Rebelión
Por Atilio A. Boron
Repliegue sobre la retaguardia estratégica de Estados Unidos, América Latina y el Caribe
Mucha gente intoxicada por los “medios de desinformación” de masas, o por el “sicariato mediático” (porque esas organizaciones con sus fake news, blindajes y ocultamientos informativos son tan letales como los hampones de los cárteles de la droga) manifiesta su resignación, en algunos casos su sorpresa, ante el recrudecimiento del bloqueo decretado por el gobierno de Estados Unidos en contra de Cuba (y también Venezuela y Nicaragua). Son archisabidas las ambiciones de dominio que Washington tiene sobre las tierras al sur del Río Bravo. Como dijera el presidente mexicano López Obrador en su discurso del pasado 24 de julio (en ocasión del 238 aniversario del nacimiento de Simón Bolívar) “es ya inaceptable la política de los últimos dos siglos, caracterizada por invasiones para poner o quitar gobernantes al antojo de la superpotencia; digamos adiós a las imposiciones, las injerencias, las sanciones, las exclusiones y los bloqueos.” Efectivamente, la “inercia histórica” conduce al intervencionismo, las desestabilizaciones de gobiernos dignos y los bloqueos genocidas, violando los preceptos más sagrados de la vituperada legalidad internacional. Y un sector importante de la opinión pública ha naturalizado esa monstruosidad y no llega a reaccionar ante la misma. Ojalá que la valiente denuncia de López Obrador les haga tomar conciencia del carácter aberrante del monroísmo de viejo y nuevo cuño.
Pero existen otras razones, más novedosas que explican la contraofensiva estadounidense. Me limitaré por ahora a señalar una: la dirigencia del imperio, eso que algunos llaman el “Estado profundo”, ha caído en la cuenta que Estados Unidos ya ha dejado de ser la principal economía del mundo. Puede todavía, según como se la mida, ser un poco más grande que la china, pero en pocos años más, según los informes de la OCDE, el gigante asiático sobrepasará ampliamente a la economía estadounidense. Pero ese no es el principal problema: sí lo es el hecho que China se ha convertido en el primer socio comercial de la gran mayoría de los países del planeta. La elocuente imagen que acompaña esta nota se refiere tan sólo a la vinculación comercial y subestima la importancia del vínculo dado que en la casi totalidad de los casos el país asiático es a su vez el principal socio financiero. Esta situación es totalmente inédita, nunca vista en la historia de la economía internacional y menos algo que haya ocurrido en un lapso, históricamente breve, de tan sólo veinte años. Y se trata de una modificación que no es coyuntural o pasajera sino estructural y que revela, con nítidos perfiles, la temida declinación del “imperio norteamericano.” Esta nueva realidad aporta una de las claves -no la única pues más arriba mencionamos a la “inercia histórica”- que explica la renovada beligerancia estadounidense en la región.
El endurecimiento del bloqueo arriba mencionado acompañado por el firme respaldo al “narcogobierno” colombiano, la “Israel sudamericana”, que le facilita sus tropas, mercenarios, narcotraficantes y paramilitares para hostigar no sólo a la vecina República Bolivariana de Venezuela sino también para descaradamente operar en Haití y perpetrar un magnicidio. A lo anterior hay que agregar las intensas presiones ejercidas sobre gobiernos remisos a obedecer las órdenes de la Casa Blanca, como los de México, Bolivia, Argentina y ahora Perú.
Ante un cambio de la magnitud como la que ilustra la antedicha imagen la voz de orden ha sido replegarse sobre la retaguardia estratégica de Estados Unidos: América Latina y el Caribe y procurar desde allí, con una región totalmente dominada por gobiernos de derecha mitigar las consecuencias de este abrupto cambio en la relación de fuerzas económicas entre Estados Unidos y China. Esta política tiene un antecedente: en la década de los 70s, cuando Washington cayó en la cuenta de que sería derrotado en Vietnam lo que se hizo fue sembrar dictaduras militares por toda la región para mejor capear el temporal. Tanto ayer como hoy la receta es la misma: desestabilizar gobiernos insumisos o simplemente con pretensiones de neutralidad y fortalecer a los lacayos del imperio. En aquella ocasión lograron su propósito, pero ahora es muy poco probable que con esa misma política vayan a obtener idéntico resultado.
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