sábado, 9 de marzo de 2013

Chávez, el mediático




Por Jenaro Villamil

Una auténtica conmoción global ha provocado la muerte de Hugo Chávez. No por esperado, ante un cáncer agresivo y súbito, el fallecimiento del mandatario venezolano ha dejado de sorprender a detractores y simpatizantes. La muerte del polémico comandante generó una ola de solidaridad como no se había visto en décadas ante el deceso de un mandatario latinoamericano.

Desde Barak Obama, gobernante del “imperio”, que expresó sus deseos para tener una “relación constructiva” con Venezuela, hasta su contendiente en los comicios de 2012, Capriles, todos los llamados desde el exterior y al interior de la nación sudamericana fueron a la reconciliación y a la tolerancia.

La mayoría de los presidentes latinoamericanos expresaron el reconocimiento a su liderazgo. Cristina Fernández, de Argentina, decretó tres días de duelo. Dilma Roussef, de Brasil, afirmó que la muerte de Chávez “entristece a todos los latinoamericanos”. Y hasta Sebastián Piñeira, de Chile, en las antípodas de Chávez, admitió que a pesar de sus diferencias “siempre supe apreciar la fuerza y compromiso con que el presidente Chávez luchaba por sus ideas”. Lula, el otro líder latinoamericano coincidente con el chavismo, expresó su “profunda tristeza”.

Chávez coleccionó epítetos. Fue acusado de “golpista”, “dictador”, “caudillo avasallador”, populista, redentor y toda la serie de adjetivos lanzados desde las distintas tribunas mediáticas por sus opositores de dentro y fuera de Venezuela. Sus adversarios fueron sus mejores propagandistas. Chávez se convirtió en los últimos 14 años en un punto de referencia para lo mejor y lo peor de las campañas ideológicas lanzadas en el mundo latinoamericano.

En México, la derecha panista y empresarial utilizó la figura de Hugo Chávez para una de las peores campañas de pánico moral en contra de uno de los contendientes de las elecciones presidenciales de 2006. Sembrar el miedo, polarizar, estigmatizar fue el objetivo de aquella guerra sucia de 2006 que señaló a Andrés Manuel López Obrador como “un peligro para México” porque realizaría lo mismo que Chávez en Venezuela.

Nunca supieron explicar muy bien esos detractores de Chávez por qué si eran tan “peligroso” el presidente venezolano ganó cuatro elecciones, venció un golpe de Estado desde la derecha, en el 2002, una huelga petrolera en 2003, y se expuso a un referéndum revocatorio. Tampoco supieron explicar por qué Chávez tenía tanto apoyo social, a pesar de que su régimen era muy distinto a las dictaduras militares al estilo Pinochet o Francisco Franco.

En las campañas de odio contra Chávez se mezclaron tanto los resabios racistas y clasistas de una oligarquía blanca y criolla que llevó a Venezuela al desastre político y económico antes del ascenso de aquel coronel que se rebeló en 1992, como la furia de la ortodoxia neoliberal y tecnocrática que vio en la permanencia del chavismo un contrapeso al consenso de Washington en favor de un mercado libre latinoamericano dominado por las privatizaciones y el debilitamiento de las soberanías regionales a nombre de la “globalización”.

Chávez supo aprovechar esa polarización inducida para su provecho. Se convirtió en una mezcla de propagandista, ‘teleevangelizador’, profesor (no en balde, fue hijo de dos maestros de primaria) y provocador desde la pantalla televisiva. A través de su programa dominical Aló, presidente, el venezolano lo mismo cantaba boleros mexicanos que anunciaba medidas de gobierno y desafiaba a Bush o a Obama.

Se acusó a Chávez de ser un enemigo de la libertad de expresión pero, en realidad, siempre coexistió con una poderosa oposición mediática que no guardaba críticas hacia la República Bolivariana. Incluso, aún después de la abierta posición golpista de los dueños de los medios que se sintieron amenazados en sus privilegios.

Chávez era un provocador nato. Lo mismo exasperó al monarca español que al inefable Vicente Fox, otro provocador que desperdició sus liderazgos ante la ineficacia y la corrupción de su entorno. Sus bravatas no siempre eran acompañadas de medidas concretas. Un analista norteamericano lo describió bien: “Hay que hacerle caso a las acciones y no sólo a las palabras de Chávez”.

El líder venezolano supo construir la imagen de un rebelde con causa, aunque era más pragmático de lo que él mismo reconocía. Su estilo conectó con la mayoría de los habitantes de una nación que durante décadas vio cómo una minoría se repartía el poder. Con esa misma intuición impulsó un modelo de sociedad latinoamericana alterno al modelo del FMI y no ocultó su alineamiento claro con el régimen de los Castro en Cuba.

Chávez sabía de la importancia de los medios masivos. Impulsó el modelo de Telesur que siempre generó fobias en aquellos países dominados por las concesiones privadas de televisión. El gran desafío de Telesur será convertirse en una opción de información más allá del chavismo.

El liderazgo mediático de Chávez no fue un montaje ni el resultado de un convenio publicitario, como ha ocurrido en otros países, incluyendo a México. Fue el resultado de su circunstancia y de su convicción. Cometió excesos. Centralizó los mensajes. Personalizó en demasía el modelo bolivariano que promovió.

Con su muerte, el mensaje y el mensajero entran a un nuevo desafío.

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