sábado, 19 de octubre de 2013

Primero los pobres, pero antes nosotros



Por Víctor Manuel Ramos

Ricardo Álvarez ha venido insistiendo, en sus campañas electorales, en un slogan que en la práctica de su quehacer como funcionario y ahora como aspirante a designado presidencial ha resultado un mero engaño demagógico.

Sabedor de que la mayoría de la población hondureña se encuentra por debajo de los límites de la pobreza, quiere que su discurso político proselitista influya precisamente en esas inmensas capas mayoritarias de la población  hondureña que se debate en la miseria.

Él aspiraba a ser candidato presidencial por parte del Partido Nacional y presumiblemente ganó  en las elecciones primarias pero su triunfo le fue escamoteado por Juan Orlando Hernández. Álvarez denunció, con inusitado fervor, el fraude y acusó a su contendiente como único responsable de tal artimaña electoral, al mismo tiempo que llamaba a sus bases a dar la batalla por la victoria que se les había birlado.

Incapaz de mantenerse alejado de las mieles del poder y asustadizo frente a las grandes posibilidades de que doña Xiomara Castro ascienda a la presidencia de la República, no tuvo empacho alguno en aceptar el llamado de quien le había robado su triunfo y se subió al carromato juaorlandista, por supuesto, con la condición de que su doctrina política de “primero los pobres” fuese prioridad en la posible administración nacionalista a inaugurarse en enero, si Juan Orlando, cosa poco probable, se ve beneficiado con el voto de los hondureños. 

Las bases de Ricardo, golpeadas en la médula por el fraude cometido por Juan Orlando, se han resistido a seguir el llamado y se han mantenido al margen y se disponen a votar por otros candidatos o a ausentarse de las urnas.

¿En qué consiste la doctrina de Álvarez de “primero los pobres”? Pues en otra falacia más, en otra postura demagógica que ya no se traga el pueblo hondureño; los catrachos han despertado y saben que la lamentable situación por la que atraviesa el país no se resuelve permitiendo la continuidad de los partidos tradicionales en el gobierno sino pujando por el cambio, por la alternativa que ofrece una refundación del país que permitiría a los hondureños, sin distingo, convertirse en autores y actores de su propio destino nacional. Saben que la miseria del páis es obra de la seudo democracia de la que Álvarez es responsable.

Ricardo es muy simplista en su planteamiento de no olvidarse de los pobres y por tal motivo sus propuesta no va a donde debería de ir si realmente le preocuparan los miserables de este país. Él plantea soluciones transitorias, temporales: seguir en el paternalismo que consiste en: un bono de 600 pesos mensuales (miseria que no resuelve absolutamente nada), unas cuantas láminas de cinc para lo que él llama un techo digno (vaya dignidad para los pobres) y unas cuantas bolsas de cemento (igual para un piso digno!), repartidas a cambio de la promesa del voto (chantaje electoral, penado por la ley) en una franca muestra de deshonestidad y corrupción al utilizar los fondos del Estado, los recursos de todos los hondureños, para hacer campaña electoral y, lo más grave, para hacer campaña para mantener el statu quo de total abandono a la pobrería de la nación.

Álvarez pregona la perennidad de lo que él llama democracia y que Lanza Rosales define como el sistema en donde los hondureños gozan de libertad pero que en la práctica ni es democracia ni garantiza libertad alguna sino más bien perpetúa la miseria y la dependencia en que vivimos desde antes de que se proclamara la independencia.

Álvarez aspira a una sociedad unida en torno a quienes la expolian, acuerpa la entrega de las riquezas nacionales y de los bienes del pueblo al mejor postor, no desea que el pueblo confronte a quienes le han mantenido en la miseria -para eso acude a su trilogía de bono miserable y de techos y pisos indignos-; sostiene la necesidad de medios de comunicación que digan las verdades tal como a él le convienen, critica la escasez de bienes y servicios en los países sudamericanos que luchan por un destino mejor como si en Honduras la gente pobre abundara de esos bienes y servicios, le teme al tigre que es el pueblo y que ya muestra sus garras para asegurarse un futuro de verdadera dignidad.

Por todo eso, la doctrina de Ricardo Álvarez de que “primero los pobres” es una falacia más, una frase vacía que no se sustenta en hechos responsables. Lo cierto es que Ricardo siempre nos ha dejado en la espera de que complete su slogan para que sea congruente con lo que piensa y con lo que ha hecho desde sus posiciones políticas: “primero los pobres, pero antes nosotros”.

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