lunes, 21 de agosto de 2017

¿Cuál es su peor enemigo?



Por Héctor Flores

Permítanme hacer una analogía con esa mi historia. Vivo una sensación exactamente igual estos días más ya no con los alacranes sino con los militares, la policía militar, la policía civil, Juan Orlando y un buen séquito de politiqueros carroñeros que ya no esperan que se muera el cuerpo para devorarlo sino que lo matan. Si justamente ahora, cuando Honduras vive su mayor invierno, cuando el luto llena las casas y en la oscuridad del túnel no se vislumbra un rayo de luz que de una esperanza. Ahora cuando la pobreza se expresa con mayor profundidad, cuando aumentan las casas de cartón y las ciudades son anaqueles para exhibir la miseria humana en la que nos han convertido. Si justamente ahora es cuando esos alacranes modernos salen y siembran el miedo, imponen el miedo y gobiernan la sociedad con el miedo, aunque ellos y ellas también tienen miedo. Mire usted.

Yo creo que la más grande ambición de Juan Orlando Hernández es el poder, no el dinero como muchos piensan. El dinero compra voluntades, domestica conciencias y compra dioses como baratijas en suvenires cristianos. Pero el poder le permite a una mente maquiavélica como la de Juan Orlado planear, gestar e imponer proyectos de saqueo humano, doblegar a su antojo las instituciones y silenciar las voces internacionales que le cantan sus verdades. No es el dinero el que tiene a los medios y periodistas inventando verdades que favorecen esta dictadura, a los militares y policías haciendo el trabajo sucio para imponer esas voluntades y a las instituciones coludidas para oficializar esas falsas voluntades. Es el poder que genera miedo y que una mente astuta y dañina como la de Juan Orlando sabe manejar con precisión.

Es el poder quien tiene a nuestra sociedad militarizada y no la seguridad como nos la quiere vender el gobierno. De hecho la seguridad no es negocio, la ganancia esta en desestabilizar por que entonces como dice el refrán popular “en rio revuelto ganancia de pescadores”. Y como el poder acá se entiende como impuesto necesita de sujetos deshumanizados y adiestrados – que no muerdan la mano del amo – para hacerse efectivo, y ahí entra el ejército, la policía militar, la policía civil. Este ejército armado está en las calles por que el poder que es la vanidad – supongo yo – más grande de Juan Orlado es también su más fuerte miedo. Él sabe que sin el poder que ha logrado fraguar no habrá bunker, por más dinero que tenga para construirlo, que lo proteja cuando otro u otra, logre flanquear y fisurar su estructura.

Juan Orlando le tiene pánico al pueblo, le tiene terror, aunque se esfuerce por demostrar lo contrario. Y le tiembla por que el pueblo, cuando es pueblo, no tiene precio tiene poder, y ese poder amenaza sus intereses. Por eso manda a los militares a las calles para intimidar, a las protestas para reprimir, a las organizaciones sociales para criminalizarlas y cuando eso no es suficiente, como en la era hitleriana, pone al pueblo a matarse entre si a cambio de una bolsa miserable y un empleo indigno casi esclavizante. De esto pueden dar fe los hechos recientes suscitados contra las hermanas y hermanos golpeados y encarcelados del Movimiento Amplio por la Dignidad y la Justicia en Pajuiles, Tela. Las represiones contra el pueblo indígena del COPINH, los atentados contra Bertita y Olivia Marcela hijas de la asesinada dirigente Berta Cáceres, los campesinos caídos del Aguán y Zacate Grande, los asesinatos contra dirigentes indígenas Tolupanes, las difamaciones contra el Padre Melo y la criminalización de los defensores de Derechos Humanos.

Este modelo de sociedad necesita, como los alacranes, ecosistemas adecuados para la proliferación y la vida. Eso supone agudizar la pobreza para que en la vorágine que se genere los pobres nos comamos entre si peleando por las migas que caigan de la mesa del poder. Para este modelo la pobreza es sinónimo de votos que justifican la farsa de los procesos electorales y la cuota de poder que sacia la mediocre ambición de estructuras descerebradas e inhumanas como el ejército y la policía militar. De manera que entre más pobreza más poder.

Desarrollan estrategias para idiotizar al pueblo con campañas burdas y descerebradas como las del Actívate, Plantathón o recreo-vías. De manera que la desnutrición se entiende como belleza y por ende no tiene sentido cuestionar el saqueo, venta y privatización de la salud. Hay que hacer el ridículo sembrando un árbol públicamente, a la vez que arbitrariamente se concesionan los bosques, los minerales y los ríos. O se abren parques con wifi, columpios y pistas para que los pobres no extrañemos el hecho de no tener casa, de pensar en la realidad por que es más atractiva la realidad virtual y nos zarandeemos en cadenas que no solo nos limitan a un espacio sino la vida en su totalidad.

Sin duda lo peor que le puede pasar a la sociedad es la militarización y detrás de eso un nefasto sujeto que tiene claro el poder y sus intenciones. Honduras vive el momento más oscuro de su historia, como me diría Oscar – el profe aquel, amigo con el que coincidimos en el peaje – incluso más que en la época de guerra fría. Que en los medios salga como vocero Joya Améndola - cuyo historial no es nada secreto – y hable en nombre del gobierno confirma esta aseveración. Pues presencias como esa en los medios no son por popularidad sino por el terror que causa esa presencia en nuestra generación que recuerda como si fuera ayer aquellos días de desaparecidos y torturados de los ochentas.

Cambiar esta realidad hondureña es una tarea impostergable. Tenemos que dialogar aunque parezca infructuoso. Debemos hablar como pueblo y no dejar que el hambre y una miserable compensación nos divida. Hay en el escenario cercano largos charcos y huecos en la tierra esperando por la sangre y los cuerpos de quienes se opongan a este modelo. Pero, pese a todo, es importante asumirnos hoy por Honduras, por la patria y por la dignidad humana. Juan Orlando y los militares no son Honduras ellos son los alacranes de mi historia. Honduras somos todos y todas y como tal es nuestra responsabilidad quitársela al mal gobierno y dársela al pueblo, al soberano. Créanlo posible, se los aseguro yo, es posible. Pues un día en aquella casa decidimos que no podíamos acostumbrarnos a las picadas de esos bichos, que había que expulsarlos, recuperar la casa y extinguirlos de una buena vez por el bien los demás miembros de la familia que habitarían esa casa.

No hay comentarios: