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Por Andrew Langley
Oro y plata sobre bronce Daga funeraria micénica “Caza del león”. Círculo de tumbas A, Micenas, Grecia, siglo XVI a. C. Fuente: Wikimedia Commons
Gran parte de nuestro pensamiento e imaginario de hoy en día se deriva de Hollywood. El género postapocalíptico es tan generalizado que es común escuchar a la gente describir el brote de coronavirus como el “comienzo de una película”, ese momento en la primera hora de una película en el que las pequeñas señales de algo malo rápidamente se convierten en un desastre.
La amenaza, ya sea de zombis, asteroides, pandemias, guerras, alienígenas o cualquier otra cosa, rápidamente abruma el tranquilo y gentil mundo de nuestros protagonistas. Poco después todo se detiene: la ley y el orden, el comercio, la protección pública básica, todas las formas de gobierno. Esta línea recta y rápida que va desde el desastre hasta el colapso sucede de manera simple, rápida y coherente.
Sin embargo, el colapso de las sociedades complejas no ocurre de esta manera. La realidad del colapso es que una serie de pequeñas acciones no relacionadas entre sí repercuten en los sistemas diplomáticos, económicos y de poder con resultados desproporcionados e impredecibles. Consideremos el asesinato del Archiduque Franz Ferdinand por el nacionalista serbio Gavrillo Princip en 1914. No se podía prever que una acción de este tipo iniciara el colapso de múltiples imperios europeos, la ruina fiscal del Estado británico, un golpe de Estado bolchevique y el rediseño del mapa de Oriente Medio. Los historiadores aún no han llegado a un consenso sobre las causas exactas de la Primera Guerra Mundial, a pesar de los océanos de tinta que se han vertido sobre el tema. Esto se debe a que los sistemas de tan abrumadora complejidad no responden a los eventos de una manera lineal predecible, sino más bien tambaleándose y con sacudidas espasmódicas. A menudo el impacto que causan los eventos solo puede percibirse después de muchas generaciones.
Esta complejidad irreductible explica por qué sucesos como la desintegración del Imperio Romano de Occidente, el colapso de las civilizaciones del Chaco y la de los Mayas, la Reforma Protestante y la Revolución Francesa son impredecibles de antemano y difíciles de explicar después.
El colapso del Imperio Romano de Occidente ha tenido diversas explicaciones, entre ellas: la naturaleza sediciosa del Cristianismo, las invasiones bárbaras, la decadencia cultural, la decadencia económica, una burocracia hipertrofiada y un sistema de gobenanza inestable, por nombrar solo algunas. En conjunto se hace imposible señalar un evento que haya llevado a la desintegración del Imperio. También deberíamos ser cautelosos a la hora de atribuir connotaciones puramente negativas al colapso de un imperio. El libro de James C. Scott, Against the Grain, describe cómo el colapso frecuente de los primeros estados de Mesopotamia condujo a un aumento de la esperanza de vida entre las poblaciones dispersas. El ganado densamente hacinado junto con los seres humanos, sumado a una sociedad altamente estratificada con una dieta monótona basada en los cereales, a menudo condujeron a pandemias, hambrunas, guerras y rebeliones.
Mientras el mundo lucha actualmente contra el brote de la COVID-19, ciertamente parece que estamos siendo testigos de un importante acontecimiento histórico, uno que podría llevar al colapso o la fragmentación de los EE.UU. o de la Unión Europea. Pero cuando ocurren eventos sistémicos importantes como este, ¿son de naturaleza singular o se combinan con las fuerzas existentes? Si es así, ¿es posible analizar estas tendencias a medida que ocurren? Uno de los mejores casos de estudio prehistóricos es el Colapso de la Edad de Bronce que ocurrió en las décadas en torno a 1150 a. C.
Una gran serie de desastres naturales, guerras, invasiones y abandonos de ciudades tuvo lugar a través de los mares Egeo y Mediterráneo, lo que provocó el desmantelamiento de las rutas comerciales, la diplomacia y las economías. La Edad Oscura resultante dio lugar finalmente a las ciudades-Estado griegas para las que la invasión de Troya y los viajes de Odiseo ya eran legendarios.
El colapso terminó con el uso del Lineal B como alfabeto y destruyó las frágiles redes de comercio que permitían a los imperios mezclar el escaso estaño y el cobre para formar el bronce. Las ciudades-Estado que emergieron de la Edad Oscura dependían del hierro local en lugar del bronce, marcando el comienzo de una nueva era y proporcionando a los filósofos griegos un pasado mítico para añorar una Edad de Oro.
Para dar sentido a un mundo tan distante es necesario establecer el contexto. La Edad de Bronce tardía fue la primera vez que el mundo se globalizó de verdad en un sentido real. Los reinos bíblicos de Anatolia, Micenas, Babilonia, Egipto, Canaán, Asiria y Mesopotamia emergieron a través del Mediterráneo y se interconectaron de formas hasta entonces inimaginables. En el período comprendido entre el 4000 y el 1100 a. C. se desarrollaron ciudades-Estado e imperios como el acadio (23314-2154 a. C.), el Uruk tardío (3400-3200 a. C.), el Antiguo Reino de Egipto (2686-2181 a. C.) y el período micénico de Grecia (1600-1100 a. C.). Una explosión de creatividad produjo una avanzada elaboración de los metales, la escritura cuneiforme, las matemáticas modernas, la invención del crédito, una clase burocrática, el comercio a larga distancia, las rutas de navegación costeras, la diplomacia internacional y la arquitectura monumental a gran escala.
El acadio se convirtió en la lingua franca de la comunicación diplomática, como atestiguan las asombrosas Cartas de Amarna, una serie de tablillas cuneiformes que revelan el grado de contacto entre los gobernantes. Estas incluyen peticiones de asistencia militar, fragmentos de poesía y el arreglo de matrimonios.
En parte, estas rutas comerciales y diplomáticas de largo alcance tenían que ver con la seguridad de los recursos naturales vitales para los diferentes Estados. El bronce, en particular, requería obtener tanto cobre como estaño, a diferencia del hierro, lo que lo hacía más vulnerable a la pérdida de una fuente segura. Citando a la académica Carol Bell:
“La importancia estratégica del estaño en la EBT [Edad de Bronce Tardía]… probablemente no era muy diferente de la del crudo hoy en día… La disponibilidad de suficiente estaño para producir… bronce para armamento debe haber estrujado las mentes del Gran Rey en Hattusa y del Faraón en Tebas de la misma manera que el suministro de gasolina al conductor de un SUV a un costo razonable preocupa a un presidente de los EE. UU. hoy en día”.
A pesar de la conectividad y los avances de este mundo militar y políticamente poderoso, las pruebas apuntan a un período generalizado de guerras, hambrunas y catástrofes naturales. Comenzando alrededor del 1200 AC, un gran número de ciudades importantes parecen haber sido destruidas, en una ola de devastación que se extendió desde Grecia a Anatolia, hasta Siria y Egipto. La lista incluye Troya, Knossos, Ashdod, Kadesh y Ugarit, sucumbiendo a una combinación de rebeliones, incendios, terremotos e invasiones. Varias fuentes contemporáneas mencionan la aparición de los misteriosos Pueblos del Mar, que se han convertido en legendarios en cualquier discusión sobre el colapso. Las inscripciones de Ramsés III en 1177 a. C. hacen referencia a varias invasiones desde el mar, personas que lucían tocados de plumas, gorros de cráneo y cuernos. Con toda probabilidad estos ataques fueron asaltos no coordinados de numerosos pueblos que huían de partes del norte del Mediterráneo, sin embargo han pasado a la historia como un pueblo singular, responsable de una ola de destrucción. Junto a la pérdida de grandes ciudades vino el colapso del comercio, cartas implorando a los gobernantes más poderosos que enviaran grano para aliviar la hambruna y la muerte de los centros de mando centralizados de los palacios, como en Knossos (Creta). Las ondas de choque de estas pérdidas, de la sequía, los terremotos, la guerra y la perturbación del comercio causaron un colapso total del orden internacional dominante durante más de 300 años.
Fuente: Wikimedia Commons
Lo repentino de este colapso se puede ver en la inocencia de las cartas que todavía se envían desde Ugarit a Chipre y a los hititas y alabando al faraón por agasajar al rey con regalos. Ugarit sería destruida poco después, pero nunca se sabría por estas comunicaciones. En algunos lugares aparecieron culturas completamente nuevas sobre las ruinas de las antiguas, y en otros hubo una despoblación tan grave que tardó un milenio en recuperarse. De los principales imperios que dominaban la región, solo Egipto tenía la capacidad de recuperación y los recursos para sobrevivir. Todos los demás desaparecieron. Para el año 1000 aC, el orden internacional había sido reemplazado por ciudades-Estado más pequeñas y locales. Los palacios, las administraciones centralizadas, las jerarquías burocráticas e incluso los alfabetos y el concepto de escritura se desvanecieron en grandes áreas. Las culturas orales que la reemplazaron dieron lugar, con el tiempo, a la poesía épica de La Ilíada y La Odisea. Las nuevas civilizaciones y pueblos que nacieron de las cenizas de las antiguas, los fenicios, los israelitas, los neoasirios y los hititas, los atenienses y los espartanos, crearon el mundo en el que ahora vivimos. Hemos heredado sus legados, sus alfabetos, su política y sus religiones.
¿Qué lecciones podemos aprender entonces de este evento? Parece improbable que veamos el colapso de las administraciones y burocracias centralizadas como resultado de un coronavirus, en todo caso podemos ver un fortalecimiento. Tampoco es probable que veamos una gran pérdida de los fundamentos de la civilización: alfabetización, escritura, diplomacia y tecnología. Las empresas que proporcionan tecnología digital también es probable que se vean fortalecidas por el coronavirus. En ese caso, ¿hay algún paralelismo entre los dos mundos?
En primer lugar, podemos señalar la interconexión, o lo que Eric Cline llama “hipercoherencia”, como un factor importante en la naturaleza del colapso. La arqueóloga británica Susan Sherratt llama a la Edad de Bronce “una economía y cultura global cada vez más homogénea pero incontrolable… donde las incertidumbres políticas de un lado del mundo pueden afectar drásticamente las economías de regiones a miles de kilómetros de distancia”. Esto es sorprendentemente similar a nuestro propio mundo hiperglobalizado que ha mostrado su vulnerabilidad, la vulnerabilidad de las economías a las crisis financieras y ahora la vulnerabilidad humana a los nuevos patógenos. El aumento de la dependencia crea un aumento de la fragilidad. Una lección que tal vez queramos aprender es cómo disminuir nuestra fragilidad.
La segunda lección que el colapso de la Edad de Bronce nos enseña es lo que sucede cuando las economías se desconectan por la fuerza. El término griego autarkia o autarquía significa autogobierno y autosuficiencia y se convirtió en un término importante en las décadas siguientes al colapso. A medida que las economías de gobierno centralizado de los imperios desaparecieron, hubo un aumento de las ciudades-Estado locales y autosuficientes La pérdida de los materiales de aleación para fabricar bronce llevó a las comunidades a recurrir al hierro, que, en contra de la creencia común, es inferior en muchos aspectos al bronce, sobre todo porque el bronce no se oxida. La tecnología más barata, más local, pero inferior, aumentó notablemente después del colapso y permitió a las ciudades-Estado más pequeñas armarse y utilizar herramientas sin tener que depender del comercio a larga distancia de cobre y especialmente de estaño. Esta fragmentación es el patrón natural de un sistema que no puede sostenerse y colapsa en componentes más pequeños. Como se mencionó anteriormente, Scott y otros académicos no ven esto necesariamente como algo malo. Las poblaciones liberadas de la tiranía del imperio a menudo muestran un aumento de la salud y la esperanza de vida. La recentralización [NdT: desglobalización] de nuestras economías en torno a rutas comerciales más locales y menos distantes debería ser una lección que aprender y aplicar rápidamente.
Una tercera y última lección que debemos asimilar es la comprensión de que los colapsos no ocurren en una secuencia lineal predecible. Aunque para los estándares históricos el colapso del orden de la Edad de Bronce ocurrió muy rápido, para alguien que lo vivió los eventos habrían ocurrido durante décadas. El declive del comercio, la diplomacia y el alcance del poder puede ocurrir lentamente al principio y luego repentinamente con una velocidad notable. Fenómenos como el cambio climático son lo que los estrategas militares llaman intensificadores de fuerza, cosas que un Estado fuerte podría manejar por sí solo, pero que combinadas con eventos agudos sirven para intensificar la acción. Por ejemplo, una sequía que cause una hambruna podría haber sido gestionada por cualquiera de los principales imperios de la Edad de Bronce, pero combinada con un terremoto en ciudades costeras cruciales, con la rebelión interna y una invasión externa sobrepasa rápidamente la capacidad de acción del Estado. De la misma manera, hoy en día estamos en una posición en la que el virus puede ser manejado por la mayoría de los Estados, pero todavía tenemos que ver cómo se combina con los conflictos, el cambio climático, los altos niveles de deuda pública y privada y la epidemia de obesidad y diabetes. El crack de 2008 bien podría haber sido un precursor de un desastre económico más generalizado. Simplemente no lo sabemos. Lo que podemos hacer es estudiar y aprender de la historia. ¿Cuáles son las condiciones que conducen a un colapso sistémico? ¿Cómo podemos mitigarlas? Y, ¿qué compromiso entre la conectividad y la fragilidad estamos dispuestos a tolerar?
Fuentes y lecturas relacionadas
Cline, E.H., 2015. 1177 BC: The year civilization collapsed. Princeton University Press.
Bell, C., 2012. The merchants of Ugarit: oligarchs of the Late Bronze Age trade in metals. Eastern Mediterranean Metallurgy and Metalwork in the Second Millennium BC, Oxbow Books, Oxford, pp.180-187.
Scott, J.C., 2017. Against the grain: a deep history of the earliest states. Yale University Press.
Drake, B.L., 2012. The influence of climatic change on the Late Bronze Age Collapse and the Greek Dark Ages. Journal of Archaeological Science, 39(6), pp.1862-1870.
Knapp, A.B. and Manning, S.W., 2016. Crisis in context: The end of the Late Bronze Age in the eastern Mediterranean. American Journal of Archaeology, 120(1), pp.99-149.
(Artículo publicado originalmente en Resilience.org, traducido por Moisés Casado, revisado por Manuel Casal Lodeiro.)
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