viernes, 3 de agosto de 2018

Martillo Rojo


Rebelión

Por Nicolás Acosta

Según Sergey Kurginyan –el líder del movimiento comunista ruso llamado “Esencia del Tiempo”– la principal causa del fracaso del proyecto soviético fue su enfriamiento metafísico a través del tiempo. La primera generación, la de los revolucionarios, es la que enciende la llama roja en los años 1910-1920, la segunda es la de la gran industrialización, ésta preparó el país para la Gran Guerra Patria (conocida en el Occidente como la Segunda Guerra Mundial), y la de la posguerra: con su titánica lábor de reconstrucción, conquista del átomo y espacio, sin mencionar su ayuda e incidencia en los procesos de liberación y descolonizacion de muchos países alreadedor del mundo. Estas son las cuatro generaciones que mantuvieron el gran proyecto rojo vivo, ya a partir de la quinta generación se puede observar una pérdida catastrófica de pasión revolucionaria.
¿Y por qué volver hablar sobre el proyecto soviético, sobre cuál se han vertido, no sin ayuda de la misma izquierda, ingentes cantidades de mentira y tamañas calumnias? Bueno…, porque la izquierda actual no puede presentar ningún proyecto serio y creíble sin repensar y revaluar la experiencia soviética. Seguir con la demonización de leninismo y estalinismo no conduce a nada pero sí contribuye a inducir a las fuerzas que aglutina la izquierda hacia su fáctica alianza con el liberalismo, convirtiéndolas en una especie de apéndice del partido demócrata estadounidense.

En el esfuerzo de alejar a la izquierda del proyecto soviético todo vale, constantemente nos asustan con el cuco de la dictadura del proletariado sin mencionar las dictaduras oligárquicas más férreas que, tarde o temprano, se adueñan de las democracias occidentales. Descaradamente se inventan cientos de millones de personas reprimidas y ejecutadas, cuando no por Stalin personalmente, entonces por sus colaboradores bolcheviques o comisarios con estrellas rojas en sus komissarkas. No se salva nada, ningún símbolo ha sido más combatido por la maquinaria propagandística occidental que el de la hoz y el martillo, siendo éste la insignia de dignidad y libertad para todos los pueblos que fueron sentenciados, por el orden mundial imperante, a subsistir en la servidumbre.

Cabe apuntar que nos cuesta creer que la satanización de Corea del Norte no sea parte del arsenal ideológico, empleado con sutileza, para lograr, entre otros, el objetivo de desacreditación de aquellas aspiraciones que aunque sea remotamente parezcan estar vinculadas a las que proclamaron los comunistas soviéticos. Siendo los norcoreanos presentados, por las élites occidentales, como un país de robots y aduladores hipnotizados, inmersos en la más abyecta pobreza material (lo cuál de por sí es un pecado capital en los ojos del próspero Occidente), no es de extrañarse que para la gran parte de los consumidores de la propaganda occidental, ellos ya se ganaron su derecho a ser eliminados de la faz de la tierra por no saber, o no querer, ser democráticos según les ha recetado el gobierno global. ¿Y la izquierda? Muy tímida mirando hacía otro lado o demasiado entretenida con la autocrítica y autoflagelación por ser poco democrática. Sin embargo, un país como Haití, insertado dramáticamente en el mismo corazón del Occidente, no ofende a n ingún demócrata, ¿por qué será? Las galletas de tierra forman parte del menú haitiano desde hace mucho tiempo pero esto no es suficiente para que sus penas salgan del sótano informativo occidental. Y si acaso se filtra algo especialmente penoso, la comunidad internacional, incluyendo frecuentemente a la izquierda, siempre está muy presta a culpar de eso a la vecina República Dominicana, inocente y también muy sufrida aunque todavía en pie.

Pero volviendo al caso soviético, de tanto atacar a Stalin solo se ha logrado abrirle el paso a aquellos intelectuales que llegan al colmo de intentar vincularlo conceptualmente con Hitler por la vía del totalitarismo, siendo ellos en realidad, diametralmente opuestos en todo. Además, hay un extraño consenso de no querer a aceptar que sin Stalin, encabezando al pueblo soviético, no hubiese sido posible derrotar a Hitler y detener al fascismo. Al mismo tiempo, la mayoría entiende, o siente, que al extremo Mal – como lo fue el fascismo – sólo se le puede oponer realmente el extremo Bien, y no hay otra alternativa. De ahí sigue que la Unión Soviética - aun imperfecta y conducida precisamente por el camarada Stalin – llegó a encarnar ese extremo Bien en la lucha más importante del siglo veinte. Pero nada de eso queremos saber en nuestro bastante roto Occidente. Por todos los medios se trata de esconder esa realidad, alegando que el fascismo fue derrotado por el invierno ruso, ayuda americana, o plegarias del Vaticano por la paz mundial, y a pesar de Stalin, nunca gracias a él. De lo contrario, habría que admitir que el fascismo, nacido en el seno de la refinada burguesía europea, sólo pudo ser derrotado por ese gran proyecto de renacimiento humano dirigido por el histórico líder soviético: camarada Iósif Stalin. Cuya estatura, legado y obra histórica sobrepasan, por cierto, con creces los méritos de otros líderes de su época, incluyendo a Churchill, tan mimado por los historiadores y medios occidentales, a pesar de su accionar genocida y posiciones racistas documentadas.

En conclusión, rehabilitar a Stalin, significa rehabilitar a Lenin y, obviamente, esto conduce a la tan necesaria rehabilitación del proyecto soviético con su enorme carga de pasión revolucionaría. Esto, además, implica reconocer que a pesar de su desenlace y sus errores, el gran proyecto rojo fue, hasta ahora, el mejor intento que ha hecho la humanidad para salvarse a sí misma de las deshumanizadoras garras del capitalismo y abrirse el camino hacia una nueva etapa en su desarrollo histórico. Si la izquierda actual no logra aceptar reflexivamente esa realidad y empezar a sentirse orgullosa de ella, nunca será posible su plena y victoriosa recuperación.
(Area de descanso estudiantil Universidad Autónoma de Santo Domingo -UASD-, Rep. Dom., 2018)

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