miércoles, 10 de enero de 2018
¡Pobre Honduras, maltratada y mancillada de nuevo!
Por John Grant *
Traducido para Rebelión por Sinfo Fernández
“El Sr. Hernández y sus aliados controlan el proceso de escrutinio de votos, la comisión de supervisión electoral, el ejército –que bajo la ley hondureña se encarga de trasladar las urnas- y todos los procesos de apelación.” Senadora Jan Schakowsky, demócrata por Illinois (EE. UU.)
La palabra honduras significa profundidad en español. Es también el nombre de una de las naciones más maltratadas del hemisferio occidental. Sus ciudadanos son mayoritariamente pobres y se sienten abrumados por un Estado corrupto históricamente vinculado a la red de corrupción, mucho más sofisticada y rica, que agobia a la ciudadanía estadounidense. Las elecciones del 26 de noviembre para elegir presidente de Honduras fue el capítulo más reciente de esta triste realidad histórica.
Honduras está ahora enredada en protestas callejeras tras un recuento electoral que apesta como pescado con tres días al sol. El presidente Juan Orlando Hernández se presentaba para un segundo mandato, a pesar de una disposición constitucional, no enmendada, que excluye un segundo mandato. El excomentarista deportivo y presentador de concursos Salvador Nasralla se presentó contra Hernández, que era en principio el favorito para ganar. La Organización de Estados Americanos ha declarado que el recuento electoral fue muy deficiente y está presionando para que se organice una nueva elección.
Esto fue lo que pasó: El día posterior a las elecciones, se anunció que Nasralla ganaba el recuento de votos por un porcentaje de cinco puntos, lo que sugería una verdadera derrota de su adversario. Un tercer candidato a presidente concedió que Nasralla era el ganador. En ese momento, el tribunal electoral dejó de repente de comunicarse con el electorado. Tras la interrupción, la siguiente comunicación fue para declarar a Hernández como ganador por un porcentaje de 1,5%. De inmediato se produjo un estallido de protestas en la nación con muertos y heridos. Sabiendo lo importante que EE. UU. es para Honduras, Nasralla voló a ese país para consultar con amigos y la OEA. La OEA hizo un llamamiento público para que se convocaran nuevas elecciones.
El Departamento de Estado de Rex Tillerson respondió de este modo: “EE. UU. observa que el Tribunal Electoral Superior de Honduras ha declarado ganador al actual presidente Juan Orlando Hernández.” EE. UU. observa… Ese lenguaje tentativo sugiere que la administración Trump no puede negar el olor a pescado podrido en Honduras, por lo que muestra cierta timidez en su apoyo al recuento espurio con el que sale reelegido Hernández. En base a actuaciones pasadas, se comenta que Hernández posee una fuerte ambición autoritaria. Sin embargo, se dice también que muchos miembros del ejército y de la policía se muestran reacios a mostrarse duros con los manifestantes; parecen no ignorar lo que está pasando. Hasta dónde están dispuestos a llegar es la pregunta a plantear. Si Hernández no puede poner fin a los disturbios y hacer que los ciudadanos de Honduras acepten su corrupta elección, entonces EE. UU. no tendrá más opción que asumir otra postura. El Departamento de Estado dijo que si el Sr. Nasralla no está muy conforme con el recuento, debería presentar una apelación. Desde luego que saben, como la representante Schakowsky señala arriba, que Hernández controla el proceso de apelación.
Pasemos a Gringolandia y a nuestra lucha de géneros actual, que es una historia muy del siglo XXI que puede estar relacionada con la historia de Honduras. Considero el ascendiente de Trump como una reacción violenta masculina enraizada en el corazón blanco y masculino alrededor de Dios, armas y camiones de gran macho. En el mismo sentido, la actual furia salvaje contra la conducta sexual inapropiada puede verse como una reacción violenta feminista contra la reacción violenta machista de Trump.
Como nación grotescamente polarizada de personas autoindulgentes y engreídas, nos hemos representado en una lucha de reacciones violentas de identidad de género. Conducta sexual inapropiada es un término vago que incluye el abuso de menores y la violación directa, así como los casos de besos no deseados. Va de lo muy grave a lo cómico. Ahora, cada día, nos llegan nuevos relatos de los medios dominantes –normalmente de mujeres, pero no siempre (tenemos el caso de los acusadores de Kevin Spacey y un caso en Kansas que implica a un hombre acusando a una ejecutiva, que se presenta para el Congreso, de despedirle tras haberse negado a tener sexo con ella; esta señora ha abandonado la campaña)- informando sobre incidentes de conducta sexual inapropiada por parte de machos célebres y poderosos. La conducta sexual inapropiada no es nada nuevo. Sin embargo, lo que sí está siendo nuevo es la credibilidad que estos relatos están repentinamente recibiendo. Hasta ahora, el ciclo acusatorio no ha llegado muy abajo en la escala de clases, hasta los trabajadores y los pobres, donde podría sostenerse que se producen la mayor parte de los abusos. En ese punto, podría chocar de frente con la clase trabajadora, con la reacción machista entre los hombres que ven lo que las feministas llaman “conducta sexual inapropiada” como algo bastante honorable, algo así como: Hey, los hombres están diseñados para ser asertivos; y en algunas ocasiones esa asertividad puede ser incómoda. El Times publicó recientemente una historia larga en primera página sobre el acoso y abuso sexual sufrido por las mujeres a lo largo de varias décadas en dos plantas de la Ford en Chicago. Sigue siendo una pregunta abierta si la recién hallada credibilidad arraigará en la parte inferior de nuestra cultura de libre mercado, antisindical y centrada en el dinero.
A un nivel más profundo, surge la pregunta de si en la cultura tan estructurada, industrializada y saturada de redes sociales en la que vivimos, la masculinidad es cada vez más superflua; es decir, la masculinidad que una vez tuvo sentido en un modo de supervivencia dura ha evolucionado a una postura narcisista y autocomplaciente que conduce al acoso, a la avaricia y al crimen, no a la civilización del siglo XXI. Conocemos a verdaderos tipos duros que no reconocen ni discuten cuestiones de género. Así como la “raza” es una cuestión sólo para la minoría estadounidense africana, el “género” es una cuestión de las mujeres. Los hombres no hablan sobre eso; sólo actúan al respecto. Y nunca se disculpan (aunque en ocasiones paguen montones de dinero). Desde luego que ese punto de vista es controvertido, pero puede tener algo que ver con las luchas de género actuales.
Hillary Clinton es el nexo entre estas dos historias: el abuso de Honduras y la reacción violenta contra la mala conducta sexual de las celebridades. La Sra. Clinton está profundamente implicada en ambas. Además de que su pérdida ha supuesto un impulso importante al actual movimiento contra la conducta sexual inapropiada, como secretaria de Estado de EE. UU., fue la voz principal en la administración Obama que aprobó el golpe de 2009 contra el presidente hondureño Manuel Zelaya, el origen de la actual debacle electoral. Zelaya, un empresario de izquierdas antes de ser elegido presidente, se topó en pijama a las seis de la mañana con un grupo de hombres armados que habían irrumpido en su palacio presidencial y que le expulsaron del país. La razón ofrecida para el golpe era que Zelaya estaba maniobrando para cambiar la Constitución y poder presentarse a la reelección. Cundieron los temores de que Honduras se pareciera a la Nicaragua sandinista o a la Venezuela de Chavez. Clinton y su jefe Barack Obama se decantaron claramente por no emplear el poder de EE. UU. para oponerse al golpe; pero no exigieron que se anulara. En cambio, con Clinton a la cabeza, trabajaron para esquivar suavemente las consecuencias. Actuaron como si nada importante hubiera sucedido; se abordó como algo inconveniente a resolver. Parecían confiar en que a nadie, excepto a los marginados izquierdistas, le importaba un comino. Por la democracia hondureña no merecía la pena desperdiciar el capital político de la administración. Conocían muy bien la historia: que durante la guerra de la Contra de Ronald Reagan contra Nicaragua, Honduras estuvo bajo el control del embajador estadounidense John Negroponte, que actuaba como un procónsul imperial gobernando Honduras. La nación pobre era conocida entonces de forma sarcástica como el “portaviones Honduras”, desde el que la Contra lanzaba ataques letales sobre Nicaragua. Tras el golpe de 2009, la violencia y los asesinatos se incrementaron significativamente en Honduras. Dado que el presidente Zelaya se había mostrado cauteloso con las tácticas intimidatorias estadounidenses, gracias al golpe contra aquel, se le concedieron a EE. UU. una serie de nuevos derechos respecto a las bases para su ejército bajo los auspicios de la guerra contra la droga. Todo esto ha sido lo que ha generado ahora el pescado podrido en las noticias.
Hay una metáfora oculta en todo esto. Si una masa crítica insólita se ha materializado ahora, y a las mujeres que habían sufrido abusos en EE. UU. se les está dando de repente credibilidad y se las está escuchando, ¿cuánto tiempo necesitarían los ciudadanos pobres en un lugar como Honduras para obtener el mismo tipo de credibilidad por las muchas décadas de violaciones flagrantes de los derechos humanos y abusos democráticos que han sufrido a manos de un sistema corrupto dominado por machos en Honduras, que comparte cama con un abusador imperial en serie?
Cuándo y cómo se forman esas masas críticas es una gran pregunta. ¿Cuándo de forma desapercibida se convierten en empatía y acción política? Tanto Donald Trump como Hillary Clinton se han negado a dar crédito a los hondureños pobres al ignorar sus acusaciones de corrupción y violencia antidemocráticas. Entre los despreciados de Honduras se incluyen personas como la preeminente activista ambiental Berta Cáceres, asesinada el pasado año por su activismo, uno de los muchos asesinatos en Honduras cuyas cifras empezaron a crecer tras el golpe de 2009.
El caso es que, en lo referente a los gobiernos corruptos de la diminuta Honduras y los enormes EE. UU., la concesión de credibilidad a las acusaciones de violaciones de los derechos humanos y de abusos sexuales, respectivamente, parece depender significativamente de la clase del acusador y de la experiencia de los que conceden la credibilidad. Todo se reduce a esto: ¿Se considera su historia culturalmente digna de opresión y abusos? ¿Dar credibilidad a su narrativa implica que mi poder disminuya de alguna forma?
El compañero para la vicepresidencia de la campaña de Hillary Clinton, el senador por Virginia Tim Kaine, es un demócrata liberal de libro. Lo que le hace interesante en este contexto es que cuando era joven pasó un año de su vida prepolítica, en la década de 1980, trabajando en Honduras con los jesuitas inmersos en la Teoría de la Liberación, la disciplina espiritual entre los pobres que sigue las enseñanzas humanas de Jesucristo, es decir, la antítesis del fundamentalismo cristiano de extrema derecha. Kaine ha hablado en público a favor del llamamiento de la OAS a celebrar nuevas elecciones en Honduras. Considero esto como una cuestión de corazón humano. Gracias a sus experiencias personales sobre el terreno, Kaine conoce íntimamente algo del sufrimiento del pueblo hondureño. Comparto este tipo de empatía inducido por la experiencia. En mi caso, fui deportado de Honduras en 1984 con otros cinco estadounidense por hablar públicamente en Tegucigalpa contra la guerra de la Contra. Nuestro arresto fue autorizado por el procónsul Negroponte y su equipo y, hasta el día de hoy, soy una persona non grata en Honduras. ¿Por qué? Porque, como Kaine, fui un joven testigo y aprendí algo importante sobre el poder abusivo que me hizo sentir una gran solidaridad hacia el pueblo hondureño. Dado su estatus político, Kaine (quien subraya su facilidad con el español) puede no desear que aparezca mucho el conocido hecho de que cuando era joven se reunió con el padre James Carney, un sacerdote estadounidense radical que trabajaba con los pobres y que fue presumiblemente asesinado por las fuerzas hondureñas, posiblemente con la complicidad estadounidense. Nunca se encontró su cuerpo. Me reuní también con gente tan valiente como él, así que conozco lo suficiente como para poder descartar la etiqueta estándar y simplista de “comunista” que tanto intimida a muchos estadounidenses de una verdadera comprensión de la realidad hondureña.
Una cosa que aprendí en Honduras es que los hondureños que viven en Centroamérica son tan “americanos” como cualquier ciudadano de los EE. UU. Nuestro gran mito autocomplaciente del Excepcionalismo Americano pone una venda en los ojos de demasiados norteamericanos. Mis experiencias de la década de 1980 en Honduras y Centroamérica fueron insignificantes, pero profundas a nivel personal, lo cual, desde luego, es el significado inglés de la palabra honduras. Aquellas experiencias me llevaron a un compromiso con lo que es una lucha humana perenne y compleja por la paz y la justicia que para mí terminará sólo cuando me entierren.
La administración Trump trabaja para el otro lado, para el lado que considera la guerra como algo rentable y la paz como dominación, el lado al que Dick Cheney se refería como “el lado oscuro”. No creo en absolutos o en algo permanente; pero creo en el bien y en el mal como fuerzas en disputa dentro de todos nosotros, lo que significa que están también compitiendo dentro de los Estados-nación y dentro de todas las instituciones, incluyendo las instituciones religiosas. En una jugada que apesta a este tipo de mal rutinario, el presidente Trump amenazó públicamente a todas las naciones en la Asamblea General de la ONU diciendo que si votaban contra nosotros (en este caso, contra el traslado de nuestra embajada en Israel a Jerusalén), íbamos a tomar represalias retirando cualquier ayuda que hubiéramos prometido. La votación fue muy desigual y pudo leerse como que el mundo le hizo un corte de mangas a la administración Trump. Cabe destacar que el gobierno faldero del presidente Hernández en Honduras fue uno de las pequeñas nueve naciones que votaron junto a EE. UU.
Los norteamericanos han de despertar e indignarse. Pero tenemos que hacerlo de forma inteligente, sin renunciar a una mente abierta que está ansiosa de escuchar muchas voces y perspectivas, porque la conciencia y el respeto hacia la pluralidad de voces es donde la verdad reside –no al estilo de “esto son lentejas, si quieres las tomas y si no las dejas”-. La arrogancia no es capaz de ver nunca su propia caída porque eso es la arrogancia, la incapacidad de verse a uno mismo como alguien sin poder o sin importancia. Es el suelo fértil para la tragedia clásica en la que los protagonistas están ciegos ante la inevitable caída que se han garantizado con sus propias acciones.
En cuanto a Honduras, todo el mundo con conciencia debería unirse al senador Tim Kaine y a la OEA en la petición de unas nuevas elecciones presidenciales con observadores adecuados. En cuanto a Gringolandia, parece conveniente un diálogo serio y respetuoso sobre cómo funciona el género en nuestro peligroso mundo de tecnología punta. El sexo es demasiado importante –demasiado alegre potencialmente- como para permitir que argumentos basados en la Fantasía y Poder nos conviertan en una nación en guerra consigo misma.
En eso no hay grandeza alguna.
CODA: Y ya que estamos con el tema de las reacciones violentas, aquí está la gran Nina Simone cantando “Blacklash Blues”.
John Grant es miembro de ThisCantBeHappening!, el nuevo periódico alternativo independiente online ganador en cinco ocasiones del Project Censored Award.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario