sábado, 8 de diciembre de 2018

No les mataron y quisieron volverlos locos



Por Mercedes Doménech

La noche de 12 años, dirigida por Álvaro Brechner, viaja al Uruguay de 1973: “El tiempo comienza a volverse cíclico, más propio de la fauna animal”. Antonio de la Torre interpreta a Pepe Mujica.

Preestreno de La noche de 12 años

Uruguay, 1973. Tango y golpes. Es tiempo de aislamiento individualizado, de cautividad y violencia para los integrantes del Movimiento de Liberación Nacional. La noche de 12 años se centra en tres de ellos, que pasarán a la historia: Eleuterio Fernández Huidobro, empleado de banca; Mauricio Rosencof, dramaturgo y poeta; y José Alberto Mujica, vendedor en mercados. Estos rehenes de la dictadura militar son brutalmente torturados al ser considerados traidores de la patria. Tienen prohibido intercambiar palabra alguna con sus carceleros; se les impone el silencio.

Sobreviven con extrema dureza en mitad de la nada. Son constantemente trasladados de recinto: en algunos no tienen luz; en ninguno hay espacio ni para pensar. Lo sufre de manera preocupante Mujica, interpretado hasta la extenuación por Antonio de la Torre, al que una doctora cómplice le diagnostica un trastorno mental mientras le receta libros y le susurra que resista. Esta escena se produce cuando más intensa es su angustia, generada por la actividad de un cerebro que trata de no rendirse.

Son ellos mismos su enemigo a combatir. Todo les es ajeno: una piedra, el sonido del vuelo de una paloma o el brillo de las estrellas. Es, en los momentos de menos lucidez psíquica de los protagonistas, cuando la película cabalga entre el impresionismo y la abstracción. Brilla la generosidad de sus actores. Chino Darín asegura que llegó a romperse rodillas y manos. Como dice Alfonso Tort, su principal contribución es ceder su “cuerpo, angustia y esperanza” en un contexto en el que aún hoy existen vacíos en los recuerdos. Hay situaciones que nunca sabremos si son hijas del delirio.

Dolor… Y dignidad. También la de las mujeres de su vida. Rotundas, son conscientes del soplo de fortaleza que suponen. Especialmente Lucy, la madre de Mujica, que no duda en callar a su hijo delante de miembros del ejército para dejarle claro que “los únicos derrotados son los que bajan los brazos”. No hay margen para desistir. Por convicción, toca seguir.

Con unos diálogos precisos, una música conmovedora y los cuerpos de los prisioneros convertidos en huesos, avanza el tiempo de manera difusa… Para Álvaro Brechner, su director, “el tiempo comienza a volverse cíclico, más propio de la fauna animal”. El guion exige al espectador estar permanentemente despierto. Y así debe ser. Porque los revolucionarios vencieron. Porque decidieron no odiar. Y porque, si algo deja claro el largometraje, es que la utopía, de una sociedad más justa y en paz, se puede conquistar.

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