martes, 17 de mayo de 2016

La violencia, mucho más que delincuencia callejera



La economía es una maquinaria productora de violencia. Es violenta en sí misma. Si las riquezas son producidas por la colectividad, pero apropiadas individualmente y de manera tan desigual, algo profundo de violencia tiene de base. Si hay gente que muere como resultado de la distribución de los bienes, entonces la organización de la economía es motor de violencia.

La muerte a causa de desnutrición en un país donde abunda la riqueza concentrada en pocas familias, es y será siempre un acto de violencia. No ocurre por casualidad ni porque Dios lo quiere. Es un acto humano en el que todos, de alguna manera, somos responsables. Pero mayor responsabilidad reside en quienes tienen capacidad para tomar decisiones que cambien la economía, y sin embargo profundizan los mecanismos productores de desigualdad.

No solo la economía es violenta. Hay otras muchas expresiones. Obligar a la gente a emigrar es un acto de violencia. Mentir es también un acto de violencia, porque se le niega a la gente su derecho a la verdad. En nuestro país muchos mentimos, y de muy diversas maneras. Pero la más violenta y agresiva de las mentiras es decirle a la gente pobre que estamos mejor que antes y que vamos hacia una vida mejor. Y esa mentira se acentúa con programas asistencialistas. A través de ellos se miente diciendo que resuelve los problemas, cuando lo que hace es dar un bocado de comida hoy para profundizar el hambre de mañana. Mentimos cuando decimos que somos iguales ante la ley sabiendo que el sistema de justicia nunca da la razón al que tiene menos dinero.

La corrupción es un acto de violencia. Desde pagarle a un policía la multa hasta darle una tajada a un alcalde para lograr el otorgamiento de una concesión de un río, de una mina o de tierras para cultivos invasivos. Desde privatizar bienes públicos hasta buscar influencias partidistas para conseguir un puesto o un cargo público. Cuanto más débil o colapsada sea la institucionalidad, más será reflejo de la corrupción existente.
Si manipulamos la democracia al servicio del más fuerte, si el derecho solo funciona bien cuando se engrasa con dinero, y si aceptamos que los bienes del Estado sean usados por los políticos y funcionarios públicos como su patrimonio, estamos siendo promotores de la violencia.

La violencia es algo más que la brutalidad que vemos en la calle. Es también nuestro modo de vivir indiferentes ante la injusticia, el crimen, la corrupción, la impunidad o la debilidad institucional. Necesitamos reconstruir la sociedad demandando empleo y dignificando el trabajo honrado; ofreciendo una educación suficientemente buena como para que todos tengan oportunidades básicas semejantes; impulsando con seriedad la salud de calidad igual para todos.

Necesitamos reconstruir la sociedad con márgenes de libertad muy amplios y donde la libertad no sea solo de movimiento, huida o migración. Que la libertad signifique verdadera posibilidad de humanizarse y de tener la oportunidad de labrar la propia vida de acuerdo con las propias opciones y capacidades.

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