Por Toni Lodeiro
El caracol, símbolo del movimiento lento y el decrecimiento. Foto: Manuel M. V.
La crisis del coronavirus pone de actualidad planteamientos como los de la “vida sencilla”,
el “buen vivir” o la ”slow life”, que hace décadas que proponen modelos de éxito
y calidad de vida alternativos al consumismo.
La covid-19 lleva meses poniendo nuestras vidas patas arriba. Cuando las crisis explotan, normalmente lo hacen destapando nuestras debilidades y ofreciendo también oportunidades para aumentar nuestra resiliencia. O sea, permitiéndonos desarrollar nuevas maneras de prevenir y afrontar las dificultades propias de nuestra existencia, personal y colectiva.
Hace unas semanas publiqué un artículo en Opcions sobre la actual crisis sociosanitaria. Reflexionaba sobre las fragilidades que pone de manifiesto, como el exceso de turismo o la contaminación atmosférica, que han contribuido a aumentar la extensión y la letalidad de la pandemia.
Valoraba también las posibilidades que la nueva situación nos ofrece. Dos ejemplos alentadores recientes son la apuesta de diversas ciudades europeas por cerrar carriles a los vehículos privados para aumentar el espacio para peatones y ciclistas, y el plan de impulso a la bicicleta propuesto por la ministra Teresa Ribera.
Hoy quiero darle vueltas a un asunto que el nuevo coronavirus también destapa, y que nos toca de manera más íntima. Me refiero a la velocidad de nuestro día a día y a nuestra relación con la soledad y la lentitud.
Muchas personas nos hemos visto privadas en los últimos meses de buena parte de nuestras actividades, desplazamientos y relaciones personales habituales. Lo que nos ha dado la oportunidad de encontrarnos, como pocas veces antes, con nosotras mismas. Lo que no es demasiado habitual en una época caracterizada por la velocidad y el exceso de estímulos.
UN “RECESO ESPIRITUAL” FORZOSO
El distanciamiento físico nos enfrenta a un “receso forzoso”. Que en muchos casos, como explicaba Pepe Mújica a Jordi Évole, nos empuja a preguntas sobre el sentido de nuestra existencia: ¿A qué estoy dedicando mi vida y mi tiempo? ¿A aquello que realmente me gusta y me parece importante? Jorge Alemán hacía también un recomendable análisis en una línea semejante.
De hecho “cuarentena” es un término usado tanto para el aislamiento por motivos sanitarios como para los retiros voluntarios que buscan la “purificación espiritual”. El origen del término parece deberse a los 40 días que Jesucristo pasó en el desierto buscando su transformación a través de la soledad y el silencio.
Los objetivos de un “receso espiritual” pueden ser diversos pero, en general, estas bellas palabras de Josefina Aldecoa resumen la esencia de lo que las personas buscamos cuando nos permitimos -o cuando la vida nos “obliga” a- hacer un alto en el camino:
“No hay que tener miedo al cambio, sino buscarlo. Porque cambiar es detenerse en el camino y subirse a un alto para ver lo que va siendo nuestra vida, en qué se parece a lo que nos gustaría que fuese”.
QUE NUESTRA VIDA SE PAREZCA A NUESTROS VALORES
Las palabras de Aldecoa coinciden con bastante exactitud con un objetivo central del consumo consciente: acercar nuestra vida, nuestra práctica cotidiana, a nuestros valores y objetivos vitales. Cambiar nuestra manera de consumir sería, pues, un hecho liberador y una fuente de satisfacción, en la medida en que una mayor coherencia entre nuestros valores y nuestra cotidianidad nos hace sentir, en general, más realizadas (siempre que no intentemos llevar la coherencia a un extremo).
Pero tengo la sensación de que los agentes que promovemos el consumo consciente, la sostenibilidad o la economía social a menudo nos centramos en su papel como herramienta de “compromiso social y ambiental”, más que en su potencialidad como propuesta de acercarnos a vidas más “ligeras” y conectadas con nuestros deseos y anhelos profundos.
Puede parecer que sintamos cierta desconfianza sobre lo que puede pasar si damos rienda suelta a nuestros deseos. ¿Nos llevarán nuestros anhelos a prácticas insostenibles como querer tener un coche deportivo o una piscina climatizada privada, o a viajar sin descanso alrededor del mundo mediante constantes viajes en avión?
Y no es extraño que sintamos tal desconfianza, porque si algo hace bien el modelo consumista es generar deseos. El capitalismo es sexy. Es un sistema extraordinariamente bueno prometiéndonos —y a menudo, consiguiendo— vidas, o trocitos de vida, atractivos y seductores. ¿No sientes placer cuando estrenas un Iphone? Y si algo es capaz de generar agregación de voluntades sociales —y electorales— es la ilusión por, simplemente, vivir mejor.
¿EXISTEN PROPUESTAS DE CALIDAD DE VIDA ALTERNATIVAS AL CONSUMISMO?
Como explicaba en mi artículo sobre el “día sin compras”, las propuestas alternativas pecamos demasiado a menudo de hacer propuestas “a la contra”, demasiado moralistas, poco sugerentes… Planteamientos que, excepto para minorías altamente sensibilizadas, no son demasiado atrayentes ¿Qué podemos hacer entonces para mejorar nuestras vidas y atraer hacia nuestras propuestas a sectores menos receptivos?
En esta línea, me parecieron una evolución lemas como “En navidad, libérate del consumismo”, utilizado en una campaña navideña de consumo responsable en Manresa hace más de una década, o el “Menos para vivir mejor” del “2009: año del decrecimiento con equidad”, de Ecologistas en Acción.
Aunque, si analizamos estos mensajes con más detenimiento, son campañas que, incluso si avanzan hacia un modelo diferente (la liberación, el vivir mejor), siguen partiendo de una oposición y del marco (“consumismo”, carro de la compra, “menos” -consumo-) al que pretenden presentar una alternativa.
VIDA SENCILLA, VIDA LENTA… ¡BUEN VIVIR!
Pero también existen propuestas que plantean, de manera netamente positiva, modelos de éxito, felicidad y calidad de vida sostenibles. Conozcámoslas:
El “buen vivir” (Sumak Kawsay en lengua quechua) es una propuesta política, cultural y social desarrollada principalmente en Ecuador y Bolivia en la última década del siglo XX, como paradigma alternativo al desarrollo capitalista. Está inspirada en tradiciones, términos y propuestas de diversos pueblos indígenas, que aluden a “vidas en plenitud” sustentadas en valores éticos. Se ha incorporado a las constituciones de Ecuador (2008) y Bolivia (2009).
La vida sencilla, vida simple, simplicidad voluntaria o downshifting es un estilo de vida influenciado por motivaciones espirituales, de salud, ecologistas o de justicia social. También se conoce por otras denominaciones como vida modesta o minimalismo. Se caracteriza por priorizar el valor de la realización, las relaciones personales y el tiempo libre a la acumulación de dinero o bienes materiales.
Ha sido practicado y promovido en los últimos 4.000 años por diversos grupos y tradiciones religiosas y espirituales (hindúes, abrahámicas, budistas, cristianas, mahometanas…), así como por teorías filosóficas (epicureísmo, estoicismo).
Como expresiones o tendencias de las últimas décadas podemos citar la “vuelta al campo”, el movimiento de ecoaldeas, las casas pequeñas o Tiny House, el rechazo del trabajo asalariado (uno de los tótems de nuestra cultura) o el downshifting (“reducción de marcha”).
Carlos Fresneda explicaba en su ensayo “La vida simple” (1998) que se calculaba que en Estados Unidos, país de la fast food y la fast life, 20 millones de “downshifters” habían dejado sus empleos “bien establecidos” en busca de tiempo para cuidarse y cuidar a la gente que quieren, tener más tiempo para hacer lo que les gusta y vivir más cerca de la naturaleza.
Hablando de downshifting y de crítica al trabajo asalariado como centro de nuestra existencia, la actual crisis ha provocado el reavivamiento a nivel global del debate sobre la necesidad de una renta básica universal, o al menos una renta mínima -defendida incluso desde posiciones liberales-. Debate que sin duda se acentuará en los próximos años debido a la progresiva sustitución de mano de obra humana debido a la extensión de la robótica.
El movimiento lento es una tendencia cultural que tiene por expresión más conocida la slow food o comida lenta. El término se acuñó en 1986 en Italia en una protesta por la apertura de un McDonalds en la Piazza di Spagna de Roma. En 1989 Slow Food se funda oficialmente como movimiento internacional.
El movimiento cuenta con otras expresiones como las Cittaslow o ciudades lentas, red fundada en 1999 que cuenta más de 100 municipios adheridos en Alemania, Gran Bretaña, Holanda, Noruega o España.
CONCLUSIONES
No es extraño que nuestra velocidad y nuestra relación con el tiempo sean, a menudo, hábitos más difíciles de transformar que otras prácticas de consumo, en los que la alternativa sostenibilista es menos exigente en cuanto a su exigencia de reducir nuestra marcha.
De hecho también en los entornos vinculados a la sostenibilidad o la economía social encontramos a menudo maneras de hacer y ritmos de vida con altas dosis de estrés y productivismo.
Las causas de esta dificultad son múltiples. Factores materiales como la precariedad económica y laboral o los precios de la vivienda juegan un gran papel en muchas ocasiones. Pero creo que no son los únicos elementos a tener en cuenta.
En cuanto a nuestras motivaciones íntimas, creo que, en muchas ocasiones, una de ellas es que la alta velocidad de nuestros ritmos de vida nos permite no tener que enfrentarnos al miedo que nos produce mirar hacia nuestro interior. Quizás porque no somos conscientes de que, si nos atrevemos a levantar nuestras alfombras y a barrer lo que se ha acumulado debajo, los monstruos suelen convertirse en tesoros. Porque -como nos enseñan la mayoría de tradiciones filosóficas, religiosas y espirituales de todos los tiempos-, si conseguimos amigarnos con la soledad y el recogimiento podemos acercarnos a niveles de gozo y paz interior difícilmente alcanzables a mayor velocidad. Pero los ritmos y estímulos actuales no ayudan.
Por eso este parón forzoso es una oportunidad para acercarnos a la “vida lenta”, la simplicidad… Propuestas que, a pesar de ser ingredientes esenciales en la receta del consumo consciente y la sostenibilidad, a menudo no tenemos tan presentes en nuestro día a día.
La buena noticia es que el debate sobre formas de vida más sencillas se está extendiendo gracias a la actual crisis. No es extraño en las últimas semanas encontrar artículos y reflexiones en este sentido en grandes medios de comunicación, e incluso en la voz de sociólogos y analistas conservadores como Narciso Michavila.
*Este artículo fue publicado anteriormente en catalán en Sostenible.cat.
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