martes, 9 de abril de 2013
Obama, el Canal de Panamá y el ajedrez geopolítico Mesoamericano
Por Andrés Mora Ramírez
En Mesoamérica, se desarrolla una partida de ajedrez geopolítico -interrumpida solamente por la resistencia, aislada y dispersa, de pueblos indígenas y algunos movimientos sociales- en la que se decide el control y explotación de recursos naturales, mano de obra y el control de vías estratégicas. El dominio de la Cuenca del Caribe, del Puerto de Miami al Canal de Panamá, forma parte de esa disputa.
El anuncio de la visita del presidente [de Estados Unidos] Barack Obama a Costa Rica, prevista para el próximo mes de mayo, rápidamente ha generado un ingenuo entusiasmo –que casi raya en chovinismo- en el gobierno y la diplomacia costarricense: mientras, por un lado, se afirma que la gira tiene como propósito “estrechar sus relaciones con el Istmo”, por el otro, el canciller Enrique Castillo se apresuró a afirmar que se trata de “un reconocimiento al liderazgo del país y de la presidenta, Laura Chinchilla en la región” (La Nación, 27-03-2013). Sin embargo, lejos de representar un visto bueno para la cuestionada gestión de la presidenta Chinchilla, para el rumbo político y económico neoliberal que sigue el país desde hace varios lustros, o para exaltar una pretendida buena vecindad, la presencia de Obama se explica por razones mucho más estratégicas y geopolíticas: parafraseando el viejo adagio, diríamos que hoy, en Mesoamérica, todos los caminos conducen al Canal de Panamá.
Como lo señalamos en un artículo anterior (El BID ofrece a Mesoamérica al mejor postor), gobiernos, inversionistas extranjeros e instituciones financieras internacionales conciben a Mesoamérica –y ya están actuando sobre su territorio- como un “nuevo” espacio de acumulación, donde el Canal de Panamá recupera protagonismo como vía de acceso privilegiado a las economías emergentes de Asia y Suramérica.
Prueba de ello es que apenas dos días después de informar sobre su gira a Costa Rica, el presidente Obama visitó el viernes el Puerto de Miami, en Florida, para conocer las millonarias obras de dragado profundo y de mejora de la infraestructura portuaria, de carga y transporte valoradas en $425 millones de dólares, que van de la mano con las obras de ampliación del Canal en el istmo panameño.
La importancia de retomar la proyección hegemónica en la cuenca del Caribe fue claramente expuesta por el gobernador de Florida, Rick Scott, quien resaltó en una conferencia de prensa “el enorme beneficio que supondrán estos proyectos de infraestructura portuaria para el comercio con Centroamérica y Sudamérica y la preparación del estado para la expansión del Canal de Panamá y su potencial aumento de comercio con Asia” (El Nuevo Herald, 28-03-2013). Se estima que los puertos de Florida movilizaron importaciones y exportaciones por un monto de $82 mil millones de dólares en 2011, y recaudaron otros $1.700 millones de dólares en impuestos. Cifras nada despreciables en el actual estado de la economía estadounidense.
¿Qué es entonces lo que está detrás de la visita del presidente Obama a Costa Rica, para reunirse con los mandatarios de México, Centroamérica y República Dominicana?
Es cierto que para Costa Rica, durante los últimos 30 años al menos, las relaciones con Estados Unidos fueron claves para la consolidación de una élite político-financiera que se enriqueció gracias a la ayuda económica de la Agencia Internacional para el Desarrollo (AID); también para la subordinación de nuestra estructura productiva al mercado norteamericano (exportaciones, venta de servicios, turismo) y para hacer del país un bastión proestadounidense en las batallas ideológicos que se han librado en Centroamérica, especialmente contra los “malos ejemplos” que, desde la perspectiva del poder imperial, representaban las organizaciones populares revolucionarias y antiimperialistas de Nicaragua y El Salvador en la década de 1980.
Pero quedarnos en ese análisis sería insuficiente para comprender el trasfondo de la gira de Obama, y perderíamos de vista lo esencial, como es el hecho de que en las últimas dos décadas, Mesoamérica experimenta una suerte de reconquista: el proceso lo guían, por una parte, los Estados Unidos por medio del diseño y ejecución de una política que combina los tratados de libre comercio con los planes estratégicos de la llamada seguridad nacional (el Plan Colombia, el Plan Mérida, la Iniciativa de Seguridad Centroamericana); y por la otra parte, el capital transregional que financia partidos políticos y lleva al poder a gobiernos afines, cuyos intereses giran en torno a los proyectos de interconexión eléctrica, infraestructura de puertos, aeropuertos y carreteras, y que favorecen la instalación de negocios de manufactura (maquilas) y venta de servicios financieros y logísticos.
En Mesoamérica, se desarrolla una partida de ajedrez geopolítico -interrumpida solamente por la resistencia, aislada y dispersa, de pueblos indígenas y algunos movimientos sociales- en la que se decide el control y explotación de recursos naturales, mano de obra y el control de vías estratégicas. El dominio de la Cuenca del Caribe, del Puerto de Miami al Canal de Panamá, forma parte de esa disputa.
Aunque nos duela reconocerlo, el patio trasero sigue siendo el patio trasero. ¿Hasta cuándo?
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