lunes, 24 de agosto de 2020

Lo trans–cuir, el feminismo y las mujeres con útero


Tribuna Feminista

Por Patricia Merino

Reflexiones sobre el neosexismo queer

La relación entre el feminismo y el transactivismo y los lobbies LGTBIQ+ siempre ha sido problemática, pero con las nuevas leyes en trámite en el Congreso, la cuestión pasa a ser grave. En muy poco tiempo se han planteado no una sino varias leyes fundadas sobre axiomas hiperconstructivistas de inspiración cuir (la Ley de permisos iguales e intransferibles también es negadora del binarismo sexual), y sin embargo, hay infinidad de cuestiones que los colectivos de mujeres llevan décadas demandando y en las que apenas se ha avanzado.

No cuestiono la necesidad de crear una ley para proteger a las personas trans, que merecen, como toda ciudadana, reconocimiento y una vida digna; pero la celeridad con la que ésta y otras leyes negadoras del binarismo sexual han alcanzado la cámara legislativa y han logrado captar apoyos y voluntad política para convertirse en normas del Estado, contrasta con las vergonzosas carencias en la protección y el reconocimiento de las mujeres. No existe una ley integral de protección de la maternidad y la crianza, a pesar de que la capacidad reproductora de las mujeres es lo que biológicamente nos define como sexo; tampoco hay una ley estatal para la protección de las familias monoparentales, cuando ambos conjuntos de derechos debieran ser las herramientas básicas para que las mujeres pudieran resistir las embestidas del patriarcado. Que tales proyectos legales ni siquiera hayan sido planteados por ningún partido político en España, y que en ambas cuestiones arrastremos un patriarcal abandono político desde hace décadas, a pesar de que (o precisamente porque) afectan a una enorme cantidad de mujeres, nos da la medida del verdadero compromiso feminista de la clase política española.

Asistimos a la lucha entre un feminismo “clásico” y el feminismo simpatizante con la ideología cuir. Hegemónicos son los dos hace ya tiempo. Tanto en la Academia como en la política activa hay personas de ambas tendencias. Yo nunca tuve simpatía por la ideología cuir. Cuando hace años leí El género en disputa de Butler me pareció tramposa y farragosa. Escribí “Una conversación con Judith Butler” un texto que acabo de publicar online, en el que expresaba mis humildes objeciones a su libro.

En Maternidad, Igualdad y Fraternidad, hice una crítica al feminismo hegemónico por ignorar y minorar la maternidad, y siempre fui consciente de que esto se podía achacar tanto al feminismo beauvoiriano, como al cuir; pero ahora me parece importante insistir en que el modo en que cada uno de ellos ignora la maternidad es muy diferente. El feminismo clásico es perfectamente consciente de la centralidad de la maternidad en el enraizamiento del patriarcado, y es por eso que incita a las mujeres a NO ser madres para poder así ser autónomas. Al feminismo cuir no le interesan las raíces del patriarcado: sostiene que la opresión del género es una cuestión lingüística, es decir, en última instancia procede de creer en ello, de tomárselo en serio; y subvertir el patriarcado sería tan fácil como “jugar” al teatrillo de los géneros, manipular ese magma simbólico – discursivo en el que todes estamos inmerses.

Al feminismo cuir no le interesan las raíces del patriarcado: sostiene que la opresión del género es una cuestión lingüística, es decir, en última instancia procede de creer en ello, de tomárselo en serio; y subvertir el patriarcado sería tan fácil como “jugar” al teatrillo de los géneros, manipular ese magma simbólico – discursivo en el que todes estamos inmerses.

Desde una visión cuir todo es performatividad, somos actores en una obra sin ningún sentido previo, y la maternidad sería una actuación más: su performatividad responderá al discurso que opere en la persona particular que gesta, pare y lacta en un lugar y en un momento histórico situado. No existe nada prediscursivo (natural), lo que atañe a los cuerpos también está codificado, y si acaso hubiera algo prediscursivo (gestación, parto, perinatalidad) es imposible de conocerlo, es materia cruda ignota que debe ser significada (y el mercado está deseando hacerlo).

Quienes nos oponemos a la ley trans creemos que su formulación mina las bases del feminismo ya que destruye una categoría “mujer” políticamente operativa. Las que apoyan la ley trans creen que se trata de una norma moderna y progresista, que negar la pluralidad de identidades, y aferrarse a un sujeto mujer universal es una idea rancia. La inmensa mayoría de las mujeres que defienden la validez de la ley trans no lo hacen desde un conocimiento profundo de la teoría cuir, sino desde el presupuesto de que una inclusividad omnívora y acrítica es garantía de igualdad. Mi opinión es que es justo al revés. Nos confundimos si creemos que la lucha por la justicia y la emancipación va de excluir/incluir en las leyes y en las categorías. La realidad empírica es ya brutalmente excluyente y desigual, y con esa baza cuenta el patriarcado de partida. Unas leyes ingenuamente inclusivas, confusas y capaces de desactivar categorías que hasta ahora han servido para que las subyugadas nos defendamos, no pueden traer emancipación. Las que defienden esta ley desde la inclusividad, la tolerancia, la empatía, la benevolencia y la transigencia deberían de analizar cuánto hay de una supuesta “feminización”  de la política manipuladoramente aplicada en el lugar más inadecuado; mientras que la práctica política real y la comunicación en redes brilla por sus patriarcales técnicas de exclusión y por la falta de sororidad.

En los últimos meses se repite un patrón en muchos textos de quienes defienden la ley trans: Después de un alegato a favor del pluralismo, la inclusividad y la empatía, el discurso deriva  hacia un pendenciero señalamiento y ridiculización de las feministas opuestas a la ley trans. Un sector del feminismo se erige en comisario político, y a falta de argumentos, recurre al escarnio, todo ello aderezado de un agrio y muy español anti-intelectualismo (recordemos “muera la inteligencia” de Millan Astray) y hasta de comparaciones con los nazis. El intelectualismo sí puede ser perverso, pero la calidad de la vida intelectual de una sociedad dice mucho del grado de libertad y emancipación de sus ciudadanas, y en este caso, la perversión lo es en el sentido inverso: La teoría cuir es un malabarismo intelectual que mágicamente (mediante poderosos lobbies) ha llegado a ser algo digerible, popular y con aura de subversiva. No todos los argumentos valen lo mismo. No es igual A que B, y si las ideas y los proyectos políticos fueran todos válidos por igual nos daría igual fascismo que democracia. Debemos empezar a salir del lodazal de relativismo en el que la postmodernidad nos ha metido. Detectar la verdad es difícil muchas veces, pero ahí está la gracia.

Todas y todes deberíamos entender una cosa: si una es feminista o progre o anarquista o cooperativista o multiculturalista o especista o humanista o ecologista……..o todas esas cosas a la vez, y acosa, manipula, agrede, miente y ridiculiza; lo que está haciendo es agredir, mentir y vejar. Y si uno es un cura de derechas y se comporta decentemente, pues se está comportando decentemente. No pongo por ejemplo un machista o un fascista porque esos siempre abusan. Expresar opiniones y analizar discursos con argumentos fundados, por duros que éstos sean (y sin necesidad de que vayan envueltos en 30 kilos de melaza en forma de repetitivas menciones a la inclusividad y la pluralidad) no es abuso ni falta de respeto. Es importante comprender esto y apreciar la diferencia entre una y otra forma de debatir.

Una forma sería el “agonismo” que propone Chantal  Mouffe (teórica referente de los ideólogos de Podemos) como el ideal del debate en una democracia pluralista radical y enrollada, y consiste en que se reconocer al adversario su derecho a participar, y se escuchan sus argumentos; la otra forma de debate es el antagonismo que solo aspira a eliminar al contrario porque lo considera fuera de su comunidad política: el enemigo es el “exterior constitutivo”, no hay reconciliación posible y el mismo ejercicio de exclusión refuerza la identidad y la cohesión del colectivo que excluye. El actual debate feminista en torno a la ley trans no parece ser del tipo agonístico. Noelia Vera, secretaria de Estado de Igualdad ha declarado que cree que el debate en el seno del feminismo sobre el borrado de las mujeres “no es real” y dice «es algo que ya se había aceptado, que ya era así y que tiene que ser así en una democracia sana, real y moderna».  Aquí no hay mucho margen para la reflexión y el dialogo. En las redes hay quien invita a “Practicar el SDBA: Silenciar, Denunciar, Bloquear, Apagar” con quienes se oponen a la ley trans. No se entra en debates con argumentos sobre si las leyes trans son positivas para las mujeres o no.

Se ha generalizado la idea de que la asignación de derechos a colectivos diversos –sean los que sean y sea el colectivo que sea– es siempre buena. La cuestión se aborda como un asunto de derechos humanos –una estrategia que el lobby trans-cuir ha aplicado desde el inicio–,  y sobre este falso supuesto (ya que los trans no necesitan subvertir la categoría mujer para defender su dignidad) no sería admisible debatir sobre ello.

Estamos lejos del debate agonístico que propone Mouffe. Pero quizá eso tenga que ver con otro aspecto de su ideario político que sí se ha hecho realidad: ella suscribe la visión hiperconstructivista de una ciudadanía pluralista y antiesencialista, y cree que “pueden establecerse formas precarias de identificación alrededor de la categoría mujeres que provean la base para una identidad feminista”….Pues eso, muy precarias. También sostiene que este tipo de identidad fragmentada es más adecuada “para las feministas comprometidas con un proyecto político cuya aspiración sea luchar contra las formas de subordinación que existen en muchas relaciones sociales, y no solo contra aquellas vinculadas al género”.

Esto es lo de siempre, el argumento de toda la vida del machirulo de izquierdas: vuestra lucha después (o mientras tanto, pero en segundo plano) de la nuestra. Pues no, las feministas no tenemos por qué ocuparnos de todas las opresiones, solo de las que nos afectan (que son la mayoría) pero no es trabajo del feminismo aquello que no atañe a su sujeto político.

La teoría cuir es como el arte contemporáneo (y hay mucha teoría cuir en el arte contemporáneo): Es extremadamente compleja; y se supone que tremendamente moderna. Para comprenderla una debe haber estudiado por lo menos la carrera de Filosofía. Su carácter críptico protege esta doctrina de una oposición fundada mayoritaria: mucha gente prefiere suscribirla a decir que no les gusta. Además, el aura de transgresión con la que la doctrina cuir ha sido investida satisface a muches, pero ni las identidades LGTBIQ+ ni la ideología cuir suponen una amenaza seria para el sistema capitalista ni para el patriarcado , algo que ya señaló hace tiempo Nancy Fraser. También se parece al arte contemporáneo en otras cosas: las impresionantes sumas de dinero que mueve, el apoyo que recibe de élites poderosas, y su implantación global. En este aspecto son muy iluminadoras  las investigaciones y artículos de Jennifer Bilek que lleva años investigando el lobby LGTBIQ+ y transactivista.

Las demandas del lobby trans-cuir han sido atendidas por instituciones como la ONU y por Estados de todo el planeta siguiendo las recomendaciones de los Principios de Yogyacarta pronunciados en 2006, y que entre otras cosas afirman: “Ninguna persona será obligada a someterse a procedimientos médicos, incluyendo la cirugía de reasignación de sexo, la esterilización o la terapia hormonal, como requisito para el reconocimiento legal de su identidad de género. Ninguna condición, como el matrimonio o la maternidad o paternidad, podrá ser invocada como tal con el fin de impedir el reconocimiento legal de la identidad de género de una persona”. Su agenda ya ha sido introducida en los sistemas educativos y en el mundo de la cultura de países “desarrollados” y “en desarrollo”, y hay infinidad de fundaciones, asociaciones y ONGs por todo el mundo que gestionan elaborados programas de divulgación ideológica generosamente financiadas por el lobby.

Los orígenes de este lobby no son las reivindicaciones de un grupo de mujeres trans marginales oprimidas por el heteropatriarcado, sino los encuentros anuales de un grupo de juezas y juristas, empresarias, políticas e intelectuales trans estadounidenses que en los 90 se reunían anualmente en el hotel Hilton para diseñar la agenda del lobby. Desde el inicio recibieron el apoyo del T-Party de Texas, que durante años fue uno de sus más entusiastas y generosos apoyos morales y financieros. Es importante señalar que el transactivismo como lobby con aspiración de influir en las instituciones ha sido impulsado principalmente por bio-hombres (la directiva original de la ICTLEP —International Conference Transgender Law and Employment Policy– estaba compuesta íntegramente por bio-hombres, una de ellas Martine Rothblatt)

El primer gran logro de este lobby en el panorama político actual es que ha acaparado toda la atención, la preocupación y la agenda del feminismo. Su segundo logro es que el argumentario trans-cuir tiene la capacidad de cortocircuitar lo que podrían ser verdaderos debates. Esa mezcla de una teoría hipercompleja, casi esotérica, con una reivindicación hipersimple (inclusividad para todes), tiene el efecto de movilizar una fe intransigente que en los debates se defiende con la técnica del calamar: emborronar, ensuciar. El discurso trans-cuir oculta con su chorro de tinta la operación de reconfiguración del patriarcado que está sucediendo ante nuestras narices.

El discurso cuir puede afirmar una mil veces que somos seres no binarios. Da igual. Nuestra sola presencia como especie en este planeta contradice tan fantasiosa teoría. Las mujeres somos la mitad de la humanidad, y sí, somos muy diversas, pero en todas partes nacer con útero determina muchas cosas de tu lugar en la sociedad. Decir que el género es performativo no es nada nuevo. Lo vienen diciendo las feministas desde los inicios del feminismo, y las feministas queremos la abolición del género, no su multiplicación inflacionaria, que en cierto modo es una reivindicación del género, algo profundamente antifeminista.

La razón de ser del patriarcado es la apropiación de los cuerpos y de la capacidad reproductora de las mujeres, y la misoginia juega un papel importante en esta operación ya que efectúa la previa devaluación simbólica de esos cuerpos, esas capacidades y de lo leído como femenino. Un análisis de los objetivos políticos del lobby trans-cuir pone esto claramente de manifiesto. Gracias a la tecnología médica y farmacéutica, tetas, vaginas y clítoris son adquiridos en el mercado o contemplados como prestación del Estado;  gestación, parto, lactancia y crianza son expropiadas, mercantilizadas, racionalizadas, banalizadas, instrumentalizadas, reificadas y monetizadas;  y para dar a todo ello una superestructura, un relato socialmente aceptable, se desintegra la categoría “mujer”: la identidad sociopolítica “mujer” pasa a ser subjetiva y tramitable en una ventanilla.  Es el nuevo relato simbólico de lo femenino como algo completamente insignificante (un formulario administrativo), absolutamente dominado (con fármacos, hormonas y cirugía) y puramente convencional (un trans con pene es tan mujer como yo).

1. La nueva mutación patriarcal ya no es solo heteronormativa sino normativa de infinidad de formas (homonormativa, transnormativa, binormativa, etc.) pero siempre preservando el privilegio de quienes nacieron con pene.  Se trata de institucionalizar como normativa un tipo de sexualidad completamente desligada de lo reproductivo, de manera que la procreación humana quede como un apéndice, un efecto colateral de una sexualidad cuir disidente, y sobre todo, como recurso natural a explotar. Lo cierto es que a nivel biológico y evolutivo, la explicación de la sexualidad es la inversa: la sexualidad existe porque es funcional a la reproducción.

La actual reconfiguración del patriarcado persigue dos objetivos fundamentales:

2. Es precisamente porque nuestra reproducción biológica precisa de ese binarismo sexual, el motivo por el que lo cuir aspira a dinamitarlo: Debilitar, difuminar los límites entre hembras y varones y convertirlos en identidades fluidas de manera que el “ser mujer” o “ser hombre” tenga la misma entidad que ser teleoperadora o camarera (eso sí, en un mundo hecho a medida de quienes tienen pene). Ser hombre o mujer será algo convencional, provisional, construido y relativo. Esto desactivaría de un plumazo todas las leyes que se han creado con perspectiva de género (sexo) con la intención de combatir la empírica, concreta y realmente existente jerarquía basada en la diferencia de los sexos. En un mundo en el que la identidad mujer sea una autopercepción, las mujeres biológicas con útero de toda la vida, las únicas con capacidad de procrear, seguirán enfrentándose a desventajas socioeconómicas y políticas y a discriminación, pero su realidad ya no podrá ser nombrada ni estudiada tan fácilmente, una cortina de humo cuir habrá difuminado sus realidades en un marasmo de identidades no binarias aceptadas como categorías administrativas y legales. Y puesto que gestar y parir es considerado una performatividad sujeta a cualquier significación que queramos darle, la maternidad (surrogada o no) se convertirá en un oficio como otro cualquiera, igual que la prostitución. La ideología cuir prepara el terreno para la completa normalización de la maternidad surrogada y la prostitución como profesiones de segunda.

Con la normalización de la visión cuir de los sexos, la caricaturización de lo femenino en lo trans dejaría de ser performatividad y pasaría a ser una nueva forma socialmente sancionada de feminidad. Ya no seremos las mujeres con útero las referentes de lo femenino. Un buen ejemplo de cómo funciona esta cancelación ontológica es la historia de Martine Rothblatt.  Nacido Martin en 1954, es un genio tecnológico, transexual, millonaria, transhumanista y líder junto a su mujer Bina, del movimiento religioso Teresem una religión trans inventada por  Rothblatt  y dedicada a “respetar la diversidad sin sacrificar la unidad”.  Ha inventado satélites, fármacos y experimenta con trasplantes de órganos; trabajó para la NASA, ha creado empresas de telecomunicaciones, farmacéuticas y de biotecnología, y como directora ejecutiva de United Therapeutics ha sido una de las mujeres mejor pagadas de la industria farmacéutica de EEUU. Además, participó en la redacción de leyes sobre telecomunicaciones, y luego con Phyllis Frye y otras activistas trans fundó lo que sería el poderoso lobby trans-cuir. Rothblatt transitó a mujer cumplidos los 40, pero siguió casada con Bina, la mujer afroamericana que conoció en 1979 y madre de sus 4 hijos. El matrimonio Rottblatt es la metáfora perfecta del proyecto cuir de sociedad. Martine Rottblatt ha superado la diferencia sexual, en su persona se funde lo femenino y lo masculino, es la completitud divina. Su mujer, además de cuerpo biológico, es también un robot: Rothblatt ha creado Bina 48, una réplica digital de la cabeza y la mente de su mujer. Bina puede fabricarse en serie.

El lobby trans-cuir trabaja para el desmantelamiento del feminismo. Dibuja una sociedad futura en la que la alienación de las mujeres será tal que ya no dispondrán siquiera de palabras para denunciar su opresión. Sus cuerpos de mujeres CIS estarán al servicio de los hombres hetero, gay, bi, etc., de los hombres trans y de las nuevas supermujeres que nacieron con cuerpos de hombre; las CIS serán esposas o prostitutas, cuidadoras y gestantes asalariadas, defensoras del dogma cuir y sirvientes. Un sueño misógino. El despiece definitivo de lo femenino (despedazadas a hachazos como las mujeres en las pinturas de Picasso).

No cabe duda de que haber prolongado durante décadas la alianza (aún habrá quien la considere “natural”) entre el feminismo y las luchas LGTBIQ+ ha sido un error estratégico. Si bien las lesbianas son obviamente sujetos del feminismo, y han sido muy a menudo sus más eficaces impulsoras, no hay ningún motivo por el que los hombres homosexuales o con identidades fluidas deban asumirse como aliados del feminismo.

Desde que existe la escritura, el patriarcado ha apuntalado su dominio a base de leyes, por eso, no resulta prudente para las feministas apoyar una ley que afecta ni más ni menos que al reconocimiento de los sexos, sin un análisis exhaustivo previo, ni tampoco suponer que los intereses de un colectivo no compuesto por personas nacidas con útero sean los que el feminismo debe atender.

Se han hecho comparaciones de las feministas radicales con los nazis. No me gusta ese discurso banalizador del nazismo, pero puestas a comparar, creo que atendiendo a un análisis sociológico de las ideas seria más ajustado decir que la negación del binarismo sexual y el desmantelamiento de la categoría mujeres por parte de la doctrina cuir y el transactivismo amparados por el lobby LGTBIQ+  es quizá la mayor amenaza a la dignidad y la libertad humana producida por la cultura occidental desde que en los años 30 se divulgara la doctrina supremacista nazi.  Y creo que esta comparación sí es pertinente por dos cosas: porque es una ideología cuyo contenido demencial no tiene ningún sostén en la realidad empírica; y también, por lo rápido y eficazmente que se ha propagado y se ha convertido en discurso hegemónico, tanto entre la clase política y en la academia como en el pueblo.

Nunca, ni en el duro patriarcado romano, ni en las burdas formas de dominación de los pueblos sin escritura, ni en el decimonónico esquema machista de la puta y la santa se ha exhibido una misoginia tan salvaje. Solo se me ocurre la caza de brujas de los siglos XVI y XVII como referente de un deseo tan loco de aniquilar lo femenino como potencia y lo maternal como potestad de las mujeres.

No es posible luchar por la dignidad y los derechos de las mujeres sin un sujeto mujer políticamente eficaz. Y el que propone la ley trans (mujer es quien se autoidentifica como tal) no lo es.

Elevar a ontología la negación del binarismo sexual y aplicarla a las leyes puede traer consecuencias negativas impredecibles.  Impredecibles del mismos modo que lo fue el actual uso del principio feminista de igualdad por parte de los lobbies neomachistas. El feminismo no podía prever, cuando hizo de la igualdad de hombres y mujeres el eje de su agenda política, que décadas después ese principio ya hegemónico iba a ser utilizado como argumento por los lobbies de padres para fundamentar sus demandas y así reconquistar parte del terreno perdido por el patriarcado en lo relativo a la potestad paterna en los procesos judiciales y en las actuaciones administrativas, a través de leyes como las custodias compartidas preferentes, los criterios individualizadores en los matrimonios con criaturas, la aplicación del SAP y derivados y los vientres de alquiler. Hago este paralelismo consciente de que sólo es válido en lo relativo a la dificultad de predecir las aplicaciones ulteriores de leyes y principios políticos, y en el uso tramposo y malvado de un principio socialmente consolidado por parte del poder patriarcal. La igualdad es obviamente un principio genuinamente feminista, mientras que la negación del binarismo sexual es, de hecho, antifeminista.

Elevar a ontología la negación del binarismo sexual y aplicarla a las leyes puede traer consecuencias negativas impredecibles.

Recientemente un juez magistrado de Canarias ha comprado un bebé para criarlo en solitario y ha logrado la aprobación del Consejo General del Poder Judicial para disfrutar del permiso integro por maternidad. El patriarcado tiene milenios de práctica en la manipulación del lenguaje y en la formulación de principios políticos y legales que le sirvan como instrumento de dominación y de apropiación de lo que pertenece a las mujeres. Al contrario de lo que pensaba Mr. Freud, el motor psicológico de la cultura (patriarcal) no es el tabú del incesto y la envidia del pene, sino la envidia del útero que sufren los varones.


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