jueves, 31 de octubre de 2013

Realidad trágica


Por Efrén Delgado Falcón

Tratar de entender la realidad hondureña sin conocer con profundidad sus circunstancias es una tarea prácticamente imposible. A primera instancia, resalta la pobreza, la altísima criminalidad, un enorme entusiasmo -en estos días- por las elecciones generales, la total ineptitud e indiferencia de los gobernantes, a quienes es difícil no señalar como corruptos, y la afición por el futbol.

Los índices de desarrollo humano del orbe publicados anualmente por el PNUD no hacen más que corroborar lo obvio: la mayoría de los hondureños intentan sobrevivir bajo la línea de pobreza, con una educación pública pésima, con deprimentes servicios de salud, con muy escasas oportunidades de trabajo bien remunerado, rodeados de violencia criminal y totalmente indefensos ante la odiosa realidad de unos operadores de justicia y las fuerzas del orden público que -mal- funcionan totalmente politizados y hundidos en la corrupción. Y para coronar ese camino tan difícil y azaroso, desinformados y manipulados por unos medios de comunicación alineados a ultranza con los intereses privados de sus propietarios [generalmente en contramano de los intereses de la ciudadanía].

Es esta una realidad que en otras latitudes resulta muy difícil entender. Así, a actuales ciudadanos de Chile, de Uruguay, de Canadá, o de los EEUU que no han vivido en estas tierras, para mencionar algunas realidades sociales muy distintas a la nuestra, les resulta imposible imaginar lo que es vivir bajo tales circunstancias. No imaginan lo que es que alguien pueda percibir la pérdida violenta y gratuita de una vida humana como algo rutinario y normal. No pueden imaginar que sea preciso tener un vehículo blindado y guardaespaldas armados para moverse por la ciudad con cierta seguridad, y que en la mayoría de los casos la gente común y corriente prefiera quedarse encerrada en casa -protegidas por verjas y muros- para evitar exponerse a un secuestro, un asalto, el robo de su vehículo o una bala perdida.

Es difícil explicarles que un pequeño grupo de inmigrantes árabes -y uno que otro judío- y unos cuantos mestizos, todos sin patria, son literalmente los dueños de este país: quitan y ponen presidentes; inventan, tuercen, violan y rompen las leyes con absoluta impunidad; defecan a diario, con sorna y gusto, sobre las instituciones de Derecho público; sus mandaderos personales son políticos, militares y periodistas corruptos; su principal problema es mantener suficientemente pobre al grueso de la población para que siga lidiando con la ignorancia, sin que esa pobreza se convierta en revuelta social; y su principal negocio es el Estado, los recursos naturales del país y su gente que brinda mano de obra barata: inagotables fuentes de riqueza.

Entonces, ver en la televisión disertando como grandes señores a personajes como un ex general que ejecutó hace cuatro años un golpe de Estado, o un ex militar -infame personaje de la guerra fría- que niega que haya existido tal golpe de Estado, nos puede parecer algo normal, gajes de la política vernácula; pero en otras latitudes tales extremos de la realidad solamente puede pertenecer a una historia o a una pesadilla increíble. Resulta, no de realismo mágico, sino de realismo trágico, que un individuo que ha cogobernado el país con resultados execrables; que ha sido acusado por sus propios correligionarios, seria, frontal e insistentemente de cometer fraude electoral; que ha mostrado total desprecio por la ley al limpiarse cualquier cosa con un sustento vital del Estado de derecho: la complementariedad, equilibrio e independencia de los tres poderes del Estado; ese mismo que desde que fue electo presidente del Congreso se dedicó a su campaña presidencial, y quien tendría que explicarle al pueblo hondureño de dónde ha salido cada centavo para financiar su larguísimo y multimillonario proselitismo político. Ese personaje, que habla del cariato, o sea de una dictadura, como si hablara de un periodo de mieles y triunfos, parece dispuesto a todo para ganar las ahora cercanas elecciones. En otras latitudes, este señor estaría procesado por una serie interminable de cargos ante la justicia, y no podría aspirar jamás a un cargo público. Pero Honduras es Honduras. Y este caballero, que no está solo en su determinación de sostener a como dé lugar el “statu quo”, ya creó desde su cuasi omnipotente posición política un cuerpo militar policíaco que quienes vemos el panorama nacional negro, tememos sirva para reprimir la insurrección popular que acaso podría surgir de otro fraude electoral el 24 de noviembre de 2013.

Sin embargo, en este océano de desgracias, lo peor es que la única manera de detener esto, no pasa ni siquiera por el quehacer de sus contrincantes políticos, sino por la inmolación de un pueblo humilde y sometido históricamente a la voluntad de extranjeros y de apátridas sin escrúpulos. En otras latitudes de estas américas esto sería tema de horrorosa ficción, tristemente, no en nuestras honduras. Y por supuesto, no hay amén.

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