martes, 5 de octubre de 2021

El peso de la memoria y la desmemoria

 


Defensores en Línea

El día del bicentenario, sin haber hecho una valoración seria de esos dos siglos transcurridos tras los 5 siglos de dominación y esclavaje, las elites hondureñas no aprovecharon para rememorar, para rectificar o para excusarse. Aprovecharon el evento para olvidar. Para huir.

Los militares, empobrecidos por su rol de guardianes de grupos corruptos y delincuenciales, exhibieron sus viejos fierros en el cumpleaños de la república y se comportaron lejos del Manifiesto de David. Sin luz, sin propuesta.

Los políticos, enriquecidos con la debilidad institucional que les facilitó el golpe de Estado de 2009, verbalizaron en sus discursos la pobreza histórica y la miseria ética que los corrompe. Usaron el bicentenario para defenderse de la mácula narcótica que les identifica.

Las organizaciones de resistencia moral como el Cofadeh, en cambio, se empeñaron en sostener la memoria como herramienta de educación popular, como Morazán lo proponía siempre para liberar el alma de los pueblos. En ese comprendido, fueron exhibidos los rostros de hombres y mujeres desaparecidos por el Estado hace 40 años, para levantar el grito contra esta impunidad post colonial.

No es fácil para una organización de víctimas sostener con vivo interés en el imaginario colectivo una empresa de tal dimensión, porque a veces se olvida el deber permanente de la sociedad que no debe nunca olvidar su pasado para nunca tolerar su repetición.

Las lecciones de insistencia, persistencia y resistencia de los pueblos originarios son un bello ejemplo, un doloroso ejemplo, que a pesar de haber soportado estos 700 años de colonización y neocolonización violentas, están ahí, viven aquí entre nosotros y los otros, y entre los demás, sin haber olvidado sus saberes, sobreviviendo a pulso la humillación y el despojo racista, capitalista y fascista.

El gran conjunto de las primeras nociones sobre estos territorios de América, incluyendo las naciones hondureñas que habitaban antes de 1492 y que sobreviven hoy, han tenido que soportar la imposición de religiones sobre sus espiritualidades, el robo de sus territorios y la perversión de sus culturas, con el pretexto de salvarlos del paganismo y el espiritismo.

Los clérigos, las jerarquías y las sectas imperiales han tratado siempre a cualquier costo de matar la conexión autóctona con el universo, la tierra y el alma humana, de hacer olvidar para borrar la existencia indígena de la faz de la tierra y dejar el camino libre al capitalismo destructor, insaciable y violento, eso que llaman evangelización y civilización. Este ha sido en gran parte el papel histórico de un sector de la iglesia romana que representa el señor Oscar Andrés Rodríguez.

Este obispo capitalino, que se había callado después del golpe tras comprometer seriamente la influencia del cristianismo católico en Honduras, ha vuelto esta semana a sumarse a la estrategia electoral de su partido cachureco. Ha levantado su voz por la campaña de vida contra el aborto, como si el mundo no supiera que un sector del clero conservador de norteamérica, que ha financiado por años las operaciones de la arquidiócesis de Tegucigalpa, es cómplice y actor directo de la colonización inglesa y francesa que mató, sepultó y ocultó miles de niños y niñas indígenas en los pensionados y en las parroquias hasta hace solo unos años atrás. Y es la historia en Guatemala. En Paraguay. En Estados Unidos y Canadá. En África. En fin…

Este discurso desmemoriado del obispo Rodríguez Maradiaga alrededor de su gran preocupación por la vida y los intereses materiales de la iglesia afortunadamente no está libre de la memoria histórica, más bien está sujeto a la memoria. Por eso cuando él pretende asustar a los electores diciéndoles que hay partidos que van a volver a separar las iglesias del Estado, como planteó Francisco Morazán, es preciso volverle a recordar que el maridaje de religiones y políticos, de intromisiones eclesiales en la vida institucional del Estado, es una estrategia conocida para despojar a los pueblos de sus tierras, de sus culturas y de sus luchas. Y para bendecir negocios sucios y para ungir materias alucinógenas. Y eso no se puede permitir en este siglo.

Por eso es que es difícil para una pequeña organización mantener en el ambiente una campaña contra la impunidad por delitos de lesa humanidad cometidos hace 40 años. Es difícil porque se lucha contra instituciones de dos mil años que se aferran a un status quo del que dependen, del cual se nutren en muchos sentidos. Y contra instituciones mediáticas y políticas tradicionales, que están lejos de comprender la sociedad del presente y del futuro, sin olvidar el pasado. Ese pasado que les acusa  y ese pasado que bota a tierra sus discursos santurrones del presente.

En este contexto, las intervenciones discursivas de Hernández en México y en Nueva York son ejemplos de cómo las élites locales huyen de sus responsabilidades históricas con el país. Ir a la asamblea general de la ONU a pedir dinero bajo el argumento que Honduras es el país más afectado por el cambio climático no es inteligente ni es verdad. Los países de África subsahariana e islas del pacífico lejano están en peores condiciones por el aumento del nivel del mar y por el desarreglo del clima. Honduras se inunda y se desliza, porque los destructores capitalistas no respetan las cuencas, porque dinamitan las montañas extrayendo metales y reemplazan los bosques de coníferas por café y pasto para vacas y cultivos de coca. Esa es la otra parte de la verdad por la cual no se puede culpar a la perturbación del clima que producen los países ricos, contaminantes.

Ir a la asamblea general de la Celac y de las Naciones Unidas a acusar a las cortes federales estadounidenses de estar asociadas con Netflix, para producir nuevas series con los socios políticos y militares del Chapo en Honduras, eso es extremo. Es bien atrevido haber hecho eso. Tiene el perfil de una autodefensa comprensible, pero tremendamente dañina para la imagen de Honduras. De la Honduras asaltada por las mafias en 2009 y sometida actualmente a la desesperación de su población que se esparce sin rumbo por el mundo.

Esto es memoria histórica. Esto es voces contra el olvido.


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