miércoles, 30 de octubre de 2013

Manuel Alcántara, politólogo: Honduras es ahora el mejor ejemplo de ausencia de Estado



Por José Luis Sanz

¿Lobo? En Honduras no hay Estado. No hubo cambio y Funes no ha hecho un gobierno de izquierdas. Tampoco es de izquierdas el régimen de Daniel Ortega. Sí lo es el de Evo Morales, aunque se base en una mentira: que la mayoría de la población boliviana es indígena. ¿Paraguay? Políticamente es un país centroamericano. Esta entrevista es un recorrido por la política latinoamericana a través de las opiniones de uno de los hombres que mejor la conocen. Un recorrido sin rodeos y de palabras duras.

Poca gente puede observar la política latinoamericana desde un balcón con mejores vistas que las que tiene Manuel Alcántara. Este politólogo madrileño, catedrático de la Universidad de Salamanca desde hace dos décadas, lleva 30 años analizando la política latinoamericana y veinte investigando sobre el terreno las ideas y el comportamiento de nuestra élites políticas. Eso le permite no limitarse al análisis de coyunturas, ese deporte olvidadizo al que tan aficionados somos, por desgracia, los periodistas, sino sostener la mirada en el tiempo, pausar sus impulsos y afilar sus conclusiones. Y en esta conversación sus afirmaciones vuelan, como nunca, afiladas.

Esta no es una entrevista sobre El Salvador y sus hombres públicos. Se trata de una charla distendida que aprovecha la reciente visita de Alcántara a El Salvador para dar un par de conferencias y presentar su último libro: “El oficio del político”. Pero tras repasar las miserias de la política centroamericana —“países pequeños, (…) donde hay partidos políticos absolutamente controlados por los empresarios, donde no hay diferenciación ideológica entre los partidos”—, las buenas o malas suertes de la izquierda de América Latina, y las mentiras en las que suelen asentarse los lemas y banderas de los presidentes —“Bolivia se construye sobre una ficción: la marginalidad de la mayoría”— era inevitable aterrizar en casos como el de Mauricio Funes. Cuatro años después de las elecciones de 2009, Alcántara denuncia con dureza la vanidad y la traición a los votantes del Frente —no de Funes, del Frente— que le llevaron al poder. Dice que no ha hecho un gobierno de izquierdas y le compara, en eso, con Daniel Ortega. “Se han publicado en los últimos dos años tres libros bastante interesantes sobre la izquierda en América Latina: dos en Estados Unidos y uno en Francia. ¡Ninguno habla de El Salvador! ¡Es que ni siquiera lo consideran!”, dice. Un golpe para el ego de cualquier mandatario.

La política latinoamericana está llena de personajes tópicos, de caricaturas que parecen inamovibles. Parecemos anclados en el manual del perfecto idiota latinoamericano. ¿El político latinoamericano ha evolucionado? ¿Se mueve la política del continente en alguna dirección?
Sí. Hay fenómenos nuevos, como consecuencia de la evolución de las sociedades. Hay países que en apenas 30 años han doblado su población, se han urbanizado... y se ha mantenido una matriz de política basada en las elecciones. Eso genera una estructura de oportunidades. Hay gente que nunca hubiera llegado al poder de no ser por esos cambios sociales, independientemente de que algunos países hayan pasado además por cataclismos, por crisis económicas muy severas que facilitaron un giro político. Siempre cabe la posición negativa, el “todo es igual”, y es cierto que ciertas lógicas se repiten, que parece que los pueblos no aprendemos, pero la política latinoamericana ha cambiado. Se me ocurre pensar en Bolivia, en ese cambio profundo. O en Ecuador, que de ser un país muy inestable ha pasado a tener un presidente con apoyo mayoritario que, a pesar de los defectos y las críticas que se le puedan hacer, da una orientación y tiene una concepción de país. En otros países tal vez el cambio ha sido menor, o están en una lógica de refinamiento democrático; pienso en Uruguay, donde la izquierda ha llegado por primera vez al poder, lleva 10 años, y el cambio es más sutil. Pero los uruguayos no habían visto un gobierno de izquierda en su vida. Otros países, como Paraguay, han ido para atrás, claro, pero Paraguay es un país muy centroamericano... Y en América Central es evidente que Honduras va para atrás. Y Nicaragua. Y Guatemala. Y tal vez Panamá... Esos cinco países son los que más preocupan. Tienen una clase política lamentable.

Dice que Paraguay es “muy centroamericano”. ¿Cómo caracteriza lo centroamericano?
Políticamente, Centroamérica se caracteriza, con excepciones, por tener países pequeños, en los que el empresariado pesa mucho, mucho, donde hay partidos políticos absolutamente controlados por los empresarios, donde no hay diferenciación ideológica entre los partidos, y donde sigue habiendo unas fuertes relaciones clientelares de compra de votos. Claro, de esa descripción escapan Costa Rica y El Salvador. Pero mira a Paraguay, a Panamá, a Honduras y a Guatemala: ninguno tiene izquierda en el parlamento. Es asombroso. ¡Ninguno tiene izquierda! ¡Ni moderada ni nada! Puede haber uno o dos diputados, simbólicos, pero... Porque claro, en Paraguay fue elegido Lugo, pero la gente no recuerda que Lugo fue elegido con el apoyo de los liberales, es decir, de uno de los partidos tradicionales. Es decir, no ganó porque hubiera un cambio social. Aquí en El Salvador el cambio de presidencia se produce con un voto muy fuerte del Frente. Eso no sucedió en Paraguay. Por eso digo que esos cuatro casos, y tal vez podríamos añadir a República Dominicana, conforman un modelo de hacer política muy concreto. Y luego está Nicaragua, que yo creo que es el colmo de la esquizofrenia, porque gobierna un partido con las raíces que tiene pero absolutamente entregado a los empresarios, que tienen un poder como nunca lo habían tenido y una capacidad de hacer negocios impresionante; y además con un liderazgo caudillesco, muy poco institucional.

¿Llegaría a decir que en Nicaragua también se ha perdido la diferenciación ideológica entre partidos?
Claro. El problema en Nicaragua es que el gobierno tiene detrás un mito muy fuerte: el de la revolución sandinista y sus ideales. Pero eso funciona más bien como un resorte mítico. Hay todavía una inercia que da a Ortega un hálito de apariencia izquierdista, y está el apoyo de Chávez, las fotos de Chávez están por doquier en Managua, hay un culto a ese ícono increíble, pero es un uso y abuso muy manipulado. Nicaragua no se puede decir que esté haciendo una política de izquierdas.

La recesión hondureña es la más fácil de reconocer, por el golpe de Estado. ¿El gobierno de Lobo no logró restaurar nada?
No. Ellos dicen que su obsesión ha sido restaurar la normalidad. Bueno... si llamas normalidad al hecho de que vaya a haber elecciones en noviembre, pues sí. Pero no sé qué más entienden por normalidad. Honduras es ahora el mejor ejemplo de ausencia de Estado. Lo más negativo que puedas pensar de la política está en Honduras. Pero claro, Lobo, ¿qué iba a hacer? ¿Cuál era su otra opción? En un país sin recursos fiscales, sin mecanismos de Estado mínimamente eficientes...

Ayúdeme a entender: por un lado, en esa centroamericanidad tan poco positiva usted incluye a países en pleno despegue económico como Panamá, Paraguay y República Dominicana. Y por otro lado critica la desideologización, pero gobiernos de corte muy ideológico como los de Argentina o Ecuador, por no hablar del caso extremo de Venezuela, viven también fuertes tensiones con lo que se suele considerar estabilidad democrática. ¿El único modelo positivo son las balsas de aceite de Chile y Costa Rica?
No hablo de modelos. La razón de ser de la política es manejar el conflicto, sin conflicto no habría política y esto sería una cuestión de pura gestión. Pero hay conflicto, claro, porque América Latina sigue sin solucionar problemas muy serios, y el principal es el de la desigualdad. El desarrollo económico no generó equidad. Tal vez sea porque hubo un bum de la natalidad y el crecimiento fue insuficiente, pero el caso es que América Latina arrastra este problema, y la democracia solo funciona con condiciones mínimas de igualdad. Si estas condiciones no se dan, hay tensiones muy fuertes.

Que en los últimos años se han evidenciado en las urnas.
Sí. Tal vez sea un lugar común, pero la ecuación es aritmética: si los más están jodidos, cuando los más votan lo van a hacer por alguien que crean que les va a resolver los problemas, y ese gobierno va a tener una mayoría social. Puede haber sido una crisis económica, una descomposición política... pero cuando el mundo político anterior se volatiliza, aparece esto. Hay que mirar en perspectiva comparada qué ha sido América Latina en la década de los 90... Ya ha pasado tiempo suficiente para verlo en perspectiva: ¿por qué llegó Fujimori al poder? Porque hay una hiperinflación del veintitantosmil por ciento, un presidente acusado de corrupción, un brutal acoso de Sendero Luminoso y una incapacidad de los partidos de izquierda que en ese momento en Perú tenían el 30 % de apoyo popular. Y ese mismo camino, con matices, lo vemos en Venezuela. ¡Y ojo, que el primer outsider de la política venezolana no es Chávez, es Caldera, que aunque era un político de toda la vida, se carga a su partido y se presenta sin partido político! Después, cuando la gangrena no se cierra, aparecerá Chávez, un mulato que empatiza con el voto popular. ¿Por qué el voto de Chávez es constante? Porque es un voto sicológico, de gente que no tiene nada que perder y que tiene enfrente a alguien que habla como ellos, que cae bien, que les da cosas... Cosas que no son sostenibles pero que están ahí. Y para que llegara Evo Morales tuvieron que cargarse a un presidente, Sánchez de Losada, tuvo que haber muertos en las manifestaciones por el agua en Cochabamba, en las manifestaciones por la salida del gas a Chile... Y Rafael Correa llega al poder después de tres presidentes que no han terminado su mandato en Ecuador...

Presidentes que responden a un hartazgo.
Presidentes “bombero”, que llegan a apagar el fuego y tienen apoyo popular frente a una oposición absolutamente desprestigiada. Y en parte es un progreso, ¿eh? Incluso, en Ecuador yo me atrevería a decir que Correa está haciendo las cosas bien. Hay un plan de gobierno claro, sabe qué quiere hacer con el petróleo, sabe del riesgo que es depender solo de materias primas... Aunque eso contraste con países que han seguido una evolución más clásica, como Uruguay, Brasil o Chile.

Describe gobiernos de estallido. Y da la sensación de que aplaude a Correa porque cree que sobre ese estallido ha asentado un proyecto. ¿En los casos de Bolivia y Venezuela no hay nada rescatable?
No. Desgraciadamente no. En Venezuela han polarizado tanto el país, han generado tanto odio, que la brecha va a durar mucho tiempo. Y algo parecido ha sucedido en Bolivia. El varapalo del último censo en Bolivia es terrible, porque prueba que el país se construye sobre una ficción: la marginalidad de la mayoría. Este censo demuestra que lo que Evo llama comunidades originarias no son la mayoría: son exactamente el 41 % de la población. Y el discurso a favor de una supuesta identidad originaria que no sabemos qué es, porque incluye a dos comunidades muy distintas entre sí, que son los aimaras y los quechuas, se revela como una manipulación de una élite dirigente, de una pequeña élite blanca junto a una pequeña élite indígena que ni sabía quechua ni nada, como es el caso de Evo Morales. Una vez en el poder, claro, tienen que mantener este discurso, pero no veo qué puede ser lo rescatable en un futuro, porque generan una polarización, un odio, que puede volverse en contra del país.

¿Y cuál es la diferencia entre esa brecha, esa polarización, y la confrontación política en El Salvador?
Aquí el escenario es mucho menos dramático. Aquí hay una brecha exclusivamente económica, y no es de permanente descalificación del otro.

La mayoría de salvadoreños no estaría de acuerdo con eso. Parece que los políticos no saben cómo administrar la polarización. Nos vamos acostumbrando a tener presidentes que desprecian a la oposición.
Sí, pero eso no es por la polarización. Al actual presidente no le podemos llamar de izquierdas, y sin embargo desprecia no solo a la oposición sino a los propios votantes del Frente.

Pero ha criticado que en Bolivia o Venezuela los gobiernos que llegan como consecuencia de una fractura social, la acrecienten en cierto modo. ¿Acaso no sucede igual en El Salvador?
Yo creo que no. No con el dramatismo y la profundidad de esos países. Acá habrá diferencias de discurso, pero un tipo del Frente se sienta a hablar con otro de Arena, y se toman una cerveza, conviven... Eso en Venezuela es impensable. ¡Si en el congreso se están pegando! Y ahora quieren meter en la cárcel a Capriles... Para que te hagas una idea, Venezuela es el único país en el que no hemos podido hacer la encuesta sobre élites parlamentarias, porque los parlamentarios se negaban a respondernos. Unos porque pensaban que éramos agentes de los otros, y los otros porque directamente nos despreciaban.

¿Quiénes les despreciaban?
Los chavistas.

Le preguntaba también por el tema del progreso. Habla de Panamá, Dominicana... muchos políticos centroamericanos los pondrían como ejemplo de desarrollo.
La relación entre economía y política no es transitiva. Está demostrado que, a largo plazo, con democracia se crece más. Pero otra cosa es que en determinadas coyunturas se pueda crecer más o menos con independencia del gobierno que se tenga. Paraguay vive el momento dulce de todos los países del cono sur por las exportaciones. En el caso de Paraguay es la exportación de energía eléctrica a Brasil. Y Panamá tiene el bum del canal y de una sociedad de servicios y de intermediación a la que se le añade -y eso está claro- el bum del dinero del narcotráfico. Pero son ejemplos que no me sirven. La gran pregunta es: ¿qué empresas latinoamericanas están en la economía de punta? Es irónico, Argentina ha vuelto a la situación de inicios del siglo XX, cuando exportaba vacuno, solo que ahora exporta soja.

¿Quiere decir que estos países van a enfrentar los mismos dilemas que ya enfrentaron hace un siglo?
Sí, señor. Porque además nunca hicieron las reformas estructurales que debieron haber hecho. Y sé que suena a mensaje del Fondo (Monetario Internacional) pero me refiero a una reforma fiscal, que no es Chicago Boys sino socialdemocracia. La reforma fiscal sigue siendo la gran asignatura pendiente en América Latina. No hay un caso paradigmático de reforma. No se ha hecho ni en épocas de crisis ni en tiempo de bonanza.

¿Qué papel juegan las ideologías en este debate sobre el avance democrático?
La ideología tiene que ver con una determinada visión del mundo y los valores de esa visión. Tiene varias capas, y la suprema es claramente la ideología de mercado, una manta que lo cubre todo. La ideología de mercado no se discute ya en ningún lado. No hay ningún doctrinario ni práctica que contradiga eso...

¿Descarta entonces cualquier anticapitalismo?
El anticapitalismo no existe. No existe. Bueno, existe en los textos de algún señor escribe o en una comuna, pero a nivel de Estado ya no existe. El gobierno de Evo Morales hace capitalismo. Y Venezuela negocia y le vende su petróleo a Estados Unidos. El anticapitalismo, en la práctica, no existe. En ese sentido el muy denostado Fukuyama tiene toda la razón: llegó el fin de la historia en ese sentido.

Se suele usar esa idea para bendecir al pensamiento único.
Como alguno trate de sacar ventaja de eso es otra cosa. Pero sí, estamos en cierta lógica de pensamiento único global, aunque debajo, en ciertas capas, haya matices en valores individuales y en valores comunitarios. Por ejemplo, en lo referente al aborto, al matrimonio homosexual, la legalización de las drogas... son asuntos en los que te puedes posicionar de una u otra manera y eso va creando subideologías. Por no hablar de los legados... Si yo he sido sandinista y luché con el pañuelo rojo y negro, tengo una mística y voy a seguir defendiendo eso, y seguiré denominándome de izquierdas, y me lo creeré, pero es algo muy impostado.

¿Qué es la izquierda, entonces? Porque hace unos minutos usted lamentó que no hubiera izquierda en los parlamentos centroamericanos...
Como ciudadano te daría una respuesta y como profesor te daría otra.

¿Por cuál empezamos?
Por el ciudadano. Para mí la izquierda tiene que ver con valores relativos a igualdad, a solidaridad, a instrumentos de acción colectiva, llamémoslo Estado... Esos son para mí los elementos de la izquierda. Aunque si se lo preguntas a los políticos, cada uno te dirá una cosa distinta, y dependerá del país, de sus tradiciones, etcétera. Por ejemplo, en América Latina una posición muy clara es el antiimperialismo. La izquierda en América Latina parece que tiene que ser antiimperialista por definición. O antiyanqui, para ser más precisos. Y el otro elemento es la unidad latinoamericana, la idea de la patria grande: es una construcción mental, nadie realmente cree en ella, pero es algo mitológico que funciona. El antiimperialismo y la integración son los dos grandes rasgos, hoy, de la izquierda latinoamericana, a pesar de que luego esta sea a veces profundamente nacionalista.

¿Además o aparte de los valores de los que hablaba el ciudadano Manolo?
En algunos casos sigue estando la idea del Estado, sí. Y la idea de igualdad.

¿Dónde entra la democracia?
La democracia, contrariamente a las posturas más radicales de la izquierda en los años 60, en los que había un discurso contra la democracia burguesa, ya no se cuestiona. Pero es una democracia procedimental, de mínimos, no necesariamente ligada al concepto de estado de derecho y control de poderes.

Da la impresión de que considera que el verdadero rostro de la izquierda latinoamericana es el de esa izquierda tan criticada por ser antidemocrática.
No. Eso es lo mayoritario, pero hay también otras trayectorias. Por citar dos casos están Lula y Mujica. Lula apoya la candidatura de Maduro, por ejemplo. Hace un spot publicitario pidiendo el voto para él.

A pesar de que su proyecto es distinto.
Efectivamente. Y Mujica igual, y acaba de estar en Cuba. Es que el ser humano es muy complejo, no funciona con mecanismos rectilíneos...

Considera a Costa Rica y El Salvador excepciones en Centroamérica. Hace cuatro años la victoria de Mauricio Funes se veía como un paso esencial en el proceso democrático...
Y ha sido un desastre.

Digo al margen de la calidad de su gestión.
No, Funes ha sido una decepción, una decepción profunda. Y una corroboración de mis pequeñas tesis sobre la necesidad de la profesionalización de la política. Es un aficionado con un ego equis, una vanidad equis, que llega al poder aupado por unos votos que él, por la fuerza que tiene el presidencialismo, piensa que son suyos, y gobierna desde esa falsa creencia. Por eso digo que es una decepción, por no usar la palabra fraude. Gana con un voto muy importante de la izquierda representada en el Frente, y le ocurre como a Lugo pero al revés: porque Lugo es un hombre formalmente de izquierda, un obispo, apoyado por una serie de movimientos sociales, pero sobre todo quien le apoya son los liberales, que le colocan a un vicepresidente. Y Lugo, desde el minuto uno de su gestión, no cruza palabra con su vicepresidente. Hasta que los liberales se cansan, se reúnen con los colorados y dicen “va, hagámosle un juicio político a este idiota”. Son las consecuencias de no saber leer la política: el señor Fernando Lugo piensa que la gente ha votado por él porque él es divino. Y Funes tiene el mismo síndrome. Cree que han votado por él, y no se da cuenta de que eso no es cierto. Estamos en países donde hay entidades político-partidistas muy fuertes. La gente vota al Frente porque sí, igual que en Paraguay la gente vota a los liberales porque no quiere a los colorados. Y si te ofrecen un candidato, tú votas por él, porque te lo ofrece el Frente, o porque te lo ofrecen los liberales. El fraude de Funes es ignorar eso.

Y gobernar sin tener en cuenta las expectativas de esos votantes...
Te doy un detalle: se han publicado en los últimos dos años tres libros bastante interesantes sobre la izquierda en América Latina: dos en Estados Unidos y uno en Francia*. ¡Ninguno habla de El Salvador! ¡Es que ni siquiera lo consideran! Yo cuando hice en 2009 mi libro sobre las elecciones de América Latina, en la introducción dije que una de las grandes novedades era el cambio político en El Salvador. Hoy tendría que poner una nota a pie de página diciendo “el supuesto cambio político en El Salvador”, porque no hubo cambio. Lo que la gente estaba pensando y pidiendo, este tipo lo ha traicionado. No quiero condenarle solo a él, porque es hijo de un país, de una estructura, etcétera. Pero es obvio que lo ha hecho mal. Y si hubiera sido un hombre con trayectoria, un político de raza, que supiera negociar, seguro que hubiera hecho un mejor papel.

Otro aficionado, aunque parece que con mucho más talento, era Tony Saca. No tenía experiencia partidaria, apenas había sido representante de la patronal sin ser un magnate empresarial. Es decir, que al frente de la ANEP solo representaba la fuerza política real de otros empresarios. Sin embargo hizo un gobierno...
... más coherente.

Y construyó una base propia y una estructura que ahora le permiten ser candidato de nuevo. ¿Cuál es la diferencia con Funes?
Creo que la ambición de Tony Saca es un factor importante. Saca se construyó una base política y desde el principio estaba pensando en una reelección años después. Aunque hay otra lectura: la incapacidad de los partidos políticos para, en estos 10 años, haber construido entre su propia gente un liderazgo suficientemente atractivo para ganar las elecciones. Y en todo esto hay una moraleja: a pesar de hacer las cosas mal, el sistema en El Salvador no se derrumba. Claro que no sé cuántos gobiernos más de este tipo puede soportar el sistema, porque esto despista a la ciudadanía. Cuando hablábamos de esto hace cuatro años la gente de Fusades estaba preocupada por lo que pudiera hacer Funes. ¿Y qué ha pasado? Que ahora están enfadados, pero por otras cosas. Y supongo que el votante del FMLN tiene todavía una frustración mayor, porque se da cuenta de que determinadas políticas no se han hecho, se ha fallado.

¿Cómo leería una segunda victoria de Saca? ¿No es sorprendente que en un proceso de postguerra de solo 20 años se agoten liderazgos y se acabe repitiendo presidente?
Te voy a complicar aún más la pregunta: ¿Por qué la reelección está satanizada? Encontrar un buen líder, en lo que sea, lleva tiempo. Y la diferencia entre los políticos tiene que ver con la experiencia. Un político se hace, necesita tiempo. Saber negociar con el presidente del país vecino, o con los norteamericanos, o con los europeos, o hacer una gira por no sé dónde y a la vez ver los problemas de un departamento, requiere una práctica que lleva tiempo construir. Si tú miras el promedio de los gobiernos en democracias sólidas y exitosas, verás que los gobernantes están períodos largos. Hagamos cuentas en El Salvador: Napoleón Duarte, Cristiani, Carderón Sol, Flores, Saca, y Funes. ¡Seis!

Cinco si solo contamos desde que se firmó la paz.
Vale. En España desde el año 77 tenemos a Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González, Aznar, Zapatero y Rajoy. ¡Seis! El mismo número que en El Salvador, pero desde el año 77.

Con gobiernos que duran cuatro años.
Sí, en periodos de cuatro años. Y si miras cuántos cancilleres ha tenido Alemania en ese período te encuentras a Helmut Kohl, Schröder, y a la señora Merkel. Y si te vas a Inglaterra... Lo que quiero decir es que los líderes son por definición escasos, y la no reelección es mala. Lo tengo muy claro. Podemos estar de acuerdo en que la reelección indefinida también lo es, pero desde luego la no reelección es mala. Mi hipótesis es que algunos de los problemas institucionales en El Salvador se deben a que el presidente, en el fondo, no tiene incentivos para gobernar correctamente. Por definición, todo individuo quiere reelegirse, quiere permanecer donde le gusta. Por no hablar de otra anomalía que tiene El Salvador, que son las elecciones legislativas cada tres años: El Salvador tiene el sistema político más raro del mundo. Son periodos de cinco y tres años... no hay manera de que encajen, no hay un caso así en el mundo. Pero volviendo... piénsalo: si Tony Saca hubiera podido reelegirse, hubiera quemado sus naves para hacerlo. Sé que la experiencia latinoamericana nos dice que el tipo hubiera tratado, probablemente, de manipular a la Asamblea para cambiar la Constitución y buscar la reelección indefinida, y eso es un peligro, sí. Ya lo intentó hacer Uribe y le salió mal porque le paró los pies la Corte. Lo intentó Fujimori y le salió mal porque estalló el escándalo, pero en realidad ya había sido reelegido para un tercer periodo. Echamos la culpa a Chávez, etcétera... pero esto no lo ha inventado Chávez. Lo han hecho otros antes. La cuestión es que si tú no tienes instituciones y estas personas no creen en la ley, pues manipulan... El primero que lo hizo fue Cardoso, en Brasil. Y nadie se acuerda de eso.

Y si no puedes reelegirte está la tentación de permanecer en el juego político como un poder fáctico.
Sí, porque la política tiene un problema no resuelto, que es qué hacer con los ex. Mi opinión personal es que un ex debe tener un buen sueldo, una oficina, escolta y punto. Y mucha ética, para cumplir dos reglas de oro: no intervenir en el juego político y no entrar en la empresa privada. Porque eso en el fondo es dar una enseñanza cívica. Los políticos no se dan cuenta de que la gente les mira, y mucha gente toma, de forma inconsciente, su actitud como un ejemplo. El hecho de que un expresidente termine en el consejo de administración de una gran empresa es una patada a la democracia. Sé que está en su derecho, que no es un delito, pero es una patada a la democracia. Igual que lo es que un político conspire contra los que le han sucedido o aliente facciones. Es una patada. Es terrible lo que hizo Alan García en Perú, que desde que salió estuvo conspirando para que su partido no tuviera candidato, porque estaba pensando ya en la siguiente elección y no quería que ningún otro gallo levantara la cabeza y le hiciera sombra. Eso mete mucho ruido. En casos así, lo que encontramos es un proyecto personal, de una ambición desmesurada.

* Alcántara se refiere a los siguientes títulos:

 Levitsky, Steven; Roberts, Kenneth M. (eds.). The Resurgence of the Latin American Left. Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 2011.
Weyland, Kurt; Madrid, Raúl L. y Hunter, Wendy (eds.). Leftist Governments in Latin America. Successes and Shortcomings. New York: Cambridge University Press, 2010.
Dabène, Olivier (dir.). La gauche en Amérique latine. París: SciencesPo, Les Presses, 2012.

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