martes, 30 de enero de 2018

Entre la diplomacia y la represión JOH se impone a la presidencia



Hubo dos escenas este 27 de enero, día de la toma de posesión de Juan Orlando Hernández  por cuatro años más  al frente del gobierno hondureño. La primera escena fue con olor a gas lacrimógeno y la segunda con sabor a diplomacia; diplomacia legitimadora y cómplice de una dictadura. 

El 27 de enero no comenzó este mismo día, en realidad arrancó  el 26 en horas de la noche. Durante toda la semana la Alianza de Oposición  contra la Dictadura, convocó  a varias acciones nacionales, entre ellas tomas de carretera, movilizaciones, plantones y hasta caravanas. 

Ésta última fue el punto de partida a las acciones de resistencia contra la instalación  oficial de la dictadura. Desde las siete de la noche del 26 de enero, más  de 500 vehículos recorrieron por más  de cinco horas los barrios y colonias de Tegucigalpa, la acción  fue encabezada por Salvador Nasralla, líder  de la oposición y excandidato presidencial.

Pero no todo fue pitos de carros y agitación  de banderas, de la mano del sonido de los motores, también sonaban los cohetes de los manifestantes y en el ambiente se empezó  a respirar  el olor a llanta quemada. 

Los plantones comenzaron con esta caravana, pero luego que la gente saliera a las calles, los manifestantes cerraron carreteras, lo hicieron en la colonia Kennedy,  Hato de En medio, Pedregal, barrio Morazán y el sector Villanueva.

El punto más  fuerte de acciones contra la instalación  del gobierno de Hernández, fue el sector Villanueva, a la hora que arrancó  la caravana los jóvenes de la zona convencieron a conductores de vehículos de equipo pesado para que atravesaran sus unidades en la calle. Al final ubicaron en la carretera a más de cinco camiones de transporte de mercadería. 

Sector Villanueva se ubica salida a Danlí, El Paraíso, es un punto clave para el paso de mercadería hacia Nicaragua. Los manifestantes lograron su objetivo de parar la economía  hacia la zona al menos por dos horas. La primera respuesta fue a las nueve  de la noche, el gas, las balas y las piedras se hicieron presentes. El primer  desalojo dejó  dos jóvenes  heridos, uno de ellos trasladado a un centro asistencial de la capital.

Luego del primer desalojo, los policías  preventivos y militares se retiraron, solo dejaron a diez elementos para custodiar la zona y evitar que la toma se instalara  de nuevo. Eso no fue posible porque una hora después, los jóvenes volvieron y bajo el mismo procedimiento cerraron el paso.

La represión  se repitió  y se extendió  hasta las 3 de la mañana del 27 de enero, día  de la toma de posesión  en su cargo de Hernández. 

Esa noche y madrugada estuvo bajo el dominio militar. Los accesos al estadio Nacional estaban cerrados por los retenes, cada vehículo  que pasaba era una amenaza y cada grito en contra del gobierno era motivo de represión  e intimidación.  Así culminó el 26 y arrancó  el 27 de enero, con expectativas de lo que pudiera pasar en la toma del poder. 

27 de enero 
Desde lo alto del bulevar Morazán, la neblina se apoderaba del cielo de la capital, cielo que solo era alumbrado por las lámparas  del estadio Nacional, epicentro de lo que horas después  se convertiría  en un encuentro de diplomáticos, activistas y funcionarios del gobierno de Hernández. 

Desde las tres de la mañana, el traslado comenzó  en autobuses, activistas con invitación  en mano y con un pago simbólico  para movilizar su conciencia y su cuerpo llegaron a primera hora al estadio. 

Esa mañana comenzó  con dos  realidades: la diplomática  y la de la calle. La diplomática  dio paso  a lo esperado, a la llegada de activistas, empleados públicos  y funcionarios internacionales, quienes  con el simple hecho de su presencia, terminaron de avalar a Hernández  en este tan cuestionado proceso electoral.

Mientras los presentes aplaudían el discurso de Hernández, la realidad que tanto defienden en materia de derechos humanos era violada en las calles: en el otro lado de la moneda política  de este día. 

A las ocho de la mañana era la convocatoria para que a la altura de la Universidad Pedagógica se concentraran manifestantes en camino hacia el estadio Nacional.  Desde las ocho hasta las diez se hizo la espera de gente y a esa hora se hizo la movilización, acción  que no duró  ni diez minutos cuando la Policía  Preventiva  empezara a reprimir. 

El bulevar Centroamérica se convirtió  en un campo de batalla, por un lado gas lacrimógeno  y por el otro piedras. El ambiente se tornó  complicado, pues el uso desproporcional de la fuerza se hizo una vez más  presente ante la ausencia de una política de protección de los derechos humanos. 

Y así  avanzó  la mañana, con un discurso de Hernández  en el que destacó  su política  de respeto a los derechos  humanos y con una realidad alejada de su relato. 

El discurso de Hernández  antes de recibir nuevamente la banda presidencial se contradecía  con lo que la gente expresaba en las calles. Los medios promocionaban lo estético y lo diplomático, las redes sociales y los medios alternativos informaban de otra escena: la de resistencia a la dictadura.

La ceremonia en el estadio duró  casi dos horas, mismo tiempo que duró  en las calles la represión,  pero las manifestaciones no solo fueron a esa hora y en ese lugar, la capital revivió,  la capital por este día dejó  de ser la capital; una capital diluida en los eventos de hoteles, de conferencias  de prensa y de diplomacia.

La capital se convirtió  en una nueva plataforma de resistencia a la dictadura, el sector Villanueva registró  tomas, bulevar Suyapa, barrio Morazán  y el centro de la ciudad. Todas terminaron en desalojos violentos, pero también  con la autodefensa de los manifestantes, que además de recibir gas, también  lanzaron  piedras y bombas  caceras.

Tegucigalpa resistió  desde el 26 de enero a la dictadura, una dictadura que aplasta, reprime, secuestra, encarcela, ante la vista y paciencia de la comunidad internacional. 

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