lunes, 23 de noviembre de 2015

París: Escribir sobre cenizas



Marco Teruggi (*)

Escribo sobre cenizas. Escribo pensando un país que fue mi infancia. Más que un país una ciudad, París, que regresa como campanadas de incendio. Escribo. Porque hay en ella mis padres a la salida del colegio, mis hermanos, las calles, la noche, las caídas y alegrías necesarias de un tiempo. Una ciudad que llevo dentro, quiero con una distancia que no puede ser, porque está hecha de mi memoria.

No escribiría si fuera Berlín, Londres, Madrid. La palabra necesaria es aquella que cura, pega, acorrala o abre. Hoy es lo primero, el intento. Algo dentro pide decir la mujer colgada de una ventana, el hombre arrastrando a otro, esa puerta donde se amontonan cadáveres, esa esquina mía. No escribiría si fuera Nueva York, Roma, Bruselas. No estaría en esta habitación de Caracas mirando a la mujer que trepa para ingresar por la ventana porque han cesado los disparos, ese hombre arrodillado ante otro que ve recostarse en su mirada la misma pregunta que tiene en ese instante otro hombre en Beirut. Quiero ser honesto. Escribo porque sé a qué altura dejar colgar la mano para rozar las cosas al caminar por París, porque decir bonjour madame, merci monsieur es recordar que alguna vez fui parte, esa parte que nunca será del todo en un país hecho para otros, sobre la vida de otros.


Llorar París cuesta. No por los 129 que descubrieron Beirut en la mirada, por sus amigos, mis amigos. Por ellos el silencio, el duelo. Nadie merece así. Lo sabían, por eso dispararon sobre la noche, la música, la posibilidad de la risa. Hay en el acto mismo el pensamiento que lo conduce, los contornos de la vida que encierra. París. Que a esta hora lanzó sus aviones continuando su guerra, implacable, como dijo el presidente, implacable, como en toda la historia de un país que hizo puentes, luces, museos en la exacta proporción en que robó, desmemorió y asesinó. Y de los puentes tiró árabes, y llenó los museos con los saqueos. La luz, hace tiempo se apagó. Nuestras bellas almas son racistas, decía Jean Paul Sartre. ¿Cómo eran las almas de los 129? No lo sé. Sí cómo son aquellas de quienes hablan del horror mientras financian al enemigo que luego mata a mis amigos.

Escribo. Financian al enemigo. Lo dijeron periódicos, portales, el presidente. Sus almas son imperialistas. ¿Son el enemigo también? ¿Es inocente quien vota a un financista del Estado Islámico? Víctima. Inocente no. La inocencia puede ser la mayor acción de ojos cerrados. Cómo seguir disociando entre lo interno y externo, ser progresista, humanista, republicano y decir no sé, no entiendo ese lejos que es demasiado lejos. Espero. Escribo. Mis amigos lloran, también escriben, se reúnen, para encontrar la palabra que cura lo que no se puede. Seremos implacables dijo el presidente. Encontraron un pasaporte, como en enero un cédula de identidad. Mentir parece tan sencillo.

Estamos en guerra repiten. Esa mujer volviendo a entrar al bataclan por la ventana es el inicio. Esas fotos, esos cuerpos, ese silencio que está pegado sobre paredes, habitaciones, vagones, parques, son el inicio. ¿Para quién? El pueblo lo descubre. ¿Y el presidente, los servicios de inteligencia, el primer ministro, las tropas especiales, los financieros, y vendedores de armas? Juegan. Alimentan al Estado Islámico que ahora bombardean. La guerra está dentro. En los museos, los cafés, las salas de música, en el intento de la vida en París. Eligieron a un amigo/enemigo para manejar al ajedrez del petróleo en Medio Oriente. Sabían lo que hacían. Quienes fueron a escuchar ese concierto no. Escribo. Veo cadáveres en esa sala, apilados, cubiertos por frazadas, escombros. Veo esa ciudad. Sé qué puede haber dicho ese hombre antes de saber esa sombra recostarse en su mirada. Igual que en Beirut, en Kobane, a esa hora, hoy, mañana, pasado. Miro las fotos de los 129 uno por uno. No merecían morir. Nadie así.

No todos los muertos son iguales. Jean Paul Sartre, otra vez. Ni dentro ni fuera. Las bellas almas también son clasistas. El Estado Islámico no. Disparó sobre todos, sin preguntar nacionalidad, rezo, color de la infancia, ingreso mensual, opinión política, poeta preferido. No hablan de daños colaterales. No existen. Ellos no, otros sí, que ahora despegan aviones, retoman la tradición nacional, la mirada del otro, los valores, las mediciones para las elecciones presidenciales del 2017. No son inocentes. Escribo. Lo que viene es peor. Tocar Imagine en el piano, poner flores, decir república hasta quedarse sin voz no cambiará las cosas. Lo que viene es peor. La guerra tapa la política, esa política que se alimenta de guerra. El bienestar es el hambre de otro. El presidente lo sabe, el obrero, el joven, los músicos deberían saberlo. ¿Qué piensan los bisnietos de los migrantes? París no volverá a ser la misma.

Escribo. La poesía puede más que la muerte, me enseñó mi maestro. Lo dudo siempre que escribo. Nadie regresa con la palabra, ni los cadáveres del Bataclan, ni los kurdos en Siria, Irak, ni los universitarios de Kenia, ni el hombre de Beirut que se ahoga bajo los escombros. París no volverá a ser la misma. El presidente, la Otan, la geopolítica, las almas imperialistas sí. ¿Qué pasará con los bisnietos? ¿Quién me espera a la salida del colegio de mi memoria? Estoy lejos, me hice lejos. No sé qué será de la memoria de esa ciudad que se borra. Escribo sobre cenizas.

(*) Marco Teruggi es primo de Clara Anahí Mariani, secuestrada cuando tenía apenas 3 meses el 24 de noviembre de 1976. Los padres de la bebé, Diana Teruggi y Daniel Mariani, fueron asesinados.

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