jueves, 13 de diciembre de 2018

Miles de centroamericanos atravesaron todo México para perder las esperanzas frente a la muralla de Trump



Por Fernando Francia

“Corran, corran, ya burlamos la policía mexicana, vamos a entrar. Es nuestra oportunidad, ¡vamos a pasar!”. Son varias decenas de migrantes hondureños, salvadoreños, guatemaltecos y unos cuantos mexicanos también. Llegaron al punto fronterizo El Chaparral en una manifestación pacífica con familias enteras que querían decirle a Donald Trump, presidente de Estados Unidos, que buscan asilo o que simplemente quieren ir a trabajar a Estados Unidos.
Ahora estamos en la manifestación, es domingo 25 de noviembre. La policía mexicana los retuvo en un puente que los lleva directamente al punto en el que quienes sí tienen visa pasan caminando unos 300 metros para llegar al ansiado San Diego en Estados Unidos. Los migrantes burlan el retén y todos corremos para pasar por un canal del río Tijuana hasta la valla que divide México de Estados Unidos. Unos cuantos corrieron unos metros más y llegaron hasta la garita de acceso a la frontera, pero fueron devueltos.
“Corran, corran”, seguían gritando unos. En otro punto cercano, cerca de otra garita, San Isidro, varios de los migrantes o refugiados lograron saltarse una valla y tocar suelo estadounidense. Habían llegado. Luego de atravesar los más de 4.600 kilómetros entre Tegucigalpa y Tijuana, ya estaban allí. Varios fueron simplemente devueltos y otros se quedaron detenidos a la espera de un proceso de refugio.
Sin embargo, este domingo Estados Unidos respondió a esa marcha pacífica, y a esos intentos de llegar a toda costa a su territorio, con más de 30 bombas de gas lacrimógeno y balas de goma lanzados desde su territorio a territorio mexicano.
Desde un sector de la frontera, justo junto a la valla fronteriza, se escuchaban disparos y se veía la nube blanca acercándose. Fueron afectados decenas de migrantes, hombres, mujeres, niños y niñas, pero también periodistas y la propia policía mexicana.
Días después, los noticieros estadounidenses le preguntaron al comisionado de patrullas fronterizas Kevin McAleenan sobre lo sucedido, este defendió el uso del gas lacrimógeno frente a niños en la frontera. “Ellos utilizan a los niños como escudo humano, nosotros hacemos nuestro trabajo, ellos no pueden entrar ilegalmente a nuestro territorio y eso era lo que estaban tratando de hacer”, dirá McAleenan a CNN en inglés.
Ese domingo 25 de noviembre estaban allí Ana, una niña hondureña de 14 años, y Carlos, un maestro salvadoreño de unos 30 años. Ana camina con sus padres y tiene la esperanza de vivir en Estados Unidos. Quiere cruzar la frontera porque sus amigas, que ya están allá hace algún tiempo, tienen muchas cosas preciosas. “Allá hay más cosas bonitas y yo quiero vivir allá”, dijo con una sonrisa y un entusiasmo que ni el gas lacrimógeno pudo borrar.
Unos días más tarde, en el campamento improvisado en la Unidad Deportiva Benito Juárez de Tijuana, Ana nos relatará los sucesos que vivió cuando la policía migratoria disparó contra los migrantes y refugiados.
“Estábamos allí, tranquilos, sólo queríamos decirle al presidente de Estados Unidos que somos muchos y que queremos ir a vivir allá cuando de la nada vimos como dispararon. Todos comenzaron a correr y la nube blanca llegó hasta nosotros. Yo no podía abrir los ojos, sentía esa picazón horrible, ese ardor”, comentaría Ana.
Justo lo mismo que estaba sintiendo Carlos. Pese a eso, Carlos no se movía de la valla. Gritaba: “Escúchenos, queremos ir a trabajar”.
“Yo estaba allí, en territorio mexicano, y sentí el ardor en la garganta y los ojos. Me agaché, pero no corrí como los demás. Quería insistir, quería que me oyeran, pero fue en vano”, comentó Carlos.
En esa acción fueron detenidas 39 personas. Unos días después fue anunciada la deportación de un par de centenares de centroamericanos por protagonizar actos de violencia.
Lo paradójico es que es justamente de la violencia es de lo que huyen los centroamericanos. En El Salvador y en Honduras las maras dominan ciertos territorios y nadie escapa de ellas.
A Carlos las maras le mataron un hermano. Luego lo acusaron de tomar revancha y ahora lo persiguen. Se fue a la caravana para huir, busca asilo por violencia. Si no es en Estados Unidos lo buscará en México, pero simplemente no puede volver.
La mala educación
Esta caravana, que suma a más de 10.000 personas, está compuesta por flujos migratorios mixtos. Esto quiere decir que dentro de ese grupo hay personas refugiadas y migrantes. Una persona refugiada es quien no puede volver a su país, porque tiene un temor fundado, de manera que, si regresara, su vida y su seguridad estarían en riesgo. Una persona migrante también se puede ver forzada a salir de su país, pero principalmente por cuestiones económicas.
En resumen, todos se ven obligados a buscar una vida diferente. Aunque los gobiernos no reconozcan institucionalmente al refugiado, como ocurre en ocasiones en esta frontera, ellos son refugiados desde el momento en que huyen y no pueden regresar a su país, por lo que buscan protección en otro. Es decir: merecen protección, aunque otros países decidan no brindarla.
Para Ana la educación pública en Honduras no sirve. Coincide con lo que los sindicatos de la educación en su país vienen reclamando al gobierno hondureño. Mejor educación, mejor infraestructura y mejores condiciones de trabajo para quien ejerce la docencia.
Desde el golpe de Estado de 2009 los sindicatos hondureños han sido diezmados. Ahora ya nadie puede defender a los docentes. Las maras amenazan a directores y maestras, y si no son las maras es la cruda realidad económica.
En la caravana, estudiantes como Ana se encuentran con docentes como Carlos. Aunque Carlos es salvadoreño y Ana hondureña. Carlos no puede ejercer su carrera e intentó subsistir con un puesto de pupusas que tenía con su esposa. Pero las maras le pedían una cuota para dejarlo trabajar.
En los albergues de Tijuana hay miles como ellos, pero afuera, en las calles, hay miles de mexicanos que también esperan turno para poder emigrar a Estados Unidos. Para María, de unos veintitantos años, los migrantes centroamericanos están demorando la entrega de permisos a los propios mexicanos.
“Yo vengo de Guerrero, al sur de México, allá trabajaba muy bien, porque hay mucho turismo. Pero la violencia es imposible de aguantar. Allá te piden una cuota y si no se la pagas, te matan, así de sencillo. Mi mamá y yo tuvimos que salir”, cuenta María mientras ve cómo la caravana se dirige hacia el puesto fronterizo una vez más.
“Ellos [y mira a los caminantes que ya vuelven desde el incidente en la frontera] vienen por lo mismo, pero aquí estábamos muchos haciendo fila desde antes”. No es justo, piensa, pero ella ahora tiene trabajo y se quedará en Tijuana un tiempo, quizás mucho tiempo.
Ciudad de pobres corazones
Tijuana es una ciudad de tres millones de habitantes. La señalética de tránsito está escrita en inglés y en español. El tránsito entre San Diego y Tijuana, ciudades divididas por la frontera, es permanente. Miles de personas van de un lado a otro con visa. Muchos estadounidenses vienen a Tijuana porque todo es más barato. Se aprovechan de la necesidad de miles de migrantes internos mexicanos.
Michelle, por ejemplo, vive desde hace muchos años en Tijuana, sus padres llegaron a esta ciudad desde el centro de México, buscando pasar la frontera, pero se quedaron aquí.
Ella no tiene estudios y espera en una esquina de la calle Revolución a que algún gringo le pague sus servicios. “Es el playground de San Diego”, dice. El playground es el parque de diversiones, y se refiere a que el centro de Tijuana tiene calles exclusivamente dedicadas a apuestas, discotecas y prostitución. El comercio sexual no es legal, pero es “permitido” a vista y paciencia de la policía.
En Tijuana esta situación no es nueva. Desde hace muchos años se juntan en esta ciudad quienes quieren cruzar hacia Estados Unidos. Oleadas de personas de origen chino, haitiano, centroamericano y mexicano llegan a esta ciudad y muchos se quedan.
María es una de ellas. Ella quiere ir a Estados Unidos, pero cree que no va a poder. Lleva varios meses ya trabajando en Tijuana. “No sé si podremos cruzar, ahora se nos va a hacer más difícil”, expresó.
Como ella, muchos extranjeros se han quedado en Tijuana. Una ola de haitianos llegó a esta ciudad hace algunas semanas y muchos no pudieron pasar a Estados Unidos. Muy distinto trato tuvo el grupo de cubanos, que hace unos años transitaron por México y Centroamérica y que sí fueron bienvenidos a cruzar la frontera.
Ahora en esta ciudad hay más de 6.000 centroamericanos; de ellos, 5.200 se encuentran en el Benito Juárez, donde las condiciones de vida comienzan a ser cada vez más difíciles.
Se propagan enfermedades y las duchas (diez por género) son insuficientes para la adecuada higiene. Esta última semana llovió y todo empeoró.
Jorge está hace varios días allí y ahora está pensando en devolverse. “Recorrimos tantos kilómetros para llegar hasta aquí, pero no veo posibilidades. Estar varias semanas de esta manera, es muy difícil. Ahora nos están diciendo que si nos queremos regresar nos facilitan un vuelo hasta el sur de México”, dijo, mientras aguardaba en una fila en la que se forman quienes tienen deseo de volver.
Los sucesos del domingo 25 de noviembre fueron determinantes. Fue el primer intento masivo de esta caravana por llegar a la frontera y cruzarla. La respuesta violenta de Estados Unidos generó temor y desilusión en muchos de los que vieron con sus ojos cómo la patrulla fronteriza y militares de ese país simplemente atacaban a personas desarmadas.
Por ahora son unos 200 que ya están apuntados para volver. “No ha sido en vano, hemos visto que es muy difícil y vamos a estar en igual o peores condiciones que en nuestro país. Hemos visto que en todos los países a donde hemos ido hay dificultades económicas”, recuerda Jorge.
No pueden decir lo mismo Carlos y muchos otros que huyen de una violencia que los persigue. Ellos no pueden regresar, corren riesgo de muerte. Muchos pedirán asilo en México si no logran entrar a Estados Unidos.


El sueño (centro)americano
De los miles de refugiados y migrantes que están en Tijuana o vienen en camino, ninguno sabe si va a pasar o cuándo va a pasar esta frontera. Algunos tienen esperanzas en el nuevo gobierno de México, pero el que decide es Estados Unidos.
Hay centroamericanos que llevan meses esperando una cita para poder solicitar refugio en el país del norte. Tras cumplirse dos semanas desde que integrantes de la caravana migratoria llegaran a Tijuana, un grupo de hombres y mujeres anunciaron una huelga de hambre. Exigen además que el gobierno de Estados Unidos atienda a quienes solicitan refugio.
Otros comenzaron a buscar trabajo en Tijuana. Saben que todo esto podrá llevar mucho tiempo y, aunque no desisten de pedir asilo en Estados Unidos, tratarán de mantenerse con trabajo informal y temporal en esta ciudad.
No les será fácil. Se encuentran en una ciudad a la que no le sobra trabajo y en donde muchos a sus habitantes no les simpatiza la llegada de los centroamericanos. Algunos dicen que son criminales, otros que son malas personas. La xenofobia se ha activado, pero una xenofobia que solo rechaza al extranjero pobre. El rico es bienvenido a la ciudad, incluso a violar las leyes.
También hay miles que intentan ayudar a las personas refugiadas y migrantes. Llevan ropa, comida, artículos de primera necesidad a los albergues. Así se ha mantenido gran parte de toda esta travesía que, para muchos de los que están en Tijuana, ya está cumpliendo dos meses.
Mientras tanto, Ana sigue sonriendo. Para ella este viaje es como una aventura. Tiene conciencia de que es una situación difícil y lo vive a diario, pero trata de ponerle entusiasmo y alegría a cada paso. “Yo creo que sí podremos cruzar, porque hemos sacrificado mucho para llegar aquí”, dice. Ella ya perdió el curso lectivo en Honduras y espera pronto tener las cosas lujosas que algunas de sus amigas presumen en redes sociales.
Todavía no sabe que en Estados Unidos hay más de 30 millones de pobres y que el sueño americano puede convertirse en pesadilla. Ella, sus padres y miles de personas más todavía sueñan y todavía tienen esperanzas de poder alcanzar una vida que en Centroamérica les fue negada.

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