lunes, 21 de octubre de 2013

‘Necesitamos un pensamiento realmente estratégico’



Por Martín Granovsky

Poco antes de partir a Buenos Aires, donde participó de un congreso sobre la responsabilidad de los empresarios, el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva conversó con este diario sobre Cristina, el No al ALCA, las novedades de la política brasileña con Marina Silva aliada al PSB, las protestas de junio y el nivel de profundidad de la integración sudamericana.

Desde San Pablo
A la vista, no parece haber vigilancia especial en el edificio modernista pintado de blanco de la calle Pouso Alegre 21, en el barrio paulista de Ipiranga. Tampoco sus oficinas lucen superpobladas con ejércitos de asesores. Una recepcionista que ofrece cafezinho, gente por debajo de los 30 años, sonrisas. En algún pasillo uno puede toparse con un ex ministro que sigue haciendo política pero ahora despunta el oficio lejos del ritmo agotador del Planalto, la Casa Rosada de Brasil. Antes, el Instituto del barrio Ipiranga se llamaba Ciudadanía. Ahora, simplemente se llama Instituto Lula, como su jefe que ocupó ocho años la presidencia y, ya a punto de cumplir los 68 el próximo 27, sigue activo, muy activo, dentro y fuera de Brasil.

– ¿Le preocupa la salud de Cristina?
– Nuestro primer deseo es que se restablezca plenamente una gran amiga y líder política. Cristina Kirchner no sólo es importante para la Argentina, sino para toda la región. Tengo plena confianza en que se recuperará rápidamente.

– En su última visita a la Argentina usted pidió formular una doctrina de la integración. ¿Cuál sería el eje principal?
– Por más que los conservadores intenten negarlo, América del Sur avanzó mucho en los últimos diez años. Todos nuestros países viven en democracia. Crecen y se desarrollan con distribución del ingreso e inclusión social. La región hoy es mucho más soberana y respetada en el mundo. El Mercosur, a pesar de sus enemigos, está vivo y funcionando. Creamos la Unasur y el Consejo de Estados de Latinoamérica y el Caribe, Celac. Pero está claro que nuestra integración puede –y debe– ser más profunda y abarcativa. Estoy convencido de que para eso no bastan las visiones de corto plazo. Necesitamos un pensamiento realmente estratégico que encare los problemas estructurales de integración, que presente soluciones para los desafíos de integración física energética, productiva, socio-laboral, cultural, ambiental, financiera, etcétera. Tenemos que ir más allá de los gobiernos. Comprometer a la sociedad civil, a los sindicatos, a los empresarios, a la universidad, a la juventud. Se trata de construir una voluntad popular de integración. Lo fundamental es que todos entiendan cuánto podemos ganar colectivamente en la economía, en la política, en materia de igualdad social y en la cultura si nos integramos y fortalecemos las sociedades entre nuestros países. Vengo dedicándome a esa reflexión en diálogo con los sectores progresistas de la región.

– ¿Opina que hoy la relación entre la Argentina y Brasil tiene una intensidad política apropiada o debería ser más profunda?
– En los últimos diez años, nuestra relación vivió el mejor período de su historia. Sin embargo, seguro que puede ser todavía más fuerte. En el plano político tenemos un diálogo excelente. Pero podemos ampliar –y mucho– la integración física, cultural, de cadenas productivas y de turismo. Ahora necesitamos más estudiantes brasileños en las universidades argentinas y más argentinos en universidades brasileñas. Más turistas argentinos conociendo Brasil. Aun más brasileños que hoy con la oportunidad de conocer y viajar a la Argentina. Más empresas de los dos países asociadas para actuar en terceros mercados. El potencial de lo que podemos hacer trabajando juntos apenas empezó a ser explotado. Es importante tener claridad sobre este punto.

– ¿Qué cambió para Sudamérica el "no” a la formación de una Alianza de Libre Comercio de las Américas en noviembre de 2005?
– Fue fundamental que hayamos impedido aquella propuesta de formar el ALCA, en Mar del Plata. No era un verdadero proyecto de integración, sino de anexión económica. Afirmada su soberanía, Sudamérica buscó un camino propio y mucho más constructivo. Al revés de constituirnos en un mercado cautivo para los Estados Unidos, como preveía el Alca, buscamos un mercado compartido en beneficio del desarrollo de todos los países de la región. Creo que tanto en las políticas económicas como en las relaciones internacionales la región consiguió trabajar en forma conjunta al mismo tiempo que cada uno respetaba la soberanía de cada país. Eso puede parecer obvio. No lo es. Cuando analizamos la historia de América del Sur vemos que es una gran conquista. Si no hubiéramos evitado el ALCA, la región no habría podido dar el salto social y económico que dio en la última década. La Argentina, Brasil y Venezuela jugaron un papel central en ese proceso. Néstor Kirchner y Hugo Chávez fueron dos grandes aliados para lograrlo.

– Cada uno a su modo, los Estados de Sudamérica combatieron la pobreza y la miseria extrema. ¿Cómo se puede acelerar el combate contra ambas realidades?
– En todos los debates en que participé y participo defiendo el principio de que es fundamental que en el presupuesto los gobiernos incluyan a los pobres. Porque los más pobres muchas veces no son capaces de organizarse y expresarse. No tienen sindicato y tampoco partido. Entonces, cuando llega el momento del debate presupuestario todos se hacen presentes: los militares, los diplomáticos, la infraestructura... Todos menos los pobres. Por eso, es necesario incluir a los más frágiles, a los que más necesitan del Estado, en el presupuesto. Otra cosa: precisamos dejar de enfocar el dinero para políticas sociales como gasto y el dinero para el rico como inversión. Los economistas son increíbles. El dinero que ayuda a instalar una industria es inversión. Pero el dinero usado para dar empleo, seguridad alimentaria, educación y hospitales a gente que debe salir de la pobreza es considerado gasto. ¿Cuánto cuestan las enfermedades, el hambre, la pobreza? ¿Quién lo calcula? En lugar de considerar a los pobres como un problema hay que integrarlos como parte de la solución. Si les damos recursos a los más pobres, se convertirán en consumidores y harán girar la rueda de la economía. Si les damos trabajo se convierten en trabajadores. Si entendemos bien este circuito veremos que se puede erradicar la pobreza extrema, no sólo en nuestros países, sino también en todo el mundo.

– ¿Qué deberían hacer los gobiernos con las nuevas demandas como el reclamo de una mejora en políticas de salud y transporte público? ¿Sorprendieron al Partido de los Trabajadores las movilizaciones de junio último?
– En cierto sentido sí, sorprendieron. El país avanzó de manera extraordinaria en los últimos años. Pero las manifestaciones fueron una señal de alerta importante para nosotros. Impiden cualquier riesgo de que nos relajemos. Nos incitan a hacer aún más cosas, hasta por el simple hecho de que un pueblo que consiguió tantas conquistas en un período reciente es natural que quiera más. Millones de personas tuvieron acceso a la enseñanza superior y ahora quieren empleos calificados. Pasaron a utilizar servicios públicos de los que antes no disponían. Ahora quieren mayor calidad. Millones de brasileños pudieron comprar su primer coche y hoy también viajan en avión. En contrapartida, claro, debemos contar con un transporte público eficiente y digno que reduzca el tránsito y haga más digna la vida en las grandes ciudades. Hay una nueva generación, más educada y exigente. Es bueno. Es bueno, en general, que el pueblo exija más. A los políticos nos corresponde escuchar las demandas y trabajar todavía mucho más.

– ¿Usted considera que el PT y el gobierno reaccionaron a tiempo?
– La presidenta Dilma Rousseff tuvo una sensibilidad extraordinaria. Hizo cinco grandes propuestas para atender las voces que se expresaron en las calles: un plebiscito para reforma política; más recursos para el transporte en las grandes ciudades; la decisión de destinar los nuevos recursos petroleros (el llamado pré-sal) a la educación; garantizar que haya médicos en la periferia de las grandes ciudades y en todas las regiones del interior, e intensificar el combate contra la inflación. Desde ese momento, veo que la población entendió y valoriza los esfuerzos de la presidenta y que la solución a esos problemas se dará progresivamente. Todo exige mucho trabajo, muchos recursos. En Salud, por ejemplo, la oposición a mi gobierno terminó con un impuesto. Eran 40 mil millones de reales por año para Salud. Creían que me perjudicarían. No fue así. A mí no me hicieron nada. Salí del gobierno con una aprobación del 87 por ciento. El problema es que perjudicaron el pueblo brasileño, que precisaba de esos recursos para alcanzar una mejor atención y un acceso a estudios y medicamentos más complejos. Se parece a esa lamentable intransigencia de la oposición norteamericana al proyecto de salud propuesto por el presidente Barack Obama.

– Marina Silva anunció su afiliación del Partido Socialista Brasileño, que a su vez dejó la coalición de gobierno. ¿Le teme a una candidatura suya ahora que cuenta con una estructura partidaria?
– Debemos respetar a todos los adversarios. Ese es un principio. Pero, para ser sincero, creo que la presidenta Dilma tiene todas las condiciones para ser reelegida. El país continúa creciendo y desarrollándose. Genera empleos, promueve la inclusión social, expande y mejora la calidad de los servicios públicos, pone énfasis especial en educación, ciencia y tecnología... La mayoría de la población percibe que el país tiene un rumbo seguro y piensa que la actual presidenta es la persona más preparada para profundizar los cambios y garantizar que no haya retrocesos. No hay motivos para que la presidenta Dilma le tema a adversario alguno.

– ¿Cómo hará el PT para mantener la alianza amplia en el gobierno y en el Parlamento y al mismo tiempo evitar contaminarse frente a la erosión que sufren algunos gobernadores?
– En un país tan diverso y complejo como Brasil es necesario gobernar con alianzas. Eso pasa tanto a nivel nacional como en el plano de los Estados y en el de los municipios. El sistema partidario brasileño está muy pulverizado. Atomizado. Existen más de 30 partidos y el elector puede escoger al presidente de la República de un partido y los diputados y senadores de otro. No hay voto por lista. El voto es por individuo, que encima luego no está obligado a quedarse en el partido por el cual fue elegido. Si no hay reforma política nadie en Brasil conseguirá gobernar sin alianzas. De todos modos, en mi opinión tampoco sería deseable gobernar sin ellas. Hace diez años que el PT gobierna Brasil en una alianza de centroizquierda. Fue así que el país alcanzó sus enormes conquistas económicas, sociales y culturales. Hemos buscado perfeccionar las alianzas, dándoles un carácter más programático y de mayor corresponsabilidad política. Pero sin duda vamos a mantener nuestro gobierno de coalición. Vamos a seguir trabajando junto con los partidos que nos apoyan. Para la población, lo importante es que gobernemos bien, escuchando y atendiendo sus demandas, dialogando con todos los sectores de la sociedad y profundizando los cambios sociales.

– ¿Lula presidente en las elecciones de 2014 es una opción absolutamente descartada?
– Mi candidata a la reelección en 2014 es la presidenta Dilma Rousseff. Y seré un militante dedicado en favor de la presidenta porque tengo la siguiente convicción: así como mi segundo mandato fue mejor que el primero, el segundo mandato de Dilma también lo será.

– ¿Qué expectativas tiene ante la revisión judicial del proceso por el llamado mensalão?
– Como aún no terminó el proceso judicial, en mi condición de ex presidente no me pronuncié sobre el juzgamiento.

– ¿Cuál será la base de la relación entre Brasil y los Estados Unidos luego del espionaje a Dilma y la suspensión por parte de la presidenta de la visita de Estado a Washington programada para este mes?
– Los actos de espionaje contra los jefes de Estado son muy graves. No sólo contra Brasil. También en México y sobre autoridades y gobiernos de muchos otros países. No podemos aceptar como normal la intercepción de llamadas telefónicas y la invasión de correspondencia reservada de los presidentes de la República de países amigos. Fueron acciones que hirieron nuestra soberanía y vulneraron los principios más elementales del derecho internacional. Precisamos esperar las explicaciones norteamericanas sobre espionaje y un pedido de disculpas que todavía no vino. Brasil es un país que respeta a otras naciones del mundo y tiene relaciones pacíficas con ellas. Y quiere ser respetado de la misma forma. La presidenta Dilma Rousseff pronunció un gran discurso en las Naciones Unidas al apuntar que Internet, esta invención maravillosa que acerca a los pueblos del mundo, no puede convertirse en un terreno de espionaje o en un territorio de guerra. Ojalá que otros países se sumen a Brasil en el esfuerzo por una mejor gobernanza internacional de Internet. Creo que probablemente la mayoría de los ciudadanos de los países que practicaron ese tipo de espionaje están de acuerdo en que es inaceptable invadir comunicaciones privadas de millones de personas y espiar empresas como Petrobras o a la presidenta de un país amigo y pacífico.

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