lunes, 11 de marzo de 2013
Crisis y Democracia
Rebelión
Por Jesús González Pazos *
Desde la cooperación y solidaridad internacional decimos que:Sin duda alguna la actual y ya larga situación de crisis que vivimos ha puesto de manifiesto el carácter de profundo conflicto social y político, que sobrepasa lo meramente económico. Así, sus primeros compases pusieron ya de manifiesto el carácter estructural y global de la misma y permitieron una clara identificación de sus causas y de sus culpables. Estos últimos personificados en los famosos mercados que no son sino los poderes económicos y financieros, en su mayoría, los consejos de administración de las grandes empresas. Estas constataciones llevaron a la clase política tradicional, allá por el año 2010, a realizar tímidos llamamientos para la refundación del capitalismo, a la imposición nuevamente de mayores controles sobre esos poderes financieros, o a la desaparición de los paraísos fiscales. Sin embargo, rápidamente éstos maniobraron para controlar la situación. Esos poderes económicos y financieros han desplegado a partir de ese entonces todo un amplio abanico de recursos y medios para aprovechar el momento de crisis, profundizar la misma y convertir ésta en una oportunidad para implantar, por fin, el neoliberalismo en sus versiones más ortodoxas: el dominio absoluto de los mercados y la obtención del máximo de beneficio pese a quien pese.
Este nuevo momento se caracteriza, entre otras, por una pérdida absoluta del débil papel que la clase política tradicional pretendió jugar en la situación de crisis, y antes de ésta. A partir de entonces, el control de los poderes económicos y financieros tratará de ser absoluto. Y su intencionalidad, como decimos, pasará por aprovechar la situación, no ya para la reconducción o refundación del capitalismo, sino para llevar a éste a una nueva fase de implantación de la más absoluta ortodoxia neoliberal y la desaparición de la llamada cara amable del capitalismo que en Europa supuso el estado del bienestar.
La triple receta del ajuste estructural pretende despidos masivos, recortes de derechos laborales y sociales y privatizaciones de los últimos espacios públicos bajo control del estado. Lo que se traduce en allanar los últimos obstáculos que ese famoso estado del bienestar mantenía para el capital neoliberal, imposibilitando la obtención del máximo de beneficios en esas áreas hasta ahora en cierta veda para los mercados. Así, espacios públicos como la sanidad, la educación, y sectores sociales, o estratégicos, todos ellos hasta ahora, y en mayor o menor medida, en manos del estado, inician el proceso hacia su privatización. Primero se eliminará masa laboral para dejar esos sectores en mejores condiciones de explotación y suprimir costes futuros; en paralelo y tanto en esos sectores productivos como en el resto, se extienden los recortes de derechos laborales, sociales y políticos, para inducir a la población a no protestar. Dejarla noqueada y sin capacidad de respuesta y reacción ante la situación es una estrategia fundamental para conseguir los objetivos fijados. Así, la privatización será poco contestada y para cuando realmente percibamos sus efectos ésta estará totalmente extendida e implantada.
Pero todo este proceso ha permitido también un análisis más profundo del sistema político y la ruptura del estereotipo de la democracia representativa, implantada en las últimas décadas, como el sistema político supremo. De hecho, es esa clase política, la cual hace el papel de administrador obediente de las medidas anteriormente señaladas, quien todavía conserva también la función de tratar de mantener el engaño. Se pretende que la democracia representativa es el sistema insustituible; todo lo demás, será fundamentalista o populista; en cualquier caso, siempre inviable y no conveniente.
Pero nos ocultan que es precisamente esa democracia representativa el elemento del cual se sirven los poderes hoy dominantes para implantar su sistema de neoliberalismo ortodoxo y totalmente antidemocrático. Intenta ser su cara amable y legitimadora, pero no lo consigue ya y han convertido lo que llamamos democracia en una muletilla para ocultar permanentemente nuevos modelos de dominación y explotación.
Todo esto, lo practicaron desde hace ya varias décadas en diferentes procesos en América Latina, como la Argentina de Menem, la Venezuela del bipartidismo social y cristianodemócrata o la Bolivia de Sánchez de Lozada, donde tras aparentes regímenes democráticos se instauraron los más duros procesos de ajuste estructural y privatizaciones, hoy en gran medida en proceso de reversión. En este sentido, Naomi Klein en su libro sobre “La doctrina del shock” señala que “Bolivia proporcionó un modelo para una nueva clase más digerible de autoritarismo: un golpe de estado civil llevado adelante, no por soldados de uniforme militar, sino por políticos y economistas trajeados y parapetados tras el escudo oficial de un régimen democrático”. Procesos parecidos, con estrategias y objetivos análogos se dieron en la Rusia “democrática” de Boris Yeltsin o, antes en Polonia bajo gobierno de Lech Walesa, así como en un largo etcétera de países. Se implantaron, principalmente a partir de la década de 1980, las medidas más duras de ajustes, privatizaciones, recortes y desmantelamiento de los estados, medidas decididas en estructuras de poder económico como el FMI y el BM y refrendadas a puerta cerrada en los salones de los palacios de gobierno por la clase política cómplice a esos dictados. Podemos pensar que esto es propio de regímenes tercermundistas, de hace varias décadas, y olvidarnos o, establecer los análisis necesarios y ver los paralelismos que se dan con el momento que hoy vivimos.
Hoy en día corresponde el turno a la llamada Europa del bienestar y la inicial crisis de 2008, provocada principalmente por las burbujas inmobiliarias y las famosas hipotecas subprime, se ha convertido en una profunda recesión y depresión económica, política y social que abre el camino a esas mismas medidas aplicadas en otros continentes desde hace dos décadas. Y ante todo esto y al igual que en los procesos antes citados, la clase política tradicional, no ha sido capaz de arbitrar (o no ha querido) medidas que realmente reviertan este proceso. Ello lleva a pensar que acatan, y comparten, el papel de administrador que les han otorgado los poderes económicos. Luego una pregunta importante, entre otras muchas y en lo que concierne a la democracia, es si el simple hecho de airear su nombre o de realizar elecciones justifica la existencia de un régimen democrático. La respuesta siempre ha sido negativa, pero se hace más evidente ahora cuando asistimos al incumplimiento sistemático de los programas electorales, a la mentira continua a la población, al desvelamiento impúdico de la corrupción sistémica. Y en paralelo sentimos los recortes y eliminación de derechos laborales, sociales, civiles (derechos humanos todos ellos) y sus graves consecuencias. Vemos como se cambian constituciones de la noche a la mañana, para primar el pago de la deuda sobre las personas y sin consultar al pueblo, cuando siempre nos dijeron que eran casi intocables; o se gobierna por decreto los viernes ignorando a los parlamentos y el que nos contaron era elemento central del sistema: el debate democrático parlamentario; o se aumenta la represión ante las protestas por toda la estela de injusticias que esta antidemocrática situación genera y extiende cada día más en la población.
Pero frente a todo esto, es importante señalar que la lucha, una vez más, no es contra la democracia. Ésta, con todas sus imperfecciones y camino por andar que les resta no es propiedad de las élites políticas ni económicas, aunque quieran adueñarse de ella. Al contrario, históricamente, han sido los movimientos populares los que han conseguido los grandes avances en el sentido de profundización de la democracia a través de la consecución y ampliación de derechos de toda índole y su extensión a cada vez más sectores sociales tradicionalmente relegados según las épocas (movimiento obrero, mujeres…). Por ello, la lucha ahora es contra el vaciamiento de la democracia que pretenden llevar a cabo esas élites políticas y económicas, los llamados mercados, los consejos de administración de la banca, aseguradoras y un largo abanico de grandes transnacionales que pretenden dominar el panorama no solo económico sino también político. Por lo tanto, es clave reivindicar y profundizar en la propia democracia para hacer de ésta un sistema verdaderamente participativo, en manos realmente del “demos” y no de los poderes que hoy la usan, manipulan y prostituyen hasta su casi negación. Afortunadamente, las protestas y las respuestas ante la crisis y sus culpables ya están originando el fortalecimiento de redes y movimientos en esta dirección y en ella seguiremos caminando.
* Jesús González Pazos. Miembro de Mugarik Gabe
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