viernes, 19 de enero de 2018

Honduras esta frente a un dilema histórico: Revolución o barbarie



Por Tomás Andino Mencía

Foto: CELAG

Ha habido enormes manifestaciones y tres paros nacionales, con toma de carreteras, barrios y municipios; y miles de expresiones de lucha popular por doquier. La pregunta obligada es: ¿existen las condiciones para lograr el objetivo de echar al actual gobernante?

Hay quienes responden a esta pregunta negativamente. Dicen que no hemos logrado avanzar ni cumplir el objetivo de sacar a JOH y que, en cambio, hemos tenido bajas. Creo que estos compas se dejan impresionar por la brutal represión que ejecutan los cuerpos armados del tirano, y creen que eso es un signo de fortaleza de su parte. Por eso, son pesimistas.

A diferencia de ellos, soy optimista. Si bien el actual movimiento tiene algunas debilidades, sobre las que volveré en otro artículo, mi tesis es que pocas veces en la historia reciente el pueblo hondureño ha estado más cerca, como en la actualidad, no solo de echar abajo a este gobierno espurio, si no de protagonizar una verdadera Revolución Popular democrática. Así como lo lee compañero.

Para poner en su justa dimensión los progresos de la actual lucha, deben tenerse en cuenta varios parámetros que sirvan de comparación, para verificar esa tesis. Y para eso recurriré a la historia.

Seis evidencias de la grandiosidad del movimiento actual

En primer lugar, debe considerarse que ha habido un número mayor de protestas simultaneas en los últimos 18 días que, en todos los paros juntos organizados por la Coordinadora Nacional de Resistencia Popular en los años 2007 y 2008, hasta ahora considerado el mayor movimiento social de las últimas décadas. Para poner un ejemplo, en el mejor de los paros nacionales ejecutado por la CNRP hace diez años, se logró contabilizar un máximo de 76 puntos de tomas a nivel nacional; pero solo en el paro del 15 de diciembre recién pasado, este movimiento realizó 160 puntos de tomas a nivel nacional (fuente: UNETV). Solo ese dato refleja que ha habido un enorme salto cuantitativo en la fortaleza del movimiento popular en la actualidad.

En segundo lugar, esta lucha debe juzgársele, no solo por el punto al que ha llegado, sino también por el punto donde inicio. De hecho, comenzó con la casi nula participación de organizaciones populares, que en el pasado eran convocantes y ejecutoras tradicionales, como los sindicatos, gremios magisteriales, centrales campesinas, muchas de estas destruidas, intimidadas, o compradas por el régimen que se instaló con el Golpe de Estado de 2009.

En cambio, los paros y movilizaciones en la actualidad son protagonizados por personas en su mayoría desorganizadas, simpatizantes de los partidos de oposición, ciudadanos con poca experiencia en la lucha callejera y jóvenes, o simplemente miembros de organizaciones gremiales pero que participan no en su tradicional marco organizativo, sino de forma espontánea. Es decir que empezó casi de cero, a pura iniciativa de la base misma en los barrios, aldeas, centros de estudio y de trabajo.

Es cierto que, sucesivamente, fueron apareciendo estructuras convocantes después de las heroicas jornadas del 28 al 30 de noviembre. Por ejemplo, el Paro del 11 de diciembre fue convocado por el MEU, la Juventudes Anti Fraude y el FNRP; asimismo, el paro de este 15 de diciembre fue convocado por el Partido LibRe, Convergencia contra el Continuismo y el FNRP. Pero estas estructuras, tuvieron que ponerse a la cabeza de lo que el Pueblo ya había iniciado en la práctica, y no al revés, como ha sido la tradición. Y no solo eso, ninguna dirigencia de cúpula se atrevería a proponer un retroceso en el nivel de movilización que las bases han impuesto como norma: el Paro Nacional con tomas de barrios y carreteras. ¿La causa de este radicalismo? El profundo odio que se ganó el régimen neoliberal de JOH en los últimos 8 años.

En tercer lugar, el progreso del movimiento se debe medir por el contexto político en el que le ha tocado actuar. El actual movimiento se realiza bajo las condiciones de un régimen dictatorial impuesto tras un golpe de Estado, que desmovilizo profundamente a las organizaciones de la clase trabajadora, sea porque fueron intimidadas, corrompidas, cooptadas o simplemente destruidas durante los gobiernos pos golpistas; y no surge en el marco de un régimen democrático burgués, como el que existía en la época de la CNRP (años 2003 – 2009), en el que había cierto margen de respeto a las organizaciones gremiales por el Gobierno de Manuel Zelaya. Por consiguiente, es por sí mismo una proeza histórica que el pueblo haya podido remover la pesada losa dictatorial que tenía encima y protagonizar la heroica rebelión que vemos ante nuestros ojos.

En cuarto lugar, este movimiento, como pocas veces en la historia, ha logrado unificar a las clases sociales explotadas y oprimidas en un solo eje político de lucha: la salida del actual gobernante, superando las agendas reivindicativas particulares de cada clase y sector social. Es decir, se ha radicalizado tanto, que, por primera vez desde las movilizaciones de 2009, el eje central de su lucha es un planteamiento político revolucionario, de carácter democrático. Hoy día todo un país, incluidos las bases cachurecas, se agitan al unísono con el mismo grito de guerra: “Fuera JOH”.

En la historia esto no ocurrió ni siquiera durante la gran huelga de 1954, que se limitó a la conquista de reivindicaciones económicas y sociales (lo cual fue un hecho revolucionario, considerando las condiciones de época); y cuando se acercó a ello, como en el conato de insurrección urbana contra Julio Lozano Díaz (1957), o la agitación popular contra la dictadura militar en 1968-69, no llego a desplegar un nivel de masividad y difusión como en el actual movimiento.

En quinto lugar, desde el punto de vista militar, la dictadura comienza utilizar métodos de guerra civil contra la población, cuestión que no se miraba desde los golpes de Estado militar de 1963 y 2009. Pero esta represión, a diferencia de aquella, no encuentra como contrapartida a un pueblo inerme, sino a un pueblo movilizado y empoderado de sus trincheras de lucha, desde donde ha logrado hacer retroceder a los uniformados de verde olivo en múltiples ocasiones. Si la represión continúa con los niveles de crueldad actuales, o si empeora, con la entrada en escena de los grupos paramilitares asesinos, la enorme tensión que se acumula en las barricadas puede detonar el inicio de una insurrección popular de carácter armado, en un país donde existen millones de armas en la población civil.

En sexto lugar, el impacto del resultado del actual conflicto tendrá repercusiones no de corto sino de largo plazo sobre la vida de los 8.7 millones de hondureños y hondureñas, durante varias décadas. Su derrota significaría el inicio de una época dictatorial, que paulatinamente ha venido construyéndose desde el golpe de Estado de 2009, pero que alcanzaría su culminación con el continuismo de JOH, como ocurrió con la dictadura cariista por 16 años. Pero, por el lado positivo, su triunfo abriría en el país una época de apertura democrática, que revertiría el efecto del Golpe de 2009, y abriría las compuertas para que el Pueblo demande el cumplimiento de la tan postergada deuda social por los gobiernos burgueses.

Aunque pueden encontrarse más elementos de comparación, basten estos para asentar la idea de que estamos ante algo realmente grande; ante un punto de viraje de la historia, bien hacia el hundimiento del país por la senda de un neoliberalismo extractivismo salvaje, bajo la bota de una dictadura policial-militar (la barbarie); o hacia el inicio de una revolución democrática que destruya la forma de dominación autoritaria que ha impuesto la oligarquía desde el golpe de 2009.

Nuestros mejores sueños ahora están al alcance de la mano, a condición que venzamos las pesadillas que nos acechan.

No hay comentarios: