Por Laura Carlsen
Oregon tiene una fuerte y fea historia de racismo. Es una historia en que nuestros ancestros participaron, como pioneros en la etapa más brutal del colonialismo, cuando arrebataron estas tierras a los pueblos indígenas. A pesar de ser una ciudad progresista en un estado demócrata, el abuso de la fuerza por parte de la policía ha sido una constante y ha cobrado muchas vidas, sobre todo entre la relativamente pequeña población afroamericana.
Portland, Oregon, una ciudad conocida más bien por sus paisajes lluviosos y su cultura eco-hippie, es actualmente el epicentro del enfrentamiento entre las manifestaciones contra la violencia policial racista, y un presidente decidido a reprimirlas.
Las protestas en Portland empezaron, como en todo el país, a raíz del homicidio de George Floyd, por policías de la ciudad de Minneapolis acaecido el 25 de mayo. Floyd murió asfixiado, con una rodilla uniformada en el cuello, mientras él y la gente a su alrededor suplicaban por su vida y una mujer grababa la escena. Desde entonces, Portland ha sido diariamente escenario de protestas en apoyo al movimiento Black Lives Matter (Las vidas negras importan) contra la brutalidad impune de la policía.
Una semana atrás, Trump decretó que ya era hora de que la gente rebelde de Portland sintiera la rodilla. Para ello envió cientos de agentes del Departamento de Seguridad Nacional (entre ellos, la omnipresente Patrulla Fronteriza) a la ciudad. Con vestimentas de camuflaje y portando armas “menos letales”, se desplegaron frente a la Corte Federal, ubicada en el centro, Se pusieron en formación militar para “proteger” el edificio contra daños, mientras golpearon, arrojaron gases dispararon contra seres humanos.
Frente a la demanda popular de frenar la violencia policial, el presidente ordenó invadir a la ciudad con paramilitares federales armados con garrotes, gases lacrimógenos, proyectiles y las denominadas “Flash Bangs” – granadas explosivas que con fuertes luces y sonidos dejan temporalmente ciegos y sordos a sus blancos, las cuales pueden causar secuelas permanentes e incluso la muerte.
No sé si calcularon bien o mal el desenlace, es decir, si realmente querían provocar una respuesta mayor, o pensaron que con su presencia la gente iba a volver a sus casas y a lidiar con la pandemia el caso es que las movilizaciones crecieron más que nunca. Frente a los disparos, se disparó la creatividad y la voluntad del movimiento. Las noches de verano en las que normalmente los lugareños se sientan en sus patios para observar el lento ocaso del día, se transformaron en marchas de protestar por la ocupación cuasi-militar de su ciudad por el gobierno federal.
Una de las tácticas innovadoras puestas en marcha durante las manifestaciones es el “Muro de Madres” –madres de todas las edades que se forman en línea frente a los agentes federales para proteger a sus hijas e hijos que protestan detrás. Las madres se auto-convocaron por Facebook, después de que los agentes de Trump dispararon en la cara a un joven de 26 años. En un video se ve como la madre de Donovan La Bella confronta a los policías federales, mientras su hijo era sometido a una cirugía de reconstrucción facial. Donovan sigue hospitalizado, con lesiones severas. El día siguiente, las madres llegaron en masa con pancartas, cascos y cantos. Transformaron canciones de cuna en canciones de protesta.
Otra protesta con performance estilo Portland es la mujer conocida como la “Athena desnuda” que, en un video ya famoso, camina tranquilamente hacia una línea de policías, desnuda, con una máscara negra cubriendo la cara, y empieza hacer poses de baile. Los agentes federales responden con una ráfaga de balas de pimienta hacia sus pies.
Yo nací y crecí en Portland. Recibo información directa de mis parientes, amigas y amigos que también ponen sus mascarillas, escriben sus pancartas y van a la zona ocupada, para exigir las libertades de asamblea y expresión, y el anhelo más grande—la paz con justicia. Sin embargo, se encuentran cara a cara con la representación viva y armada de nuestra peor pesadilla: un estado policiaco.
Y no es por idealizar el estado o la ciudad. El movimiento ha señalado, correctamente, que Oregon tiene una fuerte y fea historia de racismo. Es una historia en que nuestros ancestros también participaron, como pioneros en la etapa más brutal del colonialismo, cuando arrebataron estas tierras fértiles a los pueblos indígenas. Además, a pesar de ser una ciudad progresista en un estado azul (demócrata), el abuso de la fuerza por parte de la policía ha sido una constante y ha cobrado muchas vidas, sobre todo entre la relativamente pequeña población afroamericana.
Mi ciudad, como casi todas en EE.UU., está construida sobre mitos, complacencias y mentiras. Pero también es capaz de grandes resistencias.
Portland hoy en día es el proyecto piloto de Trump en su afán de mostrar fuerza cuando está particularmente débil. Su campaña de reelección va de mal en peor. Necesitaba un nuevo blanco. Buscaba un pleito.
El 26 de junio, el presidente autorizó el envió de fuerzas especiales militarizadas mediante una orden ejecutiva dirigida supuestamente a la protección de estatuas. La orden autoriza el uso de fuerza contra quien intenta dañar a a estas o a un monumento público. La orden permite la intervención de fuerzas federales, incluso cuando el gobierno del estado rechaza su presencia, como es el caso del estado de Oregon ahora.
Esta “Ley Estatua” responde no tanto a la conservación de emblemas de bronce, sino a lo que muchos están llamando una “guerra cultural” entre dos formas de entender el país, su historia y su futuro. El movimiento de Black Lives Matter empezó a raíz de los asesinatos de afrodescendientes por policías racistas, y se fue ampliando y profundizando, hasta abarcar todas las estructuras opresivas de la sociedad estadounidense. Argumentan que el racismo no es solo una reliquia de la esclavitud, sino una estructura constantemente reproducida por las leyes, prácticas e instituciones contemporáneas.
La muerte de Floyd, y tantas otras que le precedieron, y años de organización de base, llevó a un parteaguas en EE.UU. Para desarraigar el racismo en ciudades y pueblos a lo largo y ancho del país, tumban estatuas de los dueños de esclavos, los misioneros genocidas, y los violadores que antes fueron los héroes de la historia. Insisten en la necesidad de cambiar los nombres de lugares y calles que honran opresores.
Por esta visión/revisión histórica profunda, el movimiento no se limita a exigir el castigo a policías abusivos o asesinos, ya no busca reformas sino que exige la abolición de la policía como un aparato de control social violento y patriarcal, la abolición de las prisiones que encarcelan a la digna rabia contra las injusticias, la emancipación de las mujeres después de siglos de retórica, así como los derechos de las personas LGBTQ. Conectan todo, porque todo está interrelacionado.
La opinión publica, esta figura amorfa que en momentos clave puede registrar cambios históricos, apoya las demandas de Black Lives Matter con una mayoría amplia, y acepta cada vez más posturas consideradas demasiado radicales hasta hace apenas un año.
En este contexto, Trump ha declarado la guerra. Reprime, dicta reglas y leyes que criminalizan a los opositores, los hostiga y calumnia. Aviva la división y el conflicto para justificar avances hacia un régimen autoritario y para movilizar a su base, apelando abiertamente al racismo y la misoginia.
Actualmente, el grupo al cual Trump aplica la estrategia de criminalización y deshumanización (detrás de las personas migrantes, las mujeres y los refugiados) son los manifestantes etiquetados como anarquistas. Según el gobierno, ser manifestante es ser anarquista o antifa (anti-fascista) y eso representa una amenaza a la seguridad nacional. En múltiples ocasiones, el presidente ha amagado con incluir el movimiento antifa (parece como si fuera ayer que oponerse al fascismo fue un acto noble y civilizado) en la lista de grupos terroristas. La propuesta es legalmente imposible, pero mediáticamente efectivo para ir construyendo una asociación mental entre sus opositores y el terrorismo—a pesar de que las personas que se manifiestan están protestando contra la violencia.
Por si fuera poco, hace unos días empezaron a circular testimonios y videos que muestran que los agentes federales están patrullando las calles en vehículos sin identificación, secuestrando a personas sin ordenes de detención ni causa,con los ojos blindados, y dejándolos en la calle sin cargos. Es una operación característica de una dictadura, diseñada para intimidar y torturar sicológicamente a las y los opositores.
Frente a todo esto, era predecible que el movimiento reaccionara con indignación y una intensificación de la protesta. Lo que sorprende en el caso de Portland es que una parte importante del estado también se opone y lo ha dicho claramente. Trump no solo ha declarado la guerra contra la protesta social en la calle, también contra los gobiernos del estado y de la ciudad, así como contra los congresistas que representan a Oregon, quienes han expresado su rechazo a la invasión federal.
El alcalde de Portland, Ted Wheeler ha dicho que, “su presencia aquí está causando más violencia y más vandalismo. No son bienvenidos aquí, no pedimos su presencia, De hecho, queremos que salgan.” La gobernadora, Kate Brown, ha calificado el despliegue como “puro teatro político” y también ha exigido su salida inmediata. La fiscalía del estado ha demandado al gobierno federal por detenciones arbitrarias y ha pedido un amparo para frenar los arrestos. En una carta al Presidente Trump, los congresistas afirman que lo que pasa en Portland se asemeja a tácticas de un dictador y terminan exigiendo el retiro de las fuerzas: No vamos a tolerar que se utilice a la gente de Oregon como accesorios en el abuso del poder del presidente Trup, que corresponde a sus intereses electorales.”
El Secretario de Seguridad Nacional, Chad Wolf dijo que las fuerzas federales no saldrán de la ciudad, a pesar de las demandas de los gobernantes locales. Escribió en su cuenta de twitter: “Ofrecí el apoyo del Departamento de Seguridad Nacional para manejar localmente la situación en Portland y su única repuesta fue: ‘por favor, agarren sus cosas y regresen a casa’. Esto no va a pasar mientras yo estoy a cargo.” Trump salió diciendo que van a aplicar el modelo Portland a otras ciudades, entre ellas Chicago.
Lo cierto es que el modelo Portland de resistencia se extenderá y alimentará una insurrección en EE.UU. que parece dispuesta a superar la represión y la pandemia, para lograr el cambio.
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