lunes, 16 de mayo de 2016
Narrando la Revolución
Le Monde Diplomatique
Por Ignacio Ramonet
Habrá que preguntarse un día si ese terremoto sisteìmico que llamamos “revolucioìn” no fue maìs que un fenoìmeno exclusivo de un periodo histoìrico preciso y limitado: el que empezoì en cierto modo con la revolucioìn inglesa (1642-1689), siguioì con la Ilustracioìn y las Luces en el siglo XVIII, y se prolongoì hasta el fin de la era industrial en los anÞos 1970. Durante esos dos siglos y medio, se produjeron todas las grandes revoluciones: la americana (1776), las francesas (1789, 1830, 1848, 1871), la mexicana (1910), las rusas (1905, 1917), la espartaquista de Alemania (1918), las espanÞolas (1934, 1936), la china (1949) y la cubana (1959).
Desde entonces, o sea desde hace ya unos sesenta anÞos, excepcioìn hecha de algunos avatares surgidos aquiì o allaì, no ha habido maìs revoluciones sisteìmicas de ese tipo. ¿Las habraì de nuevo en el futuro? Es improbable, aunque Fidel Castro, en su reciente intervencioìn en la clausura del VII Congreso del Partido Comunista de Cuba, pronosticoì: “No deberaìn transcurrir otros setenta anÞos para que ocurra un acontecimiento como la Revolucioìn rusa, para que la humanidad tenga otro ejemplo de una grandiosa revolución social”1 [1. Cf. “Discurso completo de Fidel Castro en la clausura del VII Congreso del PCC”, La Habana, 19 de abril de 2016.
Por ahora, digamos que un periodo histoìrico parece terminarse. En particular en Ameìrica Latina, en donde tres sucesos mayores estaìn transformando el panorama. Por una parte, la propia revolucioìn cubana entra inevitablemente en una nueva etapa despueìs del restablecimiento de relaciones diplomaìticas con Estados Unidos. Por otra parte, en Colombia, la firma próxima de un acuerdo de paz entre el Gobierno y las FARC estariìa cerrando el “largo ciclo de las guerrillas” en todo el continente. Y finalmente, las derrotas electorales recientes de los gobiernos progresistas en Argentina, Venezuela y Bolivia (ademaìs del golpe de Estado parlamentario contra Dilma Rousseff en Brasil) tambieìn parecieran indicar que se acaba el ciclo iniciado en 1999 con el presidente Hugo Chaìvez de Venezuela.
El momento era, pues, propicio a un balance. No forzosamente poliìtico, sino narrativo. Es la idea original que tuvo el gran periodista y escritor Jon Lee Anderson quien, bajo el lema Narrando la revolucioìn, convocoì el mes pasado en Nueva York2 [2. El simposio –cuyo título exacto era Storytelling the Revolution. Narrative and Latin American Revolutionnary Politics 1959-2016–, tuvo lugar en el Centro Rey Juan Carlos I de EspanÞa, de la New York University, los diìas 21 y 22 de abril de 2016.] a una treintena de testigos (periodistas, fotoìgrafos, escritores, cineastas, acadeìmicos, blogueros) de diferentes generaciones –entre los que se hallaban: Richard Gott, Susan Meiselas, Miguel Littiìn, Gustavo Petro, Blanche Petrich, Francisco Goldman, Martiìn Caparroìs y Diego Enrique Osorno– para que dijeran coìmo habiìan narrado los conflictos latinoamericanos, queì cambiariìan sabiendo lo que saben hoy, queì errores no volveriìan a cometer.
No fue faìcil establecer una línea de separacioìn entre el anaìlisis del relato y la reflexioìn sobre los conflictos propiamente dichos (Colombia, Ameìrica Central, Meìxico) o las dictaduras (Argentina, Chile). Y tampoco faltaron las expresiones pasionales trataìndose de temas (Cuba, Venezuela) que siguen siendo de una actualidad controvertida.
Fue interesante observar que las nuevas generaciones de periodistas miran aquellas guerras y aquellas gestas con ojos desapasionados y no dudan en ser extremadamente criìticos. En diversos testimonios y en algunos debates emergioì la constatacioìn de que ciertas experiencias guerrilleras tuvieron poco de heroico y fueron a su vez pasto de la corrupcioìn y del autoritarismo. Pero, en general, se constatoì que, despueìs de 1959, el recurso a la lucha armada fue “inevitable” porque la viìa electoral para proponer programas de justicia social y de auteìntica democracia quedoì cerrada por exigencia de Washington en el marco de la Guerra Friìa. Y la experiencia frustrada de Salvador Allende y su Gobierno de la Unidad Popular confirmoì la regla.
Tambieìn se constatoì que esos conflictos tan crueles tuvieron su reflejo mediaìtico en una “guerra de la informacioìn y de la desinformacioìn” que auìn sigue, en particular en lo que respecta a Venezuela.
No se trataba de imponer una lectura sobre la otra. Ni de trasladar enfrentamientos dolorosos a las salas de la New York University. Aunque, por momentos, las discusiones se calentaron bastante. Es natural porque, como diría nuestro amigo Eduardo Galeano, las venas de Ameìrica Latina siguen abiertas...
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