lunes, 8 de marzo de 2021

Los Pueblos siempre vencen


Defensores en Línea

Todo el país está enterado que el presidente impostor que controla el Estado de Honduras desde 2010 ha cumplido una misión encomendada por Estados Unidos desde 2016.

En las últimas semanas, sin embargo, hay algunas señales que parecieran indicar un giro hacia el cierre de esa misión, para comenzar una nueva.

La política exterior del imperio, bajo control de los militares, concibe siempre a Honduras como una base militar de asalto, una republiqueta de alquiler, un depósito de petróleo, un puente de drogas, armas y dinero. Y como pretexto, un embarcador de bananas, de piñas y toronjas.

En esa política están siempre de acuerdo los republicanos y los demócratas, el Pentágono y el Comando Sur, cuyas oficinas en Honduras reemplazaron la embajada del Departamento de Estado en 2014. James Nealon fue el último embajador.

Quince años antes, en 1995, el Departamento de Estado del imperio ordenó a Juan Orlando Hernández preparar el terreno a un proyecto de largo plazo encima del mandato de Zelaya. Ese acuerdo incluía el golpe en 2009, la suplantación de los poderes a Pepe Lobo en 2010, la negociación de la crisis política post golpe en 2011, el reemplazo de los cárteles regionales en 2014 y la entrega del territorio a cambio del enriquecimiento ilícito.

Desde el comienzo del mandato de Zelaya en 2006, Hernández dijo en privado que él tenía un proyecto de país. Se refería a este pacto con los gringos. Y desde entonces reunió a sus propios aliados dentro del Partido Nacional, se deshizo de sus competidores incluyendo al expresidente Callejas, y se alió con el lado oscuro del florismo liberal. Desde 2014, fueron el almirante Kurt Tidd y la teniente Fulton sus jefes locales.

El “Noriega hondureño” recibió todos los poderes, amparado por los militares formados en Estados Unidos y el uribismo, que ha facilitado logística y dinero desde la Colombia ocupada, junto al expansionismo israelí progringo provisto de armas, cárceles e inteligencia militar.

Hernández apoyó el golpe en 2009 y bloqueó a Pepe Lobo desde el Congreso en 2010, agazapándose como negociador de la crisis en 2011, y esperando su último día de diputado en 2013 para aprobar 60 leyes habilitantes tras el fraude electoral que lo puso de presidente.

Eran los años felices de su hermano Tonny y de su hermana Hilda, tramitadores del poder financiero que jaloneaba los presupuestos públicos de aquí para allá, igual que a los policías y a los militares, hasta llenar las bolsas privadas del nuevo clan multimillonario, terrateniente, transportista, inmobiliario, turístico y lavador.

Los carteles nacionales, que habían encarecido el negocio a sus pares mexicanos, fueron progresivamente reemplazados desde el poder del Estado por una nueva policía, una nueva cúpula de las fuerzas armadas y un nuevo centro internacional de iglesias, al servicio del indetenible tráfico de drogas pesadas hacia Estados Unidos.

Temerosos de ser asesinados por el Estado, casi todos los líderes cachiros, valles y ardones, entre otros, se entregaron a la DEA personalmente.

Esta horrible trayectoria de “la manada de Lempira” no ha pasado desapercibida para el pueblo. La población lo sabe y lo sufre, lo resiente. Las muertes “indeterminadas”, como llaman a los homicidios y femicidios cuya autoría no es atribuida a nadie, no forman parte de la estadística oficial de la violencia. Por eso reducen los datos de los homicidios y lo repiten como loros mentirosos.

El país es más empobrecido que nunca antes, el país ha perdido más de 500 mil personas valiosas que deambulan en el mundo en los últimos 8 años, y las violaciones a los derechos humanos están registradas en los informes internacionales de Naciones Unidas, Amnistía Internacional y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, entre otros.

No hay para dónde mirar con optimismo los 12 años de Hernández, de su manada y sus aliados liberales que masacran el presente del país. El pueblo analfabeto sumido en la miseria, las juventudes, los pueblos originarios, las organizaciones sociales, los pequeños y medianos empresarios, lo mal quieren. La mayoría de la población no lo soporta más. Estamos hartos del crimen organizado anclado en el Estado. No se puede convivir en paz con el terrorismo del Estado militar, anti laico y criminal.

Por eso, el líder de la manada está ahora entre las puyas de tres poderes en Estados Unidos: el poder judicial, que lo investiga en Nueva York y La Florida por narcotráfico y terrorismo; el poder ejecutivo, que ha ordenado no recibirlo ni tomarse fotos con él para evitar el contagio, y el Congreso que ha comenzado a mover una nueva ley para cazarlo en el terreno de la corrupción.

Los demócratas tienen los votos para hacer pasar esa ley, tienen la oportunidad de atrapar a su servidor fiel y rectificar su política a favor del crimen organizado en Honduras, pero el pueblo hondureño tiene sus dudas.

Las dudas del pueblo quedaron demostradas ayer con la escasa presencia a las convocatorias hechas por algunos partidos políticos de oposición que extrañamente piden la renuncia irrevocable de Hernández antes de las elecciones primarias, como para facilitar su fuga. O para cucarlo a fin de que haga una tontería desde el consejo nacional de defensa.

En este sentido, los sectores que regañan a la población por no manifestarse en las calles en este momento son realmente inconscientes o malintencionados. Son incapaces de entender que la población está harta. Que el motor de la esperanza está cansado, pensando en continuar las caravanas hacia el país que causa los problemas. Pensando en votar con los pies. Y si no hay un liderazgo capaz de comprender esto, entonces tenemos que esperar la siguiente ola para que el gigante despierte.

Nuestra posición es que Hernández, usurpador e impostor, ilegal e ilegítimo, debe ser quitado del modo que sea por quienes lo pusieron a dirigir la industria transnacional del crimen organizado. Demandar su renuncia es reconocer su investidura. Pedir que se marche de la presidencia es un poco inocente. Es un pedido bien electoral que no entusiasma.

Para nosotras, la resistencia social, ética y moral del pueblo hondureño es el gran activo que no podemos entregar a nadie así no más. Como nos repite cada vez nuestro líder social de generaciones, Carlos H Reyes, los pueblos siempre vencen. Y esta vez no será la excepción. Respetemos la sabiduría popular.


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