Rebelión
Por Hedelberto López Blanch
Washington está buscando por todos los medios debilitar a la República Popular China que con un constante e indetenible crecimiento amenaza convertirse en pocos años en la primera economía mundial.
La hegemonía imperial estadounidense ha perdido en los últimos tiempos grandes espacios, no solo en el ámbito económico sino también en el militar, y ya no puede imponer sus designios a varios países del orbe.
En el caso de China, la anterior administración de Donald Trump aplicó numerosas extorsiones para intentar frenar el avance del gigante asiático y el actual gobierno de Joe Biden ha continuado y ampliado esa política para lo cual ha logrado sumar a países de la Unión Europea.
En la reciente reunión del Grupo de los Siete (G-7) realizada en Carbis Bay, Reino Unido, Estados Unidos presionó para que se criticaran supuestas prácticas anticompetitivas de Beijing y presuntas violaciones de los derechos humanos en esa nación. Los líderes del Grupo abogaron por “contrarrestar y competir” con el gigante asiático en desafíos que van desde “salvaguardar la democracia” hasta la carrera tecnológica.
Biden dedicó un amplio esfuerzo diplomático a lograr una oposición más sólida contra China, país al que contempla como competidor por la hegemonía mundial.
China inmediatamente respondió que han quedado atrás los días en que las decisiones globales eran dictadas por un pequeño grupo de países e instó a Washington y a otros miembros del grupo a respetar los hechos, dejar de calumniar a Beijing, además de no intervenir en sus asuntos internos para contribuir al desarrollo de la cooperación internacional, no a la creación artificial de confrontaciones.
Para el próximo 2 de agosto está prevista la entrada en vigor de una nueva orden ejecutiva firmada por Biden que amplia una anterior de Trump la cual afectará a 59 firmas del país asiático, incluyendo al gigante Huawei y las tres mayores compañías de telecomunicaciones de la nación.
El supuesto motivo es que esas empresas “respaldan los esfuerzos de los aparatos de inteligencia, militares y de seguridad de Beijing” pero la intención es detener el avance del gigante asiático en la arena internacional.
Con el fin de impulsar producciones y desarrollar el país para no rezagarse frente a China, Biden había propuesto un megaproyecto de infraestructura de 2 300 millones de dólares, pero el pasado 24 de junio se conoció que solo se destinarán 1 200 millones en un período de ocho años.
La mayoría de los recursos se destinarán a crear nuevas infraestructuras, entre las que destacan los 580 000 millones de dólares destinados a inversiones de redes eléctricas, Internet de banda ancha, transporte de pasajeros y de mercancías.
Estados Unidos observa con turbación y desasosiego los avances de Beijing en todos los ámbitos y sobre todo el impulso que ha significado para el gigante asiático la Nueva Ruta de la Seda iniciada en 2013.
En marzo de 2021, Biden propuso a los países capitalistas de occidente crear una alternativa a la Iniciativa de la Franja y la Ruta porque Beijing “la utiliza como instrumento de presión económica y política sobre varios países”.
Mediante este mecanismo, China ha entregado créditos blandos a las naciones involucradas que les ayuda a mejorar la situación económica e impulsa el desarrollo de sus infraestructuras. Además de favorecer un desarrollo sostenible, fortalece los vínculos de intercambios culturales entre las diferentes civilizaciones.
De esa forma, también las decenas de naciones involucradas se desligan de los empréstitos que le pudieran otorgar bajo exigencias onerosas y abusivas el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM).
Los datos sobre los resultados obtenidos hasta el momento son sumamente halagüeños lo cual provoca alteraciones nerviosas para Occidente.
El canciller de China, Wang Yi informó a finales de junio que 150 países participan en la Nueva Ruta de la Seda y el intercambio comercial entre Beijing y sus socios superó los 9,2 billones de dólares, mientras las inversiones directas en diferentes esferas de empresas y compañías del gigante asiático en esas naciones alcanzaron 130 000 millones de dólares.
En el reciente mes de mayo, durante la Quinta Exposición Internacional de la Ruta y la Seda, fueron firmados numerosos acuerdos de cooperación con una proyectada inversión de 24 500 millones de dólares los cuales agrupan 72 proyectos en áreas de la educación, altas tecnologías y modernizaciones en la agricultura.
Cifras relevantes ha alcanzado China en los últimos cinco meses pese a los efectos mundiales de la pandemia de la covid-19.
Las principales empresas industriales del país aumentaron las ganancias en un 83,4 % según divulgó la Oficina Nacional de Estadísticas. La industria minera logró un beneficio de 387 000 millones de yuanes, un crecimiento de 136 % interanual; la manufacturera, 2,9 billones de yuanes, o sea, 85,2 %; las industrias de producción y suministro de electricidad, calefacción, gas y agua, 223,2 millones de yuanes para 29,1 %. Asimismo, en este período de enero a mayo, 39 de los 41 principales sectores industriales vieron aumentar sus ganancias.
El Banco Mundial espera que el Producto Interno Bruto (PIB) de China crezca 8,5 % a medida que su recuperación económica se amplíe. El informe indica que la mayor confianza de los consumidores, las empresas y las mejores condiciones del mercado laboral apoyarán un cambio en la demanda interna privada, la inversión pública y las exportaciones.
Con las enormes relaciones comerciales internacionales de China y sus abundantes producciones en todas las esferas, a Estados Unidos y otras naciones occidentales les será muy difícil detener los avances del gigante asiático que ya se perfila como la principal potencia económica en el futuro cercano.
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