lunes, 28 de agosto de 2017

El capitalismo nos necesita cada vez más tontos



Por Ignacio Muro

El debate sobre la robotización, la inteligencia artificial y los efectos del cambio tecnológico sobre el trabajo es un tema recurrente en la actualidad. Pero, cuando se aborda, se suele poner el acento en los aspectos cuantitativos (su capacidad para generar más o menos desempleo) y no en los cualitativos, aquellos que definen qué tipo de trabajador y qué tipo de formación se necesitará en el futuro.

Son fenómenos que están interconectados con el cambio en las relaciones hombre-máquina que provocan las tecnologías digitales y su capacidad para descomponer en rutinas buena parte de los procesos intelectuales. Se trata de un proceso similar al ocurrido en anteriores revoluciones industriales cuando el maquinismo descompuso las rutinas manuales, pero con una diferencia esencial sobre sus consecuencias en las demandas de cualificación: si hasta ahora la cualificación del nuevo trabajo era el resultado de la adaptación de los perfiles humanos a la complejidad de los sistemas de las grandes máquinas, ahora son los sistemas los que se acercan a los humanos.

El propósito esencial de los nuevos interfases que asociamos a la inteligencia artificial y la robótica se caracterizan por facilitar la humanización de las máquinas, convirtiendo en tareas simples, realizables por cualquiera, otras más complejas que hasta ahora justificaban el trabajo diario de millones y millones de profesionales cualificados de todo el mundo.

Significa que el nuevo capitalismo no requiere que estemos tan preparados como nos decían. O que, en contra de lo que pronosticaba el mito de la sociedad del conocimiento, el sistema económico necesita un volumen de conocimiento decreciente para producir bienes y servicios. O, con mas precisión, necesita menos conocimiento vivo (asociado al trabajo de los humanos), aunque lo suple con más conocimiento muerto, entendiendo por tal esa parte del saber que se condensa y cristaliza en aplicaciones y sistemas, o en robots e inteligencia artificial.

Dicho de otro modo, las tecnologías digitales permiten extraer el conocimiento humano, entendido como una cualidad del trabajo, y lo capitaliza en aplicaciones y sistemas, lo convierte en capital.

El ahuecamiento del mercado de trabajo

La cuestion es detectar cómo se manifiesta este fenómeno. Y su magnitud. De un lado, favorece a una parte minoritaria de los trabajadores, aquellos capaces de identificar y resolver los nuevos problemas o para afrontarlos con soluciones innovadoras. Ellos se convierten en imprescindibles y ascienden en la escala de valor. Pero, de otro lado, una inmensa mayoría desciende a trabajos de mucha menor cualificación, como gestores de plataformas y aplicaciones capaces de simplificar la actividad humana. Buena parte de los médicos, abogados, profesores, ingenieros… y otros muchos grupos encuadrados en lo que conocemos como clases medias profesionales, o como trabajadores del conocimiento, descenderán en la escala profesional.

  Una inmensa mayoría desciende a trabajos de mucha menor cualificación, como gestores de plataformas y aplicaciones capaces de simplificar la actividad humana

Es lo que Levy y Murnane denominan el ahuecamiento del mercado de trabajo como expresión del vaciamiento de profesionales de cualificación media, un fenómeno universal detectado ya en EE.UU que sucesivos informes de instituciones prestigiosas ( MIT Tecnology Review en 2012, la Universidad de Oxford en 2013 o el Instituto Pew Research en 2014) han ratificado como tendencias del futuro inmediato. Sus consecuencias están claras: acentuarán las desigualdades en todo el mundo al provocar una creciente dispersión salarial entre los grupos de trabajadores beneficiados y perjudicados por el cambio tecnológico.

Lo peor es que este fenómeno nos llegará con versiones diferentes a los países periféricos. Y es que la lógica centralizada de la economía digital con capacidad para crear grandes corporaciones tecnológicas con la categoría de campeones únicos globales (Appel, Microsoft, Google, Amazon, Netflix, Booking, Facebook, EBay, Uber…) en muy poco tiempo todas ellas concentradas en EE.UU, nos anticipa una concentración del talentotecnológico en muy pocos sitios: desde luego, en California (EE.UU) y, en menor medida, en zonas específicas de Alemania, Japón, Corea o China.

Es decir, que los trabajadores del conocimiento de alto valor que se necesitan para asumir las tareas innovadoras no solo constituyen una minoría reducida sino que, además, estará concentrada en los centros de poder mencionados, aquellos con capacidad financiera y tecnológica para asumir, con dimensión global, los retos disruptivos.

La excelencia, un mito; la sobrecualificación, expresión del conocimiento sobrante

De ahí se desprende una lucha encarnizada por ocupar esos puestos. Si el conocimiento necesario lo va a aportar una minoría, es obvio que un sistema elitista como el actual va a favorecer la colocación de los descendientes de los privilegiados, formados en universidades de élite. Del resto, solo los “comunes” más capaces, que destacan por su excelencia, becados de procedencia popular que quepan en el estrecho ascensor social, si es que funciona, formarán parte de los seleccionados que alimentarán los puestos que reclaman los nichos tecnológicos.

¿Qué ocurre con el conocimiento sobrante? El conocimiento que el mercado no es capaz de incorporar a la lógica productiva se embalsa y desborda de diferentes formas. En primer lugar, dormita y se desgasta en todos los trabajos marcados por la sobrecualificación, un fenómeno que afecta a un porcentaje creciente de trabajadores del conocimiento de muchos países (mayor cuanto más periféricos sean) obligados a aceptar cualquier cosa por debajo de su preparación.

En segundo lugar, se desborda en actividades al margen del mercado. La interiorización de un futuro sin esperanza termina afectando a amplios colectivos obligados a asumir un modo de vida dual: por un lado, asumen tareas mercantiles primarias para poder subsistir, (sirven en bares, cuidan niños, consiguen trabajos parciales…) mientras, por otro, en sus “tiempos libres” desarrollan actividades creativas, gratificantes en sí mismas, o de alto valor social, pero siempre al margen del mercado. La Wikipedia sería la mejor expresión de la capacidad creativa de esas nuevas relaciones informales, en las que el valor de uso de las cosas es el único criterio de valor, expresión de modos de distribución y consumo abiertas, libres, sin precio.

Consecuencias sobre la formación: habilidades antes que capacidades

La gran perdedora de esta situación, si las tensiones políticas y sociales no lo impiden, es la igualdad de oportunidades como símbolo del acceso democrático al conocimiento. Su continuidad empieza a percibirse como especialmente peligrosa para las élites pues dificulta las salidas vitales de sus descendientes. En la medida que se reduce el espacio para ingenieros, abogados, médicos y otros profesionales altamente cualificados, deben ponerse limites al acceso popular a los estudios superiores. La reducción de becas, el incremento de las tasas, la limitación de los estudios de grado a solo tres años y la limitación drástica de recursos públicos para los años de master, son algunas de sus manifestaciones.

La obsesión del capitalismo neoliberal por el corto plazo y su dependencia de los intereses de las élites y sus descendientes, le hace mostrarse incapaz de gestionar adecuadamente momentos de ruptura

Para el resto, conviene fabricar una salida adecuada. Si la inteligencia está ya empaquetada -lo que se necesita son trabajadores disciplinados- las habilidades y las actitudes para el manejo de apps son más importantes que los conocimientos y las capacidades. El sistema necesita, sobre todo, humanos dispuestos, abiertos al aprendizaje de las nuevas herramientas cambiantes que aparecen en el mercado.

¿Significa esto que el conocimiento es hoy una activo despreciable? En absoluto. Significa que la obsesión del capitalismo neoliberal por el corto plazo y su dependencia de los intereses de las élites y sus descendientes, le hace mostrarse incapaz de gestionar adecuadamente momentos de ruptura como el actual.

La solución es la inversa. Lo que el momento necesita es recuperar el sentido del saber al margen de las demandas inmediatas del mercado, es recuperar el sentido de la ciencia y la cultura como sinónimo de pensamiento sin dogmas, dispuesto a la apertura. Es el único modo de ampliar los horizontes en los momentos en los que “lo sabido” no condiciona “lo por saber”, en el que la tecnología se enfrenta a fronteras de ruptura.

Pero para ello se necesita dar prioridad al largo plazo y recuperar el papel del Estado y las políticas públicas que, como señala Mariana Mazzucato, ha sido y es el único actor capaz de generar un sistema innovador en momentos de ruptura que sea lo suficientemente denso para dar nuevas perspectivas al trabajo creativo. Un tema esencial sobre el que habrá que volver.

Ignacio Muro, @Imuroben, es miembro de Economistas Frente a la Crisis EFC

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