miércoles, 4 de mayo de 2016

Flor de azalea



Por Melissa Cardoza

No llegaba a los seis años, por ahí, chuña. Arrimada a una columna, o detrás del cuerpo de su mamá, Azalea me espiaba con los ojos brillosos de picardía y timidez. A veces se acercaba a mi silla y con su dedito seguía el contorno del brazo plástico, para arriba y para abajo, el otro dedo en la boca, los ojos mirándome. ¿Cómo dijiste que te llamabas? Azalea. Púchica, pero ese es el nombre más bonito que yo he oído. Y Azalea se reía con los pocos dientes de su edad. Sabés que hay una canción que tiene tu nombre. Negaba con la cabeza. ¿Te la canto? Afirmaba con la cabeza. Como espuma que fuerte lleva el caudaloso río, flor de azalea, la vida en su sorpresa te abrazó. Yo cambiaba la letra del bolero porque no le iba a enchutar tanto drama a esa pequeña.

Así por tiempos la reencontraba, siempre en la Utopía del COPINH, junto a su mamá que me ponía quejas de la escuela; otras veces la observaba chiroteando con sus amigas. Ahí llegábamos en bandas de gente, que una asamblea, que una ceremonia, una reunión o una fiesta. Ahí Berta, organizando, tomando café, jodiendo,  arengando. Ahí Azalea la observaba con los ojos bien abiertos porque manejaba carro como los hombres y hablaba duro. 

Azalea ha crecido. La encontré en la movilización de las mujeres lencas del COPINH, la toma del Ministerio Público, acto enérgico, arrecho de las hermanas de Berta. El más potente seguro hasta ahora. Las mujeres con sus voces, sus maneras de protestar, su fuerza y determinación. Ahí estaba Azalea sosteniendo una vara alta, es una adolescente, pero en su rostro vive la niña de Utopía. Qué andas haciendo, cipota, le dije, para bromear con ella. Pues aquí, luchando. 

Aquí, luchando, me cimbró por dentro. Después la oí hablar con la prensa, hablando de la compañera Berta, del COPINH, de su pueblo lenca, y más tarde en el encuentro de los pueblos. Escuché con atención su manera de decir fresca y resuelta como una nacencia de agua, o un brote de árbol. Sus palabras terrestres, precisas, sin aspavientos ni gritos, sin  palabras rebuscadas o discursos repetidos.  

Azalea, florecita del caudaloso río Gualcarque. La apedrearon cuando la delegación fue atacada por los cercanos a la empresa, ese día en que en el molote dividió el contingente entre los indignados porque no se les protegió suficiente y todo estaba desordenado;  y quienes comprendieron las vicisitudes que vive la gente en resistencia contra los emporios industriales, todos los visitantes sintieron en su cuerpo el miedo, conocieron el odio, la saña que persiguió a Berta hasta su muerte. 

En uno de esos largos caminos con los que anduve con Berta, suma de kilómetros por esta tierra, cuando reíamos, discutíamos, callábamos con las horas, y volviendo del entierro de un compa;  yo, presa de mi angustia clasemediera le decía que a ese paso nos íbamos a quedar sin la mejor gente de la lucha en este país. Y ella más experta que profeta me dijo, pues sí, matan primero a los mejores, para jodernos al resto;  pero así es esto, compa. Yo insistí, Berta, pero entonces quién va a cambiar este país, no es tanta la gente con esa determinación, sino no estaríamos así. Y me miró con esos ojos de daga que podía poner a veces, y alzó la voz: A usted que putas le pasa, colocha, la gente del pueblo es la que lo va a cambiar, la que siempre lucha, los hijos y las hijas del pueblo, los luchadores no se acaban, unos primero y otros después, pero con confianza, compa,  sino en qué estamos, para que hacemos todo lo que hacemos, pues. 

Aquí luchando, dijo Azalea, apenas una muchachita, con esa lenca sonrisa pícara con la misma que Berta me hubiera dicho, ve que le dije.

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