jueves, 7 de marzo de 2013

A Hugo, con una promesa




Por Rodolfo Pastor

Será difícil decir algo original. He visto epitafios instantáneos en prosa y en verso. Buenos y malos. Cursis y elegantes. Frases que lo recuerdan como un héroe latinoamericano, que lo conmemoran ya como la figura que logró consolidar una conciencia latinoamericana de dignidad frente a la hegemonía, la prepotencia, la pretensión de dominio infinito. Alguna vez objeté su locuacidad y las frases manidas de su retórica izquierdista, su gesticulación tropical. La misma verborrea que en otra ocasión irritó a un personaje muy inferior (siento decirlo porque habrá algún monarquista aun) como fue el Rey de España cuando quiso callarlo. Me irritó su forma estrafalaria de vestir con los colores de la bandera venezolana y los colores de su Partido, este cardenal de la política, este papa vestido de rojo encarnado, con una gorrita igual roja sangre, con un áureo Sol en el pecho, con su energía de sol interminable, hasta que se terminó, victima de esa misteriosa enfermedad que es el cáncer y de los excesos de la ciencia…

El poeta Quezada me escribe rápidamente desde Nueva York para decirme que en una reciente conversación con Tito Meza (artista y líder comunitario en Boston) habían concluido que Chávez era de los hombres que no mueren. Y escribo fue sin lapsus, consciente de la ironía. Pero paso a concluir que Hugo Chávez fue de esos que los budistas chinos y japoneses llaman inmortales, y a quienes su pintura clásica representa montando tigres y dragones en cielos coloridos de las nubes acolchonadas del paraíso, riendo a carcajadas de sus propias travesuras. Santos y maestros de Zen y de otras escuelas. Completamente desinhibidos e incontinentes. Iluminados pero beligerantes con algún rasgo infantil, con un cinismo juguetón, pero inocente de maldad.

Segundos después del anuncio oficial que ha hecho el ahora Presidente Nicolás Maduro, desde distintos rincones del planeta, así es el mundo hoy, he recibido mensajes de otros amigos y colegas (seria cansado nombrarlos a todos) que como yo, alguna vez tuvieron una duda (lo recuerdo bien, cuando al principio entre que nos burlábamos y sospechábamos de el) y por razones semejantes, dudas y reservas sobre el hombre y su imagen, colegas que como yo rechazaban el caudillismo, el arbitrio personalizado, el uso al fin y al cabo informal de los recursos para fines que no fueran siempre transparentemente consultados. Pero amigos que -como yo- terminaron admitiendo razones para admirarlo como lo admiraron y llegaron a querer las mas diversas figuras latinoamericanas, sus ahijados y protegidos lideres populares, sus admirados pares hombres y mujeres de estado con quienes compartía una fe y una valentía extraordinaria -Fidel y Raúl Castro por supuesto, Mel y Cristina K., Rafael Correa y Evo, Daniel Ortega y Pepe Mujica, Lula y Dilma, la Presidente Bachelet y el Presidente Santos de Colombia y asimismo artistas e intelectuales de todo el continente, muchos incluso estadounidenses y por supuesto que una gran mayoría de los venezolanos, que en una docena de ocasiones le ratificaron su fe ciega para supina irritación de la reacción. 

Lo recuerdo con varios de esos amigos suyos en Tegucigalpa.

No quiero ser petulante pero reflexiono inevitablemente ¿Que cosa al fin me reconcilió con Chávez? Su valentía frente al crótalo locutores pitiyanquis sin duda, temeraria, frente a los clérigos reaccionarios que propagaban la doctrina incontinente también del Imperio. ¿Por qué les iba a temer o porque se iba a inhibir de decirles la verdad? O acaso fue la conciencia de que se había vuelto imprescindible, de que ya no se podía ser leal a la causa de la redención de nuestros pueblos sin suponerlo un aliado, sin sentir su apoyo incondicional. Su abrazo afable. O fue acaso mi descubrimiento de su vocación para educar. Puesto que tempranamente había descubierto que la política, la buena, la que debe ser, es una pedagogía, una función practica de la educación de la masa. El líder, un maestro. Y Chávez fue un gran maestro.
Lo ví y escuché escenificando uno de esos happenings educativos que organizaba regularmente, porque los concebía como funciones necesarias de gobierno, usando para ellos toda la tecnología, nada barata desde una perspectiva comercial, las unidades de trasmisión remota, desde un parque en el centro de Caracas en que estaba físicamente reunido el con sus mas queridos amigos intelectuales y artistas y con los ministros de cultura del Alba que lo visitábamos para hablar de Alba Cultura,  un fondo que se había destinado en el Banco del Alba para invertir en cultura en los países miembros.. Y hablaba entonces de los problemas de la identidad Hugo Chávez (que tenia el suyo resuelto) y hablaba, independientemente de las polémicas del día, de las misiones culturales. Y daba paso a la entrevista de la gente humilde en los barrios, entusiasmada con su descubrimiento de la creatividad protegida en las casas de la cultura alrededor del país.

¿Que cosa al fin y al cabo me enamoró de Chávez? Me encantó la forma en que le dio la mano a Obama y le regalaba al mismo tiempo Las venas abiertas de America Latina, un libro ya pasee, que tiene sus excesos y sin embargo plantea una síntesis del antiimperialismo latinoamericano. ¿Esa curiosa afición no, esa genuina pasión por la historia? Devoraba libros de historia, Chávez, Buenos y malos. Y los mandaba a imprimir en gran escala. Como buen maestro. Esa conciencia de que nos debemos a unos pocos ancestros honorabilísimos y valientísimos que forjaron una visión. No lo sé. Todos los amores al fin y al cabo conservan cierto misterio. Pero al final eso es lo que vengo a decir aquí. Que como esos venezolanos que deben estar en las calles y plazas de su tierra llorando y como millones mas de compatriotas de la gran patria de Bolívar, yo terminé por amar a Chávez, por sentirme inspirado por él, por sentirme comprometido a defenderlo donde fuera que se le atacaba. Porque eso es lo que les debemos a los líderes. No la pleitesía ni la imputación de infalibilidad o perfección. No la hipócrita exigencia de pureza ideológica o rigor intelectual, si no el cariño comprometido que se corresponde al que ellos nos manifiestan a nosotros.

Me alegra que hayas dejado de sufrir Hugo Chávez. Me alegra íntimamente la tristeza con que te lloramos. Me alegra la confianza de que has sembrado bien esa conciencia y de que fructificara en la sostenibilidad democrática. No volverán en Venezuela. Y no nos detendrán tus enemigos, a quienes luchamos fuera del Alba aun…Y un día habrá una estatua tuya en Plaza

No hay comentarios: