CTXT
Por Nuria Alabao
Tensiones entre los movimientos de base y el feminismo más ‘institucional’, en un contexto de mayor conservadurismo social
En la primera parte de este artículo se comparaba el proceso de institucionalización del movimiento feminista después de la Transición –que equivalió a una pérdida de potencia– y lo que está sucediendo hoy.
Frente al tópico sobre el 15M que dice que el feminismo fue rechazado frontalmente en las plazas, en realidad fue la tradición política que más presencia tuvo. Las comisiones de feminismos fueron de las más potentes y consiguieron conectar las enseñanzas de este movimiento con la nueva revuelta. Ese sustrato permanecerá y se potenciará en los años posteriores –sobre todo como reacción a los intentos de reforma de la ley del aborto de Gallardón que nos sacó a las calles–. Un legado, que sumado tanto a luchas históricas como a factores nuevos, daría lugar a la eclosión de un movimiento feminista que atravesó toda la sociedad como un tsunami. Con ese impulso, algunas comisiones del 8M mutaron y se volvieron más quincemayistas en su organización, menos personalizadas, con portavocías rotatorias y se hicieron más abiertas y plurales –y más difícil de controlar por parte del feminismo institucional–. Esto es algo que no gustó a cierto feminismo acostumbrado a los repartos de poder y a situarse en las cabeceras de las manifestaciones para salir en las fotos. De ahí sus intentos de romper algunas de estas asambleas para recuperar su control –como sucedió en Madrid– instrumentalizando la cuestión más divisiva en el feminismo: la de la prostitución. Divide, y vencerás.
Del 15M y los movimientos de base también vendrá un feminismo que piensa que el orden de género atraviesa por igual a mujeres y personas LGTBIQ y que no se puede combatirlo sin atacar estas intersecciones –y sin vincularlas a un proyecto más amplio de transformación social–. A menudo se le llama “transfeminismo”. El debate sobre “el sujeto del feminismo” –presente desde hace más de 100 años– que ha estallado con la cuestión de la Ley Trans también apuntaba a la línea de flotación de ese feminismo de base más diverso y transformador. Pero ha quedado patente que la mayoría del feminismo está del lado de los derechos de las personas trans. El feminismo del PSOE ha perdido pie.
Hoy, lo que llamamos “crisis de régimen” se ha diluido ya. Surgieron partidos nuevos –Podemos, las confluencias y los municipalismos–, que convirtieron en poder institucional la energía política del 15M. Podemos, el partido de la protesta contra el bipartidismo, llegó al gobierno. Esto coincidió además con la emergencia de la extrema derecha antifeminista de Vox. Así, las virulentas divisiones en el movimiento –que generan rechazo en la gente menos movilizada y lo despotencian– se están produciendo en un contexto de conservadurismo social. Apagados ya los rescoldos de la “revolución ciudadana”, esto ha tenido su reflejo en una parte del feminismo. La cuestión trans es la más evidente, ya que se han compartido argumentos y posición con los fundamentalismos cristianos y la extrema derecha. Pero también lo vemos en la demanda punitiva contra los derechos de las trabajadoras sexuales y e incluso en contra de toda pornografía. Los discursos que dibujan la esfera de la sexualidad como un peligro, regresan de los 80. La reacción contra el 68 que enarbolan las derechas tiene su correlato en un discurso que dice que “hicimos la revolución sexual para los hombres”, que no hemos sacado nada de ella, y que a ninguna feminista le puede gustar la pornografía, o incluso que las mujeres tenemos un tipo de sexualidad característica –todas la misma, la contraria a la de los hombres–. Como hemos visto, debates viejos que vuelven cuando la ola movimientista baja.
Guerra generacional
La discusión sobre la Ley Trans también ha acabado por convertirse en una guerra en el seno de la izquierda institucional. El PSOE –que se considera dueño del feminismo desde la Transición–, contra esas “advenedizas” de Podemos y las confluencias –que venían a representar ese espacio político del feminismo de base más vinculado con las luchas sociales que había emergido en el post 15M–. Aquí también se ha producido esa guerra entre la generación tapón que ocupaba las posiciones de relevancia pública –de élite– y la generación de clase media precaria que venía por detrás, que se levantó en el 15M y que terminó con la integración de parte de sus líderes informales en esa misma élite. En el feminismo institucional: Calvo contra Montero. Este conflicto generacional ha quedado reflejado en esta guerra cultural interna de la izquierda institucional.
Podemos “debería” responder a los feminismos de base, pero parece que ha perdido algo de pie con los movimientos en los que se aupó. Es la única manera de entender la inclusión de artículos que penalizan el trabajo sexual en el proyecto de Ley de Libertad Sexual –contra la violencia sexual– de Montero. Esta norma, que gira alrededor del consentimiento –con todos los problemas que puede generar el solo sí es sí cuando llega al BOE–, dice expresamente que todas las mujeres podemos consentir menos las prostitutas, que todas podemos consentir libremente, pero no cobrar por ello. Esto es sin duda un retroceso, que por desgracia no se produce únicamente en el ámbito institucional. Ha llegado a los movimientos y se ha puesto en cuestión un consenso básico de los feminismos de base –pero que también era probablemente mayoritario en IU– por el que, independientemente de lo que se pensase de la prostitución, no se apoyaban leyes que penalizasen directa o indirectamente a las trabajadoras sexuales, o que diesen más poder a la policía, los jueces o a los explotadores sobre sus vidas. También hubo y ¿hay? un abolicionismo no punitivista. ¿Se está rompiendo ese consenso?
Por lo que sabemos de la nueva ley de trata que ha anunciado el PSOE, también estará concebida bajo ese marco contrario al consentimiento de las prostitutas y diseñada como herramienta para el control de las migraciones. Nada nuevo en el PSOE, pero ¿por qué Podemos se lanza a competir por ese espacio político? ¿Por qué el feminismo de Podemos se parece cada vez más al del PSOE? ¿Tiene que ver la influencia de una IU que siempre se ha declarado abolicionista? Es inevitable verlo como un error político. Primero, porque renuncia a sostenerse y construir su propio espacio político, y también porque apuesta por un feminismo de minorías. El abolicionismo puede parecer una postura mayoritaria en el feminismo –aunque también hay dudas sobre esto, probablemente solo son las más movilizadas y virulentas–. Pero, sobre todo, el sentido común social camina en dirección contraria. Todas las encuestas sobre prostitución muestran recurrentemente una mayoría clara de personas –superior al 60%– a favor de descriminalizar el trabajo sexual. También, la mayoría de las mujeres e incluso de votantes del PSOE.
Así, estos encendidos debates forman parte de la guerra interna de la izquierda institucional por tratar de representar al feminismo. Es una lucha por el poder y por los recursos del Estado. Pero también hay un intento de cierto feminismo institucional de división del movimiento para deshacerse de sus segmentos más subversivos, aquellos con demandas radicalizadas que cuestionan sus propias posiciones sociales. El objetivo: devolver a la marginalidad al feminismo de base que ha tenido enorme presencia pública con los grandes 8M y las huelgas feministas. Como expliqué en el artículo anterior, algo parecido pasó en la Transición –en un contexto muy diferente–. (Hay que señalar que Cataluña y Euskal Herria son campos políticos separados donde estas cuestiones van por otros derroteros que no encajan bien en estas explicaciones. Y también que hay un feminismo institucional diferente que responde mejor a los postulados de un feminismo más abierto, como se da por ejemplo en Barcelona en Comú.)
Puede que este feminismo de base o de la diversidad vuelva a la marginalidad en términos de presencia pública: cuestionar las fronteras y decir que eso forma parte de nuestro proyecto feminista no siempre es fácil de explicar en los medios mainstream. Además, cuando se tienen los recursos de las instituciones para premiar unas determinadas posiciones políticas, es normal que estas parezcan mayoritarias porque son las que se potencian en la academia, el tercer sector, en charlas y medios. Otras posturas, además, son penalizadas, no solo dejándolas fuera de los circuitos de invitaciones y encargos retribuidos, sino mediante furibundos ataques en redes. Hay muchas feministas que no hablan de determinados temas por miedo a perder trabajos o ser señaladas públicamente.
Sin embargo, es probable que este feminismo conecte mejor con el sentido común más amplio fuera del ámbito izquierdista. La prostitución es una de estas cuestiones, pero hay otras. Por ejemplo, un feminismo que aborda el machismo como un problema estructural se dedica menos a la culpabilización de los hombres, sobre todo de los nombres individuales, a la que conduce cierto feminismo esencialista –todo hombre como enemigo es la otra cara de la mujer siempre como víctima–. El victimismo nos quita agencia y nos infantiliza, y su marco nos lleva a demandar más protección al Estado como única propuesta. (Una protección que no es para todas, porque para las inmigrantes –con o sin papeles– o las mujeres trans, gitanas o simplemente pobres, la experiencia con el Estado o la policía no es la de que existen para protegerlas, sino que, por el contrario, son origen en sí mismos de una parte de la violencia que reciben.) La violencia sexual es terror, pero también lo es la manera en que a veces se utiliza para justificar la que reciben las personas marginadas o las migrantes sin papeles –la persecución de la trata, donde muchas víctimas son deportadas o encerradas en CIEs, es el caso más sangrante–.
Tratar de engrosar delitos y penas –también los relacionados con la violencia sexual– es apoyar el marco securitario de Vox y potenciar su crecimiento. Tanto individualizar el problema del machismo para encerrar a algunos hombres malos, como culpar a todos de la violencia sexual son palancas en las que se apoya la extrema derecha para impulsar su antifeminismo. Pero lo más importante, no parece la mejor manera de que los hombres sientan que la revolución feminista también mejorará sus vidas en muchas cosas, ni de hacerlos parte de nuestro proyecto de transformación social. Para cambiar la sociedad necesitamos toda la fuerza posible.
Por tanto, un feminismo favorable a los derechos de las trans y a la descriminalización del trabajo sexual; uno que no vea la sexualidad únicamente como ámbito de peligro sino de disfrute y de libertad; claramente antipunitivo y antidentitario; que no se apoye en censuras ni linchamientos puede parecer marginal, pero en realidad conecta mejor con la sociedad española. La cuestión de cómo cambiar las jerarquías sociales y repartir poder y recursos –de cómo construir un feminismo de clase– puede parecer quizás más ardua de articular o de explicar, pero sin ella no hay proyecto emancipatorio posible.
**Sobre la autora: Es periodista y doctora en Antropología. Es miembro de la Fundación de los Comunes.
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