jueves, 10 de enero de 2013

Honduras, cada vez menos Estado




Así decían antaño, despidiendo a los “pastores”, para clausurar la fiesta invernal e invitar a la reanudación de las tareas constructivas, con más brío, de ser posible.

En efecto, la Pascua de Navidad concluyó el día de ayer, 6 de Enero, día de los Reyes Magos, del buenazo San Nicolás (antítesis del germano-anglosajón Santo Klaus). De repente, si llega la austeridad al gobierno, también sería el fin de los “Reyes Vagos”, como les dice el pueblo a los altos funcionarios-turistas.

De algún modo, el retorno a la realidad, después del mágico influjo decembrino, es como reventar la pompa de jabón. Nada más que, en nuestro caso actual, trae el cognomento de la desesperanza, pues no se advierten señales de un cambio de suerte para mejorar.

A la perspectiva del crecimiento del desempleo, del encarecimiento del costo de la vida, de la insolvencia y el latrocinio en el Estado, se añade la jaqueca por el pago de las deudas contraídas, impagas y acrecidas por la multiplicación de los intereses.

La supuesta tabla de salvación de la venta de bonos, para saldar sueldos atrasados y la morosidad del gobierno con la empresa privada, no tiene sustentación porque la banca está ahíta de bonos irredimibles, y, por otra parte, los “bonos soberanos” tampoco tienen acceso al mercado internacional.

El estado de Honduras es lamentable. Califica entre los países de más alto riesgo económico, y eso significa que no tiene capacidad de endeudamiento, a la vez que no se le permite la venta de bonos soberanos a otros Estados. Esta es una verdad irrefutable, aunque poco admitida y del todo desconocida para los hondureños.

Hasta ahora las medidas fiscales puestas en práctica por el gobierno han resultado deplorables para los contribuyentes y contraproducentes para el desarrollo económico. Peor, todavía, cuando la recaudación tributaria no cumple con sus propias metas y el abuso en el gasto, más la desviación, han colocado al país en la bancarrota.

En el transcurso del período, a partir de 2010, se ha intentado una política gubernamental de diálogo, que siempre ha terminado en diálogo de sordos. Esto es así porque, en el fondo, no hay brújula que oriente el rumbo del país, y cada sector tira por su lado, sin tener lucidez para comprender que el interés nacional es el único norte.

El paciente desmantelamiento de la institucionalidad ha proseguido y tiende a afianzarse por efecto de la ausencia de integridad jurídica. Honduras es, en estas condiciones, cada vez menos Estado, y, en consecuencia, el espacio sicológico y moral de la nación se ha reducido, por no decir envilecido.

Este es un momento, entonces, en el que es imprescindible el liderazgo, el verdadero liderazgo político y moral con capacidad de sustituir y superar al desnaturalizado que dio el golpe de Estado 28-J de 2009, que ha gangrenado la institucionalidad y continúa corrompiendo el ser nacional.

De no surgir ese liderazgo, no habrá retorno en la ruta de la disolución nacional, y ese es el desafío político actual. Ser o no ser.

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