sábado, 23 de octubre de 2021

Centroamérica: Bicentenario bajo conflicto social y económico


Rebelión

Por Juan J. Paz-y-Miño Cepeda 

Desde un enfoque histórico-cultural, América Central debería comprender México, Guatemala, Belice, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Panamá.

Sin embargo, se ha impuesto una distinción restringida, porque México suele incluirse en Norteamérica, mientras Panamá y Belice quedan como países con sus propias características; de modo que se habla de la Centroamérica identificada con la antigua Capitanía General de Guatemala, que comprendió Chiapas, Guatemala, San Salvador, Comayagua (Honduras), Nicaragua y Costa Rica, territorios que formaban parte del gigantesco Virreinato de Nueva España (1535).

Centroamérica, como el resto de la América hispana, adquirió las bases de su fisonomía económica y social de largo plazo -que es el trasfondo histórico de su presente-, a partir de la conquista y la colonización. Las poblaciones indígenas fueron sometidas y subordinadas violentamente por los conquistadores, que fueron el instrumento de construcción del poder de los blancos y criollos propietarios de tierras y recursos. Las nuevas economías agrarias definieron la matriz estructural de cada país. Se impuso una profunda estratificación social, sobre la infamante explotación laboral de la enorme mayoría de las poblaciones, no solo indígenas y de negros esclavos literalmente cazados en África y trasladados al continente. Todos esos procesos han sido ampliamente estudiados y documentados por los académicos e investigadores latinoamericanos. No hay duda alguna que la conquista y el coloniaje fueron procesos de destrucción y dominio, que alimentaron la acumulación originaria para la España y la Europa mercantilistas; pero, al mismo tiempo, se fue construyendo la multiculturalidad que caracteriza a las sociedades. Sin embargo, los hispanistas radicales del presente se han lanzado a la revisión de la historia de la región (y de América Latina) para fundamentar sus posiciones políticas de ultraderecha, y argumentan, como lo han hecho los líderes del partido Vox en España al celebrar el Día de la Hispanidad (12 de octubre), que los conquistadores fueron “libertadores” de pueblos sometidos por Aztecas, Mayas e Incas y que, en la historia de la humanidad, ha sido un hecho trascendental la creación de una “comunidad hispana” creada por el vigor de la cultura transmitida por España en todas las geografías a las que llegó su imperio (https://bit.ly/3j9xICJ). Santiago Abascal, presidente de Vox, sentenció en su discurso: «Qué orgullo sentirnos herederos de quienes descubrieron el nuevo mundo» (https://bit.ly/3ARtzsR). Me he referido a este tema en un artículo anterior (https://bit.ly/2XigYBo)  

Los procesos de la independencia centroamericana se iniciaron el 16 de septiembre de 1810 con la revolución lanzada en México por el sacerdote Miguel Hidalgo. Fue una impresionante movilización de indígenas y campesinos que, por eso mismo, provocó la reacción brutal de las autoridades contra semejante insurrección de la plebe. Las distintas fases independentistas culminaron el 27 de septiembre de 1821, con la entrada triunfal del Ejército Trigarante, encabezado por Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero, a la Ciudad de México. Pero en el resto de Centroamérica, la independencia no adquirió los rasgos insurgentes como en México y fue proclamada el 15 de septiembre de 1821. El bicentenario de tales hechos se ha celebrado en todos los países que se liberaron así del colonialismo, un hecho de significación humana mundial, porque las independencias latinoamericanas fueron las primeras, en los albores del régimen capitalista, en tanto que los países coloniales de Asia y África solo lograron sus independencias a partir de la segunda mitad del siglo XX.

Severo Martínez Peláez, en su apasionante libro La Patria del criollo. Ensayo de interpretación de la realidad colonial guatemalteca (1994), supo dejar en claro la esencia de las herencias con las que, literalmente, se formaron patrias criollas centroamericanas, en las cuales el poder republicano se construyó sobre la base de economías primario-exportadoras, sujetas al dominio de poderosas familias, que conservaron las estructuras de la exclusión social, la explotación humana, el racismo y el clasismo. Exceptuando Costa Rica, los otros países de la subregión tienen una larga historia de gobiernos, dictaduras, guerras civiles e intervenciones norteamericanas, que solo protegieron y afirmaron sistemas oligárquicos. Desde mediados del siglo XX a esas repúblicas oligárquicas se unió el anticomunismo de la guerra fría, que convirtió el suelo centroamericano en zona de persecución, tortura y muerte para todo inculpado de izquierdista, que incluso llevó al genocidio de pueblos indígenas, como ocurrió en Guatemala. Las patrias criollas y oligárquicas, expresiones de las “banana-republics”, se salvaron con guerras civiles contra sus propios pueblos, a pretexto de combatir las guerrillas. La excepcional situación de Nicaragua bajo la dinastía Somoza, explica el triunfo del Sandinismo (1979-1990), finalmente derrotado bajo la conjura de la “contra”, el intervencionismo norteamericano y la pérdida electoral. El camino de la paz, en toda la región, solo logró levantarse después de décadas de violencia. Pero se sumaron nuevos fenómenos: el narcotráfico, la extendida corrupción, las maras, la imparable migración hacia el norte, la inseguridad, la ausencia de democracia real, pues solo se conservaron las formas representativas.

El neoliberalismo, como ocurrió en toda Latinoamérica, llegó en las décadas de los 80 y 90 del pasado siglo. En el eje de los nuevos caminos estuvieron la deuda externa, los acuerdos con el FMI, la globalización transnacional, el derrumbe del socialismo, la ideología empresarial. Y, como en todos los países, trajo consigo el deterioro sistemático de las condiciones de vida y de trabajo, acompañado por el enriquecimiento más escandaloso de las oligarquías centroamericanas y la promoción de sectores medios que igualmente pudieron acceder a las ventajas de esa modernidad capitalista ligada a las elites del poder. Existen estudios de todo tipo al respecto de esa evolución reciente de las sociedades centroamericanas, que han experimentado cómo se derrumbaron, aún más, las condiciones humanas, a consecuencia de la pandemia del Coronavirus, atendida en forma caótica, desigual y sin Estados fuertes.

Frente a ese panorama, que ha motivado los cuestionamientos a la conmemoración del bicentenario independentista centroamericano, no hay duda que la excepción ha sido Costa Rica. Tras la independencia, fue el único país que logró construir una república basada en consensos políticos, afirmación institucional y búsqueda de bienestar para el conjunto de la población. Varios logros avanzaron durante el siglo XIX y con la hegemonía liberal (1870) hubo pasos mayores en cuanto a educación pública y gratuita, así como en la inversión en obras, infraestructuras y servicios. La legislación social y laboral fue temprana en el siglo XX. Y tras la última guerra civil de 1948, Costa Rica, con un nuevo acuerdo político -del que surgió la Segunda República-, suprimió el ejército (único país latinoamericano) y, además, inició la construcción de una economía social (sustentada en el ideario socialdemócrata), comparable con la que edificó Europa después de la II Guerra Mundial. Entre la década de 1950 y 1970 el crecimiento económico y, sobre todo, el desarrollo social con equidad, hicieron de Costa Rica un país excepcional por su calidad de vida, como el que también tuvo Uruguay, en Sudamérica.

Es indiscutible, desde la perspectiva histórica, que Costa Rica comprobó que el fortalecimiento del Estado y sus capacidades para conducir la economía (incluso llegó a nacionalizar los bancos, así como a impedir ciertas importaciones para favorecer su propia industria), para extender bienes y servicios públicos y garantizar derechos laborales, seguridad social y derechos colectivos de distinta naturaleza, son, en América Latina, las vías para construir mejores sociedades.

Por desgracia, durante las décadas finales del siglo XX también penetraron en Costa Rica las consignas neoliberales. Como era previsible, esas consignas finalmente destruyen los logros históricos de toda sociedad latinoamericana, de modo que Costa Rica ha comprobado que mientras la economía social brinda progreso con equidad, la economía empresarial-neoliberal destruye lo que ya se ha logrado. Una experiencia histórica que permite distinguir los dos modelos en conflicto en el siglo XXI y sus alcances en toda Latinoamérica: el neoliberal-empresarial y la economía social. Ambos ofrecen sus experiencias históricas en toda la región.


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