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lunes, 22 de marzo de 2021
Machismo callejero
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Por Miguel Lorente Acosta
No me extraña que la nave “Perseverance” ni ninguna otra de las anteriores no hayan encontrado marcianos en Marte, porque todos deben estar aquí en la Tierra. Es lo que se deduce del comportamiento de muchos cuando su conducta se muestra tan alejada de la realidad que dicen habitar.
La “violencia callejera” que estamos viendo estos días forma parte del modelo machista que busca con ella conseguir dos objetivos principales. Por un lado, el resultado concreto de cada una de las acciones, y por otro, la reivindicación de quiénes están legitimados para usarla, qué son los hombres y sus estrategias. De ese modo, se refuerza la alianza impuesta por el androcentrismo entre lo individual y lo social para apuntalar lo cultural: los hombres son más hombres al usar la violencia, y el sistema machista es más sólido con la violencia “normalizada” y “justificada” que ejercen los hombres que así lo deciden.
Sólo hay que ver cómo algunos de los violentos compiten entre sí para ver quién hace la “hombrada” más grande al ponerse frente a la policía o al quemar el contenedor de mayor tamaño, o al romper la luna del comercio más significativo, o directamente al golpear a los policías ante la admiración del resto de violentos. ¿Creen que alguno de estos agresores es cuestionado por el resto del grupo al llevar a cabo estas acciones? Todo lo contrario, con ellas logran la heroicidad de ser reconocidos por su violencia, para luego continuar con la estrategia violenta de su modelo y ocupar en ella puestos más relevantes.
Un partido de izquierdas debe tener claro cuáles son los elementos que definen el modelo de convivencia que busca la izquierda.
Siempre he dicho que la diferencia fundamental entre la derecha y la izquierda no está en el número de machistas, sino en el número de feministas. Quienes defienden la violencia desde las posiciones de izquierdas no buscan transformar el modelo patriarcal, sino reforzarlo para beneficiarse de él a la hora de desarrollar sus ideas. Podrán hacer planteamientos muy diferentes con las políticas que implementen, redistribuir la riqueza, potenciar un modelo social, defender y reforzar lo público… y todo lo que desde sus posiciones consideren necesario, pero lo harán con unos valores machistas que perpetuarán el protagonismo de los hombres y lo masculino, la jerarquización como modelo de relación en la sociedad, y la consecuente injusticia social que se deriva de todo ello. Así ha ocurrido en las dictaduras de izquierdas, que han sido de izquierdas y machistas.
La única referencia transformadora de la realidad es el feminismo, y el feminismo es pacifismo. No se puede ser de izquierdas a medias o de 8 a 3, es algo que deben entender quienes buscan transformar la realidad, no sólo hacer algunos cambios en ella. Y quienes hablan desde posiciones referentes de la izquierda, como ha hecho Pablo Echenique al amparar la violencia en nombre de los objetivos que se pretenden alcanzar a través de ella, deben tenerlo aún más claro, y apartarse de todo lo que signifique mantener las referencias del modelo patriarcal. La utilización de la violencia es tan machista que al final, cuando se defiende, se utilizan los mismos argumentos para minimizarla, y se dice que “sólo son unos pocos”, o que desde el otro lado también hay violencia, pero “de otro modo”, justo lo mismo que dicen los maltratadores.
No hacerlo tiene una doble consecuencia, por un lado, la ya comentada de perpetuar el modelo, y por otro, legitimar la violencia y darle espacio dentro de la convivencia bajo el argumento de que hay razones para usarla. Una vez que acepta esta premisa del modelo, la consecuencia es que cada uno utiliza sus razones para llevarla a cabo, pero sin dudar de que la violencia es una parte esencial de la estrategia del sistema.
La irresponsabilidad de quienes actúan de ese modo desde posiciones institucionales es mayor, pues junto al mensaje aparece la legitimidad de quienes ven en su posición un refuerzo de sus ideas y decisiones. Es lo mismo que ocurre cuando desde la derecha y la ultraderecha cuestionan la realidad de la violencia de género, y luego muchos utilizan ese respaldo institucional para cuestionar y atacar con más intensidad las medidas dirigidas a erradicarla.
En democracia existen mecanismos para actuar contra las decisiones o contra, como se ha dicho, la “violencia policial”. Pero la violencia nunca justifica la violencia ni una decisión injusta. Esa es otra de las trampas del machismo para no renunciar a su estrategia y permitir la continuidad de sus instrumentos y tácticas; o sea, su propia continuidad.
La democracia no se debilita ni es deficitaria cuando se aplican las leyes elaboradas por el Parlamento, la deficiencia democrática se produce cuando las críticas se hacen a través de la violencia, sobre todo cuando se acompañan del respaldo o la justificación de quienes están en posiciones institucionales y en condiciones de impulsar el desarrollo nuevas leyes.
La democracia no se puede imponer a la fuerza, debe ser parte de la manera de entender la convivencia. Y la violencia es incompatible con la convivencia y con la Igualdad. No se deben confundir los límites democráticos con la imposición que establece el modelo patriarcal, y, por tanto, no se puede usar la violencia en nombre de la libertad, porque al hacerlo no se defiende la libertad y la democracia, sino el modelo de poder injusto que tiene en la violencia un instrumento estructural.
La violencia siempre conduce a más violencia.
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