sábado, 8 de diciembre de 2018

Las movilizaciones populares en EE.UU. contra las guerras y el expolio económico


Rebelión

Por James Petras

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

Introducción

En las tres últimas décadas, Estados Unidos ha participado en más de una docena de guerras, ninguna de las cuales ha provocado un júbilo popular antes, durante o después de la propia guerra. El gobierno tampoco consiguió el apoyo popular a sus propuestas para afrontar la crisis económica de 2008-2009.

En este pequeño análisis comenzaremos hablando de las principales guerras de nuestro tiempo, las dos invasiones estadounidenses de Irak. Pasaremos a examinar la naturaleza de la respuesta popular y sus consecuencias políticas. Posteriormente nos aproximaremos a la crisis económica de 2008-2009, el rescate público a la banca y la reacción ciudadana. Por último, consideraremos la gran potencialidad de cambio de los movimientos populares de masas.

La guerra de Irak y la opinión pública estadounidense

Las dos guerras de EE.UU. contra Irak (1990-1991 y 2003-2011) no estuvieron precedidas por ningún fervor popular, y los ciudadanos tampoco celebraron su desenlace. Todo lo contrario: en sus prolegómenos se produjeron manifestaciones masivas de protesta tanto en EE.UU. como en sus países aliados. La primera invasión iraquí (la que se conoce como Guerra del Golfo) tuvo el rechazo de la inmensa mayoría del pueblo estadounidense, a pesar de la enorme campaña propagandística desplegada por los medios de comunicación de masas y el régimen del presidente George H.W. Bush. Posteriormente, el presidente Clinton ordenó una campaña de bombardeos contra Irak en diciembre de 1998, sin contar con prácticamente ningún respaldo ni aprobación.

El 20 de marzo de 2000, el presidente George W. Bush inició la segunda gran guerra contra Irak a pesar de las manifestaciones masivas en su contra que se produjeron en todas las grandes ciudades de EE.UU. (y de Europa y buena parte del resto del mundo). Ni siquiera la conclusión oficial del presidente Obama de dicha guerra en diciembre de 2011 suscitó el entusiasmo popular.

De todo esto surgen varias preguntas: ¿Por qué el inicio de ambas guerras contra Irak levantó una masiva oposición popular y por qué dicha oposición no se mantuvo en el tiempo? ¿Por qué la ciudadanía no celebró el final de la guerra declarado por Obama en 2011? ¿Por qué las manifestaciones masivas contra las guerras de Irak no lograron articular vehículos duraderos capaces de garantizar la paz?

El síndrome de la guerra contra Irak

El origen de los grandes movimientos populares de oposición a las guerras contra Irak se remonta a varios acontecimientos históricos. El triunfo de los movimientos pacifistas que consiguieron acabar con la Guerra de Vietnam, la idea de que la acción de masas era capaz de resistir y vencer era una creencia fuertemente arraigada en amplios segmentos de las personas progresistas. Además, estos movimientos estaban firmemente convencidos de que no se podía confiar en los medios de comunicación ni en el Congreso. Todo ello reforzaba la idea de que la acción directa de masas era esencial para cambiar las políticas belicosas de la Presidencia y del Pentágono.

El segundo factor que sirvió de acicate para las protestas masivas en EE.UU. fue el aislamiento internacional de EE.UU. Los presidentes Bush padre e hijo iniciaron guerras ampliamente contestadas en Europa, Oriente Próximo y en la Asamblea General de Naciones Unidas. Los activistas estadounidenses sentían formar parte de un movimiento global con posibilidades de éxito.

En tercer lugar, la toma de posesión del presidente demócrata Bill Clinton no anuló los grandes movimientos contra la guerra. La campaña terrorista de bombardeos estadounidenses contra Irak en diciembre de 1998 fue altamente destructiva y la guerra de Clinton contra Serbia mantuvo activo al movimiento pacifista. En la medida en que evitó embarcarse en guerras a gran escala y prolongadas, Clinton no llegó a provocar un resurgimiento de la oposición de masas durante los últimos años de la década de los noventa.

La última gran ola de protestas masivas contra la guerra se produjo entre 2003 y 2008. Las manifestaciones surgieron inmediatamente después del atentado contra el World Trade Center el 11-S. La Casa Blanca aprovechó el ataque para declarar “la guerra global contra el terror”, aunque los movimientos populares interpretaron ese mismo ataque como una llamada para oponerse a nuevas guerras en Oriente Próximo.

Las luchas pacifistas aglutinaron a activistas durante toda esa década, que se sentían capaces de evitar mediante las movilizaciones que el régimen de Bush iniciara nuevas guerras sin fin. La inmensa mayoría de la gente no creía a las autoridades cuando afirmaban que Irak, cercado y debilitado, estaba almacenando “armas de destrucción masiva” para atacar a Estados Unidos.

Las manifestaciones masivas se enfrentaron a los medios de comunicación, la llamada prensa respetable, e ignoraron al lobby israelí y a otros señores de la guerra del Pentágono que pedían la invasión de Irak. La inmensa mayoría de los estadounidenses no creían estar amenazados por Saddam Hussein y consideraban una mayor amenaza los medios puestos en marcha por la Casa Blanca para aprobar legislación represiva como la Ley Patriótica. La rápida derrota militar del ejército iraquí y la ocupación de su territorio produjeron un declive en el volumen y el alcance del movimiento contra la guerra, pero no minaron su base potencial.

Dos fueron los elementos que llevaron a la desaparición de los movimientos contra la guerra. En primer lugar, sus líderes cambiaron la acción directa independiente por la política electoral y, en segundo lugar, convencieron a sus seguidores de que apoyaran al candidato presidencial demócrata Barack Obama. En buena medida, los líderes y activistas del movimiento sentían que la acción directa no había conseguido evitar las dos guerras anteriores o terminar con ellas. Además, Obama apeló demagógicamente al movimiento pacifista prometiendo que acabaría con las guerras e impondría la justicia social en casa.

Con la llegada de Obama, muchos líderes y activistas por la paz se unieron a su maquinaria política. Aquellos que no lo hicieron se desilusionaron rápidamente a todos los efectos. Obama continuó las guerras abiertas e inició o se sumó a otras nuevas (Libia, Honduras o Siria). La ocupación militar estadounidense de Irak dio lugar a la creación de nuevas milicias extremistas, que consiguieron derrotar a los ejércitos vasallos entrenados por EE.UU. hasta llegar a las puertas de Bagdad. Al poco tiempo, Obama envió una flota de buques y aviones de guerra al Mar de China Meridional y aumentó el número de tropas en Afganistán.

Los movimientos populares de masas de las dos décadas anteriores sufrieron una fuerte desilusión, se sintieron traicionados y desorientados. Aunque muchos se oponían a las guerras “nuevas” y “viejas” de Obama, no lograban encontrar formas novedosas de expresar sus creencias pacifistas. Ante la inexistencia de movimientos contra la guerra alternativos, se hicieron vulnerables a la propaganda bélica de los medios de comunicación y los nuevos demagogos de la derecha. Donald Trump atrajo a muchos de los que se oponían a la belicista Hillary Clinton.

El recate bancario: Se ignoran las protestas de masas

En 2008, al final de su mandato, el presidente George W. Bush aprobó un rescate masivo de los principales bancos de Wall Street, afectados por la quiebra a causa de sus salvajes políticas especulativas.

En 2009, el presidente Obama refrendó el rescate y urgió al Congreso para que le diera su aprobación lo antes posible. El Congreso otorgó un rescate de 700.000 millones de dólares, los cuales ascendieron hasta 7,77 billones según una información publicada por Forbes (14 de julio de 2015). De un día para otro, cientos de miles de ciudadanos pidieron al Congreso que rectificara su voto. Como consecuencia de esta tremenda oposición popular, el Congreso capituló. Pero el presidente Obama y la dirección del Partido Demócrata insistieron. La ley fue ligeramente modificada y se aprobó. La “voluntad popular” fue rechazada. Las protestas se neutralizaron y se fueron disipando. El rescate bancario se hizo efectivo mientras millones de familias eran expulsadas de sus hogares, a pesar de algunas protestas locales, por no poder hacer frente a sus hipotecas. El movimiento contra los bancos lanzó algunas propuestas radicales, desde llamamientos a la nacionalización de las entidades bancarias hasta demandas para dejarlas quebrar y que el Estado financiara directamente a las cooperativas y bancos comunitarios.

Estaba claro que la inmensa mayoría del pueblo estadounidense era consciente de lo que ocurría e intentó evitar el saqueo a los contribuyentes con la complicidad de las corporaciones.

Conclusión: ¿Que se puede hacer?

Las movilizaciones de masas son una realidad en Estados Unidos; el problema es su falta de continuidad. Las razones para esto son evidentes: carecen de una organización política que pueda ir más allá de las protestas y oponerse a las políticas del mal menor.

El movimiento contra la guerra que surgió para oponerse a la guerra de Irak fue marginado por los dos partidos dominantes. Como resultado, las guerras se multiplicaron. Cuando Obama cumplió su segundo año de mandato, Estados Unidos estaba involucrado en siete guerras.

En el segundo año de mandato del presidente Trump, Estados Unidos ha amenazado con guerras nucleares contra Rusia, Irán y otros “enemigos” del imperio. A pesar de que la opinión pública era claramente contraria, esa “opinión” apenas se dejó notar en las elecciones legislativas de mitad de mandato.

¿Dónde han ido a parar las multitudes contrarias a la guerra y a los bancos? Yo soy de la opinión de que siguen ahí, con nosotros, pero no pueden pasar a la acción y organizarse si continúan apoyando al Partido Demócrata. Para que los movimientos puedan convertir la acción directa en transformaciones políticas y económicas efectivas, antes tienen que crear luchas a todos los niveles, desde el local al nacional.

A escala internacional, las condiciones se están tornando favorables. Washington se ha enemistado con países de todo el mundo. Ha desafiado a sus aliados y se enfrenta a rivales formidables. La economía interna esta polarizada y las élites divididas.

Las movilizaciones, como las que están teniendo lugar en Francia en estos momentos, pueden autoorganizarse a través de Internet; los medios de comunicación están desacreditados. El tiempo de la demagogia liberal y derechista está llegando a su fin; la rimbombancia de Trump levanta tanta indignación como la que acabó con el régimen de Obama.

Hoy día existen las condiciones óptimas para que un nuevo movimiento global pueda lograr algo más que meras reformas graduales. La gran incógnita es saber si ese movimiento surgirá ahora, dentro de unos años o de algunas décadas.

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