sábado, 22 de octubre de 2016
Las Patronas o la multiplicación de los panes
Por Elena Poniatowska
Un acontecimiento luminoso dentro de la negrura de las malas noticias es el estreno del documental Llévate mis amores, dirigido por tres chavos –todos menores de 30 años– que querían reactivar una radio comunitaria en Paso del Macho, Veracruz, y se quedaron impactados ante Las Patronas: Arturo González Villaseñor, entonces de 25 años; Antonio Mecalco, fotógrafo también de 25, e Indira Cato, la productora de 20 años que entregó seis años de su vida al proyecto. Consiguieron una maravillosa editora, Lucrecia Gutiérrez Mopomé, la única mayor, de 50 años. Ya había reportajes televisivos sobre La Bestia y los migrantes, pero ellos decidieron centrarse en el trabajo de Las Patronas e hicieron la película con un equipo prestado. Pagaron sus propios viajes al paraje La Patrona, en el municipio de Amatlán de los Reyes, y durante la filmación ayudaron a preparar las bolsas y comieron lo que preparaban sus entrevistadas. Llévate mis amores demuestra que si nuestro país quedara en manos de jóvenes de este calibre, otro gallo nos cantara.
Un mediodía de 1995, Bernarda Romero, quien nunca se casó, y Rosa Romero, que dice todo lo que piensa, regresaban a casa con sus bolsas del mandado, y al pasar cerca de la vía del tren escucharon voces de hombres asidos a un vagón: Tengo hambre. Se acercaron al tren y tendieron sus bolsas de plástico a varias manos ansiosas. A partir de ese momento idearon preparar arroz y frijoles, llenar bolsas de plástico y añadir botellas de agua hervida al paso del tren. Levantar en lo alto el lunch providencial que saciaría el hambre de un desconocido. Se les unió Guadalupe González Herrera, chaparrita que acostumbra decirles adiós con la mano hasta que desaparece el tren; Leonila Vásquez, la matriarca de 70 años, y su nieta Karla Aguilar, así como Daniela Romero, sobrina de Norma y Rosa, quien se quiere ir a Estados Unidos para mantener a sus hijos. Todas son familia. Lorena Aguilar fue al hospital a ver al migrante Jesús, quien perdió las dos piernas en el tren, y concluye: Si este chavo dice que le va a echar ganas y no se rinde, tampoco yo me voy a rendir. Otras amigas se les unieron y desde entonces 13 mujeres alimentan al hambriento que va a Estados Unidos, país que confunde con el paraíso.
Llévate mis amores es la opera prima de los tres jóvenes; se estrenó en noviembre de 2014 en el Festival de los Cabos y ahora sale con 15 copias en la Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey. Antes, la película se enseñó en sitios pocos comunes, plazas públicas y foros estudiantiles. El festival Ambulante primero dijo que sólo les daría cierto número de proyecciones, pero al ver la respuesta de los espectadores las aumentó y la película ha estado en más de 60 festivales. Hoy, por primera vez entra a corridas comerciales. Los chavos tardaron cuatro años en filmarla y durante dos años sólo la presentaron en festivales que terminan con una sesión de preguntas. Los chavos han ganado el premio del Público.
Llévate mis amores no sólo expone el grave peligro que corre la migración centroamericana en su paso por México, sino que evidencia las historias de cada una de Las Patronas, mujeres que saben del trabajo en el campo y de la lucha por sacar adelante a sus hijos y abrirles camino en un país y un estado marcados por el narcotráfico y la violencia. Es curioso que cuando el director Arturo González Villaseñor les pide que se definan enumeran sus defectos, jamás presumen, no tienen conciencia de su heroísmo. Cada una practica sin saberlo aquello de no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha.
La historia de Norma Romero define a este manojo de mujeres que alivian el hambre de los migrantes en su paso por México. En 1997 una hondureña llamó a su puerta porque a su novio –picado con un picahielo en el tren– no querían recibirlo en ningún hospital. Norma y sus hermanas lo cuidaron en su casa durante más de 20 días y Norma se dio cuenta de la discriminación que sufren los migrantes. Se dirigió al Instituto Nacional de Migración para informarse, ya que por miedo muchas mujeres temen ayudar para no meterse en problemas con la autoridad.
La peor amenaza a la que se enfrentan Las Patronas es a la del crimen organizado.
Veracruz, convertido en una inmensa fosa desde hace dos sexenios, es hoy un infierno como Michoacán. A la llamada “guerra contra el narco” del sexenio de Felipe Calderón hay que añadirle las administraciones corruptas de Fidel Herrera y Javier Duarte. Entre 2006 y 2012 se registraron mil 714 asesinatos en Veracruz y en los primeros dos años del gobierno de Peña Nieto la cifra alcanzó 2 mil 189 ejecuciones. El viernes 7 de octubre fueron hallados los cuerpos de cinco jóvenes desaparecidos y el colectivo Solecito, formado por un grupo de madres de desaparecidos descubrió el 5 de septiembre de este año 75 fosas clandestinas en el puerto de Veracruz.
En medio de la barbarie, la generosidad de Las Patronas es un oasis en el desierto para los cientos de migrantes que al estirar su mano reciben pan y agua. Las Patronas llevan vida a los rieles de la muerte. Una jovencita, Karla, domina su miedo y se persigna antes de tender sus bolsas de plástico. Muchas bolsas caen al suelo. Agua, arroz, frijol, aceite, tortillas y pan, el trajín empieza temprano, porque hay que llenar cada bolsa de modo que alcance para todos. Encender el fuego después de juntar la leña, sacar agua del pozo, lavar las botellas como hace José Luis Aguilar, esposo de Antonia Romero, llenarlas y cargar los carritos de mandado hasta la vía es una imagen que no desmerece ante la de la multiplicación de los panes y los peces, y nos recuerda al México de las grandes hazañas ante la catástrofe.
La solidaridad se ha ampliado a los vecinos que traen aceite, arroz o frijol, y las colectas entre alumnos de la Universidad Veracruzana, así como el supermercado Chedraui de Córdoba, que se comprometió a donar sus sobrantes de pan tres veces por semana.
El padre Alejandro Solalinde, fundador del albergue para la atención del migrante en Ixtepec, Oaxaca, y fray Tomás González, fundador del de Tenosique, Tabasco, han denunciado que quienes ayudan a los migrantes sufren discriminación de la jerarquía eclesiástica que no reconoce ni apoya esta labor. Pero esto no amedranta a Las Patronas, una de ellas afirma que su labor está en las vías, no entre los muros de una iglesia.
Según varios organismos de derechos humanos, cada año pasan por México cerca de 400 mil migrantes centroamericanos rumbo a Estados Unidos. En el camino son víctimas de secuestro, extorsión, violencia y muerte no sólo del crimen organizado, sino de las autoridades migratorias de México, que los entregan a grupos criminales. Ante la infamia se erigen Las Patronas que nos demuestran que no todo está perdido.
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