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Por Beatríz Gimeno
Los datos son tozudos y nos hablan de un peligro mortal. Un peligro que se ceba particularmente con las mujeres. Un peligro que el servicio británico de violencia doméstica ha estipulado. Un peligro que varía en función de si Inglaterra gana o pierde un partido. En concreto la violencia de género se incrementa en el país un 26% cuando su selección juega, alcanzando el 38% en el caso de derrota.
Un equipo de futbol pierde un partido importante y cientos de mujeres, quizá miles, se echan a temblar en la soledad de sus casas. Un equipo de futbol pierde y miles de mujeres son apaleadas. Algunos hombres se enfadan cuando su equipo de futbol pierde y sienten la necesidad de romper cosas, mujeres incluidas. Las autoridades sacan a la Policía cuando ven que se están pasando con el mobiliario urbano, pero lo de las mujeres es otra cosa. La Policía y quienes la dirigen no se muestran tan preocupados por las mujeres como por las cosas. Otras mujeres ponen anuncios ofreciendo sus casas como refugio. Esto no es El cuento de la criada, es la realidad que saltó a los medios durante el partido de la final de la Eurocopa que jugaron Italia e Inglaterra. En el Reino Unido ni siquiera hay una estadística que cuente los asesinatos machistas. No sabemos, no saben, cuántas son las asesinadas cada año, cada mes. Cuántas las que son apaleadas porque ha perdido su equipo y los hombres se han enfadado. No nos engañemos pensando que eso ocurre allí porque ocurre en todas partes. Como todo lo que se refiere al machismo todo es posible y lo que ocurre en un lugar ocurre en otros, sólo hay que hacerlo visible.
Hace unos días, después de la final de la Eurocopa, nos enteramos de que había una campaña en redes sociales para que la gente ofreciese su casa a mujeres desconocidas ante el, por lo visto, habitual aumento de la violencia machista tras los partidos de fútbol. Mientras muchas personas veíamos el partido con emoción, con amigas y amigos y en un ambiente festivo, muchas mujeres lo veían con pánico y deseando que el equipo de sus maridos y compañeros no resultara perdedor. Las bestias apalean a «sus» mujeres igual que rompen el mobiliario urbano, porque ellas también son cosas y están cerca. Y porque expresan no se sabe qué perverso sentido de la masculinidad rompiendo cosas y apaleando a mujeres.
Las cifras demuestran que la violencia machista aumenta cuando hay partido pero, a tenor de lo leído en estos días, no todo el mundo tiene claro quién provoca la violencia machista, así pues no parece que tengan ni la más ligera idea de cómo evitarla. El viceministro de Justicia, el conservador David Wolfson salió a recordar que «aunque todos queremos que gane Inglaterra, debemos acordarnos de aquellas para las que (el fútbol en casa) es una amenaza a menudo acompañada de alcohol y violencia». Pero yo veo el fútbol en casa y no lo percibo como una amenaza. El futbol no es una amenaza, son determinados hombres los que son una amenaza cuando ven el fútbol; aunque, en realidad, esos hombres son una amenaza siempre y si no fuera el futbol sería cualquier cosa; esa historia ya la conocemos: la comida fría, los niños que molestan, que hablas cuando no quiero o que te pego porque eres mía.
Igualmente, un estudio muy sesudo publicado el 4 de julio por el Centre for Economic Performance de la London School of Economics ha cruzado los incidentes de violencia con el horario de 800 partidos del Manchester United y el Manchester City celebrados entre 2012 y 2019 y ha concluido que las agresiones aumentan un 8,5% en las diez horas posteriores al inicio del encuentro. Si los partidos se celebran por la tarde hay más violencia y si se celebran por la noche, hay menos. La razón, concluyen los investigadores, es que los agresores pegan menos por la noche porque beben menos ya que al día siguiente tienen que ir a trabajar. No es el futbol, dicen, es el alcohol.
Sin embargo, durante el último partido que jugó España y en el que perdió en la tanda de penaltis, las personas que lo vimos en mi casa alguna cerveza de más sí que nos tomamos y yo, que no estoy acostumbrada, me pasé bastante con el tinto de verano. Nos dio por reírnos primero y por llorar después, cuando perdimos. Los hombres no insultaron a las mujeres, nadie pegó a nadie.
Un informe de la Universidad de Lancaster que analiza la violencia machista durante los partidos recoge que si Inglaterra gana o empata a ellas las apalean un 26% más y si pierde, un 38%. Así pues, si ganan las pegan y si pierden también. No es el futbol, no es el alcohol, son los machistas y es también un sistema cómplice de la violencia y que no hace nada por terminar con ella. Son los políticos que ponen el dedo donde no es, son todos esos investigadores que sacan conclusiones equivocadas porque no buscan donde hay que buscar, es todo el sistema que no encuentra que este estado de cosas es insoportable y es una sociedad que parece que, en su mayor parte, ha naturalizado esta violencia y que se ha acostumbrado a convivir con ella. No es el fútbol, ni es el alcohol, ni son unos cuantos descerebrados. Es el sistema en su conjunto que, lejos de combatir una determinada manera de encarnar la masculinidad la promociona de múltiples maneras. No hace falta ir a Inglaterra tampoco, están aquí.
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