lunes, 3 de agosto de 2020

¿Quién entierra con autoridad hoy a Camus?


Por Carlos Alberto Ruiz Socha 

He leído con suma atención el texto publicado hoy (16 de junio de 2020) de Andrew Farrand (https://rebelion.org/malinterpretar-a-camus-en-tiempos-de-covid-19-y-black-lives-matter/). Es sin duda una muestra más de cómo Albert Camus y su obra están hoy día latentes. Comprueba ese artículo de opinión que Camus ha sido más retomado y usado por la derecha “cultural” e “ideológica” que sabe cómo desempolvarlo y desplegarlo, que por la izquierda “imaginativa”, muchas veces negada a tal ejercicio de comprensión por simple pereza o por conveniencia, al querer huir de los filos o cuchillas de lo que pulió el argelino francés, sobre todo por haber criticado con lucidez el contagio estalinista y el daño que la lógica de ese despotismo causaba a la fuerzas de emancipación.

Incluso extremistas neoconservadores han manoseado a Camus sin descanso. George Bush lo hizo mientras iba matando por el mundo. Falta que Trump haga lo mismo. Así que esa manipulación ya es un viejo tema sobre el cual se ha escrito muchísimo en muy diferentes latitudes e idiomas desde hace años.

El hecho de haber acompañado hace poco unas charlas tipo seminario sobre Camus a algunos cercanos, me obliga por ellos y por mi agitación, a esta suerte de paráfrasis urgente. Hoy mismo. Y por la reflexión sobre la pandemia en la que me basé en gran medida en su discernimiento que hallé más pertinente que nunca. No es éste un circo de polémica “intelectual” y vanidades de posiciones. En absoluto. Es una herida muy seria que merece mirarse, porque la derecha está en pie de guerra y no cesa de hacer lo que le explica: el despojo. En este caso también hurta inteligentemente signos. Roba. Suplanta. Confunde. Y hasta puede tener en algún momento razón, haciendo una tarea que en la izquierda no hacemos.

Comienzo por reconocer sin más que la crítica de Farrand es parcialmente acertada. Tiene valor. Aclarando que Camus no optó ni en la práctica ni en sus enunciados políticos, como tampoco lo hizo en la arquitectura de su producción literaria en general, por reivindicar radicalmente los derechos del pueblo argelino, por defender el proceso de la revuelta que condujo a la independencia del poder colonial francés y su vasta maquinaria de barbarie y opresión. Camus no mintió al respecto, que yo sepa. No hizo una cosa y luego suscribió otra. Seguramente le cabe responsabilidad grave de omisión a partir de su origen y relevancia, por ser quien era, cuestión que evidentemente admitió a su manera, y no bajo nuestra lupa de hoy día, surtiendo elementos al tiempo ingenuos y escépticos, de una “tercera vía” ineficaz de corte reformista del “estatuto” colonial argelino de la época, vía no ensayada sino dejada atrás afortunadamente por ese caudal histórico superior y revolucionario en ese momento, que desembocó en logros conocidos y no menos en grandes frustraciones que ya Frantz Fanon esbozó en Los condenados de la tierra, como otros autores que avisaron de algunas minorías y bandas que se empotran como dirigentes deshonestos y autócratas, tras luchas insurrectas, dando la espalda a transformaciones históricas, en África y otros continentes. Un cambio en las castas.

Así que no se trata, en absoluto, de salir en defensa de Camus, pues como pocos autores, quizá él hizo con pocas pero sólidas verdades lo suficiente para defenderse él solo por mucho tiempo y ante todo tipo de interpretaciones, con sus abusos y sus tormentas. Utilizar sus palabras puede ser un atentado de infamia, que se evita acudiendo al sentido que va integrándose a través de todas sus elaboraciones, las escritas y las más aparentemente volátiles en sus surcos vitales.

Por especial afecto y no por mitificación, que puede llevar a deformarle o a tomarle como ejemplo en algunas cosas, participo modestamente de ese probable abuso al “descifrar”, y lo he hecho además recientemente para señalar a Camus como valedor de la rebelión y su compromiso ético. Fue en marzo pasado, cuando ya la pandemia quebraba nuestros cristales (https://rebelion.org/puede-un-virus-ser-un-topo/; https://www.justiciaypazcolombia.com/puede-un-virus-ser-un-topo/). Se trataba de seguir hasta el alma los tendones de una metáfora. Su sensibilidad y pensamiento eran y son pertinentes, más al cruzar dos de sus libros tan abiertos como deshojados: la novela La peste y el ensayo El hombre rebelde.

Hace apenas unos días, en la revista El Cultural, de El Mundo, un artículo, quizá del mismo lado donde habita políticamente Farrand, escrito por Rafael Narbona (https://elcultural.com/de-frantz-fanon-a-albert-camus-el-fin-de-los-medios), quien en su cuenta de twitter se presenta como socialdemócrata y cristiano, vuelve sobre la cuestión que su propia pulsión actualiza: los medios y la legitimidad o no de la lucha revolucionaria. Concluyendo el comentarista algo personal que esparce con un estornudo de peligroso dictamen sin mascarilla, en estos tiempos de virus como sentencias, que pueden ser letales. Efectivamente ha sido provocadora su exhalación vergonzante:

“Es fácil ser un revolucionario de salón, pero cuando desciendes al mundo de los hechos compruebas que la violencia no es épica, sino cruel y rastrera. Me avergüenza haber creído en la praxis revolucionaria del marxismo, pero también me avergonzaría haber pasado por la vida contemplando con indiferencia la injusticia. Afortunadamente, Martin Luther King nos legó una lección imperecedera: las injusticias pueden ser combatidas sin violencia. Se puede luchar humanamente. Albert Camus murió antes de que surgiera el movimiento por los derechos civiles, pero estoy seguro de que habría caminado al lado del pastor bautista, feliz de avanzar por el lado más ético de la historia”.

Si Narbona leyera sistemáticamente la obra de Camus (quien nunca condenó la lucha rebelde per se, nunca!), caería en cuenta que su factible legado está justamente en otras perspectivas, en otras pieles, en los dolores de los otros, encarnadas en quienes sufren violencia estructural y en quienes han comprendido y desplegado con coherencia que también es ético, necesario y legítimo, ante determinadas condiciones, la organización de la resistencia, incluyendo la rebelión armada contra sistemas de injusticia y regímenes corruptos, como en Colombia. Podría así llegar a una conclusión distinta o al menos a alguna matización importante, sin conclusiones mezquinas de cierre con pretendido alcance universal.

Si Narbona nos diera ejemplo de que, en lugar de ser un opinante de salón, como el suscrito, hay que descender al mundo de los empobrecidos, o en simultanea: ascender unos pisos a los lujosos salones de las élites que deciden las políticas para sojuzgar a millones y a pueblos enteros, si Narbona diera ese paso, podría no sólo imaginar sino comprobar en qué momentos Camus caminaría sin fanatismo al lado de Luther King, orgullosamente, y cuándo, sin contradecirse, lo haría también, sin ceguedad ni humillación, al lado de Ernesto Guevara, tomado de su brazo en el mismo camino. Ni Narbona ni yo lo sabemos. Ni tenemos derecho a deformar las búsquedas de un hombre que actuó con más decencia que la que hoy es nuestra apariencia en la sociedad de la mediocridad y el servilismo con sus cantadas apologías de la desmovilización ante la violencia dominante.

Esta breve reacción escrita lo es ante la lectura de las líneas de Farrand y no ante lo expectorado puerilmente por Narbona. No lo olvido. Tanteando, eso sí, que pueden ser caras de la moneda del mismo cuño.

Como lector procede lo elemental: averiguar algo de quien no conocía nada y acaba de dejar compartida una interesante reflexión, nada menos que publicada en la portada de Rebelión, página hecha para albergar el pensamiento marginal que se esfuerza por su autenticidad y compromiso.

Se nos aparece Farrand en una nota documentada que muchos pueden dar por enteramente limpia y bienintencionada. En el papel lo es. Tanto que yo firmaría en la dirección sugerida, de dialogar con Camus y de reprocharle, no sin sonrojo, sobre por qué no respaldó incondicionalmente la lucha por la liberación de Argelia. Si es que cabe a un ser humano libre como Camus, insisto, pedirle que concluyente y absolutamente apoyara una aventura estacional e histórica, en la que estaba en juego, en el marco de preguntas igualmente complejas y legítimas que circundan otras categorías del sentido de la existencia humana, ese interrogante concerniente al grito político de la libertad totalmente necesaria y digna (como el de Argelia en su sangrante lucha ante la Francia esquizofrénica, que habiendo sido ocupada por el nazismo, estaba replicando su perversión en el país africano y en otras geografías).

En la forja de Camus, no se nos olvide, estaba de forma específica una exploración filosófica sobre el humanismo de la rebelión, acerca de los deberes y límites de los rebeldes. Y, más quimérica, una demanda relativa a la nostalgia de la unidad del género humano, en la que se ancla la ilusión de una apuesta dialógica, no por una paz perpetua como Kant lo expresó, sino examinando la posibilidad de romper el ensueño del conflicto, en el que la inocencia y el idealismo parecen nacer casi siempre en condiciones de derrota, pensando entonces en construir una salida consensuada ante las demostraciones de una guerra feroz, susceptible de negociarse mediante diálogo inteligente, equilibrios y garantías objetivas.

Volviendo a la congruencia, ¿quién es el crítico Andrew Farrand? Vean su propia página: https://www.ibnibnbattuta.com/. Y sus muchísimos registros en internet, en concreto en YouTube. En particular el chorreo de su trabajo reciente como conductor de un programa televisivo cuyos jefes o capitanes están en la Embajada de los Estados Unidos y en la Cámara de Comercio de ese país en Argelia (https://www.youtube.com/watch?v=ErCrdvzRShI), junto a otras apariciones, crónicas insulsas, declaraciones baladíes, etc. en las que circulan verdaderas toxinas (contra)culturales del “emprendimiento” capitalista, marcando el terreno de la insolidaridad, la competencia, el individualismo, el snob.

El propio Farrand lo explica: “En el programa, los jóvenes emprendedores completarán los desafíos organizados y juzgados por los principales propietarios de negocios estadounidenses y argelinos, compitiendo para ganar dinero en efectivo y otros premios interesantes” (https://www.ibnibnbattuta.com/2019/08/andrew-here-announcing-andi-hulm.html).

En suma: la hipocresía del polivalente y astuto “gringo bueno” al que se le ocurrió en Argelia una virtuosa idea, válida, y la escribió bien, desenterrando y volviendo a enterrar con sospecha a Albert Camus. Quedándose tan hinchado y sonriente.

No es una forma de desviar el debate, no es una descalificación. Sólo un rasguño en la pantalla, de nuevo cayendo en el problema de querer ver qué autoridad, interés o moralidad se esconde tras cada autor: si se aplica lo que se predica. Y lo que eso nos revela. En este caso la consistencia del ejecutor de esta cavilación, Farrand, acertada en parte, al narrar o impugnar cómo se desconoció por intelectuales, entre ellos Camus el más destacado, un contexto que no debían obviar en lo más mínimo quienes debían testimoniar acerca del sojuzgamiento.

Negar a los argelinos, invisibilizarlos, tapar las injusticias, pensar como colono, actuar como cómplice de la opresión. Aceptados en gracia de discusión esos cargos probados implacablemente, esos supuestos extravíos criminales de Camus, que nos deja en el paladar el estadounidense, al admitir la hipótesis de la traición a una causa que quizá no acogió el filósofo como su bandera, cabe preguntarse por el plató de Farrand, el juez.

Lo que hace el presentador trotamundos no requiere más glosas adicionales. No concluiré con diatribas. Será cada uno y una de quienes visionen ese reality show, su labor en la telebasura y otros productos, quienes analicen mejor y estén despiertos ante nuevas formas y estratos del colonialismo, como éste que llega a nosotros en el vehículo del emprendimiento que se nos inocula, reeditado con operadores tan exitosos de esa industria y su banalidad, contratados por el gobierno de los Estados Unidos, como Andrew Farrand, al punto de camuflarse como progresista y aparecer como “adalid” de la población segregada. Una voz en Rebelión. Nada menos y nada más, esto exclama:

“…escuchar a las y los afroestadounidenses y a otras personas que sufren, tratar de entender su sufrimiento y unirse a ellos para reformar o acabar con los sistemas de opresión. Esto no quiere decir proclamar que “el color no tiene importancia para mí”, que es otra forma de ceguera y de ignorar al otro. En vez de ello hay que empezar por decir en voz alta “las vidas de las personas negras importan” [Black lives matter] y a continuación arremangarse y ponerse a trabajar para que de verdad importen”.

Si fuera coherente, si hubiese corrección -admitamos que es posible- no le queda más remedio, al menos como homenaje a las víctimas de la violencia policial en su país, a las que se refiere en su escrito de manera directa, que repudiar combativamente, ya mismo, donde se halle, ese gobierno de Trump, que hasta ayer le patrocinaba en Argelia; y decirlo con la misma vehemencia y contundencia que lo hace para acusar a Camus, que ya lamentablemente no puede defenderse, pero que le aplaudiría. Camus, seguro, sabría reconocer ese ejemplo de genuina redención humana, esta vez fruto del emprendimiento made in USA.

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