viernes, 3 de junio de 2016
Periodismo en tela de juicio por la crisis en Brasil
Por Mario Osava
En política, lo que vale es la versión, no el hecho, dijo el fallecido político Gustavo Capanema, ministro de Educación durante un período dictatorial de Brasil, hace más de siete décadas.Otro dicho, la verdad es la primera víctima de la guerra, también se acerca a las contradictorias versiones sobre la crisis que vive Brasil, con Dilma Rousseff suspendida de sus funciones de presidenta desde el 12 de mayo, mientras responde a un juicio político ante el Senado, que puede durar seis meses.
Como en otras agudas disputas del poder, las discrepancias son desmesuradas, por ejemplo, en las cifras de los manifestantes callejeros.
En la más masiva de las protestas contra la presidenta, el 13 de marzo en la sureña ciudad de São Paulo, concurrieron 2,5 millones de personas según los organizadores, 1,4 millones según la policía o 500.000 para el Instituto Datafolha, órgano de sondeos del diario Folha de São Paulo.En las redes sociales y sitios digitales proliferaron falsas informaciones.
Activistas armados en las protestas, sobornos de parlamentarios para rechazar el proceso de inhabilitación contra Rousseff, elecciones presidenciales inmediatas y encarcelamiento del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010) fueron parte de anuncios y alertas divulgados que resultaron inciertos.
El periodismo, arrastrado por el torrente, no quedó incólume. Los grandes medios fueron coautores del “golpe”, acusan los defensores de Rousseff, materializado en un juicio político cuyo probable desenlace será su condena por al menos dos tercios de los 81 senadores y, consecuentemente, su destitución.
“No veo un sesgo golpista, el proceso es constitucional, respecta los ritos, y la prensa lo cubre como entiende que debe hacer, dentro de su derecho a la libertad. Tampoco veo omisiones o exageración en la cobertura”, evaluó para IPS el director ejecutivo de la Asociación Nacional de Diarios, Ricardo Pedreira.
La Constitución brasileña es muy amplia en los “delitos de responsabilidad” que pueden justificar la destitución de mandatarios. Incluyen actos “que atenten contra” el Estado, la seguridad interna del país, la ley presupuestaria y la probidad administrativa, entre otras infracciones.
Ello permite interpretaciones discrepantes, como la del “golpe parlamentario” con que el izquierdista Partido de los Trabajadores (PT) y sus aliados tratan de atenuar la derrota, con una mayoría de 71 por ciento de diputados y senadores que aprobaron abrir el proceso de inhabilitación contra la mandataria.
“En la letra fría de la Constitución no se trata de golpe, pero sí lo es en lo político, en las articulaciones de las fuerzas opositoras”, que incluye los grandes medios, en la visión de Carlos Castilho, redactor jefe del Observatorio de Prensa, un portal multimedios independiente y un foro de opiniones analíticas sobre el periodismo.
“Una troika determina la política brasileña actualmente: El Ministerio Público (fiscalía general), la Policía Federal que tiene la fuerza, y los medios de comunicación que producen el contexto”, opinó a IPS.
El actual contexto, “construido paso a paso, con el uso de recursos técnicos de manipulación de la información”, empezó por “generar la idea de que el gobierno es ineficiente, luego de que el gobierno cometió errores y por fin de que es necesario hacer algo”, para evitar el colapso económico, explicó.
Según Castilho, el periodismo produjo el escenario favorable al triunfo de algunos actores, en este caso el vicepresidente Michel Temer, quien asumió la presidencia, interina, al menos hasta el final del juicio, junto con opositores e incluso exaliados de Rousseff.
El PT, que gobernó Brasil en los 13 últimos años, tenía “una hegemonía ilusoria, aparente”, ya que nunca controló el parlamento, siquiera el Poder Ejecutivo, “ni la Policía Federal que se reorganizó de forma independiente, ni los medios”, acotó.
Además se difundió la idea de corrupción generalizada con el PT en el gobierno, a través de trascendidos de las “delaciones premiadas”, testimonios de acusados que colaboran con la justicia a cambio de reducciones importantes en sus condenas.
Son más de 50 los delatores en la Operación Lava Jato (autolavado de vehículos) que investiga la corrupción estructurada en torno a la empresa petrolera estatal Petrobras, y la policía no puede investigar todo. Por ello, las sospechas divulgadas por los medios actúan como “un juicio público”, una condena sumaria, sostuvo Castilho.
En esta crisis la llamada gran prensa se posicionó a favor de la inhabilitación de Rousseff, concluyó la periodista Cileide Alves, en un estudio que comparó editoriales de los tres principales diarios brasileños en tres momentos históricos: el golpe militar de 1964, la inhabilitación del expresidente Fernando Collor en 1992 y la crisis actual.
En 1964 también O Estado de São Paulo, Folha de São Paulo y O Globo, cabezas de grandes grupos mediáticos, apoyaron explícitamente al golpe de Estado que dio origen a 21 años de dictadura militar.
En 1992 hubo un enorme consenso social contra Collor, así que los tres diarios se limitaron a la crónica de los hechos, sin necesidad de fijar su posición, según Alves analizó en Medium, una plataforma internacional de intercambio de ideas e información.
Su estudio no incluyó la parte noticiosa, pero el rechazo a los activistas pro Rousseff y PT evidencia una percepción general de que también la información fue mayoritariamente contraria al ahora gobierno cesante.
Los diarios ampliaron mucho sus espacios para editoriales y artículos de opinión, multiplicando sus columnistas, lo que avala la percepción de que los medios se han vuelto cada día más “opinativos”.
“Es positivo y natural que el periodismo se haga más analítico y ‘opinativo’, cuando Internet difunde gran cantidad de noticias”, explicó Pedreira. “Eso ayuda el lector a formar su visión crítica de lo que pasa en el mundo, lo indispensable es distinguir claramente la opinión de lo que es informativo”, acotó.
Pese a su declarada posición en contra del gobierno de Rousseff, movimientos opositores acusaron varias veces a Folha de São Paulo de izquierdista y defensor del PT, por divulgar cifras sobre las protestas, siempre con cantidad de manifestantes inferior a la estimada por los organizadores.
Hay una gran incomprensión de cómo funciona el periodismo, especialmente entre políticos, que identifican sesgos deliberados y conspirativos en sus noticias, matizó a IPS un veterano periodista que pidió no divulgar su nombre y quien ha trabajado para varios partidos y gobiernos, siempre seguros de tener a la prensa en contra.
Resultó dramático para la izquierda y el PT el que no lograron desarrollar medios progresistas, observó. La TV Brasil, que el PT pretendió construir al alcanzar el poder, no obtuvo apoyo de la audiencia ni se la percibió como pública e independiente, según prometía el proyecto original.
Diarios y revistas de izquierda tienen tirajes muy pequeños, que no crecieron en los 13 años de gobiernos del PT.
Muchas quejas y conflictos con el periodismo se deben también al no reconocimiento de que se trata de una actividad que, como la literatura, se alimenta de un sector de la población que lee y tiene condiciones de convertir informaciones en conocimiento, es decir una especie de élite intelectual de grandes ciudades.
El PT nació en São Paulo y alrededores, para crecer en las áreas más industrializadas del centro y sur de Brasil. Pero sus bases de apoyo se desplazaron al Nordeste y las localidades más pobres dispersas por el país, desde que en 2003 asumió el gobierno central.
A ello contribuyó mucho la Bolsa Familia y otros programas sociales masivos, así como el avance económico de áreas antes marginadas.
Pero el PT perdió apoyos en la clase media de las grandes ciudades, especialmente en São Paulo, es decir en las metrópolis que concentra los grandes medios de comunicación, sean impresos o televisivos. Son caminos divergentes.
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