sábado, 8 de agosto de 2020
Comprender la pandemia de teorías de la conspiración
Por Fred Fuentes
Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Foto: “El COVID-19 es un engaño, el asesino es el 5G”
En los últimos meses hemos asistido a una proliferación de memes y relatos en las redes sociales que vinculaban el COVID-19 a todo tipo de cosas, desde la tecnología 5G y un laboratorio en Wuhanhasta Bill Gates y su campaña a favor de vacunaciones globales. Incluso parte de los medios de comunicación y figuras políticas como el presidente de Estados Unidos Donald Trump han contribuido a difundir esas teorías.
Hay indicios de que estas teorías han ganado fuerza. Una encuesta realiazada por Essential en Australia en mayo mostraba que el 39 % de las personas entrevistadas opinaban que el COVID-19 se creó y soltó desde un laboratorio chino, un 13 % culpaba a Bill Gates de la pandemia y un 12 % creía que se estaba utilizando la red inalámbrica 5G para propagar el virus. Una encuesta similarhecha en Canadá concluía que un 46 % de las personas encuestas creía en al menos uno de esos mitos clave del COVID-19.
Estas teorías se han extendido tanto que las autoridades se han visto obligadas a responder públicamente y refutarlas, mientras que algunas personas han tratado de solucionar personalmente el asunto y han atacado torres de 5G en varios países, incluida Australia.
Se suele atribuir el auge de las teorías de la conspiración a la ignorancia o a campañas deliberadas de desinformación destinadas a provocar falta de confianza en instituciones liberales como el gobierno, en los medios de comunicación o en el ámbito académico, de modo que lasolución suele ser pedir a la gente que “escuche a os expertos” o pedir a los políticos y a los medios de comunicación que dejen a un lado la política y se centren en un “liderazgo honesto”. Pero en general esto no hace sino provocar que se crea aún más en estas teorías al no comprender la razón principal del auge de las teorías de la conspiración.
En la corriente dominante
Las teorías de la conspiración existen desde hace siglos aunque en general su influencia se ha limitado a los márgenes de la sociedad. Sin embargo, desde finales del siglo pasado y principios de este las teorías de la conspiración han ido penetrando lentamente en la corriente dominante. Actualmente importantes minorías creen en teorías como la de que los atentados terroristas del 11 de septiembre fueron un “trabajo interno” o que robots rusos hicieron que Trump ganara las elecciones.
Varias de las teorías de la conspiración actualmente en boga no son nuevas, pero la pandemia de COVID-19 ha servido para aumentar su difusión al tiempo que actúa como un gran unificador de ellas.
En todo el espectro político se han utilizado las propias lentes conspirativas para entender la pandemia, lo que ha hecho que grupos que aparentemente tienen puntos de vista diferentes (por ejemplo, milicias de extrema derecha que se oponen a los confinamientos dictados por el “gran gobierno” y hippies que rechazan las campañas de vacunación de la industria farmacéutica) coincidan en negar que exista una supuesta “pandemia”.
Lo que tienen en común la mayoría de estas teorías de la conspiración es la suspicacia, si no la hostilidad declarada, respecto a la “clase dirigente” o las “élites”. Los relatos acerca de vacunas, tecnología 5G o “pandemias del Nuevo Orden Mundial” suelen implicar la creencia de que una fuerza maligna y oculta controla los acontecimientos.
Lo que contribuye a que estas teorías ganen fuerza es que a menudo contienen una pizca de verdad, aunque de una forma extremadamente distorsionada. Por ejemplo, creer que las vacunas son una conspiración para poner un microchip a la población es absurdo, pero hay muchas razones legítimas para desconfiar de las empresas farmacéuticas que buscan obtener beneficios de crisis sanitarias mortales y de la miseria.
Lo mismo ocurre con el escepticismo respecto a la expansión de la tecnología o de los poderes del Estado, que se han tendido a utilizar para atacar la intimidad y las libertades civiles de la gente. Y el temor de que las élites puedan estar detrás de una “pandemia” sólo tiene sentido si se considera cómo los gobiernos y las empresas han tratado sistemáticamente de convertir las crisis enoportunidades para llevar adelante sus programas perjudiciales para la gente.
Aunque las redes sociales y Trump han desempeñado un papel importante a la hora de popularizar estas teorías, su reciente y espectacular auge no se debe a campañas bien financiadas para minar el orden establecido, sino más bien lo contrario: el atractivo de estas teorías se explica por el alto índice de desilusión respecto a las instituciones existentes y el debilitamiento o desintegración de los modelos políticos tradicionales para interpretar el mundo (ya sea la derecha conservadora o la socialdemocracia o la variedad comunista de izquierda). Esto es, las teorías de la conspiración reflejan más que crean una muy arraigada falta de confianza en la situación actual. Cuando esto se une a un acontecimiento vasto e inesperado de proporciones globales, como una pandemia, el terreno está abonado para que florezcan las teorías de la conspiración.
Superar la impotencia
Para quienes tratan de darle sentido a este mundo las teorías de la conspiración pueden ofrecer un relato simple para entender la compleja realidad que los rodea. No sólo explican lo que ocurrió, sino, más importante, por qué ocurrió.
Aunque las teorías de la conspiración se basan en ideas de relaciones de poder desiguales, sustituyen las fuerzas sociales reales existentes (clases sociales) por tropos sobre individuos malvados (Bill Gates) y conciliábulos secretos (el Nuevo Orden Mundial, los Globalistas) o antisemitismo reaccionario (conspiraciones judías).
En un mundo en el que tantas personas están desconectadas socialmente y carecen de control sobre aspectos claves de sus vidas se puede obtener una sensación de certeza e incluso de comodidad de la idea de que las “élites” son todopoderosas y la “corriente dominante” está engañada o compuesta por “personas que se comportan como borregos”. Por consiguiente, la conclusión lógica es que poco se puede hacer para detener a estas élites excepto “difundir la verdad”.
También aquí las teorías de la conspiración reflejan más que crean un sentimiento de impotencia existente proveniente de una desvinculación más general de la gente respecto a la política y la muy arraigada idea de que el cambio social es imposible. Por lo tanto, el auge de las teorías de conspiración no sólo se explica por la desconfianza cada vez mayor, sino también por las derrotas infligidas a la clase obrera y a los movimientos sociales en las últimas décadas.
La mayoría de la gente ya no considera la política un ámbito en el que participar y actuar. Para algunas personas, en cambio, se ha convertido en algo similar a The Matrix, donde las élites manipulan la realidad y solo aquellas personas que “toman la píldora roja” pueden ver lo que ocurre realmente. Así que no es de extrañar que los comités de “verificación de hechos” o los comités de expertos, como la Comisión sobre el 11 de septiembre, solo sirvan para alimentar a los “escépticos” que tratan de redoblar las pruebas de encubrimiento y de encontrar otras nuevas.
Para superar el auge de las teorías de la conspiración habrá que ganar una audiencia mayor que comprenda de forma coherente y mucho más profunda cómo funciona la sociedad, y pueda perfilar las verdaderas fuerzas sociales existentes en juego y cómo se puede acabar con las relaciones de poder desiguales.
Para lograrlo hay que crear espacios para el aprendizaje y el debate colectivos que se centren en empoderarse mutuamente en vez de limitarse a escuchar a los expertos. La ciencia puede ser una guía (pero nunca un sustituto) para determinar qué acción política emprender.
Y, más importante, exigirá que resurjan unas movilizaciones colectivas capaces de superar la sensación de impotencia existente. Esta lucha no sólo revelaría dónde reside el verdadero poder en la sociedad, sino que permitiría a las personas implicadas recuperar un verdadero control de sus vidas.
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