lunes, 25 de enero de 2016

El extraterrestre está en Marte


Por Alberto Moreno

David Bowie por Annie Warhol.

Un homenaje a David Bowie, músico y compositor fallecido el 10 de enero de 2016.

Una luz llenó aquel espacio. Un gran haz de luz blanca cegó la habitación para romperse en líneas de neón de diversos colores, verdes, azules, rojos… En medio, como una aparición, se vislumbraba una silueta esbelta, zigzagueante, eléctrica y cool que se acercaba como un divo de metal con forma humana, cantando algo así como… Is there life on earth?

Tendido en el sofá de la infancia, pudo ser la primera vez que me tiraba a la bartola hasta las tantas –o eso es lo que recuerdo– con el invento maligno, el mando a distancia de la nueva tele a color. Toda una herejía teniendo en cuenta que podría tener unos nueve años. No había muchas cadenas, debió ser en TVE 2, me detuve ante una figura extraña, era un videoclip hipnótico, de color rosa. Un Pierrot cantaba algo así como Ases to Ases (Ashes to Ashes, 1982). Esa música con fondo de sintetizador, los tonos de luz que el televisor irradiaba en la habitación en penumbras, esas imágenes raras, me atraparon.

Fue el primer contacto con el alienígena y probablemente el recuerdo más perdurable de la cultura de los 80 y el videoclip, junto al Viena de Ultravox. David Bowie, el mago ecléctico, se presentó por primera vez ante mí, fue el primer star que seguí en mi vida, recondujo mis últimos años de infancia y primera pubertad, que pronto se tornó en un tupé y pelo corto sobre las orejas de mi rubia cabellera.

Quería ser un dandy de 10 años… El camaleón invadió mi colección de música, y entendí a través de él, eso que llamaban modernidad. La noción de lo moderno me llegó de pleno con esa primera visión de Ashes to Ashes, esas formas abstractas, e invariablemente ligadas a la luz de neón y a un rayo atravesando el ojo de Bowie en Aladdin Sane (1973), la carátula que habitaba las colecciones de discos de mis primos mayores.

Recuerdos de primeros años que dejaron el poso de esta genial criatura que guió, junto a otros –también me gustaba el metal, y no era fácil decir en ciertos círculos heavies que te gustaba Bowie– mis gustos musicales. Ashes to Ashes  fue la primera de muchas. Me dejaron el disco Space Odity (1969) en cassete que copié en esos maravillosos trastos con doble pletina. Escuchar esa línea “Ground control to Major Tom… Ground control to Major Tom”, nunca lo olvidaré y esa cuenta atrás por debajo de la voz de Bowie… el viaje que continúa con ese sonido de guitarra y luego… “Can you hear Major Tom, Can you hear Major Tom” la voz angustiada que intenta encontrar una respuesta en medio del vacío, y allí no hay nada que hacer.

Mucho más tarde inspiró un programa de radio que realizamos en Onda Sur, la primera onda pirata de Villaverde. Recuerdo cómo me echaba a la cama cerraba las ventanas, y a oscuras escuchaba la odisea. Luego cayeron en mis manos el enorme Ziggy Stardust (1972) con la maravillosa Five years abriendo disco y The man who sold the world (1970), canción que tiempo después recogió Nirvana para hacer una versión antológica en su Unplugged del 91; Diamond dogs (1974), el fantástico álbum Young Americans(1975), Heroes (1977), Lodge (1979), hasta Sacary Monster (1980).

Siempre Bowie. La modernidad era él, la creatividad de construir una música que podía ser cualquier cosa, glam, rock, punk, postpunk, new wave… soul, electrónica, era el Gran White Duke, el puto camaleón, el amo de la caja de discos. En los 80 nos regaló sonidos más discotequeros desde Let's Dance o Modern love. Me tocó al final de los 80 y principio de los 90 ir a discos; las cervezas para acompañar en el bar de siempre, es decir lo que hago ahora pero menos, y allí estaba en todas las pantallas The Duke. China Girl, o la inolvidable a dúo con Mick Jagger, Dancing in the street, y más notas para bailar, el Bowie más comercial, la megaestrella siempre estaba encima de la máquina de cigarrillos. Blue Jean, ese Bowie que se despedía de los primeros 90, vestido de Aladino. Era el adiós de la era del videoclip que nos acompañó durante nuestros primeros paseos nocturnos.

Y volví a retomarle en el 2000. Siempre siguió creando y recreándose, entendió mejor que nadie la evolución de los tiempos y las modas (su olfato comercial nunca lo perdió), por eso ha sido el camaleón más elegante del circo, Heathen y Reality  fueron dos discos con nuevos sonidos, más etéreos y personales, íntimos.

David Bowie se había convertido de la megaestrella, en un eje crucial, incluso en la postmodernidad. Fuera de sus años glamourosos seguía iluminando el patio, líneas oscuras, misteriosas, siempre sugerentes, imposible la falta de nivel. El creador de culto que mejor ha sabido bailar con su tiempo (podría nombrar otro dinosaurio que nunca ha bajado el listón, en otra línea, Franco Battiato) y su vuelta 10 años después The next day, álbum que ha estado en mis orejas mientras tecleaba textos… y ahora Blackstar, tres días antes de morir.

El hombre de las estrellas nos ha dejado, allí se ha encontrado con el Major Tom y a capela entonan esa línea de la hermosísima Life on Mars: "Sailors fighting in the dance floor… Oh man! look at thoes cavermen go… Its the freakiest shoooowwww […] Is there life on Mars?"

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