lunes, 14 de enero de 2013
Las raíces más allá de las armas
Por Larry Hales
A la mayoría de las personas les resulta inconcebible que haya alguien capaz de hacer daño a un niño de forma deliberada. En realidad, la mayoría experimentaría idéntica reacción ante la cruel desconsideración de poner en peligro la vida de un joven.
De manera que cuando empezó a difundirse la noticia del reciente tiroteo en la Escuela de Educación Primaria Sandy Hook de Newtown, en Connecticut, apenas cabe duda de que la primera reacción, sobre todo de los padres y madres, fue de pavor.
Niños pequeños de entre 6 y 7 años, que empiezan a tener cognición del mundo que les rodea, con la mirada resplandeciente, en apariencia con todas y cada una de las posibilidades todavía a su alcance... y su luz se apagó.
Fue frío, casi inimaginable, pero sucedió; 20 vidas jóvenes junto con las de seis educadores y otro personal no docente. La madre del presunto asesino, que fue hallada con cuatro disparos en la cabeza, todavía estaba en pijama. Y la del propio asesino, de solo veinte años, que a todas luces se suicidó. Todos desaparecidos, muertos.
No debería suceder, pero sucedió y sucede. El tiroteo de Sandy Hook del 14 de diciembre está siendo calificado como la segunda matanza más importante en un centro educativo, por detrás de la de la politécnica de Virginia en el año 2007. No ha sido un suceso aislado en este país. Ni siquiera este año.
Aunque parece que ha pasado mucho tiempo porque los medios de comunicación han dejado de hablar de ella, la matanza del teatro Century 16 del centro comercial Aurora, cerca de Denver, sucedió tan solo en el mes de julio. En total, en el año 2012 se han registrado en Estados Unidos más de una docena de matanzas masivas a tiros.
En algunas, como en la de Oak Creek, en Wisconsin, donde un supremacista blanco entró en un templo de los sij y mató a siete personas, los motivos están claros. En otras, como en la de Aurora y en esta última de Sandy Hook, no parece haber una razón particular que impulsara al presunto asesino a matar.
Como sucedió en la de Aurora con James Holmes, los medios de comunicación han presentado a Adam Lanza, el varón blanco de 20 años que presuntamente cometió los asesinatos de Sandy Hook, como un pistolero solitario perturbado, pero muy inteligente. Se dice que tenía pocos amigos, pocas relaciones incluso, que guardaba las distancias con él su propio hermano, que identificó su cadáver. Los amigos de Nancy Lanza, la madre de Adam, afirman que ella raras veces daba detalles de los problemas que tenía con él.
A Adam también se le ha caracterizado como alguien sin emociones, incapaz de sentir dolor físico según un antiguo orientador, Richard Novia, que además fue el jefe de seguridad del distrito escolar hasta el año 2008. Su hermano mayor, Ryan, afirma que Adam sufría trastornos de personalidad, tal vez síndrome de Asperger. Pero los expertos dicen que eso no le predispondría en modo alguno para ejercer la violencia de forma premeditada.
Adam fue apartado de la escuela durante un breve período de tiempo y fue escolarizado en su casa. Según las autoridades educativas, se le asignó un psicólogo. Su tía, Marsha Lanza, recuerda a la madre de Adam lidiando con la escuela para asegurarse de que su hijo recibía las atenciones que necesitaba.
Nancy Lanza, su madre, fue también una de las personas que enseñó a Adam a disparar. Tenía docenas de armas y se la ha calificado como una de las llamadas «supervivencialistas» extravertida. Como no consiguió comprar un rifle dos días antes del tiroteo de la escuela, Adam utilizó finalmente las armas que su madre tenía en casa.
Las causas subyacentes
¿Es a esto a lo que se reduce todo? ¿Es el meollo de esta cuestión que el joven tenía acceso a numerosas armas de fuego? ¿O se trata de algo más profundo? ¿Qué impulsaría a alguien tan joven a cometer un acto tan abyecto?
Las causas subyacentes de semejante acto nacen de las contradicciones fundamentales de la sociedad moderna en esta coyuntura de la historia y en la economía política estadounidense en particular. La política y la superestructura también están conformadas por la base económica. Además, debemos señalar la burda hipocresía de la narración que ofrecen los medios de comunicación dominantes y los políticos que aparecen para manifestar su dolor a las familias que lo sufren.
La vida es algo valioso, y la de una persona joven mucho más. La mayoría de las personas piensa que la vida de un joven rebosa potencialidades. Como es natural, para algunos se abren más posibilidades que para otros debido a su riqueza material, su prestigio, su nacionalidad o su expresión del género,. Pero las cosas cambian. Donde hay vida, hay posibilidad de cambio. Los menores que perdieron la vida podrían haber sido agentes para hacer del mundo un lugar mejor.
Cuando el presidente Obama manifestó su condolencia y habló de responsabilizarse de los niños de otros y de dar a los niños la posibilidad de que vivan su vida felices, quizá no pensaba en los niños de Pakistán que han perdido su vida por ataques de los aviones estadounidenses no tripulados.
Tal vez no había pensado en los niños de Gaza, que murieron por bombas lanzadas por Israel pero financiadas por Estados Unidos, ni en los niños de Iraq o los niños de cualquier otro lugar que sufren a causa de las políticas de guerra y la estrangulación económica estadounidenses.
Quizá no haya pensado en los millones de niños que mueren de hambre cada año a causa de la desestabilización neoliberal de las economías de países subdesarrollados.
Seguramente no pensó en los niños de progenitores deportados. O en Trayvon Martin, o Jordan Davis, o en los niños y nietos de Anthony Anderson, que fue asesinado por la policía de Baltimore. Seguramente no conoce el nombre de Ramarley Graham, ni de los muchos cuyas vidas se perdieron a causa de la brutalidad policial. Ni en quienes murieron por falta de atención sanitaria o acabaron olvidados por la paulatina desaparición de las redes de protección social.
Los medios de comunicación no hablan de nada de lo anterior. Aunque, claro está, la vida de un niño palestino no vale menos que la de uno de los niños pequeños muertos en la Escuela Primaria de Sandy Hook.
Sin embargo, el hecho de que parezca depositarse mayor valor en una vida que en otra, y de que los medios de comunicación y los políticos puedan hablar con generalizaciones sobre lo valiosa que es la vida de un menor al tiempo que persisten y ponen en práctica políticas que conducen al sufrimiento de centenares de millones de ellos, no empieza más que estar en el meollo de la cuestión.
Adam Lanza no se crió tras un caparazón impenetrable, sufriera o no algún trastorno de personalidad. Sus acciones y el acto final que presuntamente ha cometido resulta darse en un contexto social.
Siglos de cultura de las armas
Hay, no cabe duda, una cultura de las armas. Sin embargo, quienes promueven una regulación para la tenencia de armas aspiran a que se produzcan cambios en la superestructura legal; en que la legislación dificulte adquirir o almacenar armas.
La Asociación Nacional del Rifle destina millones de dólares cada año a mantener grupos de presión, así como la Asociación de Propietarios de Armas de Estados Unidos (Gun Owners of America) y otras organizaciones similares. Los fabricantes de armas han obtenido beneficios récord.
En los últimos años, Sturm Ruger y Smith & Wesson, responsables del 30 por ciento de las pistolas existentes en Estados Unidos, han visto cómo se han disparado las ventas. Aquí las armas representan un sector que factura 4.100 millones de dólares anuales.
Estas cifras solo corresponden a la industria de las armas de fuego de uso personal, no a la de los grandes fabricantes de armamento como General Electric, General Dynamics, Northrop Grumman, Lockheed Martin y demás empresas que reciben del gobierno federal decenas de miles de millones de dólares anuales.
De todas formas, la cultura de las armas es algo más que eso. Estados Unidos se forjó a base de conquistar tierras, tierras arrebatadas a sus habitantes originales, que fueron masacrados: hombres, mujeres y niños. Naciones y pueblos enteros desaparecieron muertos por armas de fuego, cuchillos y una forma incipiente de guerra biológica según la cual se empleaban materiales contaminados para introducir enfermedades extrañas en los pueblos indígenas.
La esclavitud se mantuvo con la fuerza de las armas y con una violencia atroz que fue testigo de la aparición del primer cuerpo policial normalizado: los cazadores de esclavos. Hasta el día de hoy, ha sido la violencia lo que ha mantenido la hegemonía política y económica estadounidense en la mayor parte del mundo.
El predomino de Estados Unidos está al servicio de una clase reducida que debe sus orígenes a la fundación de Estados Unidos y del capitalismo. Estados Unidos y Europa occidental no deben su riqueza a la ingenuidad, ni a la supremacía de las poblaciones de sus respectivos países, sino a la agresión descarnada, el robo, la esclavitud, la violación y el genocidio. Como escribió Walter Rodney en De cómo Europa subdesarrolló a África , «el desarrollo de Europa [forma] parte del mismo proceso dialéctico por el cual África quedó subdesarrollada». Eso mismo se puede decir de Estados Unidos en relación con el resto del planeta.
Así es como nació la cultura de las armas, una cultura de la violencia. No es más que el simple reflejo del actual orden social mundial.
Violencia, privilegios y alienación
Este es el contexto en el que Adam Lanza se educó: un contexto de violencia, privilegios y, también, de profundo aislamiento. Aunque Lanza pueda haberse visto rodeado de toda clase de materiales que arroparan esta circunstancia, de objetos que la inmensa mayoría de la población del planeta jamás verá, hay una vacuidad profunda en el hecho de simplemente poseer objetos.
La sociedad capitalista fomenta el individualismo, la lucha por la supervivencia. En la sociedad estadounidense moderna las personas viven alienadas del fruto de su trabajo y entre sí. La cultura consumista que tantas revistas liberales condenan es una manifestación de la alienación de la sociedad capitalista moderna, que forma parte de la cultura decadente que, generación tras generación, apesta cada vez más.
Se echa la culpa a las armas. Se hacen llamamientos a un control normativo más estricto con las armas, lo que dejaría el monopolio de la violencia a la policía, que sustenta las actuales relaciones sociales. Pero el verdadero motivo del incremento de este tipo de actos y del trastornado estado en que viven los jóvenes es el orden social.
Quizá las familias de los niños que murieron en Sandy Hook no puedan restablecerse de verdad nunca. ¿Cómo van a poder hacerlo si llegarán las fechas de sus cumpleaños y las voces de esos valiosos niños no se escucharán y jamás se materializará todo su potencial?
A veces, la ciencia puede resultar insensible, pero en el núcleo de un revolucionario anida el deseo de cambiar el mundo, de ver desmoronarse el viejo orden en pos de algo mejor, más humano, basado en asegurar que todas las personas de la sociedad tengan porvenir.
El único modo de empezar a afrontar una tragedia como la matanza de Sandy Hook es abordar los problemas fundamentales que existen. En última instancia, es al sistema capitalista al que hay que culpar. Mientras exista, la vida de los niños corre peligro, ya sea por la violencia, el hambre, la negligencia o las catástrofes originadas por el calentamiento global. Todo ello hunde sus raíces en un sistema que ya no sirve.
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