miércoles, 8 de agosto de 2018

"TrumPuti", la crisis de hegemonía en Washington que se proyecta sobre el mundo


CLAE / Rebelión

Por Jorge Elbaum

En uno de sus mensajes a través de las redes sociales, el mandatario estadounidense aseguró que la reunión con Putin fue “un gran éxito, excepto para el real enemigo del pueblo, la prensa de noticias falsas”, en clara referencia a los medios nacionales e internacionales que respaldan al Partido Demócrata y están involucrados en una campaña anti-Rusia.

La cumbre entre Putin y Trump quedará en la historia como una de las más bizarras en la historia de las relaciones internacionales: la fractura al interior del sistema político estadounidense, la aparatosidad de su Presidente y las crecientes resistencias domésticas e internacionales que concita el magnate neoyorkino, han difuminado algunos de los ejes que estuvieron presentes en la capital finlandesa el 16 de julio pasado.

La campaña electoral de medio término en Estados Unidos, el 6 de noviembre, y las recurrentes provocaciones (presenciales y twitteras) de su primer mandatario, han impedido poner en evidencia las necesidades de Washington de reducir sus gastos militares (mediante la concentración en menor cantidad de frentes), limitar el financiamiento de la Organización del Atlántico Norte (OTAN) y achicar su ingente déficit comercial. Eso incluye la necesidad de que las intervenciones militares tengan un inmediato provecho económico, abandonando aquellos posicionamientos que no redunden en ventajas indudables.

La gira de Trump –previa a la cumbre de Helsinki— incluyó la demanda a sus socios de la OTAN para que incrementen su participación en el presupuesto, cuya financiación mayoritaria, recriminó el magnate-presidente, está sustentada por las arcas del tesoro estadounidense. Luego de su corrosivo paso por la OTAN, Trump recurrió a su proverbial sentido diplomático al considerar que el ex ministro de Relaciones Exteriores del Reino Unido, Boris Johnson, sería un gran primer ministro, pocos días después de que fuera despedido por la actual premier británica, Theresa May. El exabrupto estuvo orientado a incidir en el formato del Brexit, cuya salida suave es defendida por May y su versión dura sostenida por Johnson.

La segunda de las posiciones es la que Trump propugna debido a las restricciones proteccionistas que la Unión Europea (UE) mantiene en relación a Estados Unidos. Su encono con la UE no sólo se refiere a las políticas arancelarias del bloque, sino a que gran parte de su consumo energético está siendo provisto por gasoductos rusos, en detrimento de los envíos, vía flota marítima, de gas licuado procedentes de Estados Unidos. La guerra comercial contra China y la UE motivó recientemente que el ministro de Relaciones Exteriores de Alemania, Heiko Maas, considerara que “ya no se puede confiar por completo en la Casa Blanca”. Mientras Trump se reunía con Putin, la UE firmaba con Japón un Tratado de Libre comercio en el que se reducían los aranceles a los autos japoneses y los quesos y los vinos europeos.

Pase de pelota

El encuentro con Putin en la capital de Finlandia tuvo como ejes la posible renovación de los tratados de no proliferación nuclear y misilística, el recurrente polvorín bélico de Medio Oriente (Siria, Israel e Irán), la desnuclearización de Corea del Norte y la rusificación de Crimea. Todos esos nudos geopolíticos de tensión global quedaron sin embargo opacados por los pasos de comedia de la política interna de Washington.

El enfrentamiento del trumpismo contra la “comunidad de inteligencia”, su ultraje habitual contra los medios de comunicación (a quienes denomina “los enemigos del pueblo”) y su menosprecio respecto a los cánones diplomáticos habituales, trasuntan una indudable pérdida de liderazgo –ante el mundo—, que expresa la crisis de legitimidad del sistema político estadounidense, incapaz de presentarse como árbitro creíble para abordar los conflictos mundiales más relevantes.

En relación a los tratados de proliferación nuclear, ambos Presidentes habrían acordado extender la vigencia del Tratado Start III (firmado originalmente en 2010) sobre armas estratégicas y, simultáneamente, renegociar el Tratado para el Control de las Armas Nucleares de Alcance Medio, dado que ambos países cuentan con el 90 % de la totalidad de armas nucleares repartidas en todo el mundo. En lo relativo a Medio Oriente, Putin postuló sus necesidades de prolongar su acceso al Mediterráneo y al mismo tiempo darle continuidad a su tarea dentro de Siria para garantizar la derrota final de los fundamentalistas expresados en el ISIS, también conocido como Daesh.

El interés particular se debe a que dentro del ISIS participan combatientes chechenos, sobrevivientes de la guerra civil del Cáucaso de 2011, en las que Putin logró evitar la escisión de Grozni. Las tropas chechenas derrotadas en el Mar Negro confluyeron con otros grupos fundamentalistas sunitas en el intento de conformar el califato tardío. El soporte bélico inicial al ISIS fue brindado por Estados Unidos, con el objetivo de debilitar a Bashar al-Ásad, con un dispositivo similar al utilizado en Afganistán en 1980 cuando Washington armó a los mujaidines islámicos contra la URSS, permitiendo el nacimiento de Al-Qaeda.

Damasco representa un peligro para el socio prioritario de Estados Unidos en la región, Israel. Ásad mantiene una histórica alianza con la República Islámica de Irán mientas las milicias libanesas chiitas de Hezbollhá se encuentran acantonadas en el sur de Siria, en la cercanía de las alturas del Golán, zona limítrofe con el norte del Estado Judío. Putin garantizó ante Trump que negociará con Ásad una zona desmilitarizada que impediría el incremento de la conflictividad en la zona. Moscú también tiene en Israel intereses desplegados en los últimos años: un millón y medio de rusos viven en el Estado hebreo y no han roto totalmente con su país de origen. De hecho, en los últimos años varios ex emigrados de la URSS –hoy ciudadanos israelíes— se han constituido en relevantes inversores de Skólkovo, el Silicon Valley ruso situado en las afueras de Moscú.

La desnuclearización de Corea del Norte requiere un acuerdo generalizado por parte de los integrantes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y –por ende— de China y Rusia, que no son manipulables a control remoto por Washington, como Francia y el Reino Unido. Una de las peticiones de Kim Jong-Un suscripta en junio pasado, en su encuentro en Singapur con Trump, incluye la suspensión de las sanciones de las grandes potencias del Consejo de Seguridad, hecho que incluye a Moscú. El diferendo de Crimea –donde Trump representa los “intereses occidentales” en defensa de Ucrania— parece el ítem de más difícil resolución debido a que la mayoría de los ciudadanos crimeos votaron el reingreso a la Federación Rusa en marzo de 2014. El histórico interés de Estados Unidos por el desmembramiento del Estado más extenso en el planeta no parecería tener –en este caso— una posibilidad de efectivizarse pese a los repetidos intentos de la OTAN en ese sentido.

Los acuerdos alcanzados –que suponen la planificación de reuniones bilaterales de trabajo entre burócratas de ambas naciones— quedaron opacados por la tensión planteada por los medios de comunicación, la “comunidad de inteligencia” y el establishment de Wall Street que observan con preocupación el cambio de estilo gubernamental y la modificación (que consideran inconsulta) de las reglas del juego global, de la que han sido sus máximos beneficiarios desde la década del ’70 hasta la actualidad.

El trumpismo republicano no solo se caracteriza por un proteccionismo agresivo y un belicismo orientado contra América Latina y Asia, sino que además sustenta la peculiaridad de una provocación unilateralista permanente, fusionada con condimentos de egolatría. Dada esa impronta, la recepción efectuada a Trump por parte de sus adversarios internos se teatralizó en la acusación de colusión y traición, supuestamente desplegada en relación con la colaboración brindada por Putin al triunfo electoral del magnate neoyorquino dos años atrás.

Dos de los periódicos de mayor relevancia, el Washington Post y el New York Times, se lanzaron a una caza de brujas cuyo destinatario aparente era Trump, pero que escondía detrás de su imagen a Putin. De hecho, la revista Time, vocera del establishment republicano tradicional, confundió en su tapa ambos rostros como partícipes de un mismo perfil asociado. En uno de sus mensajes a través de las redes sociales, el mandatario estadounidense aseguró que la reunión con Putin fue “un gran éxito, excepto para el real enemigo del pueblo, la Prensa de Noticias Falsas”, en clara referencia a los medios gráficos de llegada nacional e internacional.

El New York Times publicó en la semana de la gira europea una investigación en la que se consigna el seguimiento de Trump que la “inteligentzia” rusa ha llevado a cabo desde hace décadas, como si eso condicionase algunas de las desconcertantes gestualidades de su presidente.

El deterioro de la representación

Los opositores a Trump observan con preocupación el deterioro de la imagen imperial de Washington en el resto del mundo, situación que pone en evidencia la profunda degradación del sistema democrático de Estados Unidos. Ese deterioro ha sido más o menos solapado en los últimos decenios, pero en la actualidad es expresado con mayor virulencia por fracciones supremacistas que tienden a desconocer todo tipo de acuerdos y regulaciones multilaterales. Las sirenas de alarma empiezan a sonar con mayor fuerza cuando el magnate empieza a resquebrajar el mito del “Occidente civilizado” con que su país ha operado discursivamente en el resto del mundo desde la Primera Guerra hasta la actualidad.

Las imputaciones realizadas por el ex director del FBI, Robert Mueller, en febrero de 2018, referidas a la participación de la empresa rusa The Internet Research Agency (IRA) en la campaña electoral de 2016, fueron un fiasco. Los tribunales desestimaron rápidamente las evidencias que aportó. [1] La segunda andanada de Mueller fue comunicada, sorpresivamente, tres días antes de la llegada de Trump a Helsinki, hecho que generó susceptibilidades en el entorno presidencial.

La imputación sugiere que se produjeron actividades remotas de spear-phishing (robo de claves y datos confidenciales) a miembros del partido Demócrata, sumadas a filtraciones de documentos a través de Wikileaks. Sin embargo, importantes analistas afirman que esas filtraciones fueron realizadas por miembros del partido Demócrata indignado por la información orientada a derrotar a Bernie Sanders. [2] Y es dudoso que acciones de ese tipo hagan ganar o perder elecciones. Más allá de estas acusaciones –que nominan a 12 funcionarios rusos como responsables de la intrusión en servidores del Partido Demócrata— algunos analistas creen ver más entuertos ligados al desprecio que causa Trump que a una verdadera espiral de conflicto contra Putin.

El Presidente estadounidense es la expresión de un enfrentamiento al interior de las elites estadounidenses. Representa a un sector que busca la relocalización de las empresas al interior de su país como mecanismo para reducir el déficit y evitar la pérdida de recursos en los canales opacos de paraísos fiscales (ajenos a los ofrecidos por los propios Estados Unidos, como Delaware).

Frente a él se encolumnan las empresas trasnacionales que han expandido sus actividades a nivel internacional –legitimados por el neoliberalismo expoliador—, accediendo a los recursos naturales, proporcionados por las elites neocoloniales de los países necesitados, y alquilando su fuerza de trabajo a valores paupérrimos. Las trasnacionales, además, han usufructuado las ventajas fiscales que permiten “los costos de transacción”, la “contabilidad creativa” y la consiguiente fuga de capitales que evita tributar impuestos.

El posicionamiento del Presidente estadounidense propone dar de baja todos los tratados de libre comercio que han permitido la deslocalización de las empresas estadounidenses, y al mismo tiempo desterrar los acuerdos internacionales promotores de la conservación del medio ambiente que obligaban a empresas energéticas a exteriorizar su producción o moderarla para evitar la polución. Las inversiones en el exterior de los Estados Unidos, realizadas por las empresas multinacionales –por ejemplo, las apostadas en México y/o en China—, buscaron recuperar sus divisas sobre la base de la rentabilidad que les brindaba la fuerza de trabajo barata y no sindicalizada.

De esa forma (en conjunto con la manipulación migratoria proveniente de México) lograron bajar el “costo laboral” al interior de Estados Unidos, promoviendo la desocupación entre los trabajadores sindicalizados. Ese dispositivo requirió de alianzas, tratados y pormenorizadas redes de cobertura jurídica articuladas bajo la supervisión de la Organización Mundial del Comercio, una legitimación académica provista por la tradición neoclásica y un soporte de múltiples bufetes letrados repartidos en los cuatro puntos cardinales del planeta. Supuso, además, la adscripción –con beneficios garantizados— de elites subalternas de los países “emergentes” ( los Macri, los Piñeira, los Temer, entre otros) beneficiados por las cuantiosas migajas repartidas por las trasnacionales.

Trump parece no estar dispuesto a respetar ese pormenorizado tendido institucional dado el déficit que le viene generando a Estados Unidos desde hace tres décadas. El retiro del acuerdo de París sobre Cambio Climático en mayo de 2017 y el abandono del tratado conocido como 5+1, referente a la desnuclearización de la República Islámica de Irán, son dos expresiones del desprecio de Trump a toda forma de multilateralidad y –al mismo tiempo— una convocatoria a trasparentar la supremacía unilateral. El partido Demócrata –con la salvedad de su sector más progresista, liderado por Bernie Sanders—, considera que este formato traslúcido del liderazgo trumpista es contraproducente para los intereses hegemónico-internacionales de Washington.

Este enfrentamiento tiene además a una gran parte de Wall Street embanderado contra Trump porque los grandes beneficios de las trasnacionales se valorizan –en forma creciente— no en términos comerciales sino financieros, generando rentas superiores a las que provienen del intercambio de bienes.

Esta pelea interna –planteada en el corazón de las elites estadounidenses— carece de externalidades positivas para América Latina: el muro en la frontera con México, el hostigamiento a Venezuela y la expulsión de inmigrantes “hispanos”, como denominan en Estados Unidos a todos los latinoamericanos pobres, fueron decisiones iniciadas por el gobierno de Barack Obama. Solo que con buenas maneras, diplomacia y eufemismos.

Notas:



Jorge Elbaum: Sociólogo, doctor en Ciencias Económicas, analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la ). Publicado en cohetealaluna.com


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