sábado, 19 de octubre de 2013

Promesas y promesas


Por Julio Escoto

Debió ser hace once años, por 2002, cuando el animalero milenarista y evangélico de Honduras se revolvió y empezó a anunciar, vaticinar, predicar urbi et orbi que el país ingresaba a un maravilloso estado cósmico de despertar divino y “avivamiento” espiritual.

Que se secarían para siempre los tallos de la desilusión ciudadana, es decir democrática, que abríanse con luz pura los pétalos de la rosa de la fe y descendía el aromado aliento de Cristo Galileo para orientar a este sufrido pueblo hacia un original compuesto de verdad, honestidad y felicidad… como que los sustantivos abstractos magnetizan a las masas y las duermen con, precisamente, sueños de falsedad.

Acorde con dicha campaña comenzaron pastoras y pastores a cantar dentro de iglesias, templos y mastabas la buena nueva, la de que finalizaba el peligro, que el Señor reinaría entre nosotros para gobernar a una república sin crímenes, delito, engaños ni corrupción y que el hondureño enfilaba, por fin, hacia los destinos promisorios de Dios.

Había por ende que dar diezmo con abundancia para cumplir ese mandato del Espíritu Santo, etapa de resurrección dispuesta en la Biblia, bono escritural, voluntariosa flama de Jehová. Quien rehusara la milagrosa llamada o dudara de ella caería en perdición.

Lo que arribó más bien, cruda y general, fue la terrible ola de violencia, que lleva ya una década. Se intensificaron los fenómenos de la pandilla, el narcotráfico, el crimen organizado, la Policía delincuente y los más elaborados esquemas y sistemas para ejercitar la corrupción. Cierto gobierno de estilo maduro practicó con cinismo típicamente cachureco las más groseras políticas de venta de la patria y de hipoteca de los recursos naturales, compuesto todo dentro de un propósito neoliberal, con lo que las perspectivas de crecimiento económico, de reducción de la pobreza, de elevación de la capacidad adquisitiva de clases pobres y medias, sucumbió cual Titanic.

Se alzó, en cambio, la potencia de oligarquías y élites para medrar en lo que es de todos y la función obligadamente ética del Estado desapareció. Brotó de allí una nueva clase billonaria cínica, inmoral, abusiva e intolerante que se mantiene hasta ahora a la sombra del gobierno y que, además, perfeccionó su dominio fraguando un golpe de Estado. Con ello el ciudadano común perdió su confianza en el futuro, la esperanza y la ilusión…

Las promesas siguen, no obstante, granizando, cayendo, lloviendo. El candidato militar golpista, que tiene un registro de siete meses en que censuró, reprimió, toleteó, gaseó y mató, recita discursos acerca de la libertad. Otro fanático religioso y fundamentalista asegura poseer la llave de la modernidad espiritual e intelectual, cuando se sabe que su secta, a la que el papa Francisco recrimina, es la más retrógrada del orbe.

El aspirante salido de una cadena de televisión propala buenas intenciones pero carece de teoría, gente y estructura política para concretarlas, mientras que el resto de postulantes, todos sujetos de una escala moderada de izquierda que va desde la izquierda conservadora, si tal existe, a la izquierda reformadora, con sus virtudes y pecados, igual prometen sin decir cómo, cuándo y con quién. Solo falta que aparezca aquella loca que, cuando el huracán Mitch, se abatió sobre Honduras, se aferró a un micrófono y se dedicó a exorcizarlo públicamente: ¡vade retro, demonio!, ¡regresa al mar!… Sufría abundancia de pobreza mental.

El país no saldrá de sus problemas con improvisación. Se ocupa a profundidad el criterio técnico en cada una de las soluciones para sus dolencias, el método profesional y la disciplina científica que obviamente no ocurren entre activistas ni aficionados. Y si a ello se agrega un fraude en urnas, como se dice que prepara el partido de gobierno, lo que viene no es una crisis como la de 2009 sino el incendio nacional.

Esa será con probabilidad la única promesa realmente cumplida.

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