que decirlo así, en vez de “desarrollo”— de la agricultura y la ganadería en Honduras es errático, como lo ha sido también nuestro devenir político. De alguna manera se produjo una involución desde el momento en que vino a menos el sector terrateniente y se privilegió el crecimiento comercial, en buena parte a costa del colapso de la actividad agropecuaria.
En las condiciones actuales y en la perspectiva futura, tenemos que volver la vista a la tierra, al desarrollo de la agricultura, de la ganadería, lo mismo que a la explotación racional de nuestro recurso forestal. Pero eso requiere de una política estructurada con visión política y determinación patriótica, algo así como Honduras para los hondureños.
Se impone, por lo tanto, la estructuración del mercado nacional, el apoyo incondicional, diremos, del Estado y una mística del desarrollo. Ningún país en el mundo, ni antes ni ahora, ha desarrollado su agricultura y su ganadería sin el respaldo estatal, que, en nuestro país reluce por su ausencia.
El estudio de la FAO es, por supuesto, oportuno, bienvenido… pero a su aprovechamiento le falta lo principal: la voluntad política y un sentido claro de identidad nacional. 

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