martes, 12 de marzo de 2013

Allan Macondald o el arte de desentrañar las trampas


Rebelión

Por Milson Salgado

Allan Mcdonald es una caricaturista hondureño reconocido internacionalmente por su ingenio y su versatilidad artística, que lo ha distinguido de los otros compañeros de oficio del país por no vender sus convicciones políticas o existenciales al bando contrario. Siempre ha estado a la altura cuando el encargo social producto de los desafíos de la historia y de la coyuntura se lo han pedido –como lo establecía Geogy Luckas- y a consecuencia de ello, fue detenido por espacio de unas horas en un centro de detención ilegal en el mero epicentro del golpe de Estado en Honduras, y liberado por la denuncia oportuna y difundida en medios electrónicos, y medios de comunicación de otros países.

Paradójicamente, sus caricaturas y su constante denuncia social e intrepidez de desentrañar la verdad y las mentiras fabricadas en los laboratorios de los aparatos ideológicos del Estado, se difundían en un diario de la derecha (El Heraldo de Honduras), quizás para equilibrar sus viscerales formas de falsear las cosas y remozarlas desde un ángulo interpretativo diametralmente opuesto, con el trabajo artístico de este gran caricaturista que nos mostraba su visión desde una viñeta diaria o los sábados donde desnudaba su mundo espiritual, sus tesis de cultura y sus convicciones políticas.

El mundo de Allan Mcdonald está transido de personajes que emparentados con la realidad social como el caso de este filósofo de clase media Don Víctor se suicida a las tres de la tarde, vierte hondas verdades trascendentales y ontológicas que se sumergen en el torbellino del tiempo y el espacio para descifrar el profundo misterio de las cosas, y del ser en sus laberínticas relaciones epistemológicas: Dios no existe es solo un invento en puntos suspensivos y en signos de interrogación.

El personaje más inocente es el Ñeco, un niño pobre de 10 años de edad con una cosmología atada a su corta temporalidad, y quien acompañado de su perro Pijiriche, un pequeño y huesudo amigo, educado en la calle y conocedor de las mañas de la sobre vivencia se ríen picarescamente del mundo de los mayores y cínicamente se entregan a su grotesco destino. El Ñeco parece ser ese personaje estacionario que no se libra de su generación ni de sus perturbaciones, y está ataviado para siempre con una camisa del Mundial de España 82 como una actitud de permanente denuncia a ese periodo de la historia de Honduras del Siglo XX, en que lo lúdico como forma inveterada de control social trató de encubrir las desapariciones forzadas que practicaba la policía y el ejército hondureño contra militantes de la izquierda hondureña.

La flor azul, ese personaje presente en la obra de Allan, es esa añoranza reiterativa en la literatura romántica, como la nostalgia de lo ido en Antoine de Saint Exuperi, como la oda  de Neruda sobre esa refulgente flor azul nacida en durísima pradera, y la flor onírica de Coleridge que de un sueño aparece en la realidad de la lucidez junto a su almohada. Esta flor sin duda, representa el amor en medio del odio estructural o del mal banal en Hannah Arentd, y sobre todo el afán metafísico por lo infinito.

El sol, Dios omnipresente de la cultura mesoamericana es también ubicuo en el trabajo de Allan, quien juega con el temperamento de la sociedad y sus sordidez, y al igual que en la fotosíntesis, permea de verdad el vacío oscuro de las cosas. Este sol dador de vida, como una forma atávica del panteísmo prehispánico, ordena como un dispositivo de la cosmología a estos héroes de la tragedia social a teñir de sangre la vida y la historia de Honduras para saciar sus urgencias de vida etérea a través de esa violencia estructural de la miseria y el hambre.

Muchos recordamos con mucha sorna, aquella caricatura de Allan, en la que la Ministra de Cultura del Gobierno de facto de Micheletti, niega la entrada a una exposición itinerante de unas litografías de Pablo Picasso, aduciendo que con ello se pretendía exportar los principios de la revolución cubana porque eran pinturas cubistas. También ese trabajo artístico en donde una rata con rosario en mano pide perdón personificando a Diario El País de España, por una publicación falsa en donde un paciente de hospital con tubos en todas partes de su cuerpo emulaba a un moribundo Presidente Chávez. La caricatura se llama Fe de Erratas. O la caricatura aquella donde un presidente Conservador de Honduras da a conocer su plan de gobierno: Un cuando en blanco.

Allan Macdonald un excelente escritor y cuentista además, ha recibido dos Premios Nacionales de Caricatura, Un Premio Pablo Antonio Cuadra en Nicaragua, dos Premios internacionales UNICEF, El Premio Clementina Suarez entregado por el Presidente Manuel Zelaya Rosales en donde pronunció un memorable discurso sobre la urgencia constituyente. Sus trabajos han sido antologados en prestigiosas revistas en Inglaterra, Estados Unidos, Cuba, Alemania, Centroamérica, Singapur, Iran, Iraq, Suecia y Suiza. Trabaja actualmente para el Diario Punto Final en Chile, un diario de Uruguay y uno de Brasil y Contrapunto en el Salvador. Publica sus caricaturas en el portal de Rebelión y Tlaxcala. Pero su mayor premio, lo ha sostenido en varias ocasiones, fue cuando objeto del homenaje sociológico, sus caricaturas y sus personajes fueron pintados por miembros de la resistencia en las paredes de Tegucigalpa en las marchas y movilizaciones contra el golpe de Estado en Honduras.

Este mes Allan Mcdonald presentará en Europa sus trabajos del Golpe de Estado en Honduras y la violencia estructural por la que atraviesa el país en salones de Suecia, Alemania, Bélgica y Francia. Ojala que los europeos puedan desentrañar en las exposiciones de Allan, ese mundo fantasmagórico que viste sus mejores galas en medio de una tragedia humana que convive a la par de la ostentosidad y sus espejismos.

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