martes, 30 de enero de 2018

Hasta la náusea



Por Melissa Cardoza *

En diciembre del 2017 cuando la policía nacional manifestó que dejaba las calles, que no quería reprimir al pueblo porque eran del pueblo, mi padre lloró ante la televisión y recuerdo que me dijo, nunca imaginé mirar esto. Me conmovieron sus palabras, al igual que el hecho de que tanta gente se volcó a dar comida, agua, abrazos, agradecimientos a los policías. Y ahí sí, ahí no pude evitar las lágrimas de sólo atestiguar la nobleza de la gente que fue a gastar su escaso dinero para apoyar a los que hasta entonces los gaseaban, como lo siguen haciendo ahora, después de la asquerosa mentira. 

De esa manera popular que es la manera hondureña como dice mi querida Mirta, tal vez sin memoria, o con esa buena voluntad más allá de lo inconcebible para mi desconfianza feminista. De una forma que no alcanzo a entender bien, pero que necesito descifrar en clave de lección y teoría de luchas que no se ha escrito en las academias. Recuerdo la frase de Silvio Rodríguez, El sueño se hace a mano y sin permiso para imaginar la poderosa oportunidad de recuperar la gracia para esta tierra en este acto de necesaria confianza en la fuerza propia que estamos aprendiendo a fuerza de mentira y bala. Entender entonces es urgente. 

Acumulando golpes de Estado, una gran parte del pueblo de Honduras llegó hasta noviembre con una emoción tan enorme como su anhelo y vota, vota masivamente para no seguir gobernados por la exclusión, la mentira y el latrocinio. Y la noche del 26 de noviembre del 2017 con su candidato ya ganador sale a celebrar y llena las calles y plazas de luces, cuerpos, abrazos, música, para que unos días después les digan oficialmente que no, que así no es. Y entonces se propone enfrentar el fraude en las calles con todo lo que tienen, una determinación tan férrea que una se queda pasmada, sus cuerpos, conocimientos y mañas colectivas ante el poder. Valor. Indignación. Rabia. Humor. Dolor. Amor. Honduras. Esperanza. Belleza. Vida y Muerte. 

Del otro lado, donde abundan las Prados y los guardaespaldas, o los trabajos bien pagados con sus respectivos privilegios gastronómicos, para los que ostentan y reparten un poder robado, ultrajado, acumulado por maniobras de bancos y soldados, hay quienes parecen gozar con la desgracia mientras se acomodan en los sillones mullidos. Repiten sus guiones aprendidos por los asesores importados, salen por ratitos a los medios televisivos blanqueadores y se van a esconder a sus lugares de seguridad. En realidad la sonrisa se borra pronto de sus labios, apenas dejan de estar bajo protección armada. 

Políticos, uniformados y activistas menores de la mala sangre que se pudre históricamente entre las venas de la historia nacional, también hondureños y hondureñas desafortunadamente, se juntan para decidir los muertos de la madrugada y los detenidos de la mañana que se avecina, pero me gusta imaginar que se van a dormir a punta de pastillas, soldados en las puertas y perros merodeadores de los enormes patios donde las trabajadoras domésticas de los barrios que gasean limpian la caca. Ahí están los peces grandes con su lujo y familia practicando en una ancha cárcel, mientras les llega la que ahora padecen los compañeros luchadores. Ellos, los que organizan las leyes, los presupuestos y horarios para sostener su impunidad y desvergüenza, la escoria perfumada de esta sociedad nos provocan un desprecio que llega hasta la náusea, y las ganas de vomitar la vamos convirtiendo en memoria viva que deberán llenar las páginas de la historia pendiente. 

Una mezcla de emociones me habita el cuerpo. Traigo en la mente la imagen de don Anselmo sangrando hasta morir, los rostros de los jóvenes golpeados y la mujer tras las rejas en celdas asquerosas, con un bebé en su vientre. Y al ladito emergen las risas, las voces de muchachas con ese entusiasmo que no nos permite normalizar esta vida, ni dejar de darle vuelta a la tuerca del pensar. 

Me levanto con angustia, con preguntas, dolores extraños, entusiasmos breves, con urgencia de pensar qué hacer y por dónde para no traicionar mis luchas históricas marchando en algún conglomerado patriarcal donde la testosterona amenaza con su antiguo poder, o entretenerme en el recicle de los juegos de palabras vacías, y cuidando de no quedarme en la crítica que de tanta, paraliza y la deja a una fuera de la altura de este tiempo y su gente. 

Desde extraños lugares constato que otra vez se polariza el pequeño mundo donde vivo, en esta situación que nos mantiene en vilo, en insomnio, tensión, reflexión. Las maneras de salir de este episodio vamos a tener que pensarlas muy bien en el animo de mantener la vida digna como horizonte, la pólvora lejana y la flor de la palabra exultante, pero mientras eso va sucediendo una debe saber en que lugar de los sitios que se enuncian en este tiempo se sostiene y se mantiene. No es por nada, pero el tercer sitio de la neutralidad, otra vez sólo es falacia o, peor aún, complicidad con la dictadura.

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