miércoles, 6 de octubre de 2021

Cómo pensar el imperialismo en el siglo XXI


La Izquierda Diario

Por Esteban Mercantante 

El viernes 24/9, Esteban Mercatante presentó su libro El imperialismo en tiempos de desorden mundial en el XXIII Encuentro del Centro de Estudios Alexander von Humboldt. A continuación, reproducimos el video y desgrabación de su exposición.

Agradezco la oportunidad de presentar el libro El imperialismo en tiempos de desorden mundial en este encuentro del Centro de Estudios Alexander von Humboldt. El volumen reúne artículos de mi autoría y numerosas entrevistas y otros intercambios con algunos de los autores de algunos de los trabajos más relevantes sobre la cuestión en del imperialismo en la actualidad que fueron publicados recientemente. Se pueden encontrar acá entrevistas y discusiones con Leo Panitch, Sam Gindin, John Smith, Tony Norfield y Patrick Bond.

Los artículos compilados buscan indagar desde distintos ángulos cuáles son los aspectos centrales para dar cuenta de cómo se estructura el sistema mundial capitalista hoy, y de las tensiones crecientes que atraviesa las relaciones entre los Estados más gravitantes.

Esta idea de desorden mundial que está en el título busca dar cuenta desde una mirada marxista de las raíces de las tendencias cada vez más conflictivas que observamos en las relaciones entre algunos de los Estados más gravitantes, que se aceleraron durante el último lustro. La selección de artículos permite hacer un recorrido cronológico de la profundización de esta creciente tensión, que ha derivado en el regreso de las hipótesis de conflicto entre potencias en la preparación de las agencias de defensa de los países más poderosos.

A diferencia de los enfoques más tradicionales de las relaciones internacionales ya sea que nos refiramos a realistas, internacionalistas o universalistas, desde el enfoque marxista que informa los trabajos que publico ponemos hincapié en la importancia de analizar las relaciones interestatales dentro de las determinaciones que hacen al sistema mundial capitalista como totalidad concreta. Es decir, abordando el accionar y disputas de los estados como una dimensión integral con las relaciones entre las clases, determinadas por las condiciones –mundiales– de la acumulación de capital y las contradicciones que atraviesan a esta. El aporte fundamental de las teorías del imperialismo fue este abordaje, que supera cualquier noción abstracta y ahistórica de equilibrio de poderes, además de evitar tomar a los Estados y sus juegos como actores excluyentes o autónomos.

Un presupuesto básico de la indagación que realizo es que imperialismo, como capitalismo, es una categoría que debemos considerar históricamente. Así como las teorías del imperialismo desarrolladas por Lenin y toda una serie de autores, en una indagación que comenzó ya a finales del siglo XIX y terminó en la segunda década del siglo XX con toda una serie de contribuciones más “clásicas”, buscaba dar cuenta de una transformación histórica del modo de producción capitalista, que tenía que ver con el desarrollo de los trusts y cartels, y lo que Hilferding, y Lenin siguiendo su elaboración categorizaron como capital financiero; y al mismo tiempo, señalaban la ruptura de lo que habían sido los equilibrios en las relaciones interestatales, con el dominio británico, en los cuáles se había basado la expansión del capitalismo a finales del siglo XIX y comienzos del XX. De igual forma, la teoría del imperialismo hoy tiene que introducir todos los cambios en las coordenadas estratégicas que se dieron desde entonces. Por solo mencionar algunas: el desplazamiento del centro de poder capitalista mundial que ya se mostraba a finales de la I Guerra pero se termina de consolidad definitivamente con la II GM, de Europa a América del Norte; la creación por parte de EE. UU. de todo un sistema de gobernanza que desplegó esta para consolidar su dominio y articular a través de la OTAN, alianza creada con miras a la guerra fría, y su reformulación posterior al colapso de la URSS; la llamada globalización durante las últimas décadas; el pos 11S con el despliegue del Proyecto de Nuevo Siglo Norteamericano y su posterior empantanamiento; Lehman y Gran recesión; y finalmente el surgimiento de China.

El análisis que desarrollo a lo largo del libro plantea la importancia de la teoría del imperialismo como esquema a partir del cual abordar estas transformaciones. La actualidad de la teoría del imperialismo se plantea al menos en esta serie de dimensiones:

• El sistema mundial capitalista se sigue caracterizando por la existencia de una jerarquía de países. Esta no se da en la actualidad a través de relaciones de subordinación formal, sino que opera en el marco de un sistema de Estados que reconoce a todos los territorios salvo algunas excepciones la soberanía formal. Detrás de esta, la asimetría en capacidad económica y militar determina el distinto peso de los Estados en influencia sobre el resto y en el rol que pueden jugar en los dispositivos de gobernanza mundial. Si ya de por sí las asimetrías económicas están en la base de los procesos de desarrollo desigual y polarización, esto se refuerza por el uso que hacen los países más poderosos de su peso para imponer las reglas que más se ajustan a sus intereses, generando condiciones que les permitan a sus capitales enriquecerse en todo el planeta a costa del resto. En ese sentido, la distinción entre Estados opresores y oprimidos mantiene toda su actualidad;

• El imperialismo como un fenómeno múltiple. Es decir, que existen una serie de potencias que compiten entre sí y disputan por esferas de poder. No hay un “imperio” ni nada que se le parezca. Y si bien se pueden crear condiciones que durante un período, incluso uno prolongado, converjan los intereses entre potencias y se mitiguen los conflictos, la inevitable transformación de la fuerza relativa de los países, como resultado del desarrollo desigual, conduce más temprano que tarde a conflictos.

• Tenemos que entender al imperialismo como resultado de transformaciones estructurales del capitalismo y de su pleno dominio de una economía mundial sometida a la lógica de la valorización. No es simplemente una “política” de un sector de la burguesía, o de estamentos de los Estados capitalistas bonapartistas o bismarkistas, como sostenían Kautsky y otros autores, sino que surge de las contradicciones que el capitalismo internacionaliza cuando llega a dominar todo el planeta;

• El imperialismo era definido por Lenin como reacción en toda la línea. Si en ese momento era la fuerza de avanzada para imponer las relaciones de producción capitalistas donde todavía no dominaban –cosa que podía hacer al mismo tiempo que se aliaba con las fuerzas sociales más retrógradas para afianzar su régimen de opresión– un siglo después esta afirmación es todavía más cierta. Cualquier ascenso de la clase trabajadora y los sectores populares que ponga en crisis los regímenes políticos de cualquier país dependiente, que apueste a cuestionar las relaciones capitalistas y las restricciones que estas imponen, como hemos visto por ejemplo en la primavera árabe, no tiene que enfrentarse solo a la clase dominante local y las fuerzas represivas de su Estado, sino también a la intervención del imperialismo a través de medios militares, económicos y financieros, y un largo etc.;

• Si bien todavía en tiempos de Lenin y los primeros años de la III Internacional se le daba un carácter todavía algebraico a la ubicación de las burguesías de los países oprimidos frente al imperialismo, la experiencia de lucha contra la opresión imperialista en la década de 1920 terminó de mostrar que en esta época la burguesía se convirtió en un aliado del imperialismo en el sostenimiento de la opresión, y no en un posible aliado en la lucha contra la misma. Esto no hizo más que reforzarse, y hoy la burguesía de los países dependientes está más que nunca unida por mil lazos con el imperialismo y no tiene ningún interés en atacar las condiciones de dependencia.

Se trata, obviamente, de puntos que hace tiempo vienen sometidos a debate. Dentro de lo que podríamos llamar, siguiendo a Razmig Keucheyan, el hemisferio izquierdo del arco ideológico, está lejos de haber consenso sobre la relevancia del imperialismo. Por eso, esta discusión sobre la actualidad y el significado del imperialismo hoy que desarrollo a lo largo del libro, la realizo en diálogo o polémica con autores que proponen diversos enfoques, más favorables o críticos a la teoría del imperialismo.

A grandes rasgos, encontramos hoy tres posicionamientos ante esta cuestión. En primer lugar, quienes sostienen que la globalización constituye un punto de quiebre cualitativo, y que, en concordancia con este salto en la integración de los procesos económicos, el poder también se trasnacionalizó. En esta corriente podemos ubicar el vaporoso imperio de Hardt y Negri, y también a toda una serie de teóricos que hacen eje en el avance de los procesos hacia la conformación de una clase capitalista y un Estado trasnacionales, como William I. Robinson, William K. Carroll o Ernesto Screpanti. Con salvedades, Rolando Astarita también se ubica en este espectro de quienes enfatizan el cambio epocal de la globalización en un sentido emparentado con estos autores, aunque sin necesariamente suscribir a todas sus conclusiones. En segundo lugar, podemos ubicar a quienes reconocen la presencia de centros de poder geográficamente distinguibles, que actúan para imponer un determinado orden, en el sentido de que no es todo reducible al mandato del capital, pero que, al mismo tiempo, enfatizan que los Estados juegan este rol en beneficio del capital social global, sin que ninguna competencia entre ellos (ni que hablar rivalidades estratégicas) juegue un rol significativo. Con variaciones, estos hacen suyo el término imperio, pero con él refieren a una política de poder territorial bien definida, en las antípodas de lo que apuntan Hardt y Negri. En esta línea podemos ubicar en primer lugar a Leo Panitch y Sam Gindin, quienes lo afirman en La construcción del capitalismo global que, desde la posguerra, EE. UU. domina el planeta integrando de forma subordinada a las demás potencias (y al resto de los países) bajo su imperio informal. También Ellen Meiksins Wood y Perry Anderson (como podemos leer en sus textos “Imperium” y “Concilium”) sostienen con matices posturas afines a esta noción de que EE. UU. está constituido como un “imperio” que, al menos hasta tiempos recientes, no afrontó desafíos considerables a su poderío. Finalmente, en una tercera mirada, distintos autores sostienen la necesidad de caracterizar las relaciones que dominan el sistema mundial capitalista como imperialistas, algunos de ellos proponiendo alguna forma de “nuevo imperialismo”. Una de las intervenciones más clásicas con este término corresponde a David Harvey que, en 2003, cuando tuvo lugar la guerra de Irak, escribió un libro titulado nada menos que El nuevo imperialismo. Desde entonces, sin embargo, Harvey destacó en varias oportunidades su insatisfacción con la “rigidez” de las categorías de la teoría del imperialismo, afirmando que “no funcionan demasiado bien en estos tiempos”. Por eso nos parece que sería engañoso incluir a Harvey en este tercer enfoque, o, al menos, hacerlo de forma no problemática. Otros autores que sí podemos incluir dentro de esta corriente heterogénea son Peter Gowan, Claude Serfati y Alex Callinicos. Claudio Katz en la Argentina. También podríamos contar a John Smith, autor de Imperialismo en el Siglo XXI, dentro de este conjunto. Pero hay que decir que en la mayoría de los casos la elaboración de estos autores adopta la categoría y su vigencia en solo una de las dos dimensiones de las que esta busca dar cuenta en las elaboraciones “clásicas”. Por ejemplo, Callinicos se enfoca exclusivamente en la cuestión de las rivalidades interimperialistas, sin otorgar mayor relevancia a la expoliación de los países imperialistas sobre el resto del mundo, que no es negada de plano pero sí relativizada en extremo. El autor engloba dentro de una corriente “tercermundista” –que en su opinión es errónea– a todo el conjunto de teóricos marxistas de la dependencia. En ningún momento se adentra Callinicos en una mayor distinción entre corrientes y autores, para delimitar aquellos enfoques de la “relación Norte-Sur” que puedan resultar más esquemáticos y parciales, de la importancia de considerar las problemáticas teóricas de las que buscaban dar cuenta, más allá de sus aciertos y errores. Por eso, el análisis de cómo varios de los mecanismos identificados por algunas teorías marxistas de la dependencia actuaron y continúan haciéndolo hoy, queda relegado a un segundo plano, en el mejor de los casos. La posición de Callinicos es la respuesta a la tendencia opuesta, que efectivamente caracterizó a algunos exponentes de la teoría de la dependencia, a identificar imperialismo simplemente con opresión del Sur Global, sin introducir en el análisis las rivalidades interimperialistas y desligando la cuestión de la liberación de los pueblos oprimidos y la lucha del proletariado en los países imperialistas, cuestiones que verdaderamente el imperialismo separa pero que la lucha revolucionaria contra el capitalismo y el imperialismo debe unir, si aspira a triunfar.

En mi opinión, la competencia y el conflicto –potencial o efectivo– entre los países imperialistas, y la expoliación del conjunto del planeta llevada a cabo por las empresas trasnacionales y las finanzas globales son dos dimensiones que, lejos de oponerse o separarse, deben ser abordadas de manera integral como parte de una comprensión del imperialismo contemporáneo. Ambas dimensiones deben ser pensadas de forma conjunta para elaborar una teoría del imperialismo que dé cuenta de cómo la economía mundial hoy está moldeada como una totalidad jerarquizada, como resultado de la acción articulada del capital global y los Estados más poderosos. Este es el abordaje desde el cual desarrollamos las elaboraciones que se encuentran en esta publicación.

Es a partir de estas consideraciones que realizamos el análisis de la etapa actual. En el libro abordamos tres núcleos problemáticos, que nos parecen clave para comprender el imperialismo en una coyuntura que se encuentra muy marcada por la fluidez y la crisis. Estos tres núcleos son:

• La internacionalización productiva, sus raíces y efectos;

• La perspectiva del imperialismo norteamericano;

• El desafío de China al orden imperialista.

Voy a sintetizar algunos de los aspectos planteados en cada uno de estos núcleos.

La internacionalización productiva es el punto de partida para abordar la reorganización del sistema mundial capitalista durante las últimas décadas. Si ya a principios del siglo XX los marxistas revolucionarios planteaban como contradicción aquella que tenía lugar entre las fuerzas productivas internacionalizadas y las relaciones de producción encerradas dentro de las fronteras nacionales, y León Trotsky hablaba de la economía mundial como una “realidad superior” a la que se subordinaban los mercados nacionales, lo que queremos marcar es que desde finales de los años ’70 entramos en una fase de salto cualitativo de la internacionalización. Y lo característicamente novedoso es que el propio proceso productivo se internacionaliza. Después de la larga crisis que puso fin al boom de posguerra en los países capitalistas desarrollados, una serie de reestructuraciones y relocalización de la producción, o partes del proceso, en otros países. Esto no ocurrió de un día para el otro, es un proceso incremental, que dio lugar al surgimiento claro, sobre todo desde comienzos del milenio, de las llamadas cadenas globales de valor. No hay un motor excluyente de este proceso de internacionalización productiva, pero uno de los más poderosos ha sido sin duda la búsqueda de fuerza laboral más barata y con menos derechos. También menores impuestos, o más flexibilidad en requisitos en materia del cuidado ambiental. Toda una ingeniería al servicio de este proceso como los export procesing zones. Incentivo de los países pobres o emergentes para competir en una “carrera hacia el abismo” que resultó altamente favorable para el capital trasnacional.

Bajo estas condiciones, se generó una posibilidad de encarar en gran escala el llamado arbitraje global de la fuerza de trabajo. Capital móvil mundialmente, mientras que la fuerza laboral tiene una movilidad mucho más limitada y que se reduce a medida que baja la escala de ingresos y capacitación. Las políticas migratorias de los estados se volvieron un elemento central en una regulación de la fuerza de trabajo favorable al capital.

En ese sentido, la internacionalización productiva tuvo una serie de efectos muy relevantes que fueron claves en el funcionamiento del capitalismo durante los últimos 40 años.

• El capital reforzó su poder de disciplinamiento de la fuerza de trabajo. “duplicación” de la fuerza laboral global, puesta en competencia de las fuerzas laborales de todo el planeta, tendencia bajista de las remuneraciones.

• Fortalecimiento del capital trasnacional, abrumadoramente basado en los países capitalistas desarrollados. El terreno de la competencia entre empresas multinacionales pasó a estar asociado por una expansión de sus operaciones internacionales, lo que fue de la mano de una concentración y centralización que se produjo cada vez más en una escala internacional. Inversiones en países emergentes, fusiones y adquisiciones que dejaron empresas locales en manos del capital multinacional, todo eso determinó que aumentara el nivel de extranjerización en casi todos los países, mientras una parte mayor del aparato económico pasaba a estar en manos de las empresas imperialistas. Por supuesto, de esta extranjerización y expansión internacional participaron también sectores del capital de varios países dependientes, no es un fenómeno exclusivo del imperialismo. Pero casi sin excepción, para todos los países el saldo fue un mayor control del capital trasnacional imperialista;

• Las ganancias del capital imperialista se multiplicaron mientras la reestructuración productiva desplazó a los países imperialistas del lugar central que ocupaban en la economía mundial. Desarrollo desigual internacional. Entre 2000 y 2019, los llamados países desarrollados cayeron en participación en la inversión extranjera, tanto en lo que hace a destino de la misma como a su origen. Se redujo en términos absolutos y relativos la fuerza de trabajo que opera en el sector manufacturero en este grupo de países, mientras creció en el resto del planeta. También perdieron participación en el Valor Agregado Bruto Manufacturero;

• Por supuesto, las posibilidades que encontraron algunos países de ascender posiciones en la escala de desarrollo como resultado de este desarrollo desigual encontró límites, dados por el lugar predominante que tuvo el capital trasnacional en moldear el proceso y apropiarse de sus ganancias. Solo casos sumamente excepcionales, muy vinculados a determinados intereses del imperialismo, pudieron acercarse más a traspasar el umbral hacia condiciones de verdadero desarrollo. Más bien lo que primó fue una “carrera hacia el abismo”, por atraer capital ofreciendo cada vez más concesiones en materia de bajos salarios, flexibilización laboral, desatención del ambiente, desgrabaciones fiscales, etc. El caso de China es una excepción que no puede simplemente ser incluido en un “ascenso del Este” como tienden a hacer autores como David Harvey.

Esta reconfiguración del capitalismo global y sus efectos, son centrales para dar cuenta de las trayectorias de las formaciones que son objeto de estudio en el resto del libro.

En el caso del imperialismo norteamericano, la discusión sobre las dificultades que viene afrontando EE. UU. para sostener su primacía indiscutida y mantener las condiciones del orden mundial que la tiene como superpotencia, la fuimos desarrollando a medida de, bajos los efectos de la crisis de 2008 y sus consecuencias duraderas, se fue configurando una situación de polarización política y social, que terminaría con Trump en el gobierno. Las razones que llevaron a Trump, y los efectos que su presidencia produjo en la situación de EE. UU. en el mundo, son un claro foco de análisis de artículos y entrevistas.

Pero esto lo analizamos bajo la luz de una mirada de más largo plazo de cómo las transformaciones mundiales de las que el imperialismo norteamericano fue el principal impulsor repercutieron en su lugar en el mundo. Como observé antes, la internacionalización productiva que benefició sobre todo a las multinacionales de los países imperialistas, y por tanto a la extracción de riqueza que fluye hacia estos últimos, significó también que quedaran relegados en materia de crecimiento. EE. UU. reafirmó la primacía de sus empresas en sectores estratégicos, y se aseguró, al menos hasta hace poco tiempo atrás, un dominio indiscutido en la tecnología. Pero lo hizo al precio de establecer condiciones que le restaron centralidad y favorecieron el surgimiento de un nuevo polo de poder mundial que puede aspirar a poner en cuestión su poder indiscutido. EE. UU. sigue liderando en productividad de acuerdo a la mayor parte de los indicadores. Sin embargo, mirando el conjunto de su estructura productiva y no solo el liderazgo que mantiene en algunos sectores de alta tecnología puede afirmarse que la “ley de la productividad” (Trotsky) se le está volviendo en contra al menos parcialmente. Como se puede ver en la competencia “cabeza a cabeza” en el 5G o en la inteligencia artificial –y se plasma en dimensiones más “triviales” pero que inquietaron a Silicon Valley como el inesperado auge de Tik Tok–, mantener la primacía es cada vez más una lucha cabeza a cabeza. Remarquemos nuevamente que las mismas condiciones que complican la posición de EE. UU. son resultado de cómo los capitales estadounidenses abrazaron la internacionalización, y salieron beneficiados.

Las consecuencias de la reestructuración que atravesó el capitalismo norteamericano durante estas décadas de internacionalización productiva se miden en un aumento profundo de la desigualdad que se viene produciendo hace décadas y, sobre todo pos Lehman, en un deterioro social profundo, que alimentó los descontentos cuyas derivaciones explican lo que algunos analistas definieron con preocupación como la “furia populista” que aupó a Trump. La salida de Trump de escena no eliminó estas raíces, y por eso vemos una sucesión de gestos de Biden para hablarle a esa base social, aún más descontenta después de la pandemia y sus estragos. Similar trayectoria de “crisis orgánicas” y “furias” observamos durante la última década en otras latitudes. Desde la crisis de 2008, además del Brexit y la corrosión por derecha y por izquierda del “extremo centro” de los regímenes políticos en la UE, registramos también dos oleadas de profunda lucha de clases que recorrieron el planeta. Esta se está reanimando ahora, al calor de la pandemia.

Hay una cuestión que plantea Perry Anderson, que a mí me parece muy interesante y creo que da cuenta bien de las contradicciones que vienen dividiendo a la clase dominante norteamericana. Y esto es que un supuesto básico del funcionamiento del orden mundial moldeado por EE. UU. era que la primacía norteamericana fuera el corolario de la civilización del capital, es decir, que por su primacía económica y tecnológica EE. UU. sería el principal beneficiario de la profundización de la internacionalización capitalista.

Bueno, esto queda puesto en cuestión desde hace tiempo.

Está claro que EE. UU. sigue siendo una potencia cuyo poderío excede con mucho al de cualquier otro Estado. Pero el orden mundial creado para asegurar su primacía se viene planteando como crecientemente disfuncional. Eso, y no solo la crisis política interna, contribuyen a explicar la llegada de Trump y su “America First”. Con Trump se aceleraron todas estas tendencias preexistentes. El gobierno de Biden está exhibiendo, tanto en distintos terrenos que la idea de volver a una “normalidad” pre-Trump, que no era tal porque ya se había extraviado mucho antes de la llegada del magnate, no es nada sencillo. Y al contrario, como mostró el affaire con Francia por los submarinos, más bien Biden continúa moviéndose a un escenario de mayores tensiones y rupturas.

Finalmente, China. Hay dos aspectos en debate. El primero es qué es China en términos de formación social. Yo busco dar cuenta de un proceso contradictorio pero sostenido de restauración capitalista. La restauración capitalista en China que tuvo lugar en los marcos del régimen del PCCh, conservando el Estado amplias atribuciones que siguen siendo centrales en la dirección de la economía y la organización social. Esta “hibridación” entre estatalismo e inserción protagónica en los flujos de circulación globales del capital es un atributo distintivo del desarrollo desigual y combinado que caracteriza a la formación económico-social china en la actualidad. Ambas facetas son fundamentales para entender el derrotero peculiar de China, distinto al de cualquier país dependiente o semicolonial. Esto le permitió durante mucho tiempo manejar las contradicciones de lo que ahora se puede estar acelerando, que es la crisis de un esquema basado en endeudamiento masivo para sostener el crecimiento. Hay que ver si el evento de Evergrande se convierte en el catalizador de la crisis de un sector inmobiliario que viene funcionando hace tiempo con niveles de apalancamiento insostenible, y cuáles pueden ser los alcances de esa crisis.

La segunda cuestión es el lugar que ocupa China en el orden internacional, interrogante central para caracterizar a dónde se dirige el sistema mundial capitalista. Sobre esto encontramos posturas que no podrían ser más divergentes, una muestra de la complejidad que encierra. Au Loong Yu se refiere a China como un imperialismo en proceso de construcción o constitución, que todavía no se ha consumado. Esta podría ser la caracterización que mejor dé cuenta de la posición actual de China. Hay que evitar darle a esta noción el sentido de un proceso que se concretará inevitablemente. Está rodeado de múltiples amenazas, tanto por la existencia de muchas “Chinas” en China a causa de las desigualdades productivas, como por las profundas tensiones creadas por el proceso de desarrollo capitalista que crea descontentos tanto entre quienes siguen resistiendo ese proceso como entre quienes lamentan que no vaya a un ritmo suficientemente rápido. Más allá del devenir, “imperialismo en construcción” permite dar cuenta del lugar que ya tiene China.

En el libro realizo un análisis de distintas dimensiones de poder económico y estatal de China en relación a las principales potencias imperialistas: tamaño de su economía, inversión extranjera, moneda, sistema financiero, innovación, poder militar. Dimensiones “cualitativas” (soft power, aliados, etc). En numerosas medidas objetivas está por delante de algunas de las principales potencias imperialistas, aunque muy por detrás de EE. UU.

Hay dos discusiones que se entremezclan en la mayor parte de los análisis sobre el lugar de China, y que hay que tratar de separar aunque están muy entrelazadas: la primera es cómo se ubica China dentro del “concierto de naciones”, es decir, en qué medida su posición la ubica ya como una potencia; la segunda es si disputa el liderazgo mundial. Estas dos cuestiones se confunden, y muchas veces la noción de que China pudiera estar convirtiéndose en una potencia imperialista se descarta al comparar su posición en relación al país dominante, EE. UU. Acá la distancia sigue siendo enorme, aunque se reduce en algunos planos. Pero si en vez de esto tomamos su posición en relación con los demás países imperialistas, abordando de conjunto una serie de parámetros, observamos otro resultado. China está detrás –y bien lejos– de EE. UU., pero empieza a superar a los demás países imperialistas en muchos terrenos. Con un montón de heterogeneidades en su estructura económica y otras debilidades, como veremos, pero lo hace. Por un lado, considerando una serie de dimensiones de manera conjunta, resulta cada vez más difícil decir que China no alcanzó ya un lugar de país imperialista al nivel de algunos de los más poderosos del mundo –excluyendo a la principal potencia, EE. UU., con la que no se compara–. Por otro lado, toda una serie de rasgos que conserva de país dependiente y de atraso económico en algunas regiones, hacen que sea impensable otorgarle todavía esa caracterización. En el marco de esas dos tendencias contradictorias que subsisten, lo que parece claro es el sentido en que se está moviendo.

Con los debates que integran esta compilación, aportar elementos para abordar una coyuntura sumamente fluida en la cual, todo lo indica, la trayectoria hacia rivalidades más exacerbadas seguirá marcando la tónica –entre EE. UU. y China, en primer lugar, pero junto con ellas al resto de las potencias, que ya son arrastradas a posicionarse, y lo serán aún más a medida que se agudice el conflicto–. Para quienes aspiramos a terminar con este sistema capitalista, basado en la explotación y en la opresión de todo el planeta, definir el estado de situación del imperialismo resulta una cuestión de primer orden para la actividad revolucionaria.


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