sábado, 14 de noviembre de 2015

Grupos étnicos, turismo y pobreza



Por J Donadin Álvarez *

El 12.8% de la población nacional está conformado por los grupos étnicos que en su conjunto son alrededor de 896,000 personas. De este respetable porcentaje casi el 100% sobrelleva una vida miserable que contrasta ostensiblemente con su ancestral riqueza cultural. 

La pobreza de estas etnias es el resultado de un proyecto de exclusión social que se oficializó desde la Reforma Liberal en el año 1876. A partir de ese momento nuestros conciudadanos Lencas, Chortís, Pech, Tolupanes, Misquitos, Tawakas y Garífunas, se vieron más abandonados de lo que ya estaban puesto que el Estado mismo los desechaba de manera explícita.  

En la actualidad la tendencia excluyente continúa. Y aunque desde el Estado se presuma de ser un país multiétnico, multicultural y multilingüe, no existe ninguna vinculación directa desde el gobierno hacia las etnias en donde se busque la participación equitativa de éstas en los planes de desarrollo nacional. 

Pero la culpa no es sólo del gobierno de remarcado carácter elitista y excluyente. Los ladinos tenemos también nuestra cuota de responsabilidad por nuestra indiferencia ante las condiciones infrahumanas en las que sobreviven estos paisanos.

De una manera hipócrita y seudo académica algunos hondureños que nos preciamos de eruditos nos dedicamos a venerar el potosí natural y cultural de las etnias nacionales pero sin enfatizar nunca en su miseria y en el saqueo cultural del que son objeto a través de eso que llamamos turismo. El turismo en Honduras es un mecanismo para eternizar la pobreza de esas personas que son objeto de nuestra curiosidad histórica. Es un proyecto perverso que maltrata la dignidad de quienes sufren. El gobierno, saqueador de la riqueza cultural de estos pueblos, lo sabe y en consecuencia trabaja para obtener ganancias visualizando la presunta gloria cultural mientras omite los retratos de la miseria cotidiana en que se vive.

Nuestra concepción histórica sobre los grupos étnicos es mediocre. Veneramos al cacique Lempira pero desestimamos sus más de 100,000 descendientes lencas contemporáneos que permanecen en el abandono y el olvido gubernamental.  Alardeamos ser la cuna de la gloriosa cultura Maya mientras ignoramos quiénes son sus descendientes tan terriblemente pobres en la actualidad. Al respecto, el Estado hondureño ha explotado por muchos años el tesoro histórico de esta civilización agenciándose cuantiosos fondos de los cuales no participa ningún maya actual. De todas las etnias nacionales posiblemente la garífuna es la que mayor violencia cultural ha sufrido. Dada la naturaleza fiestera de este grupo étnico los mestizos lo hemos hecho a un lado y en nombre de una supuesta pluralidad cultural a la cual hay que abrazar algunos malos hondureños se han dedicado a minimizarlos. El ritmo punta, verbigracia,  que tan bien representa a los garífunas ha sido profanado por artistas de baja estatura moral y artística. Curiosamente no han sido los 300, 000 garífunas nacionales los que mayor provecho le han sacado al ritmo fuera de las fronteras nacionales sino ladinos usurpadores. Hoy la punta se produce electrónicamente sin ningún atisbo de respeto a sus verdaderos artífices. Entre tanto los verdaderos creadores y por consiguiente los mejores bailarines de la punta permanecen rezagados económicamente buscando sobrevivir de mil maneras en las costa norte mientras el turista nacional y extranjero pareciera verlos con más compasión que admiración y respeto. ¿Cómo es posible que sus territorios estén siendo explotados sin que ellos obtengan algún incentivo económico? En las orillas de las playas del caribe los mestizos obtienen importantes ganancias con sus restaurantes de comida costera cuyos precios exorbitantes contrastan con los bajos precios que el turista quiere pagarle a un garífuna por el agua de un coco, un trenzado de cabello, una bolsa de pan de coco o por presenciar el auténtico baile caribeño que en las esquinas de los restaurantes desarrollan estos expertos artistas.

El gobierno derrocha importantes ingresos en campañas de supuesta visibilización de estos grupos étnicos sin resultados trascendentales. Se pavonea con notas turísticas fraudulentas e improductivas en medios de comunicación y en complicidad con la Cámara Nacional de Turismo de Honduras (CANATURH)  vende una imagen falsa. Presenta a los pueblos ancestrales como parte de una historia que supuestamente llena de orgullo a los verdaderos catrachos. Sin embargo, esto no es más que retórica romántica de los fanáticos a la historia y de los vividores del turismo. 

Miseria es, pues, lo que les ha dado el gobierno a las etnias en retribución al caudal cultural que la presencia de estos grupos personifica. Cuando se socializa algún detalle étnico se obedece más a asuntos de publicidad o mercadeo gubernamental que a un verdadero interés por mejorar sus condiciones de vida.

¡Ah!, hay que recordarle a su Señoría, –y no es que se dude de su genialidad como estadista–  que no se puede vender turismo con las actuales condiciones del país. La inseguridad campea como resultado de sus efectivas estrategias en seguridad, y por otro lado, la red vial está colapsada. Las carreteras nacionales están en pésimas condiciones. Se gasta más en señalizar los peligros en las carreteras que en repararlas. ¿Qué se hace el dinero destinado a INSEP?

El turismo hondureño se nutre de la miseria de nuestros grupos étnicos. Por desgracia los promotores del turismo nacional se excluyeron de ser pobres... ¡Qué tristeza! Entre las faldas del turismo hondureño se ocultan las vergüenzas de nuestras  etnias. 

* Estudioso de las Ciencias Sociales de la UPNFM


No hay comentarios: