viernes, 11 de agosto de 2017

Melo y la práctica de dialogar



Por Melissa Cardoza *

Si una viviera en otro país, que no éste, donde la sangre se estanca en las memorias de todas las familias, los torturadores dan cátedras de seguridad y la paja se hace liderazgo a la derecha o a la izquierda con una facilidad pasmosa; una tendría que sentarse a reír a carcajadas cuando alguien afirma que Melo promueve la anarquía, el desorden, el conflicto. Pero una vive en este país, que ha dejado de reír y casi solo llora y maldice, de donde dan ganas de irse a la mierda o matarse; y entiende que si alguien dice lo que dice no lo hace desde la inocencia ni por un arrebato de rabia, sino para señalar y acusar, para poner a este hombre en la mirilla de quiénes tienen el gatillo fácil y la misma facilidad para infligir dolor y miedo.

No sólo dijo eso en sus desafortunadas declaraciones, Julieta Castellanos, además afirma que tienen los números de las placas de carros que han estado en apoyo al movimiento, sabe lo que comen, y a qué hora, es decir maneja un lenguaje más cercano a la inteligencia militar que a una decente señora académica, aún rectora, pero, en fin, las pasiones ocultas terminan por aparecer cuando menos se espera.

Pero, volviendo a Melo debo decir que en estos múltiples apoyos a su persona y a su equipo, dichos en expresiones, rezos, abrazos, llamadas quiero unir el mío. Fui invitada a escribir una columna en la plataforma de Radio Progreso, invitación en la que Melo estuvo involucrado, y respondí como acostumbro, a la defensiva, dije que era feminista radical y que a la menor censura de cualquiera de mis argumentos lésbicos, a favor del aborto, por la autonomía plena de las mujeres, contra la heteronormatividad o estas cosas que tanto incomodan a la institución eclesial (y al resto de instituciones) me iba al carajo. Nunca ha pasado tal cosa, he discutido con Melo algunas veces, menos de las que quisiera, temas difíciles, escabrosos, y sin llegar a acuerdos, o más bien en franco desacuerdo debo decir que me ha sido pedagógica la sensación de disentir con un hombre por demás sacerdote, fórmula que poco se acerca a mis planteamientos y cotidianos. Y me parece que lo aprendido tiene que ver con eso de tratar de entender algo de la otra posición, y saber que el otro también hará un intento similar, un honesto intento.

Dialogar, hacer consensos, escuchar, no son prácticas políticas por ningún lado en este país, yo debo reconocer que poco las practico, también. Acá rige la zancadilla, el chisme, el cálculo, las incondicionalidades lejanas al pensamiento crítico, las sectas, la amenaza expresa o mal disimulada y más etcéteras. No es raro, vivimos a la orilla del abismo de la muerte, en la precariedad del horror y el pragmatismo más aberrante y todo nos toca de un modo tan brutal que así respondemos, vivimos como desolladas, tanto que hasta un desacuerdo con alguien a quien queremos parece horadarnos la vida, y formarnos en la fila de las infieles.

Aún con todo esta cultura que nos ha deformado, yo he puesto en la columna de la colectividad de la Progreso, de su equipo de reflexión, mis ideas y sentimientos sin ningún tapujo, con la certeza de que si no son compartidos al menos son respetados, por eso me siento parte de su colectividad, en el lado quienes creemos en diosas diferentes.

Ese respeto al disenso está lejano a las costumbres de Julieta Castellanos que no ha logrado ni con todo su flamante staff de pensadores y pensadoras ex progres, encontrar al menos una mínima decencia en su salida de la universidad. Ella, como bien se ve no sabe quién es Melo, o sí lo sabe, y por eso dice lo que dice, todo eso hay que pensar en este ambiente de cadalso que tanto le gusta a los poderes como el de ella, y que va creciendo cuanto más se asoma noviembre.

Yo sé quién es Melo, lo suficiente para escribir estas palabras, conozco su evangelio del dios de la vida, su pasión por América libre, su voz cortada en llanto anunciando el asesinato de Berta, lo he visto en movilizaciones, en micrófonos, en actos de múltiples tipos, lo escucho tartamudear cuando llama a la negociación, a buscar puntos en común, a la comunidad de la esperanza. Lo respeto por esa escasa virtud de tener un solo fondo, de decir lo que piensa, y estar donde dice que quiere y pertenece, pese a que esos sitios no me sean afines. Conozco su compromiso con gente diversa y la manera en que se pasa por el cuerpo tantos dolores que de seguro por eso ahora le duele el suyo.

A Melo sobra quien lo proteja y defienda, tanto como quien lo quiera ver muerto o preso, grupo a quien se une la voz de Julieta Castellanos para pavimentar las avenidas del crimen en un contexto de criminales. A Melo no sólo lo protege su institución antigua y colonial, sino ese gentillal de gente con quien reza sus buenos días le dé dios, y quienes lo acompañan en sus caminos apostólicos y reflexivos.

Entiendo que su vida está en manos de una fuerza más poderosa que los casquillos llenos o vacíos de quienes apuntan a la cabeza de estudiantes rebeldes, su fuerza está en la inquebrantable fe en la palabra y en la confianza que la justicia es alcanzable intentando que no se vaya la vida del pueblo hondureño, siempre sacrificado, en ello. De esos propósitos y prácticas poco queda en este rústico país donde la burla, el suicidio y el recelo triunfan casi a diario sobre la belleza, y Melo está absolutamente enamorado de esa belleza que llamamos vida, digna vida. Eso sí que lo sé bien. De ahí mis palabras afiladas, paganas y amorosas para él y para quienes le custodiamos.

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